Capítulo 5

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Al haber estudiado durante días el libro, tenía la teoría canalizada pero faltaba la práctica. Me vestí con mi bata de principiantes y bajé hacia el jardín. Mientras tanto Magna rebuscaba entre las estanterías del salón. 

Yo en el jardín recordaba la teoría e intentaba transmitirla a mis venas. Pulsiones de magia recorrían las paredes de mi organismo, el cosquilleo producido me hacía reír. A cada pensamiento los impulsos aumentaban, sentía el movimiento de mis órganos. El agua que corría por mi cuerpo se movía sin descanso. Pasando por el hombro la sensación aumentó, continuó por los antebrazos y acabó en la palma de mis manos. Las gotas de agua que caían al suelo salían de los poros de mi piel. Recitando la teoría en mis pensamientos, llegó el momento en el que un chorro de agua traspasó las barreras de la piel y con la presión de una fuente, se disparó a las plantas del jardín. Me sentí como una manguera de bombero, pero la emoción de ver el agua recorrer mis manos a mi mandato era más fuerte. 

Concentrado imaginaba formas a las que el agua obedecía. Su apariencia se convertía en lo que yo imaginaba al momento. Grandes olas de agua salían de mis dedos. Con esto puedo llegar a inundar un pueblo, pensé. Al imaginar una inundación el agua tomaba la forma de un torbellino que llegaba a superar la gran altura de las secuoyas que nos sumían en la penumbra del bosque. Tuve que cortar el pensamiento y el agua de forma serena se introdujo de nuevo en mis poros. 

Magna observaba con una sonrisa de oreja a oreja. Efusiva se acercó y me propinó un fuerte abrazo. Nunca me había sentido tan bien en un abrazo, notaba cariño, calor y sobre todo orgullo. Notaba que alguien me quería de verdad, como lo había hecho mi madre. 

- Ahora cariño, debes controlar el agua de los interiores - me susurró al oído. 

- Eso haré - respondí. 

Apartando el abrazo me coloqué de cuclillas tocando con mis manos la suave hierba crecida en la pradera. Mis pensamientos abarcaban fuerza, esperanza (un sentimiento que hacía mucho se había perdido, pero estaba volviendo) y energía. 

Sentí una sutil vibración del suelo. Recitando las palabras expuestas en el libro, hice que un pequeño cráter se abriera. Un chorro salió con gran fuerza y al igual que antes las imágenes plasmadas en mi cerebro se imprimían en el agua. El agua se movía hipnotizando la mirada, como si de una bailarina de ballet se tratara. Se dividía, se juntaba, la manejaba a mi antojo. Estaba asombrado de la majestuosidad de sus movimientos y formas. Magna me propuso que la devolviera a la tierra. Pronunciando de nuevo las palabras que debía, devolví el agua a su cráter, pero al no saber controlar la tierra, Magna tuvo que cerrar el cráter. 

- Espérame aquí chico - dijo Magna con una sonrisa de emoción. 

Magna abandonó el prado para introducirse al hongo. Al salir llevaba una bata de color azul claro. Al cruzar su mirada pude observar unos ojos rojos llorosos y mojados por las lágrimas. Una emoción que me llevó a mi a emocionarme. Me ofreció la bata, la cogí y me la puse desechando la de principiante. El color azul se emparejaba con el color de mis ojos. La bata ceñía el largo de mi cuerpo y el bajo de la misma superaba un poco mi altura. Tocaba a ras del césped cubriendo mis zapatillas.  No era un error del tallaje, sino los magos deben esconder sus trucos tras su gran bata.

De todo el trote durante el día me encontraba cansado para continuar con la siguiente parte de mis estudios, por lo que lo dejé para el día siguiente y me dormí. 


Al día siguiente estuve todo el tiempo memorizando la segunda parte de manipulación de la materia. La segunda parte me enseñaría a manejar la tierra, y con ello todo lo que la rodea como las flores, los árboles, las plantas y el mismísimo suelo terrenal. Al ser un poco más complicado el vocabulario y los hechizos, la teoría la tenía memorizada al tercer día. 

Al cuarto día me puse mi bata azul y bajé al jardín. Los pájaros graznaban, el viento se escuchaba pasar y el sol reflejaba en las hojas de las plantas. Me situaba sentado de piernas cruzadas en el centro del prado. Recapitulaba cada palabra aprendida, cada frase memorizada y cada movimiento explicado. De manos a pies sentía la vibración de días anteriores. En la mente la tierra se movía y en la realidad copiaba sus movimientos. Las plantas se movían al compás del movimiento de mis manos, si estas se dirigían a la derecha, las hojas se movían a su lado. Las hojas se movían con la dirección que cogieran mis manos.

Al saber que podía completar la primera parte, empecé a elaborar la siguiente. En mi mente imaginé que se abría un hueco en la tierra, pero nada ocurrió. El suelo se resistía a mis dotes mágicos, le recitaba las palabras con máxima concentración, pantetibus terre, pero no había respuesta alguna. Al cabo de unos minutos que parecieron horas, el suelo comenzó a vibrar de forma brusca, pero sin alteraciones.

Delante de mí se abrió un pequeño agujero. De él salieron grandes bolas de tierra dirigiéndose hacia mí. Amenazaban con caer sobre mí cabeza, pero logré coger el control y manejé aquellos enormes trozos de piedra. 

Prope terre, recité en mi cabeza. El gran cráter se cerró  y con ello las bolas de piedra se convirtieron en tierra rompiéndose en pedazos creando una lluvia de arena. 

La lluvia de arena tomó la forma de una humareda polvorienta y rodeándome, consiguió levantarme. Flotando en la humareda, empecé a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. Una luz asomaba del filo de mi bata. De repente la pequeña tormenta desapareció dejándome caer al suelo. Al levantarme del suelo me quité y sacudí la bata, al momento de hacerlo, esta había cambiado de color. El verde de la hierba se imprimía en la tela de mi bata. 

Al completar los hechizos y en la humareda de arena, el color se había intercambiado por arte de magia.

Con orgullo y alegría acaricie la bata. 

Durante el proceso Magna observaba la transformación de la bata. Con su sonrisa de dientes blancos aplaudía sin control, con una emoción enorme. Al verla tan feliz y orgullosa de mí, le devolví la sonrisa y en un susurro inaudible dije:

- Magna, gracias a ti he conseguido encontrarle sentido a la vida. Gracias a tu paciencia confío en mí y gracias a ti he aprendido el mundo mágico. 

La emoción mojó mi lagrimal, la lágrima fue pasando por mi mejilla y llegando al final de mi barbilla cayó. Al tocar el suelo, un pequeño brillo se reflejó y al día siguiente en el mismo lugar había crecido una rosa de múltiples colores. Crecían pétalos azules que se mimetizaban con el morado, los verdes del tallo que se mezclaban con los amarillos de los pétalos y pétalos rojos complementándose con los naranjas.      


La Fantasía de un SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora