39

2.1K 259 39
                                    

39
 
De madrugada, cuando me despierto en mi cama, Hye está tumbada conmigo.
Tan pronto como ve que abro los ojos, el morrillo le comienza a temblar.
—Lo siento..., lo siento. Todo ha sido culpa mía por ser tan cotilla. Lo siento.
Me estiro y la abrazo.
Si alguien tiene allí la culpa soy yo. Sólo yo. Yo soy el que besé a Gonzalo y también el que no se lo contó a Kook. Soy una mala persona y voy a tener que cargar con ese tonto error el resto de mi vida.
Abrazados estamos hasta que siento que se queda dormida y lentamente me levanto. Al hacerlo, se me cae la flor del pelo que horas antes Kook me ha regalado y, cogiéndola, la beso con amor y la dejo sobre la mesilla.
Cuando salgo al comedor no hay nadie. Son las seis y media de la mañana y pienso que Kook y Mike ya habrán llegado a Múnich.
Miro mi móvil. No tengo ningún mensaje de Kook, y me quiero morir. Estoy por llamarlo por teléfono, pero no sé qué decirle.
Todavía con mi traje coreano, camino por la cocina de mi padre como un león enjaulado y, cuando veo las llaves de Villa Morenita sobre la mesa, las cojo, junto a las llaves del coche de mi padre, salgo de la casa a hurtadillas para que
nadie me oiga y me dirijo hacia allí. Al entrar en la parcela y aparcar el coche, suspiro. No hace ni doce horas yo estaba allí más feliz que una perdiz con el hombre de mi vida. Con pesar, abro la puerta de la casa y entro.
El silencio del lugar me destroza, pero entro en el precioso y gran salón y lo primero que veo es el vaso de agua que Kook dejó sobre la mesa cuando
le pedí que me abrochara el vestido.
Atraído como un imán, camino hasta él, lo cojo y, sin dudarlo, paso el borde por mis labios y bebo. Saber que sus labios han rozado el borde de ese vaso y sus manos han tocado el cristal me reconforta.
Una vez acabo el agua, dejo el vaso sobre la mesa y camino hacia nuestra cama. Está sin hacer, con las sábanas revueltas como la dejamos, y me siento en ella.
¿Cómo puedo ser tan mala persona para haberle hecho eso a Kook? ¡¿Cómo?!
El olor de su colonia llega entonces hasta mí y, al agacharme, me doy cuenta de que proviene de las sábanas. Echándome sobre ellas, aspiro su perfume mientras cierro los ojos y me permito llorar. Necesito llorar sin que nadie me pare mientras poso las manos sobre mi tripa y le pido a mi bebé perdón por el mal momento que le estoy haciendo pasar.
No sé cuánto tiempo llevo allí cuando, al abrir los ojos, me encuentro con mi hermana sentada en el butacón que hay frente a la cama. Nos miramos
durante unos segundos hasta que ella dice:
—Hola, cielo.
—Hola —murmuro incorporándome y, al ser consciente de todo lo que ha pasado, vuelvo a tumbarme y pregunto—: ¿Qué hora es?
—Las tres y veinte de la tarde —dice y, con un hilo de voz, añade—: Lo siento..., siento haber sido tan bocazas y...
—Lo sé, Hye —la corto—. Deja de disculparte porque ya estás disculpada. Como
diría mamá, las mentiras tienen las patitas muy cortas y al final todo se sabe.
—Pero si yo no hubiera hablado de ese tema no habría pasado nada.
Suspiro. Tiene razón, pero respondo:
—Y si yo no hubiera propiciado lo de Gonzalo tampoco habría pasado nada. Pero las cosas se hicieron, salieron como salieron, y mi gran error fue no contarle la verdad. Si lo hubiera hecho el otro día, sé que se habría enfadado pero me lo
habría perdonado. El problema es que ahora no sé si me lo va a perdonar.
Hye se levanta, camina hacia mí y, mirándome, afirma:
—Te va a perdonar. Kook te quiere.
Que me quiere, lo sé. Claro que lo sé, nunca lo he dudado. Sin embargo, como no me apetece seguir hablando de eso, murmuro:
—Creo que me voy a quedar el resto del día en la cama.
—De eso nada, trompu. Te vas a levantar y vas a comer algo. Por si lo has olvidado, dentro de ti crece una vida y necesita alimentarse.
Olvidarlo... ¿Cómo olvidar eso? Y, sin apetito, miro a mi hermana y pregunto:
—¿Qué hago, Hye? Estoy tan confundido que ahora no sé qué hacer. Tengo tanto miedo de que no quiera verme que...
—No digas tonterías. ¿Cómo no va a querer verte?
Recordar el gesto duro con el que me miró Kook antes de irse me hace suspirar.
—Tú no lo conoces. Cuando se enfada, es muy cabezón.
—¿Cabezón? ¿Y tú no eres cabezon?
Miro a mi hermana y sonrío, y a continuación ella dice con carita de pena:
—Debes regresar a tu casa y hablar con él y, si no quiere escuchar, te juro que voy yo y le monto la de Dios. No sé qué pasó para que Kook tuviera que venir aquí para que lo perdonaras, pero si tú lo has perdonado, ¿por qué no puede perdonarte él a ti?
No digo ni mu, mi hermana no entendería lo que pasó. De pronto, suena mi móvil y, al ver el nombre de Mel en la pantalla, respondo:
—Hola, Mel.
—Pero, vamos a ver: ¿Kook y tú se han propuesto volvernos locos?
Oír eso me hace sonreír. No sé por qué lo hago, pero el caso es que lo hago y, tras pedirle a mi hermana un poco de intimidad, ésta sale de la habitación.
—Mel, hice algo terrible —respondo.
—Lo sé.
—Estaba furioso con Kook y en Busan, una madrugada, besé a otro hombre. Pero sólo fue un beso, y te juro por mis hijos que, al besarlo, me di cuenta del error que estaba cometiendo y paré.
Oigo a mi amiga suspirar al otro lado del teléfono y finalmente pregunta:
—¿Regresas mañana?
—Sí, mañana. Aunque quizá cuando llegue no tenga casa.
—No digas tonterías, mujer. Kook es cabezón, pero no es un ser irracional.
Asiento, sé que tiene razón. Kook nunca me dejaría en la calle, aunque no quisiera verme.
—¿Qué tal tu viaje? —pregunto por cortesía.
—Bien. Ya te contaré. —Mel no quiere hablar de ella, sólo quiere saber cómo estoy, y pregunta
—: ¿Tú estás bien?
La respuesta es no. Estoy fatal, y respondo:
—No. ¿Lo has visto? —pregunto a continuación.
—No, cielo. Yo no lo he visto, pero Tae sí.
Sonó el teléfono a las seis de la madrugada. Era Mike asustado. Al parecer, cuando llegaron de viaje, Kook decidió redecorar su despacho.
Enterarme de eso me hace cerrar los ojos. Pobre Kook y pobre Mike. Lo asustado que debía de estar mi niño. Sin duda, la furia pudo con Kook y, horrorizado, voy a decir algo cuando Mel se meadelanta:
—Pero, no te preocupes, porque Tae se fue para allá y, tras hablar con él, Kook se tranquilizó. Hace unas horas se marchó a trabajar a Jeon y Mike está conmigo y con Peter en casa. Tae ha regresado hace un rato con él y por eso sé lo que
ha pasado.
La angustia crece y crece en mí.
¿Cómo he podido ser un tonto vengativo?
Tras hablar un par de minutos más con Mel, quedo en verla al día siguiente. Después llamo al teléfono del piloto de nuestro jet privado, quedo
con él en que al día siguiente me recoja en el aeropuerto de Busan a las ocho de la mañana y, cuando cuelgo y salgo al salón, miro a mi hermana Hye y, sentándome en una silla, afirmo:
—Mañana a primera hora regresaré a Múnich e intentaré solucionarlo.
A la mañana siguiente, a las siete y veinte, ya estoy con mi padre, mi hermana, Pipa y los niños en el aeropuerto. Mi padre se deshace con el pequeño Kook, mientras que Emily está dormida en su cochecito.
Cuando por fin nos dejan entrar en el hangar privado, mi padre besa a los chiquillos. En su cara veo la pena que le da separarse de ellos y, en el momento en que Pipa y Hye los suben al jet, mi padre me mira y dice:
—Escucha, mi vida. Estoy seguro de que lo arreglaras pero, si por un casual, ves que la cosa no se soluciona, no olvides que aquí sigues teniendo tu casa, ¿entendido?
—Vale, papá.
Mi padre me mira con sus ojos bonachones y, abriendo los brazos, murmura:
—Te quiero, lobito.
Yo asiento, lo abrazo y no digo nada o lloraré como un mono.
Mi hermana baja del jet, se acerca a nosotros y decido dar por finalizada la despedida. Nunca me han gustado y, tras darles un beso a ambos, camino hacia el jet en el que leo en grande el apellido «Jeon». Una vez subo la escalerilla, me
vuelvo, sonrío a esas dos personas que tanto me quieren y quiero, y desaparezco en el interior del avión. He de regresar a Múnich.
 
 
 
 
 
 
 
Mi llegada a Múnich me provoca cierta alegría a pesar de la tormenta que hay. Rayos, lluvia y truenos asolan la ciudad, y suspiro mientras pienso que el cielo se ha confabulado con el estado de ánimo de Kook.
Cuando bajo del jet privado en el hangar donde Kook suele tener siempre el avión, sonrío al ver a Mel apoyada en el coche junto a Victor. Su tripita ya comienza a notarse. Camina hacia los niños y los abraza, mientras yo abrazo a Victor, que, como siempre, se queda parado, aunque luego reacciona y también me abraza con cariño mientras dice: —Bienvenida a casa, Jimin.
Una vez me separo de Victor, mientras Pipa y él meten a los niños en el coche, Mel me mira y murmura sonriendo:
—Anda, dame un abrazo, tontorron.
Sin dudarlo, me tiro a los brazos de mi gran y buena amiga y, sin querer hablar delante de Victor y de Pipa, Mel me mira y dice:
—Venga, vayamos a tu casa.
Asiento. No puedo ni hablar.
Cuando llegamos, al entrar en la parcela sonrío al ver a Bam y a Camaron correr hacia el vehículo y, cuando Victor estaciona en el garaje y abro la puerta, acepto encantado los besos babosos de Bam, mientras Camaron  da vueltas como un
loco de lo contento que está por vernos a todos.
Feliz por mi regreso miro a mi bichito y, cuando sus ojos y los míos conectan, murmuro:
—Hola, Bam  te he echado mucho de menos.
Como era de esperar, un lengüetazo me cruza la cara, y yo sonrío feliz por mi perro.
Cuando entramos en casa truena, y Jeen viene hacia nosotros con los brazos abiertos, mientras mis niños corren hacia ella y ésta los abraza y los besa. Una vez acaba con ellos, me mira y me abraza también a mí. Feliz, acepto su
cariño y la mujer murmura mirándome:
—Otro bebé. Eso es maravilloso ¡enhorabuena!
Sorprendido porque sepa la noticia, la miro y ella dice guiñándome un ojo:
—Mike nos lo dijo. Está muy contento con la llegada de su nuevo hermano.
Sonrío y me toco la barriga. Como siempre decimos, un bebé es motivo de felicidad, pero a este pobre no hago más que darle disgustos desde que lo engendré. Pobrecito mío.
Tras pasar por la cocina para beber algo, cuando Pipa se lleva a los niños, Jeen se acerca a mí y dice:
—Ay, hija, el despacho de Kook está como si hubiera habido un terremoto, pero me ha prohibido entrar y recoger nada. Anoche, cuando llegó, tras hablar con Mike de lo ocurrido y el chico se fue a dormir, se pasó horas sentado en la puerta de
entrada con los animales.
—Jeen, no seas chismosa —la reprende Victor.
Al oír eso, miro al hombre que tanto quiero y respondo:
—No es chismosa, Victor. Simplemente me está informando de cómo está la situación.
Él refunfuña algo y, cuando sale de la cocina, Jeen murmura mirándolo:
—Hombres, ¡quién los entiende!
Ese comentario me hace sonreír y cuando, segundos después, ella desaparece, me levanto y, cogiendo a Mel de la mano, digo:
—Vamos.
Mi amiga y yo caminamos hacia el despacho de Kook y, en cuanto abro la puerta y veo el caos, voy a decir algo pero Mel silba y se me adelanta:
—Sin duda, el rubio como decorador de desastres no tiene precio.
El despacho de Kook es un descalabro: papeles por el suelo, ordenador hecho añicos, vasos de cristal rotos y sillas patas arriba.
Imaginarme a Kook furioso haciendo eso me parte el corazón; agachándome para comenzar a recoger el estropicio, digo:
—¿Qué hago, Mel? No sé qué hacer. Tengo tanto miedo de que no quiera perdonar que soy incapaz de llamarlo o enviarle un simple mensaje al móvil.
Mi amiga, que, sin dudarlo, me ayuda a limpiar el desastre, murmura:
—Creo que tienes que darle un tiempo y hablar con él dentro de unos días.
—¿Y si no quiere hablar?
—Tendrá que querer.
Asiento. Tiene razón. Kook tiene que querer hablar conmigo.
En silencio, durante varios minutos recogemos y limpiamos aquel desastre y, cuando por fin el despacho vuelve a estar al menos sin cristales y
papeles en el suelo, apunto: —Mel, por primera vez en mi vida estoy
acobardado.
Al decir eso, Mel me mira y, poniéndose las manos en las caderas, dice:
—No te creo, Min. ¿Y sabes por qué no te creo? —Yo niego con la cabeza y ella prosigue—:
Porque si algo te caracteriza y te hace especial es que eres un valiente guerrero que no se rinde nunca ante nada. Y, si quieres a ese hombre como sé que lo quieres, tienes que luchar por él, como él en otros momentos ha luchado por ti. Vale. Tú has cometido un error, besaste a ese tipo y no se lo dijiste a Kook, pero una vez él tenga unos días para meditarlo, debes plantarte ante él y saber qué
piensa, qué quiere y qué puedes esperar de él. ¿O acaso pretendes volver a vivir como vivías sin apenas hablarse ni mirarse?
—No. Claro que no quiero eso.
Imaginarme de nuevo viviendo así me encoge el corazón. Eso no sería bueno, ni para los niños ni para nosotros. Eso no es vida, y menos para dos personas tan temperamentales como nosotros.
Durante unos segundos pienso..., pienso..., pienso. Rumio mis penas, me las como, las digiero. Calibro los pros y los contras de todo lo ocurrido y tomo una decisión. Hay que coger el toro por los cuernos para salir del atolladero. Si Kook me quiere como sé que me quiere, hablará conmigo y, si no lo hace, al menos sabré a qué atenerme.
Por ello, mirando a mi amiga, asiento y digo:
—Me voy a Jeon a hablar con él.
—¡¿Ahora?!
—Sí, ahora —asiento decidido.
—Pero si está diluviando...
—No importa.
Mel me mira y, perdiendo parte de la fuerza que tenía segundos antes, dice:
—¿No crees que sería mejor dejar pasar un par de días para que...?
—No. No lo creo.
Mi amiga asiente, se encoge de hombros y, abrazándome, murmura:
—De acuerdo, comamos algo y, después, vayamos a Jeon.
Media hora después, estamos cruzando
Múnich. Hay un atasco considerable. La tormenta lo ralentiza todo, excepto mi ansiedad por llegar allí. Miro mi reloj y veo que son las dos de la tarde. A esa hora, Kook ya habrá comido y estará en el despacho. Sin duda, le voy a dar la digestión.
Nervioso, me retuerzo los dedos y le doy vueltas al anillo que tanto significa para nosotros y que él me llevó a Busan, mientras Mel conduce y yo pienso qué decir para no cagarla una vez más.
Cuando llegamos a Jeon, pasamos de largo y metemos el coche en un parking público. Si dejo mi coche en el parking de la oficina, rápidamente sabrá que estoy allí porque lo avisarán.
Mientras caminamos por la calle, preparados bajo nuestro paraguas, Mel, que está tan nerviosa como yo, habla y habla. Me da ánimos y me repite mil veces que estoy embarazado y debo canalizar las emociones para que el bebé no sufra.
Asiento. No se me olvida que esperando un hijo, pero en este momento mi prioridad es otra.
Cuando llegamos al hall de Jeon, Mel se para y, mirándome, dice:
—Creo que es mejor que yo no suba. Me quedaré en recepción. A Kook no le gustará hablar de sus problemas conmigo delante.
Sonrío. Tiene razón.
—Deséame suerte.
Mi amiga me abraza, me aprieta contra su cuerpo.
—La tendrás. Kook te quiere tanto como tú a él.
Convencido de que es verdad, sonrío, me doy la vuelta y Gunnar, el vigilante jurado, sonríe al verme y dice abriendo una puerta:
—Pase por aquí, Señor Jeon.
Rápidamente paso por donde él me indica y,
mirándolo con una de mis más encantadoras sonrisas, cuchicheo:
—Gunnar, no avises a la secretaria de mimarido. Quiero darle una sorpresita.
El vigilante asiente y, tras guiñarle el ojo, me dirijo hacia los ascensores.
Hecha un mar de nervios, me meto en el
ascensor con otras personas. Pulso el botón de la planta presidencial y los demás aprietan los suyos.
Mientras el ascensor se mueve, oigo la músiquita ambiental y sonrío al identificar la canción La chica de Ipanema,y mentalmente la tarareo.
Cuando por fin el ascensor llega a la planta
donde mi amor tiene que estar, tomo aire y, levantando el mentón, me encamino hacia su despacho. Por suerte, su secretaria está
escribiendo algo y, en cuanto me ve, sin darle tiempo a reaccionar, paso por su lado y digo:
—No hace falta que lo avises, Gerta. Ya entro yo.
Y, sin más, agarro los pomos del despacho presidencial y abro la puerta.
Kook levanta la cabeza para mirar y veo su ceño fruncido. Malo... Malo... Ve que soy yo y su ceño se endurece más. Me entran las fatiguitas de la muerte pero, levantando el mentón, cierro la puerta del despacho y camino hasta él.
—¿Qué haces aquí?
Las piernas me tiemblan, toda yo tiemblo.
Cuando Kook quiere intimidar, es para echarte a temblar, pero sacando esa fuerza interior que sé que tengo, me acerco hasta su mesa y, parándome frente a ella, digo mientras observo cómo llueve por los grandes ventanales:
—Lo sé. No lo digas. Sé que no debería haberme presentado aquí, pero...
—Pues si lo sabes —me corta—, ¿por qué has venido?
Nos miramos durante unos segundos y veo el sufrimiento en sus ojos.
—Kook, tenemos que hablar.
El amor de mi vida cierra los ojos y se levanta de su sillón como un león enfurecido. Sin embargo, antes de que abra la boca, endurezco el tono y
siseo señalándolo con el dedo índice:
—Como se te ocurra echarme del despacho, te juro que lo vas a lamentar. A mí me está costando tanto como a ti estar aquí, y más sabiendo que no quieres verme, pero no estoy dispuesto a volver a
pasar por la tortura de vivir en la misma casa sin mirarnos, ni hablarnos. Así pues, sólo vas a conseguir echarme de aquí por la fuerza, y no creo que sea bonito que tus empleados vean cómo echas a tu omega del despacho. ¿O sí?
El corpulento perdonavidas rubio que hay delante de mí encaja la mandíbula y, tras sentarse de nuevo, se recuesta en su imponente sillón de cuero negro. Su humor está tan oscuro como el día que hace y, mirándome, dice:
—Muy bien. Habla.
Durante unos segundos me quedo congelado ante él.
¿Qué digo? ¿Qué puedo decir para que deje de mirarme así? Y, tras meditarlo, apunto:
—Kook, tienes toda la razón del mundo para estar enfadado conmigo por lo que hice y te oculté.
Pero créeme que lo que hice fue fruto del despecho y que, en cuanto besé a Gonzalo, me di cuenta de mi gran error y lo aparté de mi lado. Te juro por nuestros hijos que no hubo más. Sólo necesité un maldito beso para darme cuenta de todo.
Kook no contesta. Me mira..., me mira y me mira con su cara de perdonavidas y yo, con los nervios a mil, prosigo:
—Me dijiste aquello de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Pues lo que quiero es que me perdones. Viniste a Busan dispuesto a reconquistarme y hacerme olvidar y para ello, conseguiste que recordara todo lo bueno que
hemos vivido, y eso es lo que yo ahora pretendo también. He venido dispuesto a que me perdones y a hacerte recordar nuestros bonitos momentos para que olvides algo que nunca debería haber sucedido.
Mi amor sigue sin decir nada. Sin duda, sabe cómo martirizarme, pero yo, como un locomotor, prosigo:
—Kook, te quiero. Te quiero como nunca volveré a querer a otro hombre en mi vida y, como creo que lo nuestro merece la pena, por eso estoy aquí. Cuando estaba en Busan, una noche, charlando con mi padre, hablamos acerca de que la vida muchas veces es injusta y no hay nada peor que perder a alguien y luego lamentarte de lo que podrías haber hecho y no hiciste por absurdos enfados y orgullos. Sé que soy cabezote, testarudo, obstinado, terco, burro, persistente, incorregible, pero también sé que soy tolerante, transigente, tierno y cariñoso.
Tengo la boca seca. Kook, con su impoluto traje oscuro, no dice nada y, mirando un vaso que él tiene a su lado, pregunto:
—¿Es agua? —Él asiente y yo insisto—: ¿Puedo beber?
Kook por fin se mueve, coge el vaso y me lo tiende.
Lo cojo, nuestros dedos se rozan y, exaltado por el mal momento que estoy pasando, bebo, bebo y bebo y me acabo el vaso entero.
Una vez dejo el vaso vacío sobre la mesa, sin apartar la mirada del hombre que se ha propuesto no decir ni una sola palabra, mientras siento que la mala leche comienza a crecer en mí, digo cuando suena un trueno:
—¿Sabes? Creo que la vida nos lo puso difícil para encontrarnos. Tú naciste en Alemania, yo en corea, pero el destino quiso que nos encontráramos a pesar de ser dos personas tan diferentes. Desde que estamos juntos, nos ha pasado de todo, hemos aprendido uno al lado del otro muchas cosas, y nuestra vida en pareja ha estado siempre llena de amor y de pasión, a pesar de que, como dice nuestra canción, cuando tú dices blanco, yo respondo negro. —De nuevo, tomo aire y, dispuesto a terminar con mi monólogo, murmuro
—: Kook, ahora soy yo el que te dice eso de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Piensa en todos esos bonitos momentos que hemos vivido juntos, cierra los ojos y pregúntate si te merecerá la pena perdonarme para seguir recopilando
momentos increíbles conmigo junto a Mike, Kook, Emily y el bebé que crece en mi interior.
Me callo. Espero que diga algo, pero mi duro alemán no habla.
Joder, de qué mala leche me pone que haga eso.
Simplemente me mira con su gesto de Iceman cabreado, y de pronto digo:
—Te doy una hora.
—¿Que me das una hora? —veo que por fin pregunta sorprendido.
Asiento. No sé por qué habré dicho la tontería de la hora.
Como siempre, hablo sin pensar pero, como no quiero dar marcha atrás a la puñetera hora que le he dado, afirmo con la mayor seguridad que puedo mientras miro el reloj:
—Cuando salga de tu despacho, me iré a la cafetería a esperar y tú sabrás si merezco la pena o no. —Su cara es un poema—. Son las dos y media
de la tarde; si a las tres y media no has ido a buscarme, significará que no quieres que lo nuestro se solucione y entonces bajaré hasta la recepción, donde Mel me está esperando, y me iré de Jeon y de tu vida para siempre.
Su gesto se endurece.
Madre mía..., madre mía..., cómo me la estoy jugando.
Pero, sin bajarme de la burra a la que ya me he subido con todos mis trastos, insisto caminando hacia la puerta:
—Tienes una hora.
—Jimin.
Me llama por mi nombre completo. Mal asunto.
No me vuelvo. Si quiere, que se levante y vaya en mi busca.
Cierro la puerta y, durante unos segundos, espero a que la maldita puerta se abra y él aparezca, pero cuando veo que eso no ocurre, con el corazón desbordado por la locura que acabo de proponer, me despido de Gerta con una sonrisa y
me encamino hacia el ascensor. Lo cojo y bajo a la cafetería.
Una vez llego allí, saludo con afecto a algunos empleados que conozco; espero que no noten lo mal que me siento. Acabo de jugarme en una hora el resto de mi vida; pero ¿qué he hecho?
Con la poca seguridad que me queda, me acerco hasta la barra y pido una coca-cola con hielo. Estoy sediento. Cuando me sirven, me siento a una de las
mesas junto al ventanal, saco mi móvil, lo dejo sobre la mesa y lo miro mientras pienso si Kook llamará o vendrá.
Angustiado, observo cómo los minutos pasan y Kook no aparece.
Miro al exterior. El cielo tiene una tonalidad gris, tan gris como mi puñetero día.
A las tres de la tarde estoy que echo fuego por las orejas. ¿De verdad no va a venir?
A las tres y cuarto, tengo el cuello hecho un Cristo de ronchones. ¡Maldito cabezón!
A las tres y veinticinco, miro la puerta, tiene que aparecer de un momento a otro, ¡tiene que aparecer!
Mi mala leche crece, crece y crece, y me siento idiota, imbécil por lo que he hecho,
mientras unas irrefrenables ganas de llorar me toman, pero me aguanto. No he de llorar.
A las tres y media, sin esperar un segundo más, me levanto y, con la dignidad que me queda, me encamino hacia el ascensor mientras me cago en Jeon Jungkook y en toda su casta.
Al llegar, veo que uno de los dos ascensores está fuera de servicio.
Joder. Tendré que esperar más. Mientras espero a que llegue el único ascensor
que funciona en la empresa, soy incapaz de razonar. El amor de mi vida acaba de meterme un fatídico golazo de los terribles y asoladores por toda la escuadra. Le he abierto mi corazón y al muy gilipollas le ha dado igual.
El ascensor llega. Está petado de gente, y pulso el botón que me llevará a la planta baja, que ya está accionado.
Las ganas de llorar regresan a mí y vuelvo a tragarme las lágrimas mientras mi cabeza es un barullo de preguntas sin respuesta y siento que mi corazón se ralentiza dolorido por la cruda realidad.
De pronto, el ascensor se para entre dos pisos, las luces se apagan y se encienden y unas mujeres que hay a mi alrededor se asustan.
Joder... ¿Y ahora esto?
Durante unos segundos todos los que estamos en el ascensor esperamos a que vuelva a funcionar, pero pasados unos treinta segundos, una de las mujeres comienza a apretar todos los botones con urgencia.
Al ver que a aquélla le va a dar un ataque de un momento a otro, la miro y, llamando su atención, digo:
—A ver..., tranquila. ¿Cómo te llamas?
—Ivana.
Su cara no me suena y, mirándola, pregunto:
—¿Trabajas en Jeon?
—No. He venido... he venido a una entrevista.
Varias de las personas que hay allí comienzan a comentar que han venido a esa entrevista y, al ver que ya han entablado una conversación, digo:
—Escucha. El ascensor se ha parado porque se habrá ido la luz con la tormenta, pero sin duda los conserjes que están en la primera planta ya se habrán dado cuenta y pronto lo solucionarán.
A la mujer le tiemblan hasta las pestañas. Pobrecita. Sin embargo, parece que poco a poco se tranquiliza.
Pasan los minutos y, cuando soy consciente de dónde estoy, cómo estoy y encima encerrado, siento que voy a explotar de un momento a otro.
Estar encerrado en un ascensor nunca me ha gustado, y comienzo a sudar. Por suerte, llevo el mismo bolso que he traído de Busan, y dentro está el abanico de flores que Tiaré, una amiga, me regaló. Rápidamente lo saco y comienzo a darme
aire. Madre mía..., madre mía, qué calorazo que me está entrando, y qué angustia de estar encerrado.
Joder..., joder..., ¿a que me mareo?
—¿Te encuentras bien?
Al oír esa voz, ralentizo los abanicazos que me estoy dando y, dándome la vuelta para mirar, me quedo sin habla cuando me encuentro al hombre
que ya no sé si me ha roto el corazón, el alma o qué.
Durante unos segundos lo miro con gesto oscuro. Quiero que note lo decepcionado que estoy con él y, al ver que no dice nada más, me vuelvo
de nuevo y sigo abanicándome. Pero, de pronto, me rasco el cuello y oigo en mi oído:
—No, pequeño..., eso sólo lo empeorará —y siento cómo retira mi mano y sopla sobre mi cuello.
Eso... El aire que sale de su boca y da en mi piel eriza todo el vello de mi cuerpo, cuando lo oigo decir:
—¿Sabes? Hace años, el destino hizo que te conociera en un ascensor que se paró justamente como éste en Corea. En poco menos de cinco minutos me enamoré locamente de ti mientras me contabas que, si te entraba el nervio, eras capaz de echar espumarajos por la boca y convertirte en la niña de El exorcista.
Oír eso me da la vida.
Kook, mi Kook, vuelve a tirar de nuestros recuerdos. Aun así, no digo nada. No puedo.
Siento que mi alemán se acerca un poco más a mí y, tras soplarme de nuevo en mi enrojecido cuello, prosigue:
—Tú me has dado unos hijos preciosos y me vas a dar otro igual de bonito, pero sin lugar a dudas lo mejor de mi vida eres tú. Mi pequeño. Mi precioso lobito al que le encanta retarme todos los días y al que adoro ver sonreír. —Noto que
toma aire y continúa—: Me dijiste que las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas. Y tienes razón. Ni tú ni yo somos sencillos, pero nos queremos y nos queremos tanto que ya no podemos estar el uno sin el otro.
Ay, que me da... Entre el calor que hace aquí y el ataque de romanticismo que le ha entrado, creo que definitivamente me voy a desmayar, cuando de pronto siento que una de sus manos me coge del brazo, me da la vuelta para que lo mire y,
enseñándome un paquete de chicles de fresa, dice:
—¿Quieres uno?
Como un tonto, y sin importarme cómo nos miran, asiento. Con una encantadora sonrisa, Kook saca un chicle, le quita el papel y directamente lo mete en mi boca.
Acto seguido, yo cojo otro, lo abro y se lo meto a él en la boca. Qué bonito recuerdo aquél.
Luego, ambos sonreímos y él afirma:
—Ahí está. Ésa es la sonrisa en la que pienso a cada momento del día.
Vale, ya me tiene. Ya vuelve a tenerme donde él quería, y entonces pregunto:
—¿Qué haces aquí?
Apoyando el hombro en la pared del ascensor para estar más cerca de mi cara, murmura:
—Quería darte un golpe de efecto tras lo que me has dicho y llevo más de media hora metido en el ascensor subiendo y bajando. Tenía miedo de
que te fueras antes de la hora y por eso inutilicé uno de los ascensores para que no te escaparas de mí. —Y, acercándose a mí, afirma—: Por cierto, que sepas que, cuando salga de aquí, Tae me va a degollar.
—¿Por qué? —pregunto curioso.
Mi alemán sonríe y, acercándose aún más, cuchichea con cuidado de no ser oído:
—Como me dijiste que Mel estaba esperándote en recepción, la llamé y le pedí que trajera a Peter para que pirateara el software de los ascensores para poder quedarme aquí encerrado contigo.
Eso me provoca risa. Pero ¿qué ha hecho ese loco? Y yo pensando que había sido la tormenta.
De pronto comienza a sonar por el altavoz del ascensor nuestra canción angel de troye sivan y Kook me mira con una ponzoñosa sonrisa, me guiña el ojo y murmura:
—Si fallaba el golpe de efecto al verme, sin duda nuestra canción me daría otra oportunidad.
Vuelvo a sonreír. Kook, mi amor, el hombre de mi vida y dueño de mi corazón, está haciendo lo que necesito. Hace lo que cualquier omega necesita ver para sentir que el hombre al que ama está tan enamorado como el.
—No me ha hecho falta una hora para saber que no quiero vivir sin ti —susurra entonces con voz ronca—, pero sí para preparar todo esto. Por nada del mundo voy a dejar que te vayas de mi vida porque te quiero y porque los recuerdos que
tú y yo tenemos juntos y los que vamos a atesorar en nuestro camino son mucho más importantes que las tontas piedras que tenemos que saltar para continuar con nuestro amor.
—Vaya... —murmuro boquiabierto por sus palabras mientras Troye relata nuestra increíble historia de amor.
Desde luego, cuando mi Iceman quiere, tiene un don de la palabra y de la improvisación impresionante.
—Por cierto —continúa sin importarle las personas que nos miran y cuchichean—. Ya lo había hecho antes de ir a Busan, pero quiero que sepas que he delegado en varios de mis directivos muchas cosas y, en adelante, tú y yo vamos a disfrutar de nuestras vidas porque, como bien dijiste hace poco, ¿de qué sirve el dinero si no lo disfrutamos? Y, por último, pero no menos importante, quiero decirte que antes, en mi despacho, has olvidado decir que, además de todas esas cosas que has mencionado, eres mi amor, eres apasionado, besucon, maternal, hogareño, malhablado, loco, interesante, apetecible, duro, divertido, sexy, guerrero, pasional, y podría seguir y seguir y seguir diciéndote los millones de cosas buenas y positivas que tienes, pero ahora necesito besarte.
¿Puedo?
Enamorado, lo miro. Sin duda, somos tal para cual y, negando con la cabeza, murmuro:
—No.
Su gesto de sorpresa me hace gracia.
—¿Por qué? —pregunta.
Sonrío divertido. Mi corazón va a estallar de felicidad y, acoplándome más a él, susurro acercando mi boca a la suya:
—Gilipollas, porque te voy a besar yo.
Nuestras bocas se encuentran.
Nuestros cuerpos se recuperan.
Nuestros corazones vuelven a latir al unísono y, cuando nuestras lenguas chocan y se devoran con auténtica pasión, de pronto me atraganto y, separándome de él, cuchicheo:
—Joder, cariño, acabo de tragarme el chicle.
Kook suelta una risotada, nos abrazamos ante la cara de todos los que nos miran y luego murmura con disimulo:
—Creo que es mejor que avise a Peter para que haga que el ascensor se mueva.
Atontado por la locura que mi amor ha hecho por mí en la empresa, afirmo olvidándome del chicle:
—Sí. Saquemos a estas personas del ascensor. Kook pulsa un botón de su móvil y, pasados unos segundos, el ascensor se mueve y las personas que hay a nuestro alrededor se miran sorprendidas y aplauden.
Cuando el ascensor llega a la planta baja y todos salen, Kook me da la mano, yo se la agarro con fuerza y seguridad y, encantados y felices, salimos del ascensor, sabiendo que a partir de ahora, unidos, somos indestructibles y que nada ni nadie podrá con nuestro auténtico, loco y apasionado amor.y como siempre, sabemos que nos necesitamos y el después de salir de Jeon nos dirigimos al hotel que queda a dos calles de la oficina donde me asegura que me hara el amor como un animal y que solo espera no lastimar al bebe o hacerme otro mientras se hunda poco a poco en mi…….. y si mis lectoras el me hizo el amor con locura y pasión mientras me decía al oído cuanto me ama y me necesita…..







Mis hermanas por fin subi toda la temporada y ahora vamos por las de yo soy jeon jungkook 💜  espero me sigan dando su super apoyo las amo de verdad







Mis hermanas por fin subi toda la temporada y ahora vamos por las de yo soy jeon jungkook 💜  espero me sigan dando su super apoyo las amo de verdad

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now