9

1.9K 206 6
                                    


El martes, cuando Mel y Tae dejaron a Sami en el colegio, el gesto del abogado era serio. Mel, que sabía por qué, exclamó antes de montarse de nuevo en el coche:
—Basta ya, por Dios, Tae, que sólo voy a una entrevista en...
—Me hierve la sangre que lo hagas.
—Tae, accedí a casarme contigo... —dijo Mel sonriendo.
—Sí —siseó el abogado—, pero no me diste fecha.
Ella sonrió de nuevo e, intentando que él lo hiciera también, cuchicheó:
—Ésa será otra negociación. A ver si te crees que sólo tú piensas lo que negocias.
Él la miró con el ceño fruncido. Era lista, muy lista. —No me hace ni pizca de gracia que vayas a esa entrevista — gruñó.
—Tae...
—Vale, Parker. Sé que llegamos a un acuerdo. Tú te casas conmigo y yo no pongo objeción a ese trabajo, pero ¡joder, Mel, ¿por qué?!
Ella lo miró, resopló y, cuando se disponía a responder, él prosiguió gesticulando mucho con las manos:
—No necesitamos el dinero. Con lo que yo gano tenemos para vivir holgadamente Sami, tú y yo.
—Mira que te pones feo cuando discutes.
—Estoy hablando en serio, Mel —repuso él mirándola.
—Y yo también —afirmó ella sonriendo.
Tae maldijo. En ocasiones, discutir con su novia era desesperante y, sin dar su brazo a torcer, insistió:
—Ya te he dicho que, si quieres un trabajo, Kook estará encantado de...
—¡Kook! —lo cortó ella perdiendo su humor—.
Pero ¿tú te crees que Kook es una ONG? Joder, Tae, que Kook tiene que mirar por su empresa.
Bastante ha hecho ya accediendo a la petición de Min como para que encima...
—Mel —protestó Tae—. Sin que yo le dijera nada, Kook me comentó que si quieres incorporarte al mundo laboral puede reubicarte en su empresa. Pero, cariño, si hasta podrías trabajar en mi despacho.
—¿De secretaria?
—Sí.
—Por Dios, ¡qué aburrimiento!
Él resopló.
—Estoy convencido de que serías una excelente secretaria — aseguró.
—Mira, Tae, no me jorobes —replicó Mel meneando la cabeza y, sin pensar lo que decía, agregó—: Si quisiera un trabajo de oficina, sólo tendría que decírselo a mi padre y lo conseguiría en el consulado de Estados Unidos.
Nada más decir eso, cerró los ojos. Acababa de meter la pata hasta el fondo.
—¿Qué has dicho? —preguntó él.
Mel se rascó la oreja. ¿Cómo podía ser tan bocazas?
—¡Ah, genial, Superwoman! ¡Genial!
—Habló 007.
Pero el abogado, más furioso a cada instante
que pasaba, se alejó de ella y preguntó abriéndose la chaqueta del traje:
—¿Me estás diciendo que no le has pedido un trabajo de oficina a tu padre porque te aburre?
Mel no quería mentirle, así que dijo:
—Escucha, Tae. Estar contigo y con Sami todos los días me llena, y soy tremendamente feliz de tenerlos y disfrutarlos, pero... pero necesito algo
más. Estoy acostumbrada a un empleo con actividad, acción y...
Sin querer escucharla, él accionó el mando a distancia de su coche y las puertas se abrieron.
—¡Perfecto! —exclamó—. Ahora resulta que Sami y yo somos poco para ti.
Mel abrió la boca y, cuando él fue a moverse, lo empujó contra el vehículo, acercó su cara a la de él y siseó:
—Yo no he dicho eso. Ustedes son lo más
importante de mi vida. Simplemente estoy diciendo que necesito un trabajo que me proporcione algo de actividad. Yo no valgo para estar sentada detrás de una mesa como lo estás tú.
¿Tan difícil es de entender?
Molesto por sus palabras y por el empujón que le había dado, Tae la miró.
—No —gruñó—. A la que le resulta difícil de entender que tanto Sami como yo te queremos y te necesitamos a nuestro lado todos y cada uno de los días es a ti. ¿De verdad no lo entiendes?
—Joder, Tae, que no estoy hablando de regresar a Afganistán ni a ningún punto caliente.
Sólo se trata de ser escolta y...
—Escolta —repitió Tae cortándola mientras tecleaba en su móvil—. Según la Wikipedia, un escolta es un profesional de la seguridad, pública o privada, especializado en la protección de personas (con poder político, económico o
mediático). Un escolta es un experto en combate cuerpo a cuerpo, especialista en armas de fuego y armas blancas, capacitado para minimizar cualquier situación de riesgo. Y, una vez dicho esto, ¿me estás diciendo que no tengo de qué
preocuparme? Joder..., Mel..., joder... ¿Por qué es todo tan difícil contigo?
—Visto así, parece...
—Visto así no parece, Mel, ¡es lo que es! Es un trabajo arriesgado, y yo no quiero ese riesgo para mi mujer. No lo quiero para ti y Sami tampoco, ¿es que no lo entiendes?
Lo entendía.
¡Claro que lo entendía!
Pero, como no quería dar su brazo a torcer, dio un paso atrás y replicó:
—Tae, lo de hoy es sólo una entrevista en el consulado. Una toma de contacto.
Incapaz de mantenerse un segundo más junto a ella, que no quería comprender lo que decía, el abogado se metió en su vehículo y, ante la cara de sorpresa de Mel, arrancó y se marchó. No tenía ganas de seguir discutiendo.
Con la boca abierta porque la hubiera dejado
plantada, ella lo observó alejarse a todo gas. Cuando lo perdió de vista, se disponía a parar un taxi y entonces vio a Louise. Con una sonrisa,
levantó la mano para saludarla, pero ella no le devolvió el saludo, sino que se metió directamente en su vehículo y se marchó.
Sorprendida, al final Mel paró un taxi.
—Al Consulado General de Estados Unidos en Múnich, en Königinstraße, 5 —le indicó al conductor.
Media hora después, cuando llegó y pagó la carrera, se quedó mirando el edificio. Sin duda, no era una maravilla, pero era el consulado. En la entrada, entregó su pasaporte estadounidense y le indicaron adónde tenía que ir. Con paciencia,
esperó durante diez minutos cuando de pronto una voz dijo a su derecha:
—Melania Parker.
Al oír aquella voz, Mel miró y se levantó sonriendo.
—Comandante Lodwud —murmuró sorprendida.
Durante unos segundos, ambos se miraron a los ojos, hasta que el hombre, reaccionando, cogió una carpeta que le tendía una muchacha que había tras
un mostrador.
—Dígale a Cheese Adams que yo entrevistaré a la señorita Parker —indicó. Acto seguido, se volvió hacia Mel—: Acompáñeme, por favor. Sin dudarlo, ella lo siguió hasta su despacho y, cuando la puerta se cerró, se miraron fijamente a los ojos y se fundieron en un abrazo. En otra época se habían necesitado mutuamente y, aunque aquel cariño habría sido poco comprensible para los demás, ellos lo entendían y se respetaban. Cuando se separaron, el comandante Lodwud
la miró y dijo:
—Estás preciosa. Si cabe, más bonita que nunca, en especial porque no tienes ojeras.
Ambos rieron, y a continuación Mel preguntó:
—¿Qué haces aquí, James?
Él le señaló una silla y, una vez se hubo sentado él también, explicó:
—Pedí el traslado al consulado hace cerca de ocho meses, ¡después de casarme!
A cada instante más sorprendida, Mel sonrió, y él, cogiendo un marco de fotos que había sobre la mesa, dijo con orgullo:
—Mi esposa, Franzesca.
Asombrada, Mel observó el rostro sonriente de la mujer y, una vez hubo encajado la estupenda noticia, miró a su antiguo amigo y declaró:
—Enhorabuena, James. Me alegra saber que lo superaste.
Él asintió.
—Cuando te marchaste y vi que tú habías sido capaz de superar lo de tayler, supe que yo debía hacer lo mismo en referencia a Daiana y, al no tenerte a ti para jugar a lo que jugábamos, reconozco que todo fue mucho más fácil.
Mel asintió. Inevitablemente, recordó entonces aquellos instantes en los que, tras una misión, ella acudía al despacho del comandante y, después de
cerrar la puerta con pestillo, se desnudaba para él y, mientras lo llamaba tayler y él a ella Daiana,
disfrutaban de un juego oscuro que en cierto modo no los dejaba ir hacia delante.
Muchas habían sido las madrugadas en que aquellos dos habían escogido a un tercero, hombre o mujer, les daba igual, para continuar con sus calientes juegos. Infinidad de veces, Mel se sentaba sobre sus piernas, se tapaba los ojos con un pañuelo y le exigía que la follara de forma despiadada mientras pensaba que era tayler quien lo hacía. Ése fue su juego. Un juego que pocos conocieron pero que ellos disfrutaron sin necesidad de implicar sentimientos, tan sólo morbo y egoísmo. Con eso les sobraba.
—De verdad, James. ¡Enhorabuena! —
consiguió repetir.
Él sonrió y, tras dejar la foto de nuevo sobre la mesa, miró su mano y preguntó:
—¿Cómo está Sami?
Mel sacó una foto de su cartera.
—Preciosa y mayor —dijo—. ¡Y por fin ya pronuncia la erre!
El comandante miró la foto que le mostraba y sonrió. La pequeña estaba increíblemente mayor y bonita.
—¿Y los muchachos? ¿Ves a alguno de tus
excompañeros?
—Sí. Siempre que puedo y están en Múnich, quedo con Fraser y Neill, ¿los recuerdas?
El militar asintió y murmuró sonriendo:
—Neill siempre me miraba con mala cara. Nunca le gusté. No sé por qué me da que intuía lo que tú y yo hacíamos en aquel despacho cuando venías a entregarme los informes.
Mel sonrió. Neill nunca le había dicho nada.
—Lo dudo —contestó—. Me lo habría dicho.
Ambos asintieron, y a continuación él le soltó:
—No me digas que ya no estás con ese abogado guaperas que te gustaba tanto...
—Sí. Sí estoy con él —replicó ella.
—¿Y por qué no te has casado? —dijo él enseñándole su anillo de matrimonio.
Al oír eso, Mel se encogió de hombros.
—Porque es algo que aún me queda por hacer
—respondió.
El comandante sonrió. La conocía muy bien y sabía que aquella contestación significaba que no quería hablar del tema. Así pues, abrió la carpeta que había cogido de la secretaria, le echó un ojo y, al ver la carta escrita por el padre de la joven, preguntó:
—¿Quieres trabajar como escolta?
Aún confundida por habérselo encontrado allí y por la discusión que había tenido con Tae, Mel respondió:
—Me lo estoy planteando, James. De momento quiero informarme del trabajo para valorar si me siento capacitada para ello.
James asintió y comenzó a hablarle de los requisitos necesarios para ser escolta en el consulado. Afortunadamente, Mel los reunía todos.
Entonces, él le entregó un papel y prosiguió:
—El salario base es éste. A esto has de añadir un plus de peligrosidad, transporte, vestuario, viajes, etcétera. —Y, parándose para mirarla, preguntó—: Ese abogado con el que vives... ¿está de acuerdo con que trabajes en esto?
Mel sonrió. Sin lugar a dudas, James comenzaba a hacerse preguntas en relación con ella.
—Ese abogado se llama Tae, y no, no está de acuerdo con que trabaje en esto.
El comandante asintió y, dejando los papeles sobre la mesa, se echó hacia atrás en su silla y señaló:
—Si fueras mi mujer, yo tampoco estaría de acuerdo.
Ella lo miró divertida.
—¿En serio me estás diciendo lo que he oído?
—musitó.
—Totalmente en serio —afirmó él.
—¿Y desde cuándo eres tan tradicional y machista?
Lodwud soltó una risotada y contestó:
—Desde que Franzesca me enamoró. Si te soy sincero, como hombre enamorado que soy, no me gustaría que Franzesca estuviera de viaje continuamente, sirviendo de cortafuegos de otra persona. Y si ese abogado te quiere la mitad de lo que yo quiero a Franzesca, te aseguro que no le gustará.
—¡Hombres! —suspiró ella.
El comandante sonrió y Mel, cogiendo los papeles que él había extendido por la mesa, preguntó:
—¿Para cuándo necesitáis cubrir la plaza de escolta?
—Para julio. —Ella asintió y entonces él añadió—: Si me dices que sí, el puesto es tuyo. El oficial Cheese Adams y yo estamos entrevistando a los aspirantes, pero te aseguro que, si tú lo quieres, cerraremos las entrevistas.
El corazón de Mel aleteó con fuerza. Aquella nueva aventura le gustaba, la atraía. Sin embargo, decidida a no dejarse llevar por la efusividad, se guardó los papeles en el bolso y se puso en pie.
—Prefiero pensarlo un poco más y hablar con Tae —dijo.
El militar se levantó y asintió. Luego la abrazó y murmuró:
—Decidas lo que decidas, llámame. Me encantará presentarte a Franzesca.
—Lo haré —contestó ella sonriendo.
—Da un beso grande a Sami, saludos a Tae y, por supuesto, a Fraser y a Neill, ¿de acuerdo?
Encantada de haber vuelto a ver a su viejo amigo, Mel asintió y, tras darle un último beso en la mejilla, abrió la puerta y se marchó. Tenía que pensar.
 
Durante el resto de la semana voy todas las mañanas a Müller, y los niños, al ver que me marcho, lloran. ¡Qué difícil es dejarlos así!
Kook observa y no dice nada. Pero lo conozco y sé que en su interior se muere por reprocharme el llanto de los niños y los gritos del pequeño Kook cuando dice aquello de «¡Mamá, no te vayas!».
Siempre que lo oigo, se me parte el corazón. Mi pequeñín me quiere a su lado y yo quiero estar con él, pero también necesito mi propio espacio o me volveré loco.
Mike sigue enfadado conmigo pero, a diferencia del pequeño Kook, en vez de pegarse a mí cuando regreso a casa, se aleja más y más.
Como es mayor, le doy espacio, ya se le pasará.
El martes elegí el color de las paredes de mi despacho. Gris claro. Con los muebles oscuros queda bien y profesional.
En la oficina, por las mañanas, me empapo durante horas de todo lo que Mika me entrega, y el viernes, cuando estoy en mi despacho sentado por primera vez, llega una preciosa planta con una notita que dice:
 
Yo sé lo mucho que vales.
Ahora demuéstrales a ellos lo mucho que vale Park Jimin.
T.Q. y, como dice nuestra canción, «Te llevo
en mi mente desesperadamente».
Kook
 
Sonrío al leer lo que mi amor ha escrito y me pongo tontorron. Cinco años de amor con nuestros altibajos, pero cinco años que volvería a repetir con los ojos cerrados. Al recordar nuestra canción mi corazón salta de alegría mientras soy consciente de que Kook está cumpliendo lo que me prometió. No ha vuelto a
molestarme ni a espiarme en la oficina. Una vez elijo sitio para la bonita planta, estoy contenta y, tras coger mi móvil, escribo:
 
Gracias por la preciosa planta; ¿comes conmigo? Invito yo.
 
Dos segundos después, suena mi teléfono.
 
Te espero en el parking dentro de dos horas.
 
Sonrío. Me agrada saber que no lo ha dudado.
Dejo el móvil sobre la mesa y comienzo a mirar unos documentos mientras tarareo encantadanuestra bonita canción.
Una vez termino el último papel, mis ojos se posan de nuevo en el teléfono de la mesa.
Descuelgo, marco y, cuando oigo una voz, digo:
—Hola, papá.
—lobito..., qué alegría hablar contigo, cariño.
Mi padre, como siempre tan cariñoso. Qué gusto hablar con él. Durante un buen rato charlamos de todo un poco, hasta que dice:
—Por cierto, el otro día vi al escandaloso de tu amigo Sebas y me contó que se marchaba a hacer un viaje por Alemania. Me pidió que te dijera que, si pasaba por Múnich, te llamaría para verte.
Pensar en ello me hace feliz. Sebas es un divertido amigo con el que no puedo parar de reír,
a pesar de que a Kook lo saque de sus casillas por lo mucho que vacila y lo piropea. Como dice mi padre, es escandaloso a más no poder.
—Ojalá pase por Múnich —digo—. Será genial verlo.
—A ver, lobito, ¿al final vendran este año a la feria?
Oír eso me subleva, ya que sigo sin convencer a Kook para que me acompañe. Finalmente respondo:
—No lo sé, papá. —Y, para culpabilizarme a mí y no al tonto de mi marido, añado—: Recuerda que he comenzado a trabajar, y ahora pedir unos días es complicado.
—Pero, lobito, tu marido es el dueño de la empresa. ¿Por qué va a ser complicado? La sagacidad de mi padre me hace sonreír.
—Papá... —respondo—, no quiero que la gente vea que tengo trato de favor y comiencen a decir tonterías. Por favor..., por favor, entiéndelo. Te prometo que si puedo iremos todos y, si no, lo dejamos para el año que viene. Durante varios minutos, mi padre protesta con elegancia. Siempre le ha gustado que mi hermana y yo estemos en la Feria de Busan con él. Yo lo escucho sin decir nada.
—¿Sabes que tu hermana se va a México? — dice entonces.
—Sí —contesto—. Yo también. Es el bautizo de los hijos de Beto y Lluvia. Recuerda que Juan es el primo de Beto.
—Sí, hijo, eso lo sé. Pero, al parecer, Juan tiene negocios que atender y quiere
aprovechar ese viaje para ello. Se irán una semana antes con Gomi Nam y Juanito. —Luego, bajando la voz, murmura—: Eso sí, Hana no va. Es más, la
tengo aquí. Al parecer, tu hermana y ella han discutido.
No me sorprende para nada oír eso. Cada vez que Hana y mi hermana discuten, la niña se va con  mi padre. Pobrecito, la que le ha caído con las mujeres de la familia.
—Mira, lobito —añade entonces—, si algo he aprendido con todos ustedes es a no preguntar. Tu hermana simplemente dijo que la niña se quedaba conmigo, y Hana y ella casi no se hablan.
Y, como hombre juicioso que soy, esperaré pacientemente a que alguna me cuente lo ocurrido.
Por cierto, Hana está aquí; ¿quieres hablar con ella?
Lo que ha dicho me hace sonreír. Anda que no es listo mi padre y, acomodándome en la silla, respondo:
—Sí, papá. Dile que se ponga.
Durante unos segundos oigo la voz de mi
padre, que llama a mi sobrina. Su voz, esa ronca y
dulce voz suya, que me encanta.
—Hola, tito —oigo entonces que dice Hana.
—Hola, cariño. ¿Qué tal?
—¡Super... super guay! Por cierto, dile al puñetero Jeon Jackie Chan que...
—¡Hana!
—¿Qué paaasa?
—Pero ¿por qué lo llamas así?
La jodía suelta una risotada. Si es que es para matarla...
—Tito... —cuchichea—, es su nuevo nick, ¿no lo sabías?
No, no lo sabía. Siempre ha odiado que lo relacionen con un chino. Le reprocho:
—Mira, Hana, ya sabes que a él le joroba que...
—Pero, oye, tito... A ver si ahora vas a ser como mi madre, que se quedó en el siglo pasado.
—Pero ¿de qué hablas?
Oigo resoplar a mi sobrina. Me la imagino mirando al techo como hago yo cuando pregunta:
—¿Acaso no has visto cómo se llama en su nuevo perfil de Facebook?
Lo pienso..., claro que lo sé. En su perfil se llama Jeon Mike, por lo que me sorprendo cuando Hana dice:
—En su nuevo perfil se llama Jeon Jackie Chan, pero no digas nada si él no te lo ha dicho o me bloqueará.
—¡¿Qué?!
Hana se parte. La oigo reír como una posesa mientras me cuenta lo divertido y ocurrente que es el nuevo Mike por Facebook. Eso me sorprende, ya que en casa tiene siempre una cara de amargado que parece que haya mordido un limón.
Charlo con mi sobrina durante un buen rato, me habla de sus amigas Chari y la Torrija, hasta que, intentando cambiar de tema, le pregunto:
—¿Qué ha ocurrido para que no te hables con tu madre?
—Nada.
—El que nada no se ahoga, Hana —replico, e insisto—: Desembucha ¡ya!
Oigo su resoplido. Ésta es de resoplidos como yo.
—Tito... —dice finalmente—, mi madre, que es una agonías.
—¡Hana!
—Te lo digo en serio.
—Y yo te digo en serio que no me gusta que hables así de tu madre. Es mi hermana y la quiero, ¿entendido?
—Ay, tito, yo también la quiero, pero es que a veces parece que haya nacido en el siglo pasado.
¡Cómo puede ser tan agonías!
Asiento. La niña no me ve, y entiendo lo que dice, pues a mí también me lo parece en ocasiones,
pero no le voy a dar la razón, ¡sólo le faltaba eso! Me imagino a mi padre con la oreja puesta, así que insisto:
—No te andes con rodeos y cuéntame. Ya sé que tu madre en ciertas cosas es un poco...
—¡¿Un poco?! —gruñe ella—. Por favor, tito, que tengo catorce años y todavía se empeña en ponerme horquillitas de Dora la Exploradora en el pelo, calcetines con puntillitas y en ir a buscarme al instituto.
Me río. No lo puedo remediar. Hye es mucha Hye, y más con sus niñas.
—¿Y? —pregunto.
—Pues que me vino a buscar el otro día, llegó antes de la hora y, bueno..., yo... yo estaba con... con mi novio y...
Bueno..., bueno..., bueno... ¡¿Otra con novio?! Me doy aire con la mano. Si mi hermana vio lo que yo vi hace unos días con Mike, entiendo que se escandalizara. Pero como no quiero parecer del siglo pasado como ella, pregunto:
—¿Tienes novio, Hana?
—Sí. Se llama Héctor, y ¡está para comértelo y no dejar ni los huesecitos!
—¡Hana!
—Tito, no me seas tú también antiguo. Sólo te estoy diciendo la verdad. Héctor tiene un cuerpo de escándalo y un culooo durooo increíbleee.
—¡Pero, Hana!
—Y antes de que sigas protestando —añade la muy descarada—, no pienso dejarlo por mucho que se empeñen todos.
Uisss, ¡que me da...!
¿Desde cuándo mi sobrina ha dejado de ver a niños para ver tíos buenísimos con cuerpos de escándalo y culos duros increíbles?
Me acaloro. Me levanto de la silla.
Sin duda, las hormonas de Hana y Mike están en plena ebullición. Al final, consigo retener todo lo que se me pasa por la cabeza y digo:
—Escucha, Hana, debes entender que tu madre...
—Lo que entiendo es que Héctor me tiene loca y me gusta mucho.
¿Que la tiene loca? ¿Ha dicho que la tiene loca? Vaya tela..., vaya tela...
—¡Hana!
—Sólo digo lo que siento, no te enfades por ello, hombre.
Su voz ya no es la de una dulce y pícara niña.
Su voz se ha vuelto autoritaria y eso me molesta, por lo que respondo:
—Mira, Hana, a mí no me hables así o...
—Adiós, tito.
Y, sin más, me deja colgada al otro lado del teléfono con cara de tonto.
—lobito, ¿sigues ahí? —oigo entonces que dice mi padre.
—Sí, papá —gruño—. Ya le puedes decir a esa sinvergüenza que, cuando la vea, se va a enterar de lo que vale un peine. ¡Pues no va la niñata y me deja colgada al teléfono!
De pronto, mi padre se ríe.
—Tranquilo, hijo. Son etapas. ¿Ya no te acuerdas de cuando tú tenías su edad?
Resoplo. Claro que me acuerdo, y por eso no quiero que ella cometa los errores que yo cometí.
—Pero ella...
—Jimin, cariño, Hana está creciendo, y esto es sólo el comienzo de su cambio a la madurez.
Vale. Entiendo eso, como estoy segura de que lo entiende mi hermana, pero ella y Mike son nuestros niños.
—Pero, papá —insisto—, ¡que tiene novio!
—¿Cuántos novios tuvo y tu hermana?
—Papá... —Sonrío.
—¿Cuántas veces me he enfadado yo por eso?
—Uf..., demasiadas.
—Y verdaderamente, hijo mío, ¿sirvieron de algo mis enfados?
Entiendo lo que quiere decir.
—En su momento —prosigue—, ustedes hicieron lo que quisieron, nos gustara o no a su madre y a mí, y ahora hay que estar muy pendiente de que Hana no haga excesivamente el tonto. Pero, hija, tiene que equivocarse, decepcionarse y sufrir para aprender a vivir. Así es la vida, lobito..., así es la vida.
Sin lugar a dudas, mi sabio padre tiene toda la razón del mundo.
Cuando yo tenía la edad de Hana, me creía el más listo del mundo mundial, y cuanto más me prohibían algo, más lo hacía. Al final, consciente de que poco puede hacerse ante eso, afirmo:
—Tienes razón, papá. Como siempre, tienes razón.—
Tranquilo, hijo. La adolescencia es un momento difícil en la vida de toda persona, pero si yo he superado la tuya y la de tu hermana, sin duda Hye superará la de Hana.
—¿Y si te digo que Mike está igual?
La risotada de mi padre vuelve a sonar.
—Tú y Kook también lo superaran —dice—.
se los puedo asegurar. Ahora el que me río soy yo. Sin duda, mi padre tuvo que luchar mucho con nosotros.
A continuación, miro el reloj y digo:
—Papá, tengo que irme, pero te llamaré mañana para ver cómo va todo.
—De acuerdo, cariño. Besos para ti, para los niños y para Kook y, por favor, hagan un esfuercito y ¡ven a la feria!
Una vez cuelgo, resoplo. Joder con lo de Busan, y vaya tela..., vaya tela... la que nos ha caído a mi hermana y a mí con los jodidos adolescentes y sus hormonas revolucionadas.
Sin perder un segundo más, cojo mi bolso, salgo del despacho, me despido de Mika y de Tania, la secretaria, y cojo el ascensor para ir al parking.
Mientras bajo pienso en mi sobrina Hana y en Mike. Vaya dos. Pensar en la mala época que están pasando me tensa y hace que me pique el cuello.
Me rasco inconscientemente mientras pienso en el mundo complicado en el que están sumergidos a causa de su edad, y vuelvo a resoplar.
Cuando llego a la planta menos uno y las puertas del ascensor se abren, veo el coche de Kook aparcado al fondo y observo que está dentro.
Con paso seguro, llego hasta el vehículo, abro la puerta y, cuando me siento, pregunta:
—¿Qué te ocurre?
Joder, ¡qué bien me conoce!
—Min —insiste—, tu cuello me dice que ocurre algo. ¿Qué es?
Rápidamente bajo el parasol para mirarme en
el espejito y, cuando me veo los ronchones, me cago en ; ¡joder con los ronchones!
—Hana tiene novio —le suelto—. Dice que está buenísimo, que tiene un cuerpo de escándalo y un increíble culo duro, ¿te lo puedes creer?
Kook me mira, veo que se le curvan las comisuras de los labios y, antes de que pueda responder, digo:
—Ni se te ocurra reírte o la vamos a tener.
—Cariño...
Levanto de nuevo el parasol y, sin querer contarle lo de Jackie Chan, insisto:
—No quiero hablar de ello. Vamos, ¿dónde quieres que te invite a comer?
Mi amor pasea las manos por mi cabello, suelta mi cabello de mis gafas y, mirándome, pregunta:
—¿En serio me invitas a comer?
—Sí.
—¿A lo que quiera?
—Pues sí. —Sonrío.
Mi alemán asiente y, acercándose un poco más a mí, murmura:
—¿Aunque sea un sitio terriblemente caro y con raciones de esas tan pequeñas que te dejan con hambre?
Eso me hace sonreír. Si algo le gusta a Kook son los buenos restaurantes, y asiento.
—Por supuesto, ¡don selecto!
Él sonríe entonces también y me da un rápido beso en los labios.
—Vámonos de aquí antes de que te desnude en el parking de la empresa y pierda toda mi reputación —dice apresurándose a soltarme.
Sonrío divertido cuando oigo la voz de la solista de Silbermond, que canta Ja.
Media hora después, Kook y yo caminamos por un parque en busca de un banco en el que sentarnos para comer. Mi marido pone los ojos en blanco al saber la posibilidad de que Sebas aparezca en Múnich, y yo me troncho.
Para darme una sorpresa de las que me gustan, Kook ha parado en un McAuto y, entre risas, ha pedido unas hamburguesas, coca-cola y patatas.
Como dice mi hermana, ¡me lo como con tomate!
Cuando nos sentamos a una mesita del parque, abrimos las bolsas donde llevamos las hamburguesas y, metiéndome una patata en la boca,
dice: —Me encantan estas increíbles comidas a solas contigo, corazón.
Adoro que me llame corazón, y él lo sabe. Lo dice de una manera, con su acento, que, uf..., ¡me vuelve loco!
Sonrío. Mi alemán me acaba de meter otro golazo con ese bonito detalle y, tragándome la patata, sonrío y murmuro:
—Así nunca voy a adelgazar, pero te quiero.
Kook sonríe encantado, de nuevo me hace ver cuánto me quiere con mis kilos de más y, entre mimos y carantoñas, me zampo una hamburguesa con queso y patatas fritas que me deja plena y totalmente satisfecha.
Después de una estupenda comida donde mi amor y yo hablamos de Mike —omito de nuevo lo de Jackie Chan— y de Hana e intentamos recordar nuestra adolescencia y entenderlos, quedamos en que el diálogo es esencial en esos momentos, y Kook está conmigo en que no podemos perder esa comunicación con nuestro hijo.
Cuando estamos de acuerdo en todo lo referente a nuestro adolescente cabroncete, regresamos a casa.
Tras saludar a los cachorros que, como siempre, se deshacen en cariños hacia nosotros, nada más entrar en casa oímos llorar a Emily. Yo miro a Kook, él me mira a mí y sonreímos. Sin duda, cuando crezca no la tendremos en casa
llorando siempre que regresemos de trabajar, o eso espero, y, como dos amantes padres, vamos a consolarla.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now