Capítulo 26

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Ahí estaba yo. Dos años atrás (ahora con catorce) había podido destrozar la construcción de la rosa. El año de mis doce a trece llegué abrir la puerta, pero ahora estaba estancada ¿Cómo podía abrirme al mundo? Sabía que Trace cualquier cosa que la dijera la valoraría, me apoyaría y si ella lo hacía lo haría su familia. Pero ¿Cómo podría abrirme a mis padres? ¿Cómo se lo tomarían? ¿Cómo reaccionaría el pueblo? Todos me tenían en un pedestal. Todos querían que fuera su próximo rey, pero yo quería ser su próxima reina. 

A los trece empecé a llevar los vestidos que cogía del armario de mi madre. Los utilizaba para ir a la casa de Trace, eran una forma de camuflaje. Con los vestidos puestos, nadie se daría cuenta de que era yo, el "descendiente". 

Siempre me abría la puerta Trace. Tenía miedo de que sus padres reaccionaran de mala manera, pero yo sabía que eso no iba a pasar. 

En su casa nos arreglábamos como la sociedad ha construido la figura de una mujer: uñas pintadas, maquillaje y pelo largo (con uso de pelucas). En el tiempo en el que Trace estuvo mala, notamos síntomas de alopecia. Se le caían mechones enteros cuando pasaba el peine de madera. Ahora su preciosa y brillante pelo rojo no estaba. Cuando pasó, corrí y pedí a mis padres que la compraran una peluca natural de su pelo. Accedieron pues pensaban que la dejaría si no tenía pelo. 

Después de hacerla esa peluca, les pedí más para hacerla cambiar de estilo. Le pedí una peluca de pelo rubio y otra de platino igual que el mío, en este caso, no iba para ella sino para mí. Todavía tenía el pelo muy corto, pero estaba en el proceso de crecer. Mientras tanto me ponía su peluca a los ojos de mis padres, mi peluca en su casa. 

Después de arreglarnos salíamos a dar un paseo por el bosque. Trace como siempre, con su cuaderno en mano. En ese momento le corría por las venas la etapa de los retratos. Y las ansias de tenerme como protagonista, como musa. Al principio no cedía, pero tuve que hacerlo al ver la desgana al pintar otras personas. 

Me encantaba como me representaba. Una mujer hecha y derecha, de pies a cabeza. Gracias a sus dibujos pude ver como quería ser. Su presencia era acompañada por la libertad de mis complejos. El día se me pasaba muy corto cuando estaba con ella, y cuando llegaba al castillo siempre me encontraba encerrada. Era una jaula en la que el pájaro no volaba. Ese pájaro siendo yo. 

Un día estaba encerrada en mi habitación y me apeteció salir al bosque con Trace. Como todos los días nuestra escapada era al mismo lugar, pero mi vestimenta era distinta. Ese día me metí en el gran vestidor de mi madre y cogí uno de sus vestidos más viejos. A ella ya le quedaba pequeño, no le daba mucha importancia así que era el perfecto para robar. Lo guardé en mi bolsa y salí del castillo por las catacumbas. Salí a una calle estrecha vacía de la ciudad. Nunca nadie recorría esas aceras. Esa calle me daba la vida, estaba al lado de la casa de Trace. En el camino ya llevaba puesto el vestido, pero para no llamar mucho la atención, llevaba puesta una cazadora con capucha que me tapaba la cara. Caminaba entre la gente con una cazadora negra que escondía un vestido azul cielo, y el contraste de los tacones de cristal, que marcaban los pasos con el sonido. 

Llegué a su puerta sin alertar ninguna sospecha ni a ninguna persona que me reconociera. Ese día no abrió Trace. La madre se quedó de piedra al verme de pie ante su puerta con un calzado un tanto extraño para hombres. Se me quedó mirando de arriba abajo, mientras intentaba descifrar quien estaba en su puerta. 

-¿Quién eres?- preguntó sin quitarme los ojos de encima - ¿Te has perdido?

-Soy Etar- susurré.

No hizo nada más que mirar. Deslizar su mirada por mi contorno, mi cazadora y posar sus ojos sobre mis pies. 

Alcé la cabeza y me mostré ante ella. Al comprobar la verdad, me dejó entrar. Se la notaba un poco extrañada, pero eso no la cambió la forma de ser. 

Trace estaba esperándome en el hall. Había llegado demasiado tarde para abrirme y estaba paralizada en la alfombra. Se mordía las uñas, con miedo a hablar. 

-Tranquila Trace, sé lo que hacéis en tu habitación- la madre sonrió a Trace -. Me pare muy especial de tu parte, que ayudes a tu amiga. 

Cuando se dirigió hacía mí en femenino pude sentir la felicidad, esa sensación de calor en el cuerpo y de caricias. Estaba concentrada en ese sentimiento cuando su madre los interrumpió. 

-¿Cómo vas a querer que te llamemos, cariño?

Yo todavía no había llegado a tal punto, no había pensado en el nombre con el que estaría cómoda. Mi verdadero nombre. Tras unos segundos de pensar, supe al momento cual sería. 

-Escarcha- me encantaba la nieve y el invierno. Es un nombre que me refleja. Mis cabellos cuadran con la escarcha que deja el invierno. 

-Es precioso- dijeron ambas. 

-Bienvenida a casa, Escarcha- sonrió la madre -. Se os ve con hambre. Os preparo algo, que esas tetas no crecen solas. 

-¡Mamá!- se quejó. 

-Era una broma hija. No te culpes porque tus pechos parezcan huesos de aceituna - era otra de las secuelas que le había salido tras la enfermedad. Tenía un desarrollo más lento que los demás. 

La madre se estaba aguantando la risa, pero cuando me miró yo no pude contenerlo más y me reí a carcajadas. Nos reíamos de Trace, mientras ella nos miraba intentando no reírse de si misma. Eran bromas que a Trace no le importaban escuchar, lo que le quedaba era reírse. Las carcajadas salieron de su boca y las tres llorábamos de la risa. 

Era felicidad lo que había en esa casa. 

Estuvimos toda la tarde juntas, la escapada al bosque se había convertido en una tarde de chicas. Mejoramos nuestros dotes de maquillaje con la ayuda de su madre y aprendimos un montón de peinados para nuestras pelucas. 

Fue uno de los mejores días de mi transición. Encontré el apoyo en alguien, lo que me alentó a querer cantarlo a los siete mares. Superar el tercer nivel de una vez. ¿Qué podía perder? Si nadie me aceptaba, tendría el apoyo de Trace y su madre. Ellas me querrían y me apoyarían.    

La Fantasía de un SoñadorМесто, где живут истории. Откройте их для себя