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Aquella mañana, Mel se levantó, y tras enviar varios mensajes a Jimin, que no respondió, vistió a Sami y la llevó al colegio como todos los días.
Estaba hablando con las demás mamás cuando vio que Johan llegaba con Pablo. El abogado se acercó hasta la puerta donde estaba el grupo de madres con una candorosa sonrisa y, tras darle un beso al crío, éste corrió con sus compañeros.
Mel lo observó con curiosidad. Era la primera vez que veía a Johan llevar al niño al colegio pero, como no quería meterse donde no la
llamaban, continuó hablando con las demás. Entonces, de pronto, notó que alguien la asía por el codo, y al volverse se encontró con la encantadora
sonrisa de Johan.
—Melania, ¿tienes un segundo? —preguntó él.
Sorprendida porque aquél se hubiera acercado a ella, se despidió del resto de las mamás y, cuando caminaban hacia el aparcamiento, él dijo:
—Louise me ha contado que sabes de nuestro problema y algo más y, aunque imagino que ella ya te lo ha dicho, te pido discreción.
Mel lo miró. No entendía a qué venía aquello, cuando ella no había vuelto a hablar con Louise.
—su vida en pareja es algo que deben solucionar ustedes —replicó ella—, pero creo que... —Tú no tienes que creer nada —la cortó Johan
—. Tú sólo tienes que permanecer alejada de Louise y mantener tu preciosa boquita bien cerrada.
—¡¿Qué?!
Sin la encantadora sonrisa de segundos antes, él siseó:
—No me gustas, como me consta que no les gustas a muchos del bufete por tu chulería. Sin duda, eres una nefasta influencia para mi mujer, y me atrevo a decir que para tu novio también.
Al oír eso, Mel se echó hacia atrás.
—Y a mí me consta que tú eres idiota profundo, por no decir algo peor —replicó—.
Pero ¿de qué vas? ¿Quién te crees que eres para hablarme así?
Con una maquiavélica sonrisa, Johan la cogió entonces del brazo con fuerza. Mel sacó su temperamento de teniente Parker y siseó:
—Suéltame si no quieres que te dé una patada en los huevos.
Él no la soltó, pero de pronto ambos oyeron que alguien decía:
—Eh..., oiga... ¿Qué le está haciendo a la señora?
Al mirar, se encontraron a un muchacho subido a un monopatín que se acercaba a ellos con gesto de enfado. Johan la soltó, pero antes de darse la vuelta para subirse a su coche, murmuró:
—De ti depende que Tae consiga o no lo que quiere.
Agitada por lo ocurrido, Mel no se movió siquiera del sitio. Entonces, el muchacho se acercó a ella con el monopatín en la mano.
—¿Se encuentra bien, señora? —le preguntó.
Todavía sorprendida, ella asintió mientras el coche de Johan se alejaba y, mirando al chico, intentó sonreír.
—Sí, gracias.
Al oír eso, el muchacho montó de nuevo en su
monopatín y se despidió alejándose de ella a toda prisa.—
Adiós, señora. Tengo que marcharme.
Como una tonta, Mel dijo adiós y luego resopló. Pero ¿de qué iba el idiota de Johan?
Durante varios minutos dudó qué hacer, hasta que finalmente se metió en su vehículo y se dirigió a casa de Louise. A ella nadie le decía qué podía o no hacer.
Al llamar al timbre, una chica rubia que Mel no conocía abrió con un teléfono móvil en la mano y saludó:
—Hola.
Mel miró el número de la casa y dijo:
—Hola. Soy una amiga de Louise, ¿está ella?
La joven sonrió y, echándose a un lado para dejarla entrar, gritó mientras proseguía hablando por teléfono:
—¡Louise, ha venido una amiga tuya!
Mel entró en la bonita casa, y estaba sentada mirando las fotos sonrientes expuestas en la chimenea cuando oyó la voz de Louise:
—Hola, Verónica, ¿qué haces aquí?
Mel se volvió y la miró. ¿Verónica? Pero al ver que aquélla llevaba un brazo en cabestrillo, exclamó:
—¡Por Dios, Louise, ¿qué te ha ocurrido?!
La chica rubia, que en ese momento colgó el teléfono, sonrió y explicó:
—Perdió el equilibrio y se cayó por la escalera. Si es que mi hermana va como una loca.
Las tres mujeres sonrieron. Sin embargo, algo le decía a Mel que aquello no era cierto. Entonces, la chica rubia añadió:
—Aprovecho que Verónica está aquí para ir al súper a comprar unas cosas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, Ulche —dijo Louise sonriendo.
Una vez quedaron las dos a solas, ella se sentó junto a Mel y ésta la miró.
—¿Verónica? ¿Ahora me llamo Verónica?
—Mel...
—Pero ¿de qué va esto?
Louise respondió con una sonrisa triste:
—Es mejor que Johan no sepa que has estado aquí.
Mel la miró incrédula. Pero ¿qué estaba ocurriendo allí? Y, sin andarse con rodeos, insistió:
—De acuerdo, seré Verónica. Pero dime, ¿qué ha pasado?
—Te lo acaba de decir mi hermana: me caí por la escalera.
—Y una chorra —replicó Mel al tiempo que se levantaba sin apartar la mirada de ella—.
¿Pretendes que me crea eso? Ahora mismo vamos a ir a la comisaría y lo vas a denunciar. Tú no te has caído.
—No.
—Pero, Louise...
—Mira, Mel, no te lo tomes a mal, pero es mejor que me dejes llevar mi vida.
El silencio se apoderó del salón. A Mel no le gustaba nada lo que se cocía en aquella impoluta y bonita casa.
—¿Por qué lo soportas? —preguntó.
Louise no respondió, y Mel, sentándose de nuevo al lado de ella, insistió:
—No tienes por qué aguantarlo. Por muy abogado que sea Johan, no puede hacerte esto, ni puede retenerte. Mira, yo no entiendo de leyes, pero sé que lo que él pretende es algo que no puede ser. Tú eres una persona y, como tal, debes
tener tu propia voz y tomar tus propias decisiones.
—¿Y qué quieres que haga? —replicó Louise
con los ojos llenos de lágrimas—. Él tiene el poder de todo y me puede quitar a Pablo.
—Eso está por ver. ¿Acaso has consultado tu situación con un abogado?
—No.
—Pues ven a mi casa y consúltale a Tae.
Estoy convencida de que él sabrá asesorarte y, así, podrás tomar tu propia decisión sin miedo.
—No puedo.
—¿Por qué no puedes?
A Louise le corrían las lágrimas por las mejillas cuando respondió:
—Porque Tae es uno de ellos.
Noqueada, Mel la corrigió:
—No, Louise, no. En eso te equivocas. Tae quiere trabajar en ese bufete, pero no es uno de ellos. Y, cuando se entere de esto, te aseguro que...
—No se puede enterar.
—Louise, Tae es un abogado íntegro que...
—¡Mel, convéncete! —gritó ella—. Todo el
que entra en ese bufete se corrompe. Johan también era un abogado íntegro hasta que dejó de serlo, ni te imaginas los documentos fraudulentos que he
visto en su ordenador. Si yo pudiera, si yo supiera, te juro que... —Hizo una pausa y terminó—: Pero no puedo. No puedo...
—Louise, no te dejes..., no permitas que...
Entonces ella, levantándose sin mirarla, agregó:
—Sé que no hago bien, pero por mi hijo haré lo que sea. Y, si para Pablo es bueno que yo continúe con su padre y acepte este tipo de vida, lo
haré. No quiero separarme de mi hijo y, si lo hago del padre, sé que éste, respaldado por el bufete, me lo va a quitar. Y ahora, por favor, vete y no
vuelvas. Si Johan se entera de que has estado aquí, tendré problemas.
—Pero, Louise...
—No, Mel, ¡vete!
Cuando salió de la casa, la exteniente estaba completamente desmoralizada. ¿Cómo era posible que Louise se dejara vencer así por aquel imbécil?
Miró su móvil. Jimin seguía sin responderle a los wasaps que le había enviado.
Ofuscada, se montó en su coche y murmuró:
—Pero ¿dónde te estás metiendo, Tae?...
Luego, tras arrancar el motor, se dirigió a Jeon. Tenía que hablar con Jimin.
 
 
 
 
 
 
 
Cuando Min se despertó tras pasar una noche horrible, Kook ya se había marchado a la oficina.
¿Por qué no lo había esperado?
Con paciencia, se duchó y, sin ánimos de hacer nada, salió de casa tras ver a los niños. Mike ni siquiera lo miró, y el decidió dejarlo estar. No tenía el cuerpo para nuevas discusiones.
En cuanto llegó al parking de la oficina, se encontró a Mel junto a la verja de entrada. Sorprendido por verla allí, abrió la puerta del coche y su amiga subió.
—Pero ¿tú no miras los mensajes? —le soltó.
Con la cabeza como un bombo, jimin se disponía a contestar, cuando ella añadió:
—¿Qué te ocurre?
Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al verlo, Mel murmuró:
—Vaya mañanita que llevo hoy. —Y, sin dejar de mirarlo, añadió—: Ni se te ocurra entrar en el parking. Tú te vienes conmigo a tomarte un café.
Min negó con la cabeza.
—No puedo. Tengo mucho trabajo.
—Que le den morcilla al trabajo. Eres el omega del jefe y, si llegas tarde, ¡que tengan huevos de despedirte!
Por primera vez en lo que iba de mañana, Jimin sonrió y, tras dar marcha atrás, se encaminó hacia una cafetería que estuviera algo alejada de Jeon. No quería que nadie la viera. Diez minutos después, cuando estacionó y
salió del coche, Mel y el caminaron hasta una terraza cerrada de una cafetería y, tras pedirle al camarero un par de cafés y una jarra de agua, Mel miró a su amigo y preguntó:
—Vamos a ver: ¿qué te ocurre?
Al oír eso, Jimin se derrumbó. Le contó a Mel lo que ocurría con Mike, lo que ocurría con Kook y lo que ocurría con Ginebra, y le hizo saber lo mucho que necesitaba ver a su padre. Mel lo escuchó con paciencia, lo consoló, la animó y,
cuando vio que su amigo dejaba de llorar, señaló:
—En lo referente a Mike, siento que le dieras esa torta que un día yo te propuse pero, sin duda, lo quiera ver Kook o no, se la merecía. Si le permiten ese comportamiento, se convertirá en un monstruo y, por supuesto, no tengo que decirte que, si te habla mal a ti y Kook no pone freno, el guantazo se lo merecen los dos.
—Kook no sabe muchas cosas. Me las callo para... —Muy mal, Min, muy mal. Debes contarle todo lo que ocurre.
Jimin suspiró, sabía que su amiga tenía razón.
—Te juro, Mel, que a veces los Jeon pueden conmigo, y ayer fue una de esas veces. Los quiero. Los adoro, pero en ocasiones los mandaría a paseo con sumo gusto por imbéciles, por engreídos y por pretenciosos. Sé que no obré bien
dándole un bofetón a Mike, pero ellos tampoco obraron bien, y lo saben. Sin embargo, son tan orgullosos que son incapaces de reconocerlo y pedir disculpas.
Mel asintió. Sin lugar a dudas, ella también los conocía y sabía muy bien sus defectos y sus virtudes.
—En cuanto a Ginebra —prosiguió—, siento en el alma lo que me dices. Debe de ser horrible tener la sensación de que el tiempo se agota; yo no querría nunca verme en su lugar.
—Si te soy sincera, Mel, y por muy feo que quede decirlo, ella es lo que menos me importa ahora mismo. Estoy tan enfadado con Kook y con Mike, que no sé ni para adónde tirar.
—Y en referencia a tu padre y la Feria de Busan, si yo fuera tú, me iba. ¿Que Kook no quiere ir?, ¡que no vaya! Pero no dejes de hacer lo que tú quieres para hacer lo que él quiere. Al fin y al cabo, él...
—Pero si él me dice que me vaya. En este caso soy yo el que quiere que él venga por el simple hecho de que deseo que mi padre disfrute de la feria con nosotros, como mi suegra disfruta de la Oktoberfest. Ambos se merecen que los acompañemos, y me enfada mucho que Kook no se dé cuenta de ello.
—Pero, Min, escucha..., si tiene mucho trabajo es normal que...
—¡Me importa una mierda su trabajo! —saltó Min como un resorte—. Entiendo que deba estar pendiente de la puñetera empresa, pero yo sólo le pido una semana al año para ir a mi tierra, sólo le pido eso, y si no me da el gusto es porque no le da
la gana. Joder..., ¡es el jefe! Y, como jefe, puede hacer cosas que el resto de los currantes no se pueden permitir. Y si te digo esto es porque lo sé.
Porque lo hizo cuando me conquistó, y porque no sé por qué narices esta vez está tan cerrado a ir a Busan. Pero, claro..., si ya no cena conmigo muchas noches porque se queda en el trabajo, ¿cómo se va a venir conmigo de viaje unos días? —Y, dando un golpe en la mesa, prosiguió—: Hay tiempo para lo que él quiere. Mira cómo para ir a México al bautizo de los hijos de Beto ha hecho un hueco.
Pero ¿es que se cree que soy gilipollas y no me doy cuenta? Está más que claro que él no se divierte mucho en la feria. No le gusta vestirse de andaluz, odia ponerse el sombrero, y enferma como alguien diga que se anime a bailar. Pero, joder, en ocasiones yo también voy a cenas de empresa que no me gustan y en las que me aburro como una ostra y me callo porque sé que son importantes para él.
—Min..., Kook te quiere.
—Eso lo sé. Sé que me quiere, como él sabe que yo lo adoro, pero no sé si es porque ya sabe que me tiene seguro o porque me ve muy enamorada de él, que se está confiando y está dejando de hacer las cosas que antes hacía. Y, vale, entiendo que dirigir una empresa es complicado, pero yo quiero vivir y ser feliz, y
quiero que él también lo sea. Si algo odiaba de su padre era que lo dejó todo por la empresa, y no quiero que le pase a él lo mismo.
En ese instante, a Jimin le sonó el teléfono. Al
ver que se trataba de Kook, se lo enseñó a su amiga y ésta dijo:
—Cógelo, estará preocupado.
Min suspiró. Conocía a su marido y, sin ganas, contestó:
—Dime, Kook.
—¿Dónde estás? Te he llamado y me han dicho
que no habías llegado. He llamado a casa y Jeen me ha dicho que habías salido ya; ¿se puede saber dónde te has metido?
Su voz, la exigencia en su tono cuando necesitaba sentir su cariño, hizo que Jimin cogiera el móvil y lo sumergiera dentro de la jarra con agua para no estamparlo contra el suelo.
Al ver aquello, su amiga pestañeó y, sorprendida al tiempo que divertida, preguntó:
—Pero, marichocho, ¿qué has hecho? Jimin sonrió y, tras recogerse la melena en una liga, replicó:
—Ahogar el teléfono para no ahogar a Kook.
—Joder, Min, que es un iPhone 13.
Según dijo eso, los dos comenzaron a reír a carcajadas. Quien los viera pensaría que estaban locos de remate: tan pronto lloraban como reían.
Cuando se tranquilizaron, Mel dijo:
—Ahora lo tendrás desesperado. No tiene cómo localizarte.
—¡Que se joda! No tengo ganas de hablar con él.
E, intentando dejar de pensar en Kook y en el y en todos los problemas que la rodeaban, Jimin miró a su amiga y preguntó:
—¿Y tú qué hacías esperándome en Jeon?
¿Ha ocurrido algo?
Como un resorte, y omitiendo el verdadero motivo, Mel le contó lo sucedido aquella mañana en la puerta del colegio de Sami y su posterior visita a casa de Louise. Jimin parpadeaba, alucinado por lo que estaba oyendo. Una vez su
amiga terminó, Min la miró y murmuró:
—Y a ese Johan ¿no le has dado una patada donde más duele?
—No —dijo Mel sonriendo.
—Pero ¿dónde se está metiendo Tae? — insistió Jimin.
Mel resopló. Su amigo acababa de hacerle la misma pregunta que ella se hacía a sí misma.
—Supuestamente, en el bufete de abogados más famoso y reputado de Múnich  dijo—. Pero, cada vez que hablo con Louise, tengo la sensación de que en realidad se está metiendo en una secta.
—Debes hablar con Tae.
—Lo haré. Claro que lo haré. —Y, queriendo ver un rayo de sol en una mañana tan plagada de problemas, Mel añadió—: Ahora escúchame.
Obviando tus problemas y los míos, el verdadero motivo de mis mensajes y el hecho de que haya ido a buscarte al trabajo era para preguntarte si Kook y
tú nos acompañarían el dieciocho de abril a Tae y a mí a Las Vegas para hacer la locura del siglo...
Por fin, Mel había accedido a las peticiones de su buen amigo, y Jimin, olvidándose de todos los problemas, la abrazó emocionado y murmuró:
—Por supuesto. Eso ni lo dudes; ¡enhorabuena!
Las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos y
los dos sonrieron emocionados. Mel, que estaba en una nube, le contó lo sucedido la noche anterior.
Sin lugar a dudas, había sido una preciosa petición de matrimonio.
Una hora después, desde el teléfono de Mel, Jimin llamó a la oficina para hablar con Mika y, al ver que su ausencia no descabalaba nada, decidió olvidarse de Jeon y se marchó con Mel a pasar el día, sin imaginar que su marido estaba
removiendo cielo y tierra para encontrarlo. Sin embargo, a media mañana sonó el teléfono de Mel.
—Oh..., oh... —dijo ésta al ver que era Kook
quien llamaba—. Houston, tenemos un problema.
Al ver en la pantalla el nombre de su marido, Jimin lo cogió.
—¿Qué quieres? —dijo.
Kook, que estaba en la oficina, se llevó las manos a los ojos al oír su voz e, intentando contener la furia que sentía, preguntó:
—Jimin, ¿dónde estás?
Envalentonado por la distancia, el respondió:
—Como ves, estoy con Mel.
En la línea se hizo entonces un silencio incómodo y, cuando Min no pudo soportarlo más, preguntó:
—¿Quieres algo o pretendes que sólo escuche tu respiración?
Furioso como desde hacía tiempo que no lo estaba, Kook dio un puñetazo sobre la mesa y gritó:
—¡Llevo toda la mañana buscándote como un loco y...!
—Mira, Kook. Yo también sé gritar y, si sigues hablándome así, te juro que lo haré, ¿entendido?
Kook, que había perdido completamente los papeles, continuó chillando. Entonces Min, retirándose el teléfono de la oreja, miró la jarra de agua donde todavía estaba sumergido su móvil y dijo: —Mel, o me quitas tu teléfono ahora mismo de
las manos o creo que va a seguir el mismo camino que el mío.
—Ni se te ocurra —respondió ella arrebatándoselo.
Jimin sonrió por su respuesta, y Mel se puso el teléfono a la oreja y murmuró:
—Kook..., Kook..., soy Mel. Jimin está conmigo... No..., no..., escucha..., no quiere hablar contigo. Creo... creo que... Eh... eh... eh..., ¡joder, Kook, ¿te quieres tranquilizar?!
Min, que estaba acostumbrado a discutir con su marido, miró a su amiga y, finalmente, sonriendo, le quitó el teléfono de las manos.
—Vamos a ver, Kook —dijo—, tienes mucho trabajo. ¿Qué tal si sigues trabajando y me dejas pasar la mañana en paz?
—Jimin, te estás pasando... —siseó él.
El soltó entonces una risotada que lo caldeó aún más.
—Soy consciente de ello —replicó Min—,
pero permíteme decirte que tú lo llevas haciendo desde hace tiempo. Y ahora, por favor, no vuelvas a llamar, porque no quiero hablar contigo. Ya nos veremos esta noche en casa cuando regrese.
Adiósssss, guapito.
Y, dicho esto, colgó.
—Madre mía, la que te espera esta noche cuando vuelvas — susurró Mel mirando a su amigo fijamente.
Consciente de ello, Jimin asintió y se encogió de hombros.
—Tranquila —dijo—. Sobreviviré.
Diez minutos después, Tae llamó a su futura mujer e intentó sonsacarle dónde estaban, pero al final terminó diciendo:
—Vale..., vale..., Parker, yo recojo a Sami del cole. ¿Vas a llegar muy tarde?
Mel miró entonces a su amigo y respondió:
—Cariño..., me voy a ir con Jimin a celebrar nuestro compromiso. Entiéndelo, es el único amigo... amigo que tengo aquí.
Tae suspiró. Se fiaba totalmente de su chica, pero saber que Jimin no estaba bien y que iban a celebrar el compromiso lo hizo insistir:
—Cariño..., entiéndeme, me ha llamado Kook, está preocupado por Min.
—Lo entiendo, Tae, pero es que Min no quiere hablar con él ahora, entiéndeme tú a mí. Y, lo siento, te quiero con toda mi alma, pero no voy a decirte ni dónde estamos ni adónde nos vamos a ir a celebrarlo.
—Mel, no seas cabezona.
—Tae, no seas pesadito.
Al ver que el tono de la conversación comenzaba a variar, Jimin le quitó el teléfono a su amiga.
—Tae —le dijo—, como se te ocurra discutir con Mel por el gilipollas de tu amigo, te juro que no te lo voy a perdonar. Y, antes de que digas nada más, déjame decirte: ¡enhorabuena! Mel ya me ha contado lo de la boda y estoy muy
feliz por ustedes.
El alemán sonrió. Todavía no se creía que su novia hubiera hecho lo que hizo la noche anterior y, mirándose el dedo, que ya no tenía chocolate, respondió:
—Gracias, Min, te aseguro que lo celebraremos otro día todos juntos. Pero ahora,
por favor, ¿por qué no me dices dónde estás, para que, así, Kook y tú puedan
hablar...?
—Es que no quiero hablar con él.
—Jimin..., no seas cabezota.
—Tae..., te voy a mandar a la mierda.
De pronto, Mel le quitó el teléfono de las manos y, metiéndolo en la jarra de agua donde estaba aún sumergido el de Jimin, sentenció:
—Se acabó.
—¡Mel! ¡Tu móvil! Y tus contactos...
Al darse cuenta de ello, Mel resopló, pero como no quería darle más importancia, replicó:
—Mira..., así aprovecho y le saco un iPhone 13 a James Bond. —Ambos soltaron una risotada, y luego Mel añadió—: Hoy es nuestro día de omegas.
Hoy no somos madres, ni esposos, ni novios de nadie, y no vamos a permitir que nadie nos lo amargue.
De nuevo, las risas tomaron el lugar, y los camareros, que los observaban, se miraron entre sí. Sin lugar a dudas, los omegas estaban cada día más locos.
Cuando dejaron la cafetería, decidieron irse de compras. Comprar siempre era una buena terapia.
Una vez salieron del centro comercial, fueron a comer y luego se acercaron a un spa que ninguno de los dos conocía. Sorprendidos, vieron que era más grande de lo que pensaban, y se sumergieron en todos los tipos de piscinas que allí había
mientras reían y hacían carreras en los chorros a contracorriente.
Finalmente, agotados, se decidieron por un increíble masaje polinesio. Se lo merecían.
Cuando salieron del spa, tras dejar las bolsas con las cosas que habían comprado en el coche, se fueron a cenar a un restaurante al que no habían ido nunca. Si iban a alguno conocido, seguramente Kook o Tae los localizarían.
Nada más entrar en la pequeña pizzería italiana, unos hombres comenzaron a tirarles los tejos. Ellos sonrieron pero no les hicieron ni caso:
lo que las esperaba en casa era infinitamente mejor que aquello.
Una vez salieron del restaurante eran las diez de la noche, y paseaban del brazo por el Múnich antiguo cuando Jimin dijo:
—Yo iría al Guantanamera, pero temo que Kook me busque allí.
De pronto, al cruzar una calle, una música con ritmo llamó su atención.
Entraron en el local de donde provenía la pegadiza canción y enseguida se dieron cuenta de que era un bar brasileño, donde sin dudarlo pidieron unas caipiriñas.
—¡Madre mía, Mel! Hay que controlarse con esta bebida, que con dos llegamos a rastras a casa cantando Asturias, patria querida.
Al oír a su amigo, Mel soltó una risotada y, mirándolo, exclamó:
—¡Viva Asturias!
Segundos después, dos hombres, tan anchos como dos armarios empotrados, se pusieron a su lado y las invitaron a bailar. Sin embargo, ellos se negaron y se los quitaron de encima. Lo último que querían era tener problemas con aquellos
grandullones.
Mientras bebían sus ricas caipiriñas, observaron cómo bailaba la gente. Tenían un ritmo alucinante. Entre risas, ellos intentaron mover el trasero como lo hacían las brasileñas que había en el local, pero les resultaba materialmente imposible. Aquéllas tenían un arte ¡que no se podía aguantar!
De pronto, la música se interrumpió, la gente se retiró de la pista y una pareja formada por un hombre y una mujer quedaron solos en el centro.
Todos los presentes empezaron a aplaudir, y Mel y Min también. Instantes después, la pareja comenzó a bailar de una manera increíble. La mujer tenía un
ritmazo alucinante, pero el hombre..., ¡oh, Dios, cómo se movía!
La gente daba palmas cada vez que hacían algún movimiento asombroso, cuando de pronto la luz le dio al hombre en la cara y Min, estirándose, murmuró:
—Mel. No te lo vas a creer.
—¿El qué?
Parpadeando para ver con más claridad, Jimin asintió.
—El morenazo que baila en la pista es Dany.
—¿Dany? ¿Qué dany?
—Dany, el amigo de Olaf, del Sensations.
Ese morenazo brasileño que...
—¡No jorobes! ¿Es él?
Min asintió.
—A menos que la caipiriña me haga ver lo que no es, ese tío que baila que quita el sentido es él.
lo observaron boquiabiertos mientras él bailaba con una sensualidad impresionante y, cuando la canción acabó, todo el mundo aplaudió a rabiar.
Una vez finalizada la demostración, se enteraron de que la pareja eran profesores de baile, y de que darían una clase allí mismo. Ni cortas ni perezosas, Mel y Jimin fueron para allá a aprender junto con otros que había en la sala.
Durante media hora, la clase continuó y, cuando de pronto Dany se paró frente al joven, preguntó:
—Jimin, ¿eres tú?
Acalorado por seguir el ritmo que aquéllos marcaban, el aludido lo miró y, al verse
reconocido, murmuró con cara de tonto:
—Síiii.
—¡Y yo soy Mel!
Entonces él los cogió de la mano y, alejándolos del grupo, preguntó:
—¿han venido solos?
—Sí —dijeron los dos riendo.
Dany los miró con incredulidad. Aquel barrio no era uno de los mejores de Múnich; al revés, era bastante conflictivo. No conocía bien a aquellos omegas, a pesar de haber disfrutado de momentos morbosos con uno de ellos, pero sí había oído hablar a su amigo Olaf acerca de cómo Kook y Tae las protegían, y él mismo lo había presenciado en el Sensations.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó.
—Estamos celebrando la despedida de soltera de Mel —respondió Min acalorado y, todavía sorprendido, preguntó a su vez—: ¿Y tú qué haces aquí? Al ver que estaban algo contentos, aunque sin llegar a estar borrachos, Dany explicó:
—Soy profesor de forró y...
—¿Forró? ¿Qué es eso?
Entendiendo que no conocieran
aquello, se sentó con ellos a tomar algo mientras la música brasileña comenzaba de nuevo a sonar.
—Un estilo de baile de Brasil como el que
acaban de ver —explicó.
—Ahhh, es verdad, que tú eras brasileño —se mofó Mel.
—Oh, sí..., ya sabes, bossa nova, samba, capoeira, caipiriña — se mofó él mirando a Jimin.
—¿Trabajas en esto? —preguntó el sonriendo.
El morenazo sonrió a su vez.
—Los jueves por la noche suelo venir a esta sala a dar clases de forró, pero también tengo otro trabajo por las mañanas que no tiene nada que ver
con esto.
—No había oído eso del forró hasta hoy; ¿y tú, Mel? —Su amiga negó con la cabeza y Min añadió —: ¿Nos enseñas a perfeccionarlo?
Dany sonrió. Estaba claro que aquéllos querían divertirse y, mirándolos, asintió.
—Por supuesto. Sólo hay que tener sentido del ritmo.
A partir de ese momento, Dany les presentó a varios amigos y compañeros, y la noche de los chicos se volvió loca y divertida. Nadie se propasó con ellos y, tres horas después, Jimin bailaba con Dany con gracia y soltura.
—Tienes mucho ritmo, Jimin —le dijo él entonces.
El, acalorado y sediento, sonrió, miró a Mel, que se arrancaba con otro bailecito con otro tipo, y dijo:—
Me muero de sed, ¿vamos a la barra?
Una vez allí, Dany pidió dos coca-colas con hielo.—
¿A Kook no le importa que estés aquí sin él?
—dijo entregándole la suya a Jimin.
El sonrió y, mirándolo, preguntó:
—¿Qué hora es?
—La una y diez de la madrugada. Jimin habló de nuevo.
—A estas horas, Kook debe de estar que echa humo por no saber dónde estoy —contestó.
—Ya me parecía a mí... —dijo riendo Dany.
—Ya te parecía, ¿qué? —preguntó Min.
Dany dio un trago a su bebida y señaló:
—No conozco a tu marido y apenas te conozco a ti, pero Kook me pareció un hombre posesivo, como lo soy yo, en todo lo referente a su omega, a pesar de sus juegos en el Sensations.
Cuando mencionó el local, el suspiró. Lo que daría el por estar en aquel instante jugando con su marido en el Sensations. Pero, sin querer darle más importancia al tema, replicó:
—Tienes razón. Kook es tremendamente posesivo, pero hoy estoy cabreado con él y sólo quiero pasarlo bien con mi amiga.
Al oír su respuesta, Dany decidió dar por finalizada la conversación y, cogiéndolo de la mano, dijo:
—Pues entonces, precioso, ¡vamos a pasarlo bien! Esa noche, tras pasar horas y horas bailando diferentes tipos de música brasileña, los dos jóvenes decidieron dar la fiesta por concluida a las cuatro de la madrugada. Dany se empeñó en
acompañarlos hasta el coche, pero ellos no se lo permitieron. No necesitaban un guardaespaldas.
Cinco minutos después, caminaban por una oscura calle de Múnich cuando un vehículo se detuvo a su lado y oyeron una voz que decía:
—Perdonen, chicos.
Los dos se pararon y, al agacharse para ver quién hablaba, se encontraron con un desconocido que les preguntó:
—¿Cuánto?
Los chicos se miraron y Mel preguntó a su vez divertida:
—¿Cuánto, el qué?
El hombre, con una encantadora sonrisa, se sacó la cartera y, enseñándosela, insistió:
—Cien para cada una si me acompañan durante una hora.
Los dos amigos intercambiaron una mirada.
—Lo siento, guapo —replicó Min divertido—,
pero tengo que comprarme un iPhone 13 y con cien no tengo ni para empezar.
—Ciento cincuenta —insistió él.
—¡Venga ya! Que no..., que nosotros valemos mucho más. Pero ¿tú has visto qué pibones? ¡Sube la oferta, hombre! —dijo Mel riendo.
—Trescientos cincuenta por las dos —insistió aquél.
Ese comentario los hizo reír, y Jimin cuchicheó:
—Qué oferta tan tentadora; ¿aceptamos?
De pronto aparecieron dos vehículos de policía con las luces azules encendidas y el tipo del coche, bajándose del mismo, les enseñó una
placa. —Muy bien, guapitos —dijo—. Quedan detenidos por prostitución.
Ellos se miraron boquiabiertos pero, antes de que pudieran moverse, unos polis los esposaron y los metieron en los coches sin atender a sus protestas.
Al llegar a la comisaría, seguían discutiendo con los policías cuando oyeron una voz conocida que preguntaba:
—Pero ¿qué estan haciendo ustedes aquí?
Al mirar al agente que los observaba desde el otro lado del mostrador de la comisaría, vieron que se trataba de Olaf, el amigo del Sensations.
Los dos chicos se apresuraron entonces a contarle lo ocurrido y éste, enfadado, comenzó a discutir con sus compañeros por el error. Pero el policía que las había detenido no quiso entrar en razón, y las llevó hasta uno de los calabozos. Mel
le pidió a Olaf que llamara a Tae. Jimin no abrió la boca. Sin duda, cuando Kook se enterara de dónde estaba, liaría una muy gorda.
Cuando estaban en el calabozo rodeados por otros omegas, un tipo se acercó hasta los barrotes.
—Pero ¿qué ven mis ojos? —exclamó—. La novia de Tae Hoffmann... —Y, riendo, cuchicheó
—: ¿Sabe tu novio a qué te dedicas por las noches?
Al ver a Johan, el marido de Louise y socio de Gilbert Heine, Mel siseó, incapaz de callarse:
—Vete a la mierda.
Él le guiñó entonces un ojo con superioridad y, sin moverse, afirmó:
—Ten cuidado con lo que dices o, además de estar detenida por prostitución, podría añadir alguna cosita más. —Y, bajando la voz, cuchicheó
—: Te dije que te alejaras de Louise, ¿lo recuerdas?
Min agarró a Mel de la mano para que callara y, cuando aquél se marchó, preguntó:
—Pero ¿quién es ése?
—El marido de Louise —respondió Mel enfadada.
Una hora después, tras haber confraternizado con otras detenidas, un policía llegó y dijo abriendo la celda:
—Melania Parker y Park jimin, vamos, han pagado sus fianzas.
Los chicos se miraron: había llegado la caballería.
—Ni una palabra del marido de Louise —dijo
Mel. —Pero, Mel, Tae debería saber que...
—Ni una palabra, Min.
—Vale..., vale —replicó su amigo, que no tenía ganas de discutir. Bastante le esperaba.
Cuando salieron y vieron a Kook y a Tae mirándolas con gesto oscuro junto a Olaf, Min murmuró:
—Joderrr...
—Eso digo yo: ¡joder! —afirmó Mel.
Una vez Olaf les entregó sus pertenencias, Mel miró a Tae y, con gesto serio y profesional, éste dijo firmando en un papel:
—La denuncia está anulada, ¿verdad, Olaf?
—Sí. No te preocupes por eso, Tae —
replicó de pronto Johan, apareciendo en escena. Mel y Min lo miraron, y Tae dijo mientras le tendía la mano con una sonrisa:
—Gracias por tu ayuda, Johan.
Kook le dio la mano forzando una sonrisa.
—Por casualidad estaba en comisaría por otra causa —explicó el abogado—. No sé cómo han podido confundir a sus omegas con algo que no son.
Mel lo miró alucinada. Sin duda, todo aquello lo había montado aquel desgraciado para darle un toque de atención.
Sumido en su mundo, Kook apretaba la mandíbula y, cuando no pudo más, exigió:
—¡Vámonos!
Una vez los cuatro llegaron hasta donde estaban los coches, Tae miró a Mel y gruñó:
—¿Se puede saber qué hacías por ese barrio a esas horas?
—Salíamos de tomar algo —respondió ella con aparente tranquilidad.
Jimin miró a Kook. Esperaba que explotara de un momento a otro, pero no lo hacía. Ni siquiera la miraba.

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