Capítulo 40

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La respiración entrecortada de Magna no daba para más. Se desvanecía el único aliento que llenaba sus pulmones, y con ello se le arrebataba la vida. Magna se situaba frente a mí con una incisión en el costado. Culpa mía. El mueble con el que chocó le provocó la muerte dolorosa. Culpa mía. 

Mi pronto fácil la había matado. Y yo tan insensible, no lloraba ninguna lágrima. Solo me quedaba parada frente a sus ojos abiertos, absortos en la nada. Absortos en lo que tras la muerte se viera. Mi único gesto: cerrarle los ojos y salir de la habitación. 

En el pasillo me quedé inmóvil, observando como todo había pasado. Las imágenes de mi mente me transportaban a mi crimen. El empujón y el golpetazo que acaba de terminar con la vida de una persona. No una persona cualquiera, había matado a mi maestra, a mi amiga y a la que se había convertido en una madre para mí. Ya no quedaba nada. 

Un niño que había sido traído a este mundo para despertar de alguna forma un poder que de cualquier manera yo no quería tener. Y que de alguna manera, ahora, este niño ya no estaba. 

Me senté y esperé, ¿A qué? no tenía ni la más remota idea, pero algo me decía que debía esperar. Y así mi presentimiento se cumplió. 

El niño apareció. Mostrándose con parsimonia, balanceaba sus brazos hacia los lados como si quisiera imitar las ondas del viento. Algo no cuadraba con su forma de andar de antes. No doblaba las rodillas, no levantaba los talones como cualquiera al andar. Se deslizaba como si estuviera en un bloque de hielo que lo llevara. Tanto parecía que se posaba sobre hielo, pues su piel se encontraba tersa y blanca. 

Pero no todo se terminaba en su presente estado enfermizo. No lo pude ver hasta que estuvo a centímetros de mí. Sus ojos. Sin pupila que se pudiera distinguir, el negro que cubría sus ojos era eterno. El reflejo que vi de mí, me asustó. Pero no solo me pude observar como en un espejo, allí estaba Nitte, en la profundidad de ese páramo negro.  Allí estaba un niño desconcertado, un niño asustado. Allí estaba llorando, sin poder pararse a pensar y actuar ante a lo que se sometía sujetado. 

Perdida en los gritos e Nitte, no discerní entre la realidad y la ficción. No noté las manos que me agarraban. No noté el arrastre hacia la salida del castillo. no fue cuando el monstruo que, ahora era Nitte, se apartó. Estaba en presencia del Perturbado. 

A lo lejos, sobre el balcón de anuncios reales, acostado sobre la barandilla y en compañía de su sirviente. Todo esta siendo como en el sueño, me hablé. 

-No fue un sueño, cariño - contestó una voz ronca -. Los sueños no se cumplen.

 De alguna forma El Perturbado había escuchado lo que había pensado. 

-No puedes esconder lo que piensas - volvió hablar -. Aunque no lo creas nos parecemos en muchas cosas, Escarcha. 

-No tenemos un pelo de parecido- gruñí.

-Los dos hemos pasado por horrores para llegar a ser lo que somos- continuó El Perturbado. 

-Los horrores los habrás hecho pasar tú- contesté. 

-Escarcha, no eres superior por pensar que eres la única a la que sus padres no quisieron. No eres la única que quiso haber nacido de otra forma a la que lo hizo. No eres la única que tuvo un apoyo, pero se lo arrancó a si misma - me miró a los ojos -. En el fondo eres igualita a mí, pero tienes miedo a aceptarlo. 

-Mis problemas no llegaron a querer destruir el mundo. 

-Y aún sin intenciones, lo estás provocando - se vio la pequeña comisura de una sonrisa. El contraste de unos dientes tan blancos con el negro de su ser. 

-No está todo perdido - contesté sin intenciones de actuar, lo que vio que no tenía ganas de hacer nada para pararlo. 

-Para pararme necesitas al niño - apuntó con su bastón a Nitte -. No le veo yo con suficientes opciones - se soltó en carcajadas. 

-No necesito la ayuda de nadie. He sobrevivido toda mi vida sola, no tengo problema en hacerlo una última vez - le desafié, sabiendo que si no hubiera tenido a Magna, no seguiría viva. 

El Perturbado apoyó su bastón en el suelo del balcón. Con un pequeño golpe, el movimiento lo dejó sobre mis pies. Dio un salto y acabó bajo el balcón. A su lado estaba Nitte. A su merced, a su mando. 

-Que así sea -sin interrumpir un segundo de su tiempo, volvió a picar el bastón contra el suelo y un ruido de desgarre se pudo escuchar al lado de Nitte.

Un grito desolador. 

Un dolor incalculable. 

Un desgarrador desenlace. 

Niite allí estaba, sobre el suelo. Sin mover un músculo. No podía. El pequeño desgarro había provenido de sus músculos, de sus tendones. De todas sus articulaciones. El desolador grito de dolor lo había sentido él.

Tanto era la desgarradora imagen, que aparté la mirada. Dejé mi mirada fuera de aquel pequeño al que le había cogido cariño. Le dejé desgarrándose poco a poco por mi agonía, por mi miedo al sufrimiento. Le dejé muriendo solo, y cuando acabaron los gritos de dolor, volví a mirar. Volví a presencia esa escena que podía con mis sentimientos. Volví a ver un crimen a mi costa. Volví a ver un cuerpo inerte que pesaba sobre mí. Y volví a mantenerme quieta sin lágrimas en los ojos. Sin llorar a los muertos. No me llegaba a la idea que su muerte era mi culpa. 

-La sangre con la que me mancho las manos, es la misma con la que cargas tú - El Perturbado avanzaba a mi -. Todo tu reino está derrotado a causa de tú egoísmo. Magna murió por tu egoísmo. Y este niño - escupió con asco su nombre, Nitte también. 

Estaba sobre mi cuerpo. Me levantó la cabeza y pude ver entre sus ropajes un libro antiguo. 

-Tus padres hicieron bien en tenerte asco - espetó -. No eres más que una egoísta que pudo cambiar como se veía, pero no como era. Y todo el cambio te ha llevado a nada, a perderlo todo. 

Me escupió. Sentí su odio en la saliva que deslizaba por mis mejillas. Pude ver la humillación. Pude sentir el dolor, por fin, de lo que acababa de pasar. Pude sentir la rabia crecer en mi corazón, en mi sangre. Pude mirar sus ojos y percibir el odio, pude percibir arrogancia, pero también pérdida y dolor. 

Tenía razón. No éramos más que copias el uno del otro. Aunque yo había intentado disimular el horror que era, fingiendo ser otra. Fingiendo ser quien quería ser, pero nunca podría llegar a serlo. Así que allí mismo me rendí. Tiré la esperanza por la ventana de un barco a deriva. Me estrellé con un glaciar. Y me hundí.

Mares. 

Ríos. 

Lagunas. 

Todos llevaban poco agua comparado con lo que ahora manifestaba mi dolor. Llena de lágrimas seguía parada ante él. Ante el vencedor. 

-Tu lloro es la compresión de la verdad - seguía mirándome a los ojos que se ahogaban -. No te voy a hacer daño, pero si me voy a quedar con tu reino y tu compañía. Levántate y dejemos de pelear por quien es el bueno y el malo. Has comprendido que somos iguales, ahora pasemos el resto de nuestras vidas en la tranquilidad, sin el daño de ajenos - acabó de hablar y me cedió la mano. 

Agarré su mano y lo acompañé. 

Un ruido extraño nos llamó la atención. Un pitido constante aumentaba el volumen en nuestras cabezas. Un pitido doloroso que destrozaba nuestros tímpanos. Un pitido fuerte el cual provenía de algún lado, pero no reconocíamos.

Un pitido que me hizo despertar.

Un pitido interrumpido por un silencio alternado. 

  

La Fantasía de un SoñadorWhere stories live. Discover now