Capítulo 32

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Llamaron a la puerta. Llevábamos esperando media hora a que llegara. Magna abrió la puerta y ahí estaba ella, sobre el recibidor. Esa mujer llena de lujos de castillo. Estaba cubierta por un poncho, cubierta por la sensación de vergüenza. Estaba empapada por la tristeza y la pena, con la cabeza entre los hombros y acurrucada hacia delante. Le dio la mano a Magna. 

-Pase- dijo Magna ofreciendo la entrada a su morada. 

Tan acostumbrada a las normas del castillo, me encontraba arrodillada ante la reina. Pude ver sus zapatos azul celeste antes de que levantara con sus suaves manos mi barbilla. Por el camino vi el poncho de la entrada, ahora entre abierto mostrando las lujosas joyas de oro macizo. Lo siguiente que vi fue su rostro, sonrisa en boca y ojos asombrados. En mi limbo de realidad pude observar el movimiento de su boca dirigirse a mi. 

-Hola- suave comienzo para alguien avergonzado. 

-Hola- contesté. 

-Estas precios...- estuvo un segundo para pensar lo que decir -. Preciosa. 

-Gracias- me ruboricé. No sabía cómo comportarme ante tal alegría. 

La oscuridad que había construido entre nuestra relación se iba abriendo. Se estaba descifrando el pin de la compuerta que sostenía toda la luz, la aceptación y la confianza en otros. 

-¿Queréis un café un té...?- intervino Magna al verme parada. 

-Un ca...- nos interrumpimos a la vez. 

La dejé contestar a ella. 

-Un café- respondió cogiendo más confianza a mi lado. 

-Yo otro, con...

-Mucha azúcar- intervino mi madre. 

En todo este tiempo seguía recordando como les pedía el café a los sirvientes. ¿Seguiría recordando las memorias que teníamos juntas? 

Ella pudo notar mi alegría, a lo que yo note sus músculos más relajados en una postura de calma. 


-Ya está servido- dijo Magna desde la mesa del salón. 

-Que agradable es tu salón- elogió la reina. 

-Nada que ver con el lujo de tu castillo, mamá- mi madre sonrió cuando pronuncie la palabra. Me había salido solo.  

-El castillo es excesivo y la decoración la elegí yo. 

-Me lo esperaba- dijo Magna. Las dos nos miramos y el salón se fundió en las risas. 

Era un momento muy agradable. La vergüenza ya era casi inexistente, y los recuerdos buenos con mi madre eran lo que asomaban el hocico. 

-¿Cómo os va en el camino de la vida?- preguntó mi madre -. Ya puedo ver que os lleváis estupendamente. 

-Si tu supieras...- reímos. 

-Que trasto eres hija- sentí sus palabras más sinceras. Sus ganas de llamarme hija, de tratarme como soy. 

-¿Yo? - las hice un gesto de incomprensión -. Si anda. Magna es el trasto, es un culo inquieto. 

-¡Escarcha, respeta a tus mayores!- me regañó, pero por lo bajo se la podía oír reír a Magna. 

-Es verdad- me quejé - ¿Por qué iba a mentir?

-Aunque sea verdad. Debes respetar. 

Esa palabra que había remarcado: respetar. Ella me iba hablar de respeto. No podía soportar que esa palabra saliera de su boca, de una persona que en su momento no la cumplió. 

-¿Cómo hiciste tú, no?- Respondí - ¿Me vas hablar tu del respeto, cuando dejaste que tu hija fuera expulsada de su ciudad? - recompuse mi rabia y las lágrimas que estaba a punto de sacar - ¿Eres consciente? - fingí dejarla responder, hacerla creer que quería su respuesta -. Claro que no lo eres. Tu miedo irracional a tu marido es más fuerte que tu vínculo conmigo y preferiste dejar hacer lo que le pareciese con tal de tu salvarte el culo. 

Los ojos de mi madre se habían abierto como compuertas, expectantes a mis palabras. 

-¿No te das vergüenza?- sin dejar responder a mi madre, continué -. Claro que no. te has presentado aquí - tragué saliva -. Ilusa de mí creer que estabas cambiando. 

Pudo ser  una reacción muy seca y sin ningún sentido, no puedo negarlo, pero no me avergüenzo. Todo lo que dije lo dije de verdad. Lo dije con rabia y dolor. ¿Se lo merecía? No creo que nadie merezca odio, pero al estar cansada de recibirlo día a día, llega el día en que una explota.

-Y sé que has venido en son de paz, pero presentarte y hablarme de respeto es algo que espero no vuelas hacer nunca- me levanté de la silla y salí de la cabaña.

Las dejé hablar entre ellas, sin entorpecer en sus asuntos. Así no sería la irrespetuosa de la mesa. 

Tras un tiempo de relajación volví a la cabaña. Mi madre seguía allí, me había esperado para despedirse. Iba a pedirme disculpas, pero sin darse cuenta abrió una herida que no era de su trato. 

Con los ojos observando mi colgante, que ahora relucía en su color rojo, mi madre habló:

-Deberías tener cuidado con el colgante, parece que está ardiendo. 

Magna captando las palabras desde lejos, pudo ver como reaccionaría. Me pidió que no lo hiciera desde la lejanía, pero yo no tenía pelos en la lengua. Entiendo que ella no supiera sobre el colgante ni lo que albergaba. Y aquí antes de deciros lo que dije, me disculpo de mi reacción. Ella solo quería ayudarme y yo la exploté como bomba atómica.

Sí, arde como ardió la que está dentro- se quedó confusa -. Ardió acusada como traidora - vi que sacaba sus conclusiones - ¿Ahora te acuerdas mejor? - todavía no quería parar de atacar -. Fue uno de los entretenimientos de tu marido. 

Su cara fue un cambio brusco: de buscar la persona a encontrarla, entender mi dolor y mi rotura en las palabras. 

-Eh...- no pudo articular perdón. 

-¿Te ha comido la lengua el gato?

-No- respondió -. Entiendo tu dolor, pero quería decirte que era muy bonito. No quería en ningún momento hacerte daño.

-El daño ya se hizo. No puedes volver de la noche a la mañana y pedir que te perdone-tragué saliva-. Tus "lo siento" para mi son un ataque - pude ver el dolor en sus ojos -. Y sabiendo que mis palabras te hacen daño, yo pido disculpas, pero necesito tiempo para entender tus intenciones. La confianza que había antes ya no está. 

-Me duele escuchar todo esto, pero cuando estés preparada intentaré llegar a tus expectativas- terminó la conversación -. Dejaré a tu padre, ¿Eso mostraría algo de confianza? 

-No quiero que destroces tu vida por mi. Quiero que le pongas cara. Es entonces cuando podré confiar en ti. 

No volvió a hablar. Recogió el poncho y dejó la cabaña. Dio una vuelta de hombro y siguió caminando hasta perderse en la oscuridad de las sombras de los árboles.

-Deberías ir a descansar, esta noche debo enseñarte algo y necesito que estés relajada y descansada- dijo Magna abrazándome.    



La Fantasía de un SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora