18

1.7K 199 15
                                    


 
El día de nuestro regreso a Alemania, en cuanto llegamos al aeropuerto y pienso en Mike, se me abren las carnes. ¿Qué nos encontraremos cuando lleguemos?
Tras despedirnos de Mel, Sami y Tae, Victor, que ha ido a recogernos, nos saluda y el pequeño Kook se tira a sus brazos. Lo quiere muchísimo.
Una vez nos montamos en el coche, Victor nos pone al día de cómo ha ido todo en nuestra ausencia, pero no habla de Mike. Lo omite totalmente. Al llegar a casa, Jeen sale a nuestro encuentro y besuquea con amor a los pequeños mientras saluda a Pipa, que sonríe.
Entonces, el teléfono de Kook suena y se aleja de nosotros para contestar. Veo que se mete en su despacho y yo abrazo encantada a Jeen.
Hablamos durante un buen rato y, cuando Kook sale del despacho, me mira y pregunta con gesto serio:
—¿Vamos a ir por Mike?
Yo asiento y, al ver su expresión, inquiero:
—¿Ocurre algo?
Nuestros ojos se encuentran y mi amor, relajando el gesto, sonríe y me agarra por la cintura.
—Nada importante —dice.
Los niños se quedan en nuestra casa y Kook y yo vamos a la de Eun ya por Mike. Al llegar nos encontramos a mi cuñada Jiyu con mi suegra que nos hacen un caluroso recibimiento.
—¿Cómo estás? —pregunto mirando a Jiyu. Mi cuñada sonríe y, tocándose su barriguita, responde:
—Feliz como una perdiz, nerviosa por la despedida de soltera del martes y la boda del sábado, y asquerosamente vomitiva.
Todos sonreímos y entonces Kook, al que he visto mirar a nuestro alrededor, pregunta:
—¿Dónde está Mike?
Al oír eso, Eun pone los ojos en blanco.
—Arriba. En su habitación —responde—.
Antes de que lo veas, tengo que decirte que estoy muy... muy enfadada con él.
—Yo directamente lo habría matado por lo que ha hecho —afirma Jiyu—. Pero, tranquilos, las aguas han vuelto a su cauce y todo está solucionado.
—Pero ¿qué ha hecho? —pregunto ansioso.
—Ay, hijo..., estos muchachos de hoy en día no tienen cabeza —murmura Eun sentándose.
Al oír a su madre, Kook se sienta a su lado. Oh..., oh..., su gesto se endurece. Y, una vez nos sentamos los cuatro con gesto contrariado, finalmente explota y sisea:
—¿Me pueden decir de una santa vez qué narices ha hecho?
—Hijo... —murmura Eun.
A mí me está entrando el nervio y, cuando voy a llevarme la mano al cuello, me doy cuenta de que Kook me observa y evito hacerlo. Ver cómo Eun y Jiyu intercambian una mirada me hace presuponer que lo que ha hecho ha tenido miga. Entonces, Jiyu explica:
—Mi querido sobrino y su querido hijo, para hacerse el chulito delante de su nuevo
novieto, que, por cierto, no me gustó un pelo cuando la vi, creó un perfil en Facebook con el nombre de Malote Palote y tuvo la genial idea de insultar a un amigo del instituto y subir un vídeo.
—¡¿Qué?! —brama Kook.
Yo escucho alucinado. Pero ¿cuántas cuentas de Facebook tiene el puñetero niñato? Entonces, pongo la mano sobre el brazo de mi amor y, tras
pedirle tranquilidad con la mirada, pregunto horrorizado:
—¿A qué amigo le ha hecho eso?
—Josh Bluke, el hijo de...
—¿Josh, nuestro vecino? —me apresuro a preguntar.
Jiyu y Eun asienten, mientras que Kook y yo parpadeamos alucinados.
Sin poder evitarlo, me llevo la mano a la boca. Josh fue el primer amigo de Mike en el colegio cuando éste comenzó a relacionarse con los niños.
Horrorizado, pienso en él. A pesar de tener la misma edad que nuestro hijo, Josh sigue siendo un crío tímido y apocado. ¿Cómo ha podido Mike hacerle eso?
—Fíjate si es tonto —prosigue Jiyu, encendida— que subió a ese perfil un vídeo donde están en el baño del instituto con el pobre Josh, escupiéndole.
—¡¿Cómo?! —grita Kook.
—¡¿Qué?! —pregunto yo.
—Sí, hijos, sí —prosigue Eun apenada—. El crío en cuestión, al saber lo que había hecho mi tonto nieto, se lo dijo a sus padres y ellos lo denunciaron a la policía. Rastrearon la cuenta y el resto ya se lo pueden imaginar.
Mi cara es un poema. La de Kook da más que miedito.
Mi niño, mi tonto niño, por chulear delante de su nuevo novio, ha querido hacerle daño a un amigo, sin darse cuenta de que el daño se lo estaba haciendo a sí mismo.
Kook se lleva las manos al pelo, se lo toca y séque está nervioso. Muy nervioso.
Su madre, al verlo, posa una mano sobre surodilla y murmura:
—Ya está todo solucionado, hijo, no tepreocupes. Jiyu y yo le hicimos cerrar esa cuenta de Facebook y, después, lo llevamos a casa de eseniño a que le pidiera perdón delante de sus padres.
Yo sigo bloqueado. ¿Cómo ha podido hacer Mike algo así?
Kook se levanta y, mirándome, dice:—Ven. Tenemos que hablar con él.
Asiento. Me levanto a mi vez y, tras ver queJiyu y Eun nos dejan nuestro espacio, nos dirigimos hacia la habitación que el niño tiene en casa de su abuela.
Mientras subimos por la escalera, cojo la mano de Kook y, parándolo, digo:
—Por favor, respira y piensa antes de decir todo lo que quieres decirle.
Mi amor me mira. Asiente y, con un gesto extraño, musita:
—Min..., estoy tan confundido por lo que ha hecho que no sé ni qué decirle.
Durante unos segundos, los dos permanecemos callados y cogidos de la mano, hasta que finalmente digo:
—Hagamos una cosa. Como a mí me ve como el malo, sigamos haciendo que lo crea así.
—¡Pero ¿qué dices?! —protesta.
—Creo que, si te ve más receptivo que a mí, hablará contigo de cosas que seguramente conmigo no va a hablar. Piénsalo, cariño. —Mi amor lo
piensa..., lo piensa y lo piensa y, cuando veo que no responde y la ansiedad se va a apoderar de mí, pregunto—: ¿Qué te parece?
—No creo que funcione, Min.
—¿Por qué?
—Porque, en cuanto le vea la cara, no sé si voy a poder contenerme de decirle todo lo que me ronda por la cabeza.
Sonrío. No es momento de sonreír, pero lo hago.—
Eso será un gran error, y lo sabes —replico —. Tu madre y Jiyu ya le habrán echado una buena bronca. Tú debes decirle algo también, pero en esta ocasión es mejor que sea yo la que le eche el broncazo del siglo. Hazme caso, de verdad. A mí ya me tiene entre ceja y ceja, y...
—Es que no quiero que te tenga a ti así. ¿Por qué te va a tener entre ceja y ceja?
Miro a mi amor. Sin duda, está tan sumergido en su trabajo que todavía no se ha dado cuenta de la cruda realidad en referencia a Mike y a mí, y asiento.
—Escúchame, amor. Creo que en este instante es mejor que te vea a ti como a un amigo en vez de como a un enemigo.
Kook me mira..., me mira..., me mira y, finalmente, acercándome a él, me da un beso en la punta de la nariz y susurra:
—De acuerdo.
Sonrío. Me encanta que entre en el juego. Le guiño un ojo y murmuro:
—Vamos. Tenemos que hablar con nuestro hijo. Al entrar en la habitación, Mike está tumbado sobre la cama. Al vernos, enseguida se pone en pie y, mirándonos, dice antes de que nosotros digamos nada:—
Sé que lo que he hecho ha estado mal. Lo he pensado y me arrepiento de ello. Pero...
—Me has decepcionado, Mike —lo corta Kook —. Jamás me habría esperado esto de ti, y te aseguro que Josh tampoco. ¿En qué estabas pensando?
Aprieto la mano de Kook, siento que, si no lo hago, no va a parar. Entonces se calla, me mira y yo, dando un paso al frente, digo con esa chulería coreana que no se puede aguantar:
—Increíble, Mike... Increíble. ¿Cómo has podido hacerle eso a Josh? —Él me mira, no dice nada, y yo prosigo—: Si me llegan a decir que harías algo así nunca lo hubiera creído. Pero ¿de qué vas? ¿De chulito? ¿De castigador? ¿De Malote
Palote? ¿O simplemente es que has perdido la cabeza?
—Lo siento —murmura Mike.
Ay, pobre... Ay, que me desarma.
No obstante, sin querer caer en mi sensiblería de siempre, sacudo la cabeza y, poniéndome las manos en la cintura, sentencio:
—Mira, guapito, Josh fue el primer amigo que tuviste cuando nadie quería ser tu amigo en el colegio, ¿lo has olvidado? A él no le importó que te llamaran ¡«latino»! —grito. Kook me mira sorprendido y yo prosigo—: Ni tampoco le importó que no tuvieras amigos. ¿Y ahora qué pasa? Ahora, cuando has cambiado del colegio
al instituto, y él te necesita a su lado, te olvidas de él, te echas nuevos amiguitos y no se te ocurre otra cosa mejor que meterte con él; pero ¿qué coño estás haciendo, Mike?
—Min...
La voz de mi amor me hace entender que debo bajar el tono y, volviendo a mirar al crío, cuchicheo:
—No sólo vas a estar castigado el tiempo que diga tu padre, sino que ahora también vas a estar castigado eternamente por mí. —Y, moviéndome
con chulería, añado—: Y, como a New o a alguno de tus nuevos amiguitos se les ocurra hacerle o decirle algo a Josh, te juro por mi madre que se las van a tener que ver conmigo. ¿Y sabes por qué? — El crío niega con la cabeza y yo siseo—: Porque yo, cuando quiero, quiero de verdad, y a Josh lo quiero y no voy a permitir que cuatro adolescentes maleducados a los que les falta una buena torta por parte de sus padres le hagan daño. Así pues, ya puedes decirles a tus nuevos amiguitos que, como yo me entere de que le tosen o lo miran mal, se las van a ver conmigo, ¿entendido? Y, por supuesto, olvídate de quedar con ellos o verlos. Si tengo que
ser tu sombra, lo seré, pero esas amistades se van a acabar.
Mike no dice nada. Sabe que es mejor mantenerse callado. Entonces, Kook me mira, me aprieta la mano y dice:
—De acuerdo, Min. Basta ya.
—¡Basta ya! ¡Basta ya! —grito como un poli malo—. Este mierdecilla, con la nariz llena de granos, se permite hacer lo que le ha hecho a Josh y tú sólo dices ¡basta ya!
Consciente de lo que hago, Kook repite sin quitarme los ojos de encima:
—¡Basta ya!
Me suelto de su mano. Estoy encendido. Tengo ganas de decirle a Mike mil cosas más, pero decido hacer caso a Kook y serenarme. Es lo mejor, y no debo pasarme.
Mike nos observa sin moverse, y entonces veo que Kook se sienta en una silla y, con una tranquilidad inusual en él, comienza a hablar con nuestro hijo. En silencio, yo también me siento y escucho todo lo que dice. Reconozco que me encanta ese lado sereno de Kook. Mi amor es un gran poli bueno cuando se lo propone.
Mike lo escucha con atención. Por fin veo que conecta con él, y mis ojos se llenan de lágrimas cuando oigo que Kook dice:
—Lo último que voy a decirte sobre este tema es que has hecho daño a un buen amigo tuyo llamado Josh. Tú no eres una mala persona, hijo, pero si no cambias, si no pones de tu parte, lo serás.
Qué verdad más verdadera acaba de decir mi marido. Estoy por gritar ¡olé..., olé y olé! Pero no. No debo hacerlo o todo nuestro montaje de polis buenos y malos se vendrá abajo.
Una vez acaba Kook, Mike asiente y me mira. Sabe que ahora es mi turno pero, como no tengo nada mejor que decir con respecto a todo lo que ya ha dicho mi amor, lo miro y pregunto muy serio:
—¿Recuerda tu profesor la tutoría?
El crío me mira. En sus ojos veo frialdad hacia lo que digo, y entonces responde:
—Sí. Me la recordó el viernes, pero me dijo que la dejáramos para el lunes de la semana que viene.—
El lunes de la semana que viene no podré ir —blasfema Kook—. Tengo una reunión programada desde hace meses y...
—No importa, cariño. Iré yo —lo corto. Mi amor asiente, y yo, sin cambiar mi gesto, vuelvo a mirar a Mike e indico—: Ahora recoge tus cosas, nos vamos a casa.
Acto seguido, Kook y yo nos levantamos y, sin decir nada más, salimos de la habitación. Cuando llegamos a la escalera, me paro y, mirando a mi amor, susurro:
—Estoy muy orgulloso de ti. Es la primera vez que te veo hablar así de tranquilo con Mike, y que sepas que lo último que has dicho me ha llegado al corazón.
Kook cabecea, sonríe y, pasando la mano por mi cintura, me acerca a él y cuchichea haciéndome reír:
—Gracias, poli malo, y que sepas que voy a tener que aplicarme para domar esa chulería coreana que te sale del cuerpo cuando te enfadas.
Me río. ¿Domarme a mí un alemán? Antes, las cabras vuelan.
Veinte minutos después, tras despedirnos de Jiyu y de Eun, los tres nos montamos en el coche sin decir nada. El silencio es atronador y decido poner música. Instantes después, canturreo
 
 
 
 
 
El martes por la tarde, cuando me estoy arreglando para acudir a la despedida de soltera de Jiyu, dudo sobre qué ponerme. ¿Muy arreglado? ¿Muy informal? Lo último que sé es que Ginebra ha liado a mi suegra y, juntas, han organizado la cena en un restaurante que no conozco, por lo que le escribo un mensaje a mi amiga Mel:
 
 
¿Hay que arreglarse mucho para el restaurante?
 
 
Dos segundos después, mi móvil pita y leo:
 
 
Pasa del restaurante, piensa en el Guantanamera... ¡Azúcar!
 
 
Leer eso me hace sonreír, por lo que al final miro mi armario y saco un conjunto de camiseta con chaqueta a juego con diminutas lentejuelas y unos vaqueros oscuros, me pongo unas botas negras y, una vez acabo, murmuro mirándome al espejo:
—Perfecto. ¡Arreglado pero informal!
Nada más decir eso, me río. ¡Cada día me parezco más a mi hermana Hye
Sonriendo como un tonto, salgo de la habitación. Sin lugar a dudas, Kook, que acaba de llegar de trabajar, me mirará con su gesto serio y no dirá nada. No quiere acudir a la cena. Se niega a ir al Guantanamera. Estoy bajando la escalera cuando de pronto oigo una voz que proviene del salón. Alucinado, aguzo el oído para identificarla mejor y, en cuanto lo hago, me paro, cierro los
ojos y murmuro sorprendido al comprender que se trata de Ginebra:
—Pero ¿qué hace ésta aquí?
No me cae mal, me parece una buena mujer, pero ¿por qué tiene que creerse que es mi amiga cuando yo no lo siento así?
Sin ganas de permanecer parado en la escalera, retomo mi camino y, al entrar en el salón, me encuentro a Ginebra con su marido y el mío. Al verme, ella aplaude y dice:
—Aquí estás. ¡Oh, pero qué guapo te has puesto!
—Bellísimo —afirma Félix.
—Gracias —respondo con una sonrisa.
Me gustan los halagos, pero quien quiero que me los haga no ha abierto la boca. Entonces, Ginebra dice:
—Kook, ¡tienes que venir! Van a ir los maridos y novios de las mujeres invitadas a la fiesta de despedida de soltera de tu hermana, y con ese traje estás bien. ¿Acaso quieres que Jimin esté solo? ¿O pretendes que ande quitándose a los moscones de encima cuando vean que va sin compañía?
Sorprendido por esas palabras, miro a mi amor. Él me mira..., me mira y me mira, y finalmente dice:
—Iré.
Boquiabierto, voy a decir algo cuando Ginebra se me adelanta:
—Buena elección. Sin duda, tu omega se ha puesto tan guapo porque quiere guerra esta noche,
¿verdad?
Kook me mira. Yo lo miro y, convencido de lo que pasa por su cuadriculada cabeza, replico:
—Yo sólo quiero guerra con mi marido, Ginebra.
Observo que mi aclaración hace sonreír a Kook, y la aludida, consciente del tonito de mi voz, añade:
—Normal, cielo. Tonto serías si no la quisieras con un hombre como él.
Sé que lo que ha dicho es un piropo hacia Kook, pero me molesta. No me gusta nada que se tome esas licencias con nosotros cuando yo, particularmente yo, nunca se las he dado. Kook, que me conoce, me mira y, dándome un beso en los
labios, dice:
—¿Quieres que vaya contigo?
Como no tengo ganas de montarle un numerito delante de esos dos, afirmo:
—Claro que quiero. ¿Por qué lo dudas?
Dos segundos después, mi amor sale del salón, va a cambiarse de ropa y yo me excuso para ir a ver los niños. Cuando regreso, Kook ya está de vuelta vestido con una camisa negra, unos pantalones vaqueros oscuros y una amKookana.
¡Dios..., qué guapo está!
—Los hombres cenaremos con el novio en el restaurante de un amigo —oigo decir a Félix.
Eso no le hace ni pizca de gracia a mi amor, pero no dice nada. Ya ha dicho que viene y no va a cambiar de opinión. Diez minutos después, nos despedimos de Pipa y de Jeen y los cuatro salimos de casa, nos montamos en nuestro coche y
vamos hasta la casa de Tae y de Mel.
Aparcamos el vehículo, bajamos y le envío un mensaje a mi amiga para decirle que estamos allí. Dos minutos después aparecen, y Tae, al vernos, se frota las manos y con gesto guasón murmura mirando a Kook:
—Cenita de hombres, ¡qué ilusión!
Al oírlo, Mel sonríe como sonrío yo. Sin duda, esa cenita le apetece tan poco a Tae como a Kook.—
Reservaré un bailecito para ti en el Guantanamera —murmura Mel.
El gesto de Tae cambia. Ya no sonríe y, atrayéndola hacia sí, percibo que le dice algo al oído que sólo ellos saben y los hace reír.
Entonces, siento las poderosas manos de mi amor rodeándome la cintura y oigo que dice en mi oído ante la atenta mirada de Ginebra:
—Pásalo bien en la cena. Más tarde nos vemos.
Asiento. Lo beso y respondo:
—Ya tú sabes, mi amol, dónde estaré. Kook sonríe. Me vuelve loco verlo así y,
besándolo de nuevo, afirmo:
—He reservado los mejores bailes para ti. De nuevo vuelve a sonreír. De todos es sabido que, como mucho, Kook mueve el cuello o el pie y, mientras le doy un último beso, veo que un taxi se detiene para nosotros. Tras guiñarle el ojo con
complicidad, me monto atrás junto a Mel mientras Ginebra, que sube delante, le da la dirección al taxista.
Al llegar al restaurante, me sorprendo al ver la cantidad de omegas que somos. Yo creía que iba a ser una cenita más o menos íntima, pero no, al final somos treinta y dos. Jiyu, mi cuñada, feliz con la fiesta, nos abraza. Está guapísima con su vestidito hippy. Me encanta el estilazo que tiene la jodía. Se ponga lo que se ponga, ¡todo le queda bien!
Incluso embarazada parece una top model. ¡Qué suerte la suya!
Eun, mi suegra, está despendolada. Ríe, bromea, aplaude, brinda y se lo pasa bomba. Sin duda, si alguien sabe sacarle jugo a la vida, ¡ésa es mi suegra!
Mel y yo conocemos a algunas amigas de Jiyu y a un par de las de Eun, pero me doy cuenta de que Ginebra conoce a mucha más gente que yo. ¿Cómo puede ser eso?
Rápidamente me doy respuesta a mi pregunta cuando me entero de que a muchas de las amigas de mi suegra las conoce de la época en que estuvo
con Kook, y a las amigas y compañeras de Jiyu las ha conocido por whatsapp porque ha organizado la cena junto a Eun.
Mel me mira. Sé que piensa lo mismo que yo.
Ginebra está tomando un protagonismo incómodo junto a mi cuñada y mi suegra, pero no seré yo quien diga nada. No quiero que vayan a pensar cosas raras.
Intento que no me afecte nada, ni siquiera cuando muchas de las mayores le dicen a Ginebra aquello de «qué bonita pareja hacian Kook y tú».
Me callo. Es lo mejor que puedo hacer, pero Ginebra, como siempre, sale en mi defensa y dice delante de todas: «Min y Kook hacen mejor pareja».
Sin embargo, Mel, mi Mel, que me conoce, murmura:
—Si me pides que le tire una copa encima, ¡se la tiro!
Al oír eso, suelto una gran carcajada y, chocando mi copa con la de mi amiga, respondo:
—Tranquila. Está todo controlado.
—¿Qué tal si nos vamos al Guantanamera? —
dice mi cuñada cuando ya hemos terminado de cenar—. ¡Allí nos esperan los chicos!
Todas aplauden.Todas tienen ganas de pasarlo bien y, dispuesto a pasarlo tan bien como ellas, grito:—
¡Azúcarrrrrrrrrrrrrrr!
En la calle nos espera el minibús que Jiyu ha alquilado y, una vez hemos montado todas en él, éste nos lleva a nuestro próximo destino.
Al entrar en el Guantanamera, mi humor cambia. Aunque Kook no lo entienda, ese lugar es una pequeña parte de mi casa. Los amigos, el ambiente, la música, todo eso unido me recuerda a mis buenos momentos de juerga con mis amigos en
corea, y llegar allí me hace feliz.
Al entrar busco con la mirada a mi rubio, pero no lo encuentro, y pronto vemos que los chicos no han llegado aún. Los treinta y dos omegas nos dispersamos por la discoteca y, entre risas, veo a mi suegra bailar junto a Ginebra y a sus amigas,
mientras unos maduritos las jalean y ellas se entregan al bailoteo cubano.
Estoy en la barra con Mel, Jiyu y alguna más cuando oigo a mis espaldas:
—No lo puedo creerrr. Cuánta omega divino juntooss.
Sin volverme, ya sé quién es. Se trata de Máximo, el argentino al que hace tiempo
apodamos Don Torso Perfecto. Sin tardanza, nos besa encantado y nos invita a una primera ronda de chupitos, excepto a Jiyu, que por su embarazo se toma un zumo.
Entre risas estamos charlando cuando aparece Claudia con su nuevo novio, un checoslovaco guapo... guapo a rabiar y, divertida, Mel cuchichea:
—Con lo poquita cosa que es esta muchacha y los novios tan estupendos que se echa siempre.
Porque, que yo sepa, ha estado con Don Torso Perfecto —los dos miramos al argentino, que está hablando con Jiyu— y luego con el portugués aquel que cantaba fados y que no era guapo, sino ¡lo siguiente!
Asiento, Mel tiene razón: Claudia sabe elegir maravillosamente. Entonces, oigo una voz que dice a mi lado:
—Pero qué bello es verte por aquí..., mi rey coreano.
Al mirar, me encuentro con Lemus, y me tiro a sus brazos complacido. Llevo sin ir al Guantanamera al menos tres meses. Con tal de no oír gruñir a Kook, no voy. Pero Lemus es un amor. Desde que mi cuñada me lo presentó, siempre ha sido un caballero conmigo, tan caballero como Máximo. Ninguno de ellos se ha
propasado lo más mínimo, aunque a Kook le moleste nuestra manera de bailar.
—Hey, negro, ¿tengo que ponerme celosa? — protesta mi cuñada.
Lemus sonríe y, cuando me suelta a mí, abraza a mi cuñada Jiyu, a Claudia y a Mel y nos presenta a unos amigos cubanos que van con él.
Durante un rato charlamos todos animadamente y siento como si aquello fuera la ONU. Allí estamos alemanes, una amKookana, un coreano, cubanos, un checoslovaco y un argentino; ¿se puede pedir más?
Cuando comienza la canción La vida es un
carnaval,  que canta Celia Cruz, todos salimos a la pista, y mi suegra, en cuanto ve a Máximo, lo saluda con efusividad. Al ver eso, Jiyu y yo nos miramos y reímos. Todavía recordamos cuando aquélla nos pidió que le buscáramos un guaperas
con tabletita de chocolate para darle celos a un ex. Máximo la agarra feliz y comienza a bailar con ella mientras todos gritamos lo que Celia Cruz nos
hace gritar y levantamos las manos. Cuando las bajamos de nuevo, Lemus me
coge y nos marcamos uno de nuestros bailecitos. Encantado, me doy cuenta de que no he olvidado nada de lo que con el tiempo he aprendido con ellos, especialmente con él y con Máximo. Estoy dándome una vueltecita cuando veo a Ginebra bailando como una descosida.
Olvidándome de ella, me centro en pasarlo bien, ¡quiero pasarlo de vicio! Por lo que bailo descontroladamente hasta que, en una de mis vueltas, mis ojos chocan con unos ojazos verdes y enfadados y me doy cuenta de que Kook ya ha
llegado.
Al mirar hacia Mel, la veo con Tae bailando en la pista. ¿Cuánto llevarán allí? Y, como no tengo ganas de malas caras, dejo de bailar y, tras saludar a Drew, mi futuro cuñado, me acerco a Kook y, empinándome para que me oiga, le pregunto
al oído:
—¿Bailas, mi amol?
Incómodo como siempre que está allí, él me mira y responde:
—Ya sabes que no.
Ginebra llega en ese instante hasta nosotros. No para de bailar. Sin duda alguna, se lo está pasando bomba.
—¿No bailas? —dice.
Kook no responde y, cuando yo voy a decir algo, Félix la coge de una mano y se la lleva a la pista. Mi marido los observa con gesto serio y yo sonrío.
No sé si es que soy masoquista o me falta un tornillo, pero me río en su cara y entonces él pregunta:
—¿Qué te hace tanta gracia?
Pido un chupito al camarero, éste lo pone ante mí y, tras bebérmelo de un trago, digo:
—Si se te hubiera ocurrido salir a bailar con ella, te aseguro que habría sido lo último que habrías hecho en la vida.
Mis palabras lo hacen sonreír también a él y, al sentir que se relaja tras ese comentario, lo abrazo y murmuro mimoso:
—Cariño. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que aquí sólo vengo a bailar con mis amigos?
—¿Y no crees que tus amigos se acercan mucho a ti para bailar?
—Por Dios, Kook, está tu madre, tu hermana, y ¡estás tú! ¿Cómo puedes tener pensamientos tan retorcidos? —Pero, al ver que no dice nada, insisto—: Mira, guapo, si yo quisiera hacer algo tan retorcido como lo que tu horrorosa mente
piensa, soy lo suficientemente listo para hacerlo y que nadie lo vea.
—Jimin...
Vale..., me he pasado. Como siempre, ha salido mi lado chulo. Pero, cansado de tener que defender algo absurdo, respondo:
—Mira, cariño, el día que te des cuenta de que ellos te respetan como a mi marido que eres, te aseguro que serás mucho más feliz. Por Dios, ¡qué cabezón! —Y, dicho esto, me separo de él y siseo
—: ¿Sabes, simpático? Si te quisiera engañar con otro hombre, te aseguro que nunca lo haría aquí, ¿y sabes por qué? —Kook sonríe incómodo y yo añado—: Porque esos amigos míos de los que tanto te quejas no me lo iban a permitir. Te tienen más aprecio del que tú les tienes a ellos, y la verdad, ¡no te lo mereces!
Kook no responde. Su silencio me está sacando de mis casillas y, al ver que lo miro, sólo dice:
—Si tú dices eso..., lo creeré.
Su tono escéptico me hace saber que no cree lo que digo. Y me canso. Me canso de su desconfianza siempre que voy al Guantanamera cuando, lo crea él o no, es el sitio donde, sin él, estoy la mar de protegido.
Estamos sin hablar varios minutos. Como siempre, ya se ha enfadado. ¡Faltaría más! Y, dispuesto a que no me jorobe la noche, lo miro y siseo: —Mira, Kook, no deberías haber venido. No te gusta este sitio y no lo pasas bien, como yo no lo
paso bien viendo tu cara de amargado, por tanto, ¿qué tal si te marchas y dejamos los dos de pasarlo mal?
—¿Quieres que me vaya?
—No. Yo quiero que te quedes y te lo pases bien conmigo. Pero lo que no quiero es que te quedes, te amargues y me amargues a mí también.
Su gesto de acero me hace saber que lo que acabo de decir ya le ha tocado definitivamente las narices. Pues que se joda, ¡con sus caritas y sus silencios él también me las está tocando a mí!
Está claro que hay un punto en nuestras vidas donde nunca estaremos de acuerdo, y es el Guantanamera. Kook da un paso al frente, me da un
beso en los labios y dice:
—Te veré cuando regreses a casa.
Y, sin más, mi rubio, duro y frío alemán se da la vuelta y se encamina hacia la puerta. Tae, que no está lejos de nosotros, al ver aquello me mira y yo le hago un gesto con las manos para que sepa que Kook se va. Tae va tras él y yo decido no
pensar en ello.
Mel se acerca entonces a mí.
—¿Qué ha ocurrido?
Molesto, suspiro.
—Lo de siempre, Mel. A Kook no le gusta este lugar ni las compañías.
—Tu marido es tonto.
—Yo diría más bien ¡gilipollas! —digo sonriendo y mirando a mi amiga.
Un par de minutos después, mientras estoy
despotricando contra mi rubio alemán, Tae se acerca a nosotros y dice:
—Me voy con Kook. —Luego besa a Mel y murmura—: Y ustedes portense bien y no hagan que tenga que ir de nuevo a sacarlos del calabozo.
Sonreímos inevitablemente al oír eso, y Mel añade:
—Me portaré tan bien como te portarías tú.
Entonces Tae levanta las cejas y ella protesta:
—Oh, por Dios, cielo... Anda, vete y no pienses tonterías.
Una vez él se ha ido, no sin antes mirar un par de veces hacia atrás, Mel pide un par de chupitos al camarero, nos los tomamos del tirón y, en cuanto dejamos los vasitos en el mostrador, gritamos:
—¡Azúcarrrrrrrrr!
Durante horas bailamos, bebemos y nos metemos totalmente en la juerga. Ginebra me pregunta por Kook y yo le digo que se ha ido a casa, ella asiente y continúa bailando con su marido. Sin duda, Félix tiene una edad, pero no me cabe la menor duda de que le gusta la fiesta.
Sin embargo, a diferencia de otras veces, ésta termina antes de lo que imagino. Jiyu, por su embarazo, está cansada, y su futuro marido, que ha aguantado como un jabato, al final la convence para irse a descansar.
Poco después, mi suegra y sus amigas también se marchan, tras ellas las amigas y las compañeras de Jiyu y, luego, también Ginebra y Félix.
Mel y yo continuamos la juerga con nuestros amigos hasta que, agotados, a las seis de la mañana damos por finalizado el bailoteo y, acompañados por Lemus y Máximo, llegamos a nuestras casas. Como siempre, la caballerosidad
por parte de ellos es exquisita.
Cuando entro, sé que he bebido un poquito de más, pero sólo un poquito, y decido no pasar a ver a los niños. Estoy torpe y no quiero despertarlos.
Subo a mi habitación y me sorprendo al ver que Kook no está en la cama. ¿Dónde se habrá metido?
Eso me intranquiliza y, rápidamente, bajo a su despacho. Al entrar, lo descubro sentado a su mesa. Nuestras miradas se encuentran. Yo sonrío. Él no, y murmuro:
—Ya estoy aquí.
Kook descansa la nuca en el respaldo de su silla para mirarme. Me dedica la mirada del tigre asesino. Esa mirada de cabreo total que, en vez de darme miedo, curiosamente me pone a mil. Dios, ¡qué morboso soy!
Como puedo, llego hasta su lado. No lo toco, sólo miro la mesa, y de pronto oigo:
—Ni se te ocurra hacer lo que estás pensando.
Sonrío. Me alegra saber que Kook imagina que voy a hacer lo que hacen en las películas: tirar todo lo que hay sobre la mesa al suelo. Pero, claro, tiene mil papeles y está el portátil, y puedo liarla más de lo que imagino que la he liado ya.
Vuelvo a sonreír. Él sigue sin hacerlo, y decido sentarme a horcajadas sobre él.
No se mueve, pero me lo permite y yo me siento en celo lo que jamas siento.
Estoy caliente, tremendamente caliente, y mi marido es el único que deseo que me dé lo que busco. No obstante, cuando voy a acercarme a su boca, Kook pone una mano en mi pecho para frenarme y pregunta:
—¿Qué haces?
—Quiero besarte —susurro.
—No.
—Sí..., sí..., anda, déjame darte un besito, aunque sea chiquitito.
Mi amor me mira. Yo le pongo carita de pena.
Lo piensa. Eso del besito chiquitito y mi gesto lo hacen dudar, pero finalmente repite:
—No.
¡Jodido cabezón!
Abro la boca para protestar cuando él, como si yo fuera una plumilla, se levanta de la silla, me deja a un lado y, con gesto hosco, sisea:
—A ver si te crees que yo estoy aquí sólo para satisfacer tus deseos sexuales.
Anda, mi madre... ¿Y ahora me viene con eso?
—¿Ah, no? —pregunto con sorna.
Mi contestación hace que me eche otra de sus miraditas de Iceman.
—No —replica.
Pero yo, que cuando quiero algo me pongo muyyyyyy pesadito, insisto:
—Venga, miarma..., si lo estás deseando.
Mi respuesta no se la esperaba. Esperaba mi enfado ante su rechazo y, agarrándolo por la cintura, murmuro:
—Eres mío,Jeon Jungkook, y lo mío lo tengo cuando yo quiero.
Me pongo de puntillas para besarlo, pero él se estira y no llego. ¡La madre que lo parió!
Finalmente se retira y doy un traspié. Pero no, no me voy a enfadar ni por ésas. Y, caminando hacia él, insisto:
—No tienes escapatoria, rubiales.
De nuevo se mueve. Pero, ahora, en vez de alejarse se acerca y, cogiéndome entre sus brazos, me inmoviliza, me mira a los ojos y sisea:
—Te deseo más que a mi vida, pero no te voy a dar lo que quieres porque esta noche me has echado de tu lado y no te lo mereces. Así que no insistas, Jimin, porque no lo vas a conseguir te enfades o no.
Su mirada, la claridad en sus palabras y el que me llame ¡Jimin! me hacen saber que lo que busco ¡es un caso perdido! Por ello, cuando me suelta, estoy tan enfadado por su rechazo que, sin decir nada, doy media vuelta y salgo del despacho. La noche se ha acabado, y punto y final.
¡Él se lo pierde! Aunque, ahora que lo pienso, ¡también me lo pierdo yo!












Perdonen mi ausencia hermanas pero no he estado bien.... tengo desgaste emocional y por tal motivo me mandaron al psicólogo... pero ya estoy de vuelta

juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now