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Llega el viernes. Kook se ajusta la corbata ante el espejo de nuestra habitación y yo protesto desde la cama:

—Venga, va, Kook, el año pasado no fui a la Feria de Busan.

Él me observa a través del espejo con su gesto serio y responde:

—Porque tú no quisiste, pequeño..., porque tú no quisiste.

Valeeeee... Tiene razón. Él tenía un viaje a la República Checa y preferí acompañarlo.

Sigue anudándose el nudo de la corbata cuando añade:

—Cariño, ve tú a la feria y dale el gusto a tu padre. Yo estoy muy ocupado. Sabes que voy a tope de trabajo y...

—¿Por qué no delegas parte de tus tareas a alguno de los directivos?

—min..., no comiences —murmura.

—Pero vamos a ver... —protesto levantándome—. Antes delegabas una gran parte

del trabajo en ellos y podíamos estar más tiempo juntos. ¿De qué sirve el dinero si no lo podemos disfrutar?

El gesto de mi alemán se descompone, ¡faltaría más! Ya estoy diciendo algo que lo incomoda y, sin responder a lo que le he preguntado, replica:

—Mira, jimin, es mi empresa, tengo que atenderla, y no puedo perder el tiempo en ir de

fiestecita a Busan, ¡entiéndelo!

Eso me subleva. Por supuesto que Kook me anima a que vaya a la Feria de Busan, pero yo

quiero que me acompañe. Poder caminar del brazo de mi espectacular marido, pasar tiempo con él y hacerle saber a todo el mundo lo asquerosamente feliz que soy. Si voy solo, comenzarán las habladurías, y no me apetece que le pongan la cabeza como un bombo a mi padre.

Pero ya me ha quedado claro que Kook no está por la labor y, como no quiero discutir con él, cuando comienza a sonar en nuestro equipo de música la canción Angel de troye, miro a mi pollito, me levanto, me planto ante él y digo:

—Vamos. Baila conmigo.

Kook me mira, sigue con el ceño arrugado y protesta.

—min tengo prisa.

No desisto y, mientras mentalmente tarareo insisto:

—Vamos, Iceman, baila conmigo.

Pero nada, ¡ni Iceman ni leches! Al parecer, hoy no es el día, y Kook vuelve a fulminarme

mientras protesta:

—min. Te he dicho que tengo prisa y no estoy para tonterías.

Oír eso me molesta. ¿Por qué es incapaz de vermi detalle? ¿Por qué no se muere por bailar

conmigo?

—Pues vale —murmuro sentándome de nuevo en la cama—. Tú te lo pierdes.

Durante unos segundos permanecemos los dos callados mientras contemplo cómo mi amor se pone la chaqueta. Dios, qué increíble está vestido con traje.

Al ver que me observa a través del cristal para comprobar si estoy enfadado por el desplante que acaba de hacerme con el bailecito, digo dispuesto a seguir con el tema de Busan:

—Oye, Kook, yo te acompaño todos los años sí o sí a la Oktoberfest y...

—min, ¡no es lo mismo!

Oírlo decir eso me hace reír, pero de maldad, y achinando los ojos siseo:

—¿Cómo que no es lo mismo?

juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now