Capítulo 1

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Bienvenidos a Pifel -, ponía escrito en el cartel. Yo en mi coche en un viaje hacía la esperanza de un descanso tras el trote. Entrando por una pequeña carretera al lado del campo. Carretera de arena y piedras que se notaban al pisar, árboles de enorme altura, la luz del sol reluciente en el capó del coche y el olor de la lavanda crecida en el camino. A lo lejos asomaba el tejado de mi pequeña cabaña. Rodeándola un muro de piedra desgastada por los años y verde por el musgo que la cubría. A la entrada una enorme puerta negra de estilo gótico. Hacia la casa otro pequeño terreno de arena con macetas a los lados, en estas crecían rosales de todos los colores. En la puerta un picaporte con cabeza de león. Nada más entrar impresionaban los altos techos, y en el recibidor un enorme candelabro tipo araña colgaba en el centro.

Con mi presencia la casa se hacía más amena y le daba un toque mágico. Pequeños puntos de luz se observaban en los muebles. Parecían pequeños rastros de polvo de hada, "pero si las hadas no existen" me dije. Aunque me lo replantee cuando a lo lejos como si de una mosca se debiera se acercaba a mí. Esta, tanto se acercó que pude oír una pequeña queja, se había chocado con mi pecho y ahora estaba recomponiéndose del golpe. Al ver que no era una mosca, sino que se notaba una extraña forma, tuve la reacción de apartarme, pero sin victoria el pequeño ser se acercó a mi oído.

- No te preocupes no soy malo - dijo con su casi inaudible y dulce voz.

La voz corrió por mis oídos hasta paralizar los impulsos del cerebro a mis músculos. Inmóvil observaba revolotear a tal extraño ser. Hipnotizado por sus movimientos mágicos y a la vez sensuales, luchaba contra mi ser para articular palabra. Al instante un chasquido retumbó en el interior de mis oídos. El martillo, yunque y estribo transmitieron el sonido hasta el tímpano, lo que me provocó un mareo que hizo que cayera al suelo.

Abriendo los ojos, desconcertado del lugar en el que me encontraba, sostenía las sábanas por debajo de mis manos. Estaba tumbado sobre una cama de estilo victoriano. En frente en una mecedora había una anciana observando.

- ¿Qué tal has dormido cariño? - dijo con suavidad.

- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? - respondí alterado por la situación.

- Tranquilo preciosos, te has dado un golpe - se incorporó en la silla -. Soy Magna, la dueña de la casa y estás en tu habitación. Encantado de conocerte.

Dubitativo por la suavidad de su palabras pero la cortante mirada de sus ojos, no tuve más remedio que presentarme de forma que no sospechara mi incomodidad.

- Hola soy Nitte, Nitte Woolevar - con nerviosismo continué hablando -. Siento mi exaltación, pero lo único que recuerdo es llegar a la casa y ser atacado por un tipo de mosca de gran tamaño - noté en los ojos de la anciana que había descubierto mi incomodidad.

- No, no te ha atacado una mosca gorda, he sido yo. Te ataqué creyendo que entrabas a robar.

Noté la mentira.

- Ohm mis más solemnes disculpas, debí llamas antes de entrar - mi forma de hablar había cambiado por el nerviosismo. Debía fingir modales para no volver a ser "atacado".

- No te preocupes, yo no he salido malparado - rio la anciana.

En parte aterrorizado por la presencia de la vieja, tuve que reír con ella. Los años de interpretación debían de servir para algo.

- ¿Tienes hambre? - sin darme tiempo a decirle que no, continuó hablando -. Venga vamos a comer algo - se estaba levantando de la mecedora.

Cogiendo la garrota a su vera, y con el empujón de la mano contra el reposa brazos de la silla, logró levantarse. Yo al contrario parecía estar consumido por las sábanas, me era imposible mover un músculo, notaba una fuerza que impedía el movimiento. Al abandonar la anciana la habitación, la fuerza se desvaneció. No entendí nada. Me encontraba en una situación surrealista, donde mi cuerpo no funcionaba con los impulsos de la mente.

Ya pudiendo incorporarme, me levanté y toqué el suelo con los pies. El frío me subió por el cuerpo. Los pelos de las piernas se me erizaron del contraste. Caminé por la habitación en busca de algo que me quitara la idea de que la anciana de la casa no se tratara de una psicópata asesina. NO conseguí cerciorarme de ello, pero tuve confianza en mi instinto y dejé pasar mis pensamientos intrusivos. Un largo pasillo en el que ni casi se podía ver su final se mostraba ante mis ojos. En las paredes retratos que seguían con sus ojos a lo largo del trayecto. Alrededor de estos, plantas que colgaban de sus macetas en el techo. Destacaba algo a lo lejos. Una puerta cerrada con candado permanecía al final del pasillo y un cartel en el que alertaba del peligro de la sala y la eminentemente prohibición a la misma. Una gran advertencia y una señal que pondría una asesina para evitar que descubran su alijo de cuerpos y vísceras de sus víctimas.

La Fantasía de un SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora