Prólogo

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Mi vida de colores fríos: azules y morados; y de colores oscuros: grises y negros, abruman mi corazón. Lo parte poco a poco con el compás de la respiración. Lo consumen los nervios, ¿Y cómo se queda? Agazapado en el terror de la sala oscura, con una vela sujeta a un candelabro como única iluminación.

No siento el calor de los más queridos, no quiero continuar en la soledad. Los momentos de felicidad de antes han terminado y aun así, sigo con mi vida.

Sigo sin comprender el momento en el que decidí continuar, pero aquí estoy. Esperando a un amor que nunca llegará, el amor y la aceptación a uno mismo y sobre todo esperando la luz del final del túnel. La preciada felicidad que una persona encuentra al nacer y otros como yo la buscan todavía sin éxito.

Mi vida se ve colgando de un alambre en la oscuridad de mi mente, en mis pensamientos y en la profundidad de mi agonía. Pero como siempre me es obligación el levantar de mi cama para seguir con mi vida, sin que nadie se entere por lo que estoy viajando.

Todas las mañanas me pongo mi máscara de felicidad y cubro las facciones de mi tristeza. Cada día que pasa mi hambre disminuye, pero nunca llega a saciarse.

Aunque en todo este sentimiento siempre encuentro algo bueno, pero esa luz cada vez se está apagando lentamente. Estoy hablando de mis amigos. Ha llegado un punto en que tengo la sensación, de que, si alguien de mi alrededor se ríe, lo esta haciendo de mi. Incluso con mis amigos. El martirio de mi mente me impide confiar en ellos, es tal que la soledad se siente incluso cuando hablo con ellos.

Me he perdido y no encuentro la salida.

En clases, todo es ambiente fúnebre en mi cabeza. El maltrato interno aumenta y no descansa. Y bien como he dicho, disimulo demasiado bien los sentimientos.

Las miradas de los compañeros se sientan sobre mi espalda. Con la preocupación de lo que estarán pensando, siento falta de aire.

Me estoy ahogando, pero no hago nada para intentar evitarlo. Me hundo en el hoyo y caigo en mis movimientos. Me muerdo las uñas, me arranco los padrastros de los dedos y el más notable, un movimiento nervioso de la pierna. Aunque intenté respirar profundo, los movimientos aumentan al sentir una voz en mi cabeza, "como quieres que alguien te quiera si no te sabes controlar".

Son voces que me matan poco a poco. Sé que no las dicen los demás, y ese es el problema. El dolor me lo causo yo. Sigo cayendo en el mismo contratiempo, sigo boicoteando la mínima llama de felicidad que nace en momentos en los que mi mente se encuentra en blanco.

Pero la cuestión de todo. ¿Cómo salgo de todo esto?

La Fantasía de un SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora