Capítulo 6

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Los días continuaban y empecé a estudiar la primera parte del segundo libro (manipulación de la materia). El elemento a aprender era el aire, indefenso en un principio, pero problemático en estado de rabia y fiereza. De mis manos podían salir vendavales, tornados que podrían arrancar y sacudir la raíz de un árbol (de los más grandes incluso), y podría controlarlo para manejar a mi antojo a las personas. Con el simple recitado de las palabras correctas y el chasquido de mis dedos arrancaría sus pies del suelo y las suspendería en el suave aire. 

Sentado en la mecedora de Magna, sujetaba el libro entre mis manos. Grandes párrafos sin márgenes explicaban la necesidad de la concentración para manejar el poder del viento.  Frases en latín se asomaban por donde deberían estar los márgenes, Vi trahi consenti (Déjate llevar por la fuerza), Actenebras et offer illud tibi fortitudinem (La oscuridad te ofrecerá esa fuerza). Sin darle atención seguí con los estudios, eran simples frases en latín. 

Ya había terminado cuando una chispa salió de una de las páginas. Entre llamas creció una nueva página. En esta se imprimía una imagen en movimiento, un hombre vestido completamente de negro de la altura de un elefante, brazos largos y huesudos, que parecían no haber experimentado el sabor de la comida, piernas largas y finas como alfileres, pero fuertes en los muslos. En la cara una sonrisa maliciosa, frente fruncida expresando arrogancia y asco, arrugas y ojeras en los ojos tapados por la pintura negra. En el fondo de la imagen, justo a su vera había una esfera flotante de enormes dimensiones, que cubría el fondo del negro más oscuro que podrían haber visto mis ojos.  El hombre sostenía en la mano un bastón rodeado por dos serpientes, dos víboras. Estas mordían con sus colmillos un rubí rojo al principio del palo. El tronco del bastón era madera quemada, por eso la ceniza que desprendía, una ceniza que revoloteaba en el culo del bastón, donde había un punta de acero que al golpearlo con el suelo desprendía una nubes negras. 

Un segundo después de mantener mi vista sobre la imagen, articuló unas palabras en latín. 

- Et iungere vobis et habeatis potestatem et auctoritatem vis ut faciam tibi - las palabras se fueron apareciendo por el libro mientras el movía la boca. No había palabra era una traducción de lo que se leía en sus labios. 

Una fuerza me atraía a su oferta, pero en ese instante Magna me arrebató el libro de las manos. 

- ¡NI SE TE OCURRA! - gritó

 Había estado observando desde una posición en la que no me diera cuenta y al ver mis reacciones tuvo un mal presentimiento. Al mirar la imagen impresa su cara reflejó la pura realidad del miedo. Ese miedo que aterra a los niños por las noches detrás de las puertas de sus armarios. Arrancó las páginas y con un chasquido inaudible hizo que se derritiera entre llamas. Las cenizas cayeron al suelo y se desvanecieron. 

- ¡¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?! - preguntó con enfado. 

- No - respondí

- Acabas de ver al Perturbado y casi aceptas su oferta. Explícame que se te pasaba por la cabeza

- Sentía una atracción a la propuesta, sentía que podía tocar el poder de la magia más profunda y sentía su superioridad - contesté

- Ni se te ocurra - insistió - Vamos al jardín, tienes que pasar las prácticas del Manejo de la Materia Aire

 Nos dirigimos juntos al jardín, ella un paso por delante de mí. Allí me situé en mi circulo de meditación y en piernas cruzadas recité para llamar al viento, caeli venite ad mi. A lo lejos del bosque las hojas de los árboles se elevaban con la fuerza invisible de la tranquilidad del aire. Varias bifurcaciones se juntaban en mis manos, sostenía una esfera de aire contenido para ser usado. Una vez más recité otro conjuro volu actívate y, un remolino se formó en el centro de mis palmas.

A lo lejos Magna me pedía algo  más, por lo que me concentré y recité: forma turbins vasti. UN minúsculo tornado se formó entre el espacio de mis manos.

Aún más concentrado decidí controlar el viento para levantar del suelo a Magna. En mi cabeza imaginé las palabras y las dije: levabit gens Magna. una fuerza pasó por debajo de sus pies y en un chasquido de dedos, el aire empujó su cuerpo. Magna sintió un tambaleo que casi la derriba, pero se mantuvo firme. Los pies ya se habían despegado varios centímetros del suelo, y Magna se sostenía en el aire. De repente un fuerte viento azotó el equilibrio de Magna y la hizo caer a varios metros sobre el suelo. Caía sin control, pero antes de que llegara al suelo pude conjurar un último hechizo: flores et herbis ore exíbit gládius acútus, ut in lectum et vocatio. Una gran y suave cama de flores y hierbas creció de la tierra. Magna cayó justo encima y sin ningún rastro de magulladuras se levantó.

A lo lejos, entre los grandes árboles y hongos, un tornado se tragaba todo el terreno. Se dirigía hacía mi. Tomé total tranquilidad y concentración y volví a recitar: aeris et venti et auribus percipite verba mea quae iactatis turbine redigendum. Al instante el gran tornado que arrancaba la maleza de la naturaleza, se desvaneció. 

Había podido controlar el aire, pero no ocurrió nada después. Mi bata seguía del color del césped del jardín. Al anochecer mientras cenaba con Magna, un viento entró por la ventana. Me rodeó, movía mis rizos castaños, el aire recorría mi cuerpo de pies a cabeza. El viento consiguió levantar la silla y con ella me levantó. Me rodeó sin ver nada, solo podía sentir el cosquilleo de sus golpes, la bata comenzó a deslumbrar la luz de la transformación. Un blanco celestial alumbraba la sala. La bata fue destiñéndose del color verde para cubrirse del color blanco que cubría la sala. Asomaba su color blanco de luz estelar. La habitación cejaba los ojos de cualquier persona que los abriera. Al cabo de un rato la luz se desvaneció y la bata yo no destacaba por su verde hierba, sino por su blanco titanio. Un blanco tan limpio que daba miedo mancharlo. 

La Fantasía de un SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora