31

1.4K 204 7
                                    


 
 
 
 
Tae, consciente del dolor que veía en los ojos de su amigo, cuando el desapareció tras la puerta, se levantó y preguntó:
—¿Qué coño has hecho, gilipollas?
Al otro lado del teléfono, Kook gritó desesperado mirando a su alrededor.
—No lo sé, Tae. ¡¿Quieres hacer el favor de contarme qué ha ocurrido?! ¿Y por qué Min no está aquí conmigo, sino contigo?
Convencido del amor incondicional que su amigo sentía por su omega y de que todo aquello tenía una explicación, Tae preguntó:
—¿Dónde estás, Kook?
—En la fiesta. ¿Dónde voy a estar?
El abogado asintió y, consciente de que la voz de aquél no era de no haber bebido, dijo antes de colgar:
—No te muevas de ahí. Voy a buscarte.
A continuación, entró donde los dos omegas dormían y, al ver a Jimin con los ojos cerrados, cogió las llaves del coche y se marchó.
Con toda la serenidad que pudo, condujo de vuelta hasta la fiesta. Al llegar allí, se encontró en la escalinata de entrada a un ajado gladiador llamado Kook. Su gesto lo decía todo y, tras aparcar, salió del coche y, acercándose a él, antes de que pudiera decir nada, le soltó un derechazo que hizo que Kook cayera contra la pared.
El rubio alemán lo miró furioso y Tae siseó:
—¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo has podido hacerle eso a Min?
Kook, consciente de que había metido la pata hasta el fondo, aunque no lo recordara, sin dar importancia al labio que le sangraba, clavó la mirada en su amigo y voceó:
—¡No sé qué le he hecho a Min, pero está claro que algo ha pasado, y muy grave! —Y, mirando fijamente a Tae, afirmó—: Me creas o no, me he despertado hace un rato sentado en el columpio de la habitación negra.
—¡¿Cómo?!
—Alguien debió de echarme algo en la bebida —afirmó Kook—. No recuerdo nada. —Y, desesperado, insistió tocándose la frente—: ¿Tú sabes qué ha ocurrido?
Tae se sacó entonces un pañuelo del bolsillo, se lo entregó para que se limpiara la sangre de la boca y respondió:
—Min te ha visto con Ginebra en la sala en la que te has despertado. Y no sólo te ha visto ella, sino que yo también y, si no te he dicho nada ha sido porque estabas muy animado y no quería montar un escándalo en la fiesta.
Al oír eso, Kook se quedó paralizado y, tras soltar un bramido de frustración, tiró el pañuelo con furia al suelo, dio media vuelta y entró de nuevo en la mansión. Tae fue tras su amigo y, cuando Kook lo sintió a su lado, siseó:
—Ginebra y Félix..., ¡los mataré! ¡Los mataré!
—Kook...
—Me la han jugado, ¡joder! Y yo he caído como un imbécil.
Sin llegar a entender lo que su amigo decía, como pudo Tae lo paró y preguntó:
—¿A qué te refieres?
Con la mirada vidriosa por la rabia que bullía en su interior, Kook miró a su alrededor buscándolos y murmuró:
—Ginebra se muere...
—¡¿Qué?!
—Se muere y me pidió tener una última vez conmigo. Le dije que no, pero entonces Félix comenzó a acosarme suplicándome que no podía negarle aquello a su mujer. Intenté hablar con ellos montones de veces para hacerles entender que no podía ser pero, por lo que veo, ese viejo zorro y la zorra de su mujer han jugado sucio para conseguir su propósito. Frida tenía razón, ¡joder! —Y,
tocándose la cabeza, añadió—: La copa de whisky a la que me invitó Félix..., debió de echarme algo en la bebida.
—¡¿Qué?!
Horrorizado, aunque no por lo que le hubieran dado, Kook se lamentó:
—Dios, no me perdonaré en la vida el daño que esto le está haciendo a Min.
—Deberías hacerte unos análisis —dijo entonces Tae—. Necesitamos saber con qué te han drogado para...
—Me importa una mierda lo que me hayan dado.
—Si queremos demandarlos es necesario que...—
Sólo me importa Min, Tae..., sólo el — replicó Kook.
Y, tras darle un puñetazo a la pared que hizo que le sangraran los nudillos, se disponía a decir algo más cuando Alfred y Maggie pasaron por su lado.—
¿Todo bien por aquí?
Kook los miró y preguntó:
—¿Dónde están Ginebra y Félix?
—Se han ido hace un rato —respondió Maggie.
—¡Joder! —maldijo él desesperado. Asustados, los anfitriones de la fiesta
insistieron:
—¿Ocurre algo?
—Ocurre que esos dos se han saltado la principal regla de la fiesta: el respeto, y te aseguro que me las van a pagar.
Y, sin decir nada más porque en su mente sólo veía la palabra «venganza», dio media vuelta y caminó en dirección a la salida. Tras despedirse de la pareja, Tae corrió hacia su amigo y se apresuró a decir:
—Min no quiere verte.
—Me da igual lo que quiera.
Aunque era consciente de que iba a ser imposible parar a Kook, Tae insistió:
—Necesitaríamos hacerte esos análisis antes de que los efectos de lo que te hayan echado desaparezcan de tu organismo. Piensa que...
—Tae, llévame al hotel. Sólo quiero ver a Min. Es lo único que me interesa.
Una vez llegaron al coche, Tae insistió:
—Kook...
Disgustado, furioso y alterado, aquél miró a su amigo. Lo ocurrido había sido un terrible error. Había sido engañado, pero conocía a Min y sabía que se lo haría pagar.
—Necesito verlo, Tae —siseó—. Min tiene que escucharme.
Los dos montaron en el coche y Tae arrancó.
—Está muy enfadado —insistió éste—, y le he prometido que no te permitiría acercarte a el.
Al oír eso, Kook afirmó:
—Quiero a mi omega por encima de todas las cosas y, si tengo que pasar por encima de ti para que me escuche lo haré, ¿entendido?
El abogado esbozó una sonrisa y pisó el acelerador.
—Es lo mínimo que esperaba de ti —murmuró.
Cuando, veinte minutos después, llegaron al hotel y dejaron el coche, subieron a la habitación en silencio. Al entrar en el salón se encontraron a Mel sentada. Ella vio a Kook, luego miró a Tae con gesto hosco y siseó:
—Sabes que Min no lo quiere aquí.
—Es mi omega—insistió Kook.
Mel iba a detenerlo cuando Tae, cogiéndola del brazo, se lo impidió.
—Tienen que hablar.
—Pero ¿tú estás tonto?... —le reprochó ella al ver a Kook entrar en la habitación—. ¿Qué tienen que hablar? ¿Acaso tiene que explicarle lo placenteros que han sido los polvos que ha echado con esa guarra?
Tae negó con la cabeza.
—Kook afirma que Ginebra y Félix lo drogaron.
—¡¿Qué?!
El abogado asintió.
—Debieron de echarle algo en la bebida y no recuerda nada de lo ocurrido. Sólo recuerda haberse despertado sentado en el columpio y poco más. Mel se tapó la boca horrorizada. Por desgracia, ese tipo de cosas ocurrían hoy en día.
Sin embargo, lo miró e insistió:
—Sí es así, lo siento. Pero tú le prometiste a Min que no permitirías que...
—Sé lo que le prometí —la cortó él—. Pero también sé que Kook dice la verdad. Y lo sé porque él lo quiere demasiado como para hacer lo que ha hecho. Si de alguien me fío al cien por cien, además de ti, es de Kook, y más en lo tocante a Min.
Mel resopló. Allí se iba a armar una buena.
 
Siento que alguien me toca el pelo.
¡Oh, Dios, qué gustito!
El placer que me proporciona ese suave masaje me hace suspirar, y me coloco mejor sobre la almohada para facilitar la tarea. No obstante, de pronto abro los ojos, vuelvo la cabeza y, al ver quién me está tocando, mi mente se reactiva, doy
un salto en la cama y murmuro mirándolo fijamente:
—Eres un desgraciado.
Kook me mira. Sigue vestido de gladiador y veo su labio partido. ¡Espero que le duela!
Durante unos segundos, nuestras miradas chocan y él, levantándose de la cama, susurra:
—Cariño...
—Ah, no, gilipollas... —lo corto con toda la chulería de que soy capaz—. Yo ya no soy tu cariño.
Su gesto es conciliador, aunque le duele lo que acabo de decirle.
—Cariño..., no digas tonterías. Tienes que escucharme.
Oír eso me revuelve las tripas.
¿Escucharlo yo? ¿Que yo tengo que escucharlo?
Ah, no..., el que me va a escuchar es él a mí.
Pero ¿este imbécil qué se ha creído? Y, bloqueando los sentimientos que pugnan
dentro de mí, siseo:
—Me has decepcionado, humillado, avergonzado, ofendido, insultado, despreciado y pisoteado; ¿crees que te voy a escuchar?
—Min...
—Te odio..., te odio con todo mi ser.
—No me digas eso, amor —susurra tembloroso.
¿Amor? ¿Ahora vuelve a recordar que soy su amor?
Y, con el poder que siento sobre la situación, afirmo:
—Te diré todo lo que me venga en gana, gilipollas..., ¡todo!
Kook se mueve, se acerca a mí, pero yo soy rápido y me coloco detrás del sillón donde está tirado mi vestido de romana.
—Escúchame —insiste él—. Lo ocurrido tiene una explicación.
Niego con la cabeza. No quiero escuchar. No quiero que me humille más, por lo que susurro cogiendo un zapato de tacón:
—Claro que tiene una explicación. Ginebra te buscó y tú, como buen machote, no te negaste, ¿verdad? —Su gesto se contrae, y siseo—: Eres un desgraciado. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido engañarme? ¿Cómo has podido hacerlo
donde horas antes lo habíamos hecho tú y yo?
¿Acaso eso te provoca morbo? ¿les provoca morbo a los dos?
—No, cariño..., no...
—Entonces ¿por qué? ¿Por qué has tenido que hacerlo?
Kook me mira..., me mira..., me mira. Lo conozco e intenta darme una explicación lógica a lo que pregunto. Pero, entonces, cuando no puedo más, grito sin dejarlo hablar:
—¡En este instante te odio, Kook! ¡Te odio como creo que nunca te he odiado! ¡Te juro que te retorcería el pescuezo sin piedad! ¡Pero creo que ni eso me quitaría la rabia y la frustración que siento ahora mismo! —Me toco la sien. Me duele la cabeza—. Sal de esta habitación y desaparece de mi vista antes de que mis instintos asesinos quieran abrirte la cabeza.
—Pequeño...
—¡No me llames pequeño! —chillo sin importarme que nos oigan. Kook levanta las manos. Me enseña las palmas para que me relaje y repite:
—Min, cariño, por favor, escúchame. Déjame explicarte lo ocurrido.
Incapaz de tener un segundo más el zapato en la mano, se lo lanzo furioso y se lo estampo en toda la cara. Le da en la frente, pero Kook no se preocupa por el golpe recibido e insiste:
—Lo que viste no lo hice por gusto...
Rabioso por recordar lo que vi, cojo el otro zapato y se lo tiro también. Éste le pasa rozando la oreja pero no le da.
—Min, debieron de echarme algo en la bebida. No recuerdo nada, cariño. Te juro que no recuerdo nada, excepto despertarme solo sobre el columpio en la habitación negra del espejo. Yo nunca haría algo que pudiera hacerte daño, y lo sabes. ¡Sé que lo sabes!
Eso me detiene. Recuerdo la conversación que mantuve con Ginebra anoche y al Kook bailón. Luego, las palabras de Mina cruzan mi mente advirtiéndome sobre aquella zorra y grito de frustración.
Enajenado y sin ganas de escucharlo, cojo de una mesita el mando del televisor y se lo lanzo. Después, le arrojo todo lo que pillo sobre la mesita que hay a mi lado y él se mueve para esquivar los objetos mientras me grita que pare.
Pero yo no paro. No puedo y, cuando sólo queda una lámpara de cerámica sobre la mesa, la agarro también y lo oigo decir:
—No serás capaz.
Oír eso en cierto modo me hace gracia y, tras arrancar el cable de la pared como una posesa, le lanzo la lámpara, que cae al suelo y se hace pedazos cuando él la esquiva.
El ruido es atroz. Entonces se abre la puerta de la habitación y aparecen Mel y Tae. Los miro y, antes de que yo diga nada, Mel grita en dirección a su novio:
—Te dije que el no quería verlo, ¡te lo dije!
Mi mirada y la de Tae se encuentran y siseo furioso:
—Prometiste que no lo dejarías entrar.
Tampoco puedo fiarme ya de ti. —Sé que mis palabras le duelen y, cuando veo que va a responder, insisto—: ¿Qué hace él aquí?
Convencido de que tengo razón, Tae sólo susurra:
—Lo siento, Min, pero...
—Pero ¡¿qué?! —grito como una posesa
mientras Kook sigue mirándome.
—Conozco a Kook —prosigue—. Somos amigos desde hace mucho y creo en lo que dice. Te dije que todo esto tenía que tener una explicación y no dudo de su palabra. Kook te adora, Min, y sé que nunca te traicionaría haciendo algo así.
Como una gacela, me acerco a la mesilla y arranco el teléfono de la pared mientras grito:
—¡¿Y porque tú lo creas he de creerlo yo también?!
Mel camina hacia mí. No me toca. Sé que se pone cerca de mí para hacerme entender que está de mi parte cuando Tae pregunta:
—¿Pretendes destrozar la habitación?
Enrabietado, le lanzo el teléfono. Éste choca contra la pared cuando lo esquiva, y Kook asegura:
—Está visto que sí.
Miro a mi alrededor. Me importa una mierda esa habitación. Mi querido marido tiene dinero para pagar los desperfectos de todo el hotel si hace falta. Y, a cada instante más furioso, siseo mirándolo:
—Destrozo la habitación por no destrozarte a ti, ¡gilipollas!
Mi amor, el hombre que acaba de romperme el corazón, da un paso al frente y yo exijo extendiendo las manos:
—Vete. Ahora mismo lo último que quiero es verte o hablar contigo.
Pero Kook, mi Kook, no se da por vencido y, agarrando el teléfono móvil con la mano, insisto:
—Juro que te romperé la nariz como no desaparezcas de mi vista.
Mi alemán se para. Me mira..., me mira y me mira. Me conoce y sabe que, cuando me pongo así, es imposible razonar conmigo, por lo que finalmente dice:
—Saldré de la habitación para que te tranquilices, pero tenemos que hablar.
No respondo. Sé que tenemos que hablar. Lo sé. Kook va a darse la vuelta pero antes, mirándome, dice:
—Te quiero más que a mi vida, Min, y antes que hacerte daño a ti, cariño, me mataría o me arrancaría el corazón.
Dicho esto, da media vuelta y se marcha. Kook y sus frasecitas lapidarias.
Con el teléfono en la mano, estoy tentado de lanzárselo a la coronilla, pero me contengo. Si lo hago, puedo hacerle mucho daño y, además, atacar por la espalda es de cobardes, yo voy de frente.
Una vez Kook ha salido de la habitación, Tae me mira. Lo conozco y sé que va a decir algo, pero él también me conoce y, al ver mi cara de mala leche, finalmente se da la vuelta y se va.
Cuando los dos hombres salen de la suite, las piernas me tiemblan. Pierdo toda la fuerza, la chulería y el poderío que segundos antes tenía, y Mel rápidamente me abraza y me sienta en la cama.
De nuevo, las lágrimas me desbordan. La rabia me consume y la pena por todo lo ocurrido me desespera. Lloro, me aprieto contra Mel y cuando, pasado un rato, mi llanto cesa, ésta murmura retirándome el pelo de la cara:
—Sé lo dolida que debes de estar.
—Mucho —afirmo.
—Si yo viera a Tae en la actitud en la que tú has visto a Kook, estoy segura de que estaría tan enfadada como tú, pero creo que, cuando estés más tranquilo, deberías hablar con Kook. Si realmente es cierto lo que dice, creo que...
—Hablaré con él. Lo haré —aseguro—. Pero no sé si voy a ser capaz de olvidar lo que he visto.
Mel asiente. Entiende de lo que hablo y me abraza. Sabe que necesito cariño, y me lo da.

juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now