Capítulo 8

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Nos remontamos a los momentos en los que el mundo Pifel como tal era inexistente. Campos, montañas, praderas y hasta islas, asomaban su poderoso color natural. En las montañas la nieve abundaba; en las praderas y campos el césped sobrepasaba la altura de las cinturas de las tres únicas personas que habitaban la tierra; y en las islas, la arena destacaba por su color marrón rojizo y el gran mar que se extendía hacia el horizonte sin fin.

Entre la única familia, un padre y su mujer cuidaban a su único hijo. Un adolescente que rondaba los quince años, ojos marrones con el tono de miel visto a la luz del sol; no muy alto, pero tampoco bajo. De estatura mediana, para poder llegar a las ramas de los árboles y arrancar la fruta que crecía en ellos. Destacaban dos mechones rubios platino con el contraste de su pelo castaño. Tenía una nariz chata y labios pequeños. 

Se encontraba en soledad, hozando el trigo crecido durante la temporada. Su padre había caído enfermo y debía ocuparse de las tierras mientras su madre cuidaba de él.  

A lo lejos se oyó la voz de la madre. 

- Fillo ven a comer 

- Ya voy mamá - contestó. 

No tardó ni un minuto en llegar. Puso la mesa del comedor y, madre e hijo se sentaron a comer. 

- ¿Cómo se encuentra papá? - preguntó en tono triste. 

- Se está recuperando - contestó la madre. 

En sus ojos se notaba la mentira. El padre se encontraba peor, el dolor se extendía poco a poco, día tras día. La movilidad se reducía y su salud mental empeoraba. La demencia evolucionaba para mal y los huesos se le agarrotaban. 

- Y tú mamá, ¿Cómo estás? - volvió a preguntar tras el silencio incómodo. 

- Estoy bien cariño, no te preocupes - contestó.

Otra vez la mentira invadió sus palabras. Los ojos de la mujer se abrillantaron con las lágrimas escondidas tras la sonrisa. Era una familia obstaculizada por sus problemas. Un hijo adolescente que debía vivir la felicidad, algo que no encontraba y, una madre que se preocupaba por sus dos almas pegadas al cuerpo: su hijo y su marido. 


Pasaron días y las condiciones del padre fueron finalizadas. Una muerte repentina acechó la casa tras una noche en la que madre e hijo sufrían y abrazaban con esperanza de una mejora. 

El afecto de dos almas desoladas fue brindado con la majestuosa presencia de una imagen impresa en el cielo. Un arcángel aterrizó en el borde de la casa. 

- Mis más solemnes disculpas por haberme presentado en estas condiciones, pero debo tomar su alma desprendida en el limbo - dijo sin tapujos. 

En el fondo Fillo y su madre estaban asombrados por la existencia de un ser sobrenatural. El recuerdo del padre se había desvanecido por un segundo. Lo que Fillo desconocía es que se encontraría con más de estas criaturas. 

Las lágrimas de tristeza corrían por lo pómulos de ambos. Observaban al arcángel deslizar sus alas al interior de la pequeña cabaña y rodear el cuerpo. 

- ¿Podemos verle una última vez? - preguntó Fillo en llantos. 

- Sí, pero no podrá oíros ni veros. Se encuentra entre el limbo y el cielo, atrapado entre dos mundos inexistentes para el vivo. No os responderá ni os mirará a los ojos. 

- ¡¡No me importa, quiero decirle adiós!! - sollozó la madre. 

El arcángel dio un paso atrás y dejó el cuerpo a la vista. De un chasquido hizo aparecer la imagen del padre. No era real, pero para ellos les servía. Entre sollozos la madre se despidió. Cuando llegó el turno de Fillo una voz en su cabeza le hablo: cuida de tu madre, cuida de ti y sobre todo no me olvides. Nos volveremos a ver, te lo prometo. 

Era la hora, el arcángel debía abandonar y llevar el alma a un lugar en paz donde descansar. Extendió sus enormes y blancas alas y alzó el vuelo. Se desvaneció entre las nubes, dejando entre sollozos a la familia. 

La Fantasía de un SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora