Capítulo 30

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El gentío de la plaza se había diluido. El escenario estaría montado sobre la plaza durante días. Como había dicho el rey, era necesario saber quién era esa bruja, y cuando lo supieran la quemarían como a la traidora. 

El rey sabía quién era la "bruja". Había contactado con ella hacía unas semanas para ayudar y arreglar el problema de su "hijo". 

-Magna, necesito que le arregles- se notaba desesperanza en sus palabras. 

-No puedo arreglar algo que no está roto- repuso Magna. 

-Está enfermo- gruñó -. Quiere ser mujer, ¿Cómo no puedes ver la enfermedad?

-La única enfermedad que puedo ver es la ignorancia- respondió -. Es seguro que quien tengo que ayudar y arreglar es a usted. 

El silencio sucumbió la alcoba del castillo en la que se habían reunido. El rey recapacitó lo dicho por la boca de Magna. Masajeaba el suave tacto de la pluma. Anotaba lo que se le venía a la cabeza en el papel del escritorio. Magna andaba de allí para allá arrepintiéndose de sus palabras al rey. "¿Cómo he sido tan tonta de dirigirme así a su majestad? Puedo llegar a ser exiliada por mis palabras". Pero sus arrepentimientos no eran del todo seguidos al pie de la letra. Había hecho bien, la ignorancia era algo que no soportaba y cuanto más se combatiera, mejor sería la persona en el futuro. 

-¿Puedes hablar con él?- preguntó el rey. 

-Por supuesto- respondió Magna -. Haré lo que pueda con su hijo - la última palabra no la sintió. No quería que se notara, pero fue inevitable. 

-Ya puede abandonar, Magna. 

-Muchas gracias, alteza. 

Magna abandonó la alcoba. Cerró la puerta tras de sí y recorrió los pasillos. Pudo salir del castillo cuando una mano sobre su hombro la paró. 

-Mi marido es un incompetente- habló la mujer -. Por lo menos ayúdame a mí a comprender los comportamientos de mi hijo. 

-En un principio, majestad. Su HIJA- remarcó Magna -. No se comporta de otra forma. Su hija ha encontrado su verdadero ser y ha tenido el valor de mostrarlo. 

-¿Y como puedo ayudarla?- su entusiasmo en las palabras mostraban ganas de aprender. La reina quería retomar la relación con su hija. 

-Tienes que dejar de servir los mandatos de tu marido- respondió Magna con prisa -. No debes anteponerte a ninguna ley, solo a su pensamiento. Pero lo más importante es mostrar apoyo a tu hija. Déjate ver mostrando compasión, mostrando orgullo y apoyo. Eso la ayudará. 

-Gracias, Magna- concluyó la reina -. ¿Podríamos vernos otra vez?

-Haré que tu hija venga a mí. En ese entonces nos volveremos a ver. 

Magna abrió las puertas del castillo y se desvaneció en el gentío del pueblo. 


Magna había vuelto a la cabaña en el bosque tras la ejecución pública. Yo corría por los bosques con mis manos sobre la cara. Las lágrimas corrían por todo el pasto de mi cara. Grandes gotas caían sobre las plantas de los alrededores. Mi llanto era un río, pero tuvo que cesar cuando estuviese delante de la puerta de Magna. No le gustaba que llorara y quería complacerla como pudiera. 

La puerta se abrió sin yo intentar abrirla. Nadie esperaba tras ella, pero a lo lejos una voz me habló. 

-Acércate aquí, hija. 

Magna estaba en el salón. Una lágrima se posaba sobre su mejilla. 

-¿Estás llorando?- no supe que más decir. La pregunta hizo que se exaltara. 

-¡NO!- negó limpiándose la lágrima al momento. 

-¿Ocurre algo?- evité seguir con el tema. 

-Lo siento- dijo -. He hecho volar las cenizas de tu amiga en frente de miles de personas. 

-No tienes que disculparte, a Trace seguro que le hubiera gustado. Siempre quería acaparar el centro de atención- dije con memorias melancólicas pasando por mi mente. 

Magna rio suave y dolorida. 

-Toma- recogió un colgante de la mesilla a su lado -. Llévala contigo siempre. 

-No puedo hacerlo- negaba con la cabeza. 

-Si puedes- afirmó Magna -. No ha sido tu culpa - volvió a leer mis pensamientos. 

Magna se levantó de la silla. No esperaba su reacción. Me agarró de las manos y colocó el colgante con una forma de llamita. Podría ser una broma ¿Por qué regalarme una llama? ¿Iría con segundas?

-Es una llama por el color rojo de su pelo- se pasaba el día leyendo mis pensamientos -. No quiero hacerte daño. 

No sabía lo que hacer, pero había otra opción que aceptar el colgante. Tras cerrar mis manos en un puño, me abrazó. Pude sentir su dolor y pena. No tenía claro si la pena iba dirigida hacia mi o era culpa de la muerte de mi amiga, pero sentía pena. Cuando fue a separarme pude reconocer su voz en mi cabeza. Haz que te haga fuerte, nunca te debilites por una culpa que no es tuya. Podrá dolerte como romperte mil huesos, pero no hagas que ese dolor gane. Vence tu terror tu angustia y vive por ella, pero, sobre todo, vive por ti. Pude ver como se apartaba de mi, pero su voz seguía escuchándose en mi cabeza como si estuviera a mi lado. Póntela sobre tu corazón, te prometo que la llevarás por siempre.

Se alejó del todo y desapareció en el pasillo de la casa. Me dejó sola en el salón así que también abandoné la estancia.

Me encontraba sobre el tronco de un árbol. En la mano sostenía de la misma manera el colgante. Estaba paralizada como para abrir el puño, pero lo conseguí y lo vi. Ese colgante rojo como las llamas, rojo como el pelo de Trace. El contorno de llamas estaba bañado en oro, estaba conjuntada a una cadena de metal color plata. En el centro un puntito negro grisáceo. Era un punto con cavidad vultuosa, como si fuera un pequeño compartimento. Era inservible, pues no se podía abrir. Pero fue tocar con el pulgar las llamas y recordé las palabras de Magna: la llevarás por siempre. 

La pequeña cavidad sostenía las cenizas de Trace.

Me lo puse sobre el cuello. Pasé mi pelo (ya más largo) para adelante y me lo abroché. Coloqué la llamita sobre el pecho y sentí a mi amiga. Pude reconocer los recuerdos, nuestros momentos. Pude reconocerla. La llevaría por siempre en mi.    

La Fantasía de un SoñadorWhere stories live. Discover now