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Al día siguiente, Jimin llamó a Mel y le pidió tiempo.
Necesitaba unos días para el solo para pensar, recapacitar y saber que estaba haciendo bien quedándose junto al hombre que amaba pero que le había roto el corazón en miles de pedacitos.
Consciente de todo lo que estaba pasando, su amiga le concedió esos días.
Una semana después, Jimin se apagaba por momentos. Físicamente estaba bien, pero psicológicamente estaba tocado y hundido, algo que Kook no podía evitar ver y sufría cada segundo del día.
Min habló con su padre. No le contó nada de lo ocurrido, pero le confirmó que el 9 de mayo llegaría a Busan con los niños. Como es lógico, Jin le preguntó por Kook y por Mike, y el se apresuró a explicarle que Kook tenía mucho trabajo y que Mike estaba castigado por lo mal que iba en los estudios. El hombre no preguntó más y se alegró por la visita de su lobito.
Durante esos días, Kook hacía todo lo posible por acercarse a su omega. Llegaba pronto del trabajo, pasaba las tardes enteras con el y con los niños, pero Min no reaccionaba. Se limitaba a sonreír delante de los pequeñines pero, cuando
éstos se marchaban a la cama, se sumergía en su propia burbuja y todo lo que pasaba a su alrededor dejaba de existir.
Kook convocó una reunión en Jeon y, sin dudarlo, reorganizó su trabajo. Necesitaba tiempo para reconquistar como fuera a su omega, y delegó, como antaño, en varios de sus directivos, algo que Jimin siempre le había pedido, pero él no había hecho.
Recordar aquello lo martirizaba. Debería haber hecho más caso a lo que el le pedía y, en especial, a la problemática que tenían con Mike en casa. ¿Por qué había sido tan gilipollas y tan cabezota?
Por su parte, Mike, asustado por el color que habían tomado los acontecimientos, intentaba acercarse a Jimin. Lo llamaba «mamá», le pedía perdón, le proponía salir con la moto, se sentaba con el a ver la televisión, pero el parecía no darse cuenta de los esfuerzos que el muchacho hacía para que lo escuchara.
Sin embargo, Jimin lo oía, lo oía perfectamente en su silencio, pero estaba tan
dolido por todo lo ocurrido que había decidido ignorarlo, como él la había ignorado a el en los últimos meses. Ese castigo era la única manera de hacerle ver a Mike que ya no era un niño, y que, como siempre le había dicho, todo acto tenía una
consecuencia. La suya era la indiferencia. Jeen y Victor, conscientes de la situación en la casa, intentaban ayudar en todo lo que podían, pero Jimin seguía sin reaccionar y castigaba a los dos Jeon con su desapego.
Pasados unos días, Min decidió ir a casa de su amiga Mel. Nada más verlo, ella lo abrazó y, cuando lo soltó, susurró:
—Vaya mala cara que tienes, amigo. Jimin asintió. Era consciente de que estaba
hecho un desastre, y hasta había adelgazado esos kilos que no conseguía quitarse antes.
—Pues, por dentro, te aseguro que estoy peor —replicó con una sonrisa.
Mel puso los ojos en blanco y, cogiéndolo de la mano, le dijo:
—Ven. Tenemos que hablar.
Juntos pasaron al comedor. Allí, durante más de dos horas, Jimin habló, se desahogó, dijo todo lo que necesitaba decir y, cuando por fin se calló,
Mel murmuró:
—Entiendo lo que dices, pero lo que ocurrió fue algo que Kook no provocó.
—Lo sé —admitió Min—. Pero si él sabía que aquellos dos le estaban pidiendo ese encuentro sexual porque Ginebra así lo quería, ¿por qué no se alejó de ellos? ¿Por qué permitió que estuvieran tan cerca de nosotros? ¿Por qué no cortó por lo
sano? Mel asintió. Sin duda, Jimin tenía su parte de razón. Sin embargo, como antes había hablado con Tae, respondió:
—Porque Kook no es una mala persona y nunca pensó que ellos se servirían de algo tan sucio para conseguir su propósito. A pesar de no querer saber nada de ellos, se sintió apenado por esa mujer. Jimin, Ginebra se muere, y eso fue lo que a Kook le hizo bajar la guardia.
Su amigo resopló. Conocía a Kook mejor que nadie y, si una enfermedad lo descuadraba, una muerte lo descolocaba totalmente. Así, siguieron hablando durante varias horas hasta que al final Mel dijo:
—Ahora que estás más tranquilo, tengo que contarte algo.
—¿Qué ocurre?
Mel se levantó, cogió a Jimin de la mano y lo llevó hasta su habitación. Una vez allí, abrió un cajón y, enseñándole unos test de embarazo, cuchicheó:
—Hace tres semanas que estoy esperando para hacérmelos, y no me atrevo.
La sorpresa despertó a Jimin de su letargo, y Mel, haciéndole un puchero, añadió:
—He rechazado el puesto de escolta y creo... creo que estoy embarazada.
Rápidamente, Jimin se puso a su lado, le agarró la barbilla con la mano y dijo:
—Mel, pero ¿cómo no me lo habías contado antes?
Su amiga se derrumbó como un castillo de naipes y, sentándose en la cama, replicó:
—Pero ¿cuándo te lo iba a decir? Últimamente no hacían más que pasar cosas y... y... Pero si me llevé los puñeteros test el fin de semana que... que..., bueno, que pasó lo de Kook, pero luego todo se lio y yo no quería preocuparte con más cosas de las que tienes. Pero... el caso es que me estoy volviendo tarumba. Llevo más de un mes de retraso y estoy tan acojonada que soy incapaz de hacerme la puñetera pruebecita. Y luego... luego está que ya he estado embarazada y siento que tengo todos los síntomas, y...
—¿Tae sabe algo?
—Noooooooooo —susurró Mel—. Si estoy embarazada es por su puñetera culpa, y lo voy a matar.—Dios mío, Mel —dijo Min sonriendo—. ¡Se va a volver loco cuando se entere!
—¡Cierra el pico!
—¿Está en casa? —añadió emocionado.
—No. Está en el despacho pero, joder, Min, ¿cómo voy a estar embarazada?
Con una candorosa sonrisa, su amigo la miró y gesticuló:
—Pues porque una abejita plantó una semillita y...
—Miiiiiin...
Divertido, el le retiró el flequillo del rostro a la teniente más valiente que había conocido en toda su vida.
—¡Otra vez! ¿Otra vez me tiene que volver a pasar? —protestó Mel alejándose—. Con Sami fui madre soltera; en esta ocasión querría haberlo hecho todo correctamente para no tener que oír los reproches de mi padre o de mi abuela. Me habría gustado casarme antes de tener otro hijo, pero...
—Pero apareció un niño llamado Peter y decidiste posponer tu boda, para integrarlo en la familia antes de casarte con su padre, y eso te hace muy grande, Mel. Eso no lo hace cualquiera y...
—Dios mío... Tendremos tres..., ¡tres hijos!
—Obvio.
Al ver el gesto de su amiga, Jimin sonrió y, dispuesto a ayudarla en todo lo que pudiera, insistió:
—Mira, cariño, si tienes a tu lado al hombre que te quiere, que te hace feliz y al que tú quieres, un bebé en común es algo precioso. Simplemente es el resultado de un bonito amor. Piénsalo así y sé positiva.
—Ay, Dios..., si quiero ser positiva, ¡pero no puedo!
A Jimin le entró la risa. No lo podía remediar, y Mel al verlo gruñó:
—Si no quitas esa sonrisita tan de tu amiguito de la cara, te juro que al primero que mato es a ti.
Jimin borró la sonrisa, cogió el arsenal de test de embarazo que su amiga tenía en las manos y dijo:—
Vamos. Tenemos algo que hacer.
Una vez entraron en el baño, Mel cerró la puerta con pestillo y, señalando los cinco test que había dejado sobre la encimera, explicó:
—Los he comprado digitales. De esos que anuncian de las semanas que estás.
—¡Genial! —respondió Min, pero al ver que su amiga no se movía, la animó—: Vamos, venga, hazte un test.
Mel la miró, a continuación miró las pruebas de embarazo y susurró:
—No puedo, Min..., no puedo.
Su histerismo le recordó a Jimin el suyo propio la primera vez que se quedó embarazado.
Aún recordaba el mogollón de test que compró y se veía encerrada en su baño, solo y con los pies en alto de lo mareado que estaba. Por ello, y consciente de que tenía que hacer lo que fuera para que su amiga se tranquilizara, cogió un test, lo
destapó, se bajó el pantalón, las bragas y, tras hacer pis encima, lo cerró y lo dejó sobre la encimera.
—Sólo tienes que hacer esto —dijo—. Vamos, no es tan difícil.
Acto seguido, se sentó en el suelo y apoyó la espalda en la puerta a la espera de que su amiga se animara a hacer lo que irremediablemente tenía que hacer.
Remolona, Mel cogió un test y se desabrochó el vaquero. Jimin la miró y, finalmente, cuando aquélla se bajó las bragas, hizo pis sobre el test, lo
cerró y lo dejó sobre la encimera, murmuró:
—Muy bien. Lo has hecho muy bien.
La exteniente sonrió, abrió el grifo del agua, dio un trago y, tras secarse los labios, afirmó:
—Mataré a Tae si estoy embarazada.
—A besos, ¿verdad?
Mel sonrió. En esta ocasión, fue ella la que no pudo remediarlo y, sentándose en el suelo junto a su amigo, apoyó la espalda en la puerta y musitó:
—Se volverá loco si lo estoy.
—Muy loco —añadió Jimin con una triste sonrisa al recordar cuando Kook se había enterado.
—Pero ya no podremos llamarlo Peter. Ya tenemos un Peter en la familia y...
—Tranquila, hay millones de nombres. Te aseguro que, sin nombre, el bebé no se va a quedar. Seguro que a Sami se le ocurre alguno.
Mel resopló, luego permanecieron en silencio unos instantes hasta que Jimin dijo:
—Creo que ha llegado el momento de la verdad, ¿no te parece?
La exteniente cerró los ojos y, levantando la mano, cogió los test de embarazo que habían utilizado. Los miró y, al ver que eran idénticos, preguntó:
—¿Cuál es el que me he hecho yo?
Divertido, Jimin se encogió de hombros y, quitándole uno, respondió:
—Sin lugar a dudas, el que dé positivo.
Los dos amigos retiraron el capuchón a los test de embarazo al mismo tiempo, y Mel musitó:
—Lo mato.
Jimin sonrió y, mirando el test que ella tenía en la mano, afirmó:
—Tremendamente positivo.
Sonriendo estaba por aquello cuando Mel puso el Predictor que ella sostenía ante la cara de su amigo y dijo:
—Min...
Al ver lo que Mel le enseñaba, de pronto Min tiró el test que tenía entre las manos como si le quemara y dijo:
—¡Joder! —Y, levantándose, repitió—: ¡Joder!
Mel se levantó a su vez y, tras coger el test que Jimin había tirado, lo miró y cuchicheó:
—Joder, Min..., ¿estás embarazado?
—Noooooooooooo.
Tan bloqueada como el, Mel le enseñó el test y afirmó:
—Yo he hecho pis en uno y tú en el otro, y los dos dan positivo.
Jimin se dio aire con la mano. Pero ¿qué ocurría allí? Y, horrorizado, siseó:
—No puede ser. ¿Cómo voy a estar embarazado?
Sin saber si reír o llorar, Mel miró a su amigo y respondió:
—Una abejita plantó una semillita y...
—Es imposible. Yo... yo no puedo... Kook y yo no queremos más hijos. Que no, hombre, que no...
Con ambos test en las manos, Mel los miró de nuevo y afirmó:
—Pues no es por meter el dedito en la herida, pero en uno pone de 2 a 3 semanas, y en el otro, de 4 a 6 semanas.
Jimin los miraba boquiabierto cuando Mel, entregándole un nuevo test, indicó:
—Repítelo. Si realmente la prueba ha salido mal, éste lo confirmará.
Jimin no respiraba. No pestañeaba. Pero ¿cómo iba a estar el embarazado? Al ver lo bloqueado que estaba, Mel le agarró la barbilla con la mano y murmuró divertida:
—Cariño, piensa que si un bebé está creciendo en tu interior es el resultado de un bonito amor. Sé que Kook y tú no estan pasando por el mejor momento, pero... piénsalo y sé positivo.
—Cierra la bocaza —resopló Jimin, que cogió el test, se bajó de nuevo el pantalón, las bragas, volvió a hacer pis sobre el aparatito, lo cerró y aseguró al dejarlo—: Esto lo resolverá todo. Yo no estoy embarazado.
Mel se hizo rápidamente también otro test, pero esta vez, en lugar de dejarlo junto al de su amigo, se lo quedó en las manos y, mirándola, dijo:—
Min..., hace poco Tae me dijo que las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas, y...
—No digas nada más. Ahora no, por favor — la cortó el mientras se tocaba la frente con preocupación.
En silencio y en tensión, esperaron a que pasaran los minutos que indicaba el prospecto y, a continuación, Jimin abrió el capuchón del aparato y murmuró:
—Esto debe de ser un falso positivo. Ahora no, ahora no puede ocurrir esto.
Tras abrazar a su amigo, cuando ésta dejó de temblar, Mel cogió fuerzas para abrir su test y, al leer la pantalla, afirmó:
—Estoy de 4 a 6 semanas... Mataré a Kim.
Al decir eso, ambos se miraron sin saber si llorar o reír y, de pronto, oyeron la voz del abogado, que decía mientras golpeaba la puerta:
—Mel, ¿con quién te has encerrado en el baño?
Rápidamente, los dos amigos recogieron los envases de los test. Min se guardó el suyo en el bolso, mientras que Mel lo hizo en el bolsillo delantero del vaquero. Una vez comprobaron que ya no quedaba ninguna prueba del delito a la vista, Min murmuró:
—Ni una palabra sobre lo mío a Kook ni a Tae, ¡ni una palabra!
—Pero, Jimin..., un embarazo no se puede ocultar.
—¡Prométemelo!
Al ver el gesto de su amigo, Mel finalmente asintió.
—Te lo prometo, siempre y cuando tú prometas lo mismo.
Jimin suspiró, su caso no era el de ella, pero asintió.
Cuando, segundos después, Mel abrió la puerta del baño, Tae los observó sorprendido y protestó:
—Vaya, pero si está aquí el omega que incitó a mi hijo, menor de edad; por cierto, pirateé la lista de pasajeros del aeropuerto de Múnich. Pero ¿cómo pudiste pedirle eso a Peter? ¿Acaso te volviste loco?
Jimin resopló. Sin duda, Tae estaba deseoso de verlo para echarle aquello en cara. Durante un par de minutos, Mel y Min escucharon en silencio todo lo que aquél quiso decirles en relación con lo mal que se sentía porque hubieran utilizado al chico para hacer lo del aeropuerto, hasta que Mel, sin ganas de que continuara machacando a Min, se plantó ante él y dijo:
—Tengo algo que decirte.
Al ser consciente de la mala cara de Jimin, Tae se arrepintió de todo lo que había dicho en décimas de segundo y, mirando a la morena de  pelo corto que ante él llamaba su atención, resopló y dijo:
—Sorpréndeme.
Mel cogió aire, miró a Jimin y, sin que la voz le temblara, dijo alto y claro:
—¡Estoy embarazada y no voy a trabajar como escolta!
Su amigo la miró. Pero ¿no había dicho que le guardara el secreto?
Al oír eso, el abogado parpadeó y, torciendo el cuello, murmuró:
—¿Qué has dicho?
Tras sacarse del pantalón el test que se había hecho minutos antes, se lo enseñó y afirmó con cara de circunstancias:
—¡Sorpresa!
Tae clavó la mirada en la prueba de embarazo. Requeteparpadeó. Miró a Min y el asintió. Luego miró a Mel y, cuando ésta asintió también con cara de apuro, se llevó la mano a la cabeza y susurró:
—Creo... creo que me estoy mareando.
Con diligencia, Mel y Min cogieron entre risas a Tae cada uno de un brazo y, sentándolo en la cama, Jimin dijo arrodillándose ante él, mientras Mel le daba aire con la mano:
—Vamos a ver, James Bond, respira... respira, que te estás poniendo verde.
Durante unos segundos, Tae hizo lo que se le pedía hasta que consiguió reaccionar y, mirando a Mel, preguntó sorprendido:
—¿Vamos a tener un bebé?
Mel asintió, sonrió y, encogiéndose de hombros, replicó:
—Te voy a matar. Un bebé nos va a descabalar  la vida a los dos, pero sí, vamos a tener un bebé.
Tembloroso, Tae la abrazó, la besó, la acunó, mientras Jimin observaba emocionado aquella maravillosa demostración de amor y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Tae amaba sin ningún tipo de reserva a Mel, adoraba a
Sami, quería a Peter y, orgulloso de ser su amigo, Min sólo pudo decir:
—Felicidades, papaíto. A la tercera va la vencida.
Su amigo, al entender lo que aquello quería decir, sonrió como un tonto y, levantándose de la cama, cogió a Mel entre sus brazos y comenzó a
dar saltos de alegría.
¡Iba a ser padre!
Jimin disfrutó de su loca alegría y cuando, minutos después, él se empeñó en celebrarlo, decidió escabullirse de la casa para dejarlos brindar por la buena noticia. Sin embargo, antes miró a Mel y murmuró:
—Ni una palabra de lo mío.
Con la mitad del corazón apenado por su amigo, ella asintió. Sus labios estaban sellados.__

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