Capítulo 27

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El apoyo de alguien te puede salvar la vida. 

He dicho anteriormente que las fases deben superarse en solitario, pero no hubiera tenido el valor de cantar, si no hubiera sido por su apoyo. A veces el apoyo es necesario, pero hay que saber encontrarlo y controlarlo. 

El control, algo que me falló a mí. Se te llevaron sin que yo me impusiera y del descontrol yo te dejé marchar. Deshonré no solo a mi familia sino a la tuya también. 


Toda la semana tras mi expresionismo con la madre de Trace fue pasa en su casa. Iba todos los días vestida con algún ropaje que le robaba a mi madre. La madre de Trace me quería regalar parte de su armario que no utilizaba. "No me pongo nada de esto, nunca salgo de casa. Llévatelos tú, lo usarás más que yo", me decía siempre. Yo nunca acepté ninguna prenda. Ella se las había ganado, no quería tener ninguna deuda con ella. Y lo peor es que ahora tengo una. Llevo manchadas las manos con la sangre de su hija. Llevo su destierro tatuado en mi piel. 

Aun no entiendo el día que decidí cantar. Destrocé una familia sin remordimientos y yo me quedé tranquila. ¿Sufría lo suficiente? Nunca. Nunca se sufre lo suficiente. La vida da golpes y tú los devuelves pensando avanzar, pero siempre gana ella. 

Fue ese día en el cual recibí el golpe que me partió para siempre. 

El sol del alba entraba por la ventana atacando directamente a mis ojos. El día anterior había estado en casa de Trace hasta las tantas. Habíamos estado haciendo un pase de modelos con los vestidos de su madre. Trace había pedido a su madre que nos maquillara para la ocasión y que estuvieran esperándonos en la sala de estar. 

-Va a ser magnífico- dijo Trace. 

-Normal. Con este par te mujerones todo es magnífico- dijo la madre sonriéndonos. 

Fu una pasarela sencilla. El armario de su madre no era muy voluminoso ni lujoso. Su familia tenía dinero para vivir, no para derrochar en caprichos innecesarios. Pero eso era lo que les hacía tan puros, no valoraban el dinero sino a la persona. Yo quería que mis padres hicieran eso, pero eran los reyes y les importaba más la riqueza que el valor de las personas. 

Pasamos con distintos vestidos por la sala de estar. La madre y el padre de Trace nos aplaudían. Les encantaba vernos felices. 

-Vamos, Escarcha enseña como se hace- gritó la madre -. Mi hija es un pato para esto, se nota que has nacido para brillar. 

"Brillar". La palabra resonó en mi cabeza. Esa parte mi solo la conocía Trace y mi familia, pero era el momento de enseñar de lo que era capaz. En la vuelta de mi pasada me concentré, puse la mente en blanco y me di cuenta de que pasaba algo cuando escuché el asombro de los padres. 

Tenía los ojos cerrados de la concentración, pero al abrirlos vi las miradas de los tres. Me miraban con asombro y fascinación. 

-La profecía es verdad- dijo el padre -. Eres preciosa Escarcha, eres nuestro futuro - sus padres se arrodillaron ante mí. 

-No por favor, no hagáis eso- les suplique que lo dejaran estar como antes. Me sentía incomoda. La comodidad con esa familia constaba, primordialmente, de su trato como igual.

Pararon al instante. Comprendieron mi incomodidad y la forma en que lo había dicho se podía notar el desgarro en mis palabras. 

Por el resto de la tarde montamos algunos muebles de la casa y nos pusimos a jugar a juegos de mesa. Al volver no me quité el maquillaje, el vestido de mi madre lo llevaba puesto y los zapatos que me había dejado la madre de Trace se quedarían puestos. 

Esta vez no iba a ir por los pasillos de las catacumbas. Esta vez me enfrentaría a mis miedos por duro que fuera la reacción de mis padres. 

Estaba muy nerviosa, pero Trace y su familia me calmaron. Comprendieron lo que quería hacer y me animaron. Me dieron un abrazo y me ofrecieron su casa por si salía mal.

Estaba a ras de las puertas del castillo. Los golems de hielo vigilaban cualquier movimiento. Me miraban fijamente. No era mirada de confusión, sabían quién era, pero estaban esperando a que yo me acercara parar así dejarme entrar. Cuando me acerqué abrieron las puertas. Al pasar por el centro los sirvientes, carteros y escribas de la corte se me quedaron mirando. Ninguno dijo nada, pero tampoco me miraron de buena manera. Solo hubo dos personas que me sonrieron con orgullo. Esa fase de niño pequeño no iba con ellos. Ya sabían como iba a ser y me apoyaban. Lo sabía por su mirada. 

Los ojos se posaron sobre el balcón. Esperando y mirándome estaba mi padre. Mi madre apareció al compás de mis pasos y se quedó observando. No eran ojos de orgullo. Eran ojos de asco,, miradas de desprecio, de deshonra. No articularon palabra solo se dedicaron a mirar y mirar sin poder hablar. Yo rompí el hielo. 

-Hola papá, hola mamá- las palabras sonaron raras en mi boca. Sabían diferentes y eso podría verse condicionado por sus posiciones, sus gestos. 

No contestaban. El silencio abundaba excepto por los agentes de la corte que comentaban sobre mí. Unos me insultaban y me degradaban, pero otros me animaban. Pude escuchar un susurro de los que me apoyaban. 

-Vamos cariño, tu puedes. Se que cuesta, pero no puedes vivir encerrada en lo que no eres- otra vez el trato en femenino me animó. No conocía a esa mujer, pero sabía que podía contar con ella. 

Cogí el valor suficiente. 

-Hola papá y mamá. Vosotros me conocéis como Etar, pero me llamo Escarcha- sentí el alivio. Ya no estaba encerrada. 

-Etar, quítate eso ahora mismo- dijo mi padre -. Eres un hombre y los hombres no se maquillan ni llevan vestidos ni tacones...

-Soy Escarcha- corté su discurso de retrógrado troglodita. 

-Cariño, quítate esas ropas y sube aquí. Estamos dando un espectáculo- dijo mi madre. Sus ojos no me miraban con asco, tenían miedo. No me tenía miedo, le tenía pánico a mi padre. 

-El espectáculo lo estáis montando vosotros- respondí -. Ya no soy vuestro querido hijo. No puedo fingir querer ser algo que me mata.

-¿Estás tonto?- insultó mi padre - ¿Acaso no te hemos educado bien? ¿No te hemos enseñado modales?

-Mis sentimientos no se pueden educar- respondí -. No tengo culpa de sentirme como una mujer. 

-Tienes toda la culpa- sus palabras me destrozaron -. No tienes respeto a tu familia. La estas deshonrando con tus juegos de adolescente incomprendido que quiere llamar la atención, vistiendo y diciendo tales majaderías. 

-No puedo controlar lo que soy- sollocé. 

-Los hombres no lloran. Afronta tu vida solo, quedas desterrado del castillo- se giró a los agentes -. Y quien apoye a mi hijo en cualquier aspecto de su vida, será ejecutado públicamente. 

-No puedes hacerle esto a ellos. No han hecho nada- hablé con las lágrimas en los ojos. 

-¡Guarias! Lleváoslo- gritó. 

Los golems me agarraron del brazo. Y mientras me echaban no por obligación, sino por mandato, escuché a mi madre. 

-Vuelve cuando seas normal.

¿Y qué es normal? La imagen que tenía de mi madre fue errónea, el apoyo que pensaba que recibiría era falso. Era una construcción de mi mente. Era como la rosa, pero más dolorosa. Era una tortura de pinchos que se clavaba poco a poco en mis muslos, mi cráneo, mis ojos y mi torso. Me desangraba a chorros. Y en todo el charco, se quedaba la pregunta: ¿Qué es la normalidad para mi familia?

Había salido muy mal, pero sabía que tenía apoyo. Tenía a Trace, a su madre y a su padre.

Corrí por la ciudad. Las noticias habían volado a la velocidad de la luz. Todo el pueblo conocía mi secreto, pero me daba igual, ¿Para qué ocultar como soy?

Piqué a la puerta. Ellos ya sabían que había pasado y nada más abrir me lancé a sus brazos. Busqué el apoyo entre los dedos que acariciaban mi espalda. Busqué el reconocimiento de una familia en los brazos de otros. Busqué la esperanza de ser querida. Devolví el alma al cuerpo con su apoyo, su soporte. 

¿Lo encontré? Mientras duró.  

La Fantasía de un SoñadorOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz