Capítulo 18

43 8 0
                                    

La pubertad rápidamente se apiadó de la figura de Halia. A ser una bebé regordeta que emanaba alegría, a ser una adolescente pasota y rebelde.

De lujo inmensurable, los cabellos le crecían de oro, los ojos desprendían la luz del sol cuando fijaba su azulado iris a la mirada de otros. En Arcadía estaban encantados con su presencia. Tenían la esperanza de un buen reinado, pues el de Fillo había decaído, estaba en su peor momento. Nunca dejaron de tener riquezas, pero la adicción de Fillo al alcohol había traído preocupación en la ciudad. Se preocupaban por su salud y querían un rey que pudiera estar cuerdo en los momentos que necesitaran su ayuda.

La cordura era algo que manejaba Halia. Ese algo la podía llevar a empoderar a toda una ciudad, pero hasta la retirada de su padre del trono, eso no podría ocurrir.

Halia creció a una temprana edad. Creció en la forma en la que la mente te transporta a sus momentos de paz, a los momentos de madurez, y todo provocado por la inexistencia de una figura maternal.

-No se necesita una madre para ser feliz, Halia- siempre le decía Fillo.

Pero Halia no pensaba así, necesitaba otra figura más para comprender porque la única figura que la estaba cuidando la estaba dejando de lado. Ella no sabía que tenía otro padre, pero sentía algo en el corazón que le decía que la figura de un ser querido la mantenía al resguardo y con seguridad, la mantenía cuidada. Sentía su presencia constante. En las cortinas de su habitación divisaba la figura reluciente de un hombre en el constraste con la luz de la luna. A lo lejos en las nubes podía verlo descansar, pero no entendía quien era. Tenía la sensación de que lo conocía de siempre aun sabiendo que nunca lo había visto.

Tener la necesidad de conocerlo, hizo crecer la necesidad de investigar, cuestionar a su padre en sus peores momentos con el alcohol, donde casi ni podía moverse. Se aprovechaba de él.

-Papá, ¿Puedo preguntarte algo?- dijo Halia.

-Claro, hija- se le podía oler el aliento a ron desde la distancia de dos reinos.

-¿Quién es el hombre que nos observa desde las nubes?- impuso Halia.

-Tienes mala cara, hija- acercó la mano a las mejillas de Halia y la acarició con su piel tersa su cara suave -. Duermes muy poco. Deberías dormir más.

Fillo evitaba cada vez más aquella pregunta. Día y noche Halia se lo preguntaba, pero los labios de Fillo surcaban con constancia las mismas palabras:

-Te veo muy cansada- siempre iba acompañado de la caricia de la mano temblorosa de Fillo en la mejilla derecha de Halia.

Halia estaba convencida de que esa figura si existía, y así era. Pollithios todas las noches desde su Olimpo vigilaba los movimientos de su hija. La veía dibujar las líneas de sus pies paseando por los pasillos del castillo, la veía leer los libros de la enorme biblioteca, y la observaba dormir en sus aposentos.

Al tiempo que veía a su hija, observaba los movimientos de Fillo. Siendo pocos estos, lo observaba pasear por el castillo con la botella de alcohol en mano, lo veía consultar con sus secretarios; y como había hecho desde que le conocía, lo veía dormir. Apreciaba su aspecto, sus movimientos y sus sueños.


Halia preparaba los inicios del comienzo del verano. Abría ventanas y ventilaba las alcobas. Y vestía su túnica dorada, la cual le había comprado su padre en el mercado de la ciudad. Era una túnica de bordado blanco y tela pura. Era fresca, como ella quería.

La brisa de la cercana playa entraba por las ventanas de cada casa. Los niños corrían y jugaban a la luz del sol. Los adultos trabajaban duro en los campos con la recogida de maíz, sorgo y arroz.

La Fantasía de un SoñadorWhere stories live. Discover now