36

1.8K 208 11
                                    


 
Tras un extraño día en el que duermo a ratos, cuando me levanto Jeen me dice que Kook se ha marchado muy pronto.
Tan rápido como me despejo, hablo con Mel y, entre risas, me dice que Tae y Kook, junto con ella, han ido al bufete Heine, Dujson y Asociados y que la que han liado allí entre los dos ha sido como poco ¡impresionante!
Imaginar a Tae y a Kook juntos en un momento así irremediablemente me llena de orgullo porque sé que esos dos titanes, el rubio y el moreno, son indestructibles y peligrosos. Muy peligrosos.
¡Qué rabia habérmelo perdido!
Mel también me dice que, antes de ir al maldito bufete, tras hablar con Louise y ésta facilitarle cierta información, Peter ha pirateado sin problema alguno el ordenador de Johan y lo que han encontrado allí, sin duda, le va a hacer
mucha pupa a esa pandilla. Eso vuelve a hacerme reír, es evidente que esos frikis de la abogacía no saben con quién se han metido, y no dudo de que Tae los va a machacar.
Durante el resto de la mañana, disfruto de mis niños. Son tan maravillosos que todo, absolutamente todo merece la pena por verlos sonreír, y cuando estoy con Kook haciendo un puzle, suena mi móvil y, al ver que se trata de mi suegra,
lo cojo y escucho.
—¿Qué haces, hijo?
Miro a mi pequeño rubio tan parecido a su padre y, tras responderle, me dice:
—¿Por qué no te vienes a casa de Jiyu?
Estamos montando una dichosa cuna, y una de dos, o nosotras somos muy torpes, o a la cuna le faltan piezas.
Divertido, después de colgar le pido a Pipa que se siente con el pequeño, subo a mi habitación, me pongo unos vaqueros y una camiseta y, cuando llego al garaje, me quedo mirando la bonita BMW de Kook y, sin querer pensar en mi embarazo,
susurro:
—Vámonos de paseo, preciosa.
Sin dudarlo, cojo el casco gris, las llaves y, tras arrancar el motor y salir de la parcela, doy gas y me voy a toda mecha.
La sensación que tengo es maravillosa. Mira que me gusta conducir una moto y, sonriendo, me dirijo a la casa de Jiyu. Una vez aparco, la portera del edificio de mi cuñada sale de la portería al verme, camina hacia mí y dice:
—No se asuste, Jimin, pero una ambulancia se acaba de llevar a Jiyu y a su madre al hospital.
—Pero ¿qué ha pasado? —pregunto angustiado.
La mujer, con gesto confuso, murmura:
—Al parecer, Jiyu ha roto aguas.
Conmocionado, me preocupo. Jiyu sólo está de siete meses y medio. Después de darle las gracias a la mujer por la información, doy media vuelta, corro hacia la moto y me dirijo al hospital a mil por hora.
Cuando llego, entro a toda prisa y con el primero que me encuentro es con Kook. A su lado está su madre. Para no variar, mi alemán está descompuesto. Con lo que lo asustan los hospitales... Al verme, camina hacia mí y dice:
—Jiyu está teniendo el bebé. Le están practicando una cesárea de urgencia.
El agobio está latente en su rostro. Me gustaría abrazarlo pero, conteniendo mis impulsos, pongo una mano sobre su brazo y murmuro:
—Tranquilo. Todo va a salir bien.
—Pero sólo está de siete meses y medio — insiste.
Asiento, sé muy bien de cuánto tiempo está. Intentando que deje de pensar en lo peor, exijo:
—Kook, mírame. —Una vez clava los ojos en mí y a mí me entran unas cagalandras de muerte, como puedo digo—: Jiyu está en el mejor sitio
del mundo y todo va a salir bien, ¿entendido?
Mi alemán asiente, en el momento en el que mi suegra se aproxima como una moto y murmura:
—Ay, Dios, qué angustia..., qué angustia.
Abrazo a Eun y, tras tranquilizarla como instantes antes he hecho con su grandote hijo, los animo a ir a la sala de espera. Sin duda, no podemos hacer otra cosa.
Durante el rato que estamos allí junto a otros familiares, cada vez que sale un padre con cara de orgullo por haber visto a su bebé, mi suegra murmura emocionada:
—No hay nada como la llegada de un bebé a un hogar, ¿verdad?
Yo asiento. Kook me mira y, cuando las puertas se abren de nuevo, sale mi cuñado con cara de felicidad y, dirigiéndose hacia nosotros, dice:
—Jiyu está bien y la pequeñina también,
aunque sólo ha pesado dos kilos doscientos gramos.
Eun lo abraza, yo sonrío y, sin saber por qué, abrazo a Kook. Sentir su aroma, su cercanía, me sube la moral y, cuando me separo de él, me mira hasta que yo dejo de hacerlo.
Tras felicitar al padre dichoso, esperamos un ratito y finalmente nos avisan de que podemos pasar por el nido para ver a la pequeñita, que está en una incubadora.
Con la felicidad en nuestros rostros, cuando nos dicen quién es la pequeña Ainhoa, todos sonreímos como idiotas y, como si la niña nos oyera, comenzamos a hablar en balleno.
¡Vaya maniíta que tenemos los adultos de hacer eso!
A través de los cristales, con mi móvil grabo un vídeo de la pequeña para que Kook y Emily conozcan a su prima. Es muy chiquitita, pero la tía no para de moverse y, por lo que oigo, parece tener unos buenos pulmones. ¡Otra Emily!
Kook, que está a mi lado, emocionado por conocer a su sobrina, se agacha y dice:
—Es preciosa, ¿verdad?
Asiento, sonrío y, de buen humor, murmuro:
—Es una Jeon, corazón.
¿Corazón? ¿Por qué he dicho eso tan íntimo?
Ambos reímos por aquello, y entonces nos avisan de que Jiyu ya está en la habitación. Al entrar, mi cuñada lloriquea, quiere ver a su pequeña, pero no la dejan levantarse. Le han hecho una cesárea y está muy débil. Entonces, me acerco a ella y le enseño la grabación que he hecho de la niña. Ella, emocionada, la mira una y otra vez. Tras pasar varias horas en el hospital, Kook y yo decidimos irnos. Jiyu está agotada y necesita descansar, y allí se quedan con ella mi suegra y el recién estrenado padre.
En silencio, Kook y yo salimos de la habitación y nos encaminamos hacia el ascensor. Una vez allí, rodeados por más gente, nuestros cuerpos chocan
y, ante la mirada de Kook, me muevo y dejo que una señora mayor se interponga entre los dos. Su cercanía, como siempre, me desconcierta.
Sigo tremendamente bloqueado por lo ocurrido y, aunque ya logro entender que él ni siquiera lo recuerda ni se entregó de forma voluntaria a ello, soy incapaz de olvidar.
Una vez llegamos a la planta baja, caminamos juntos hacia la salida y, en la puerta, Kook se para y dice:—
Tengo el coche aparcado allí.
Yo asiento y, mirándolo, el corazón me da un vuelco y afirmo:
—Yo tengo la moto al fondo.
—¿Has venido en moto?
Asiento de nuevo y, con picardía, me encojo de hombros y murmuro:
—He cogido tu BMW.
Kook sonríe. Nunca le ha importado que coja esa moto y, clavando sus espectaculares ojos en mí, musita:
—Conduce con cuidado.
Asiento..., sonríe y, cuando me doy la vuelta, me llama:
—Min...
Me vuelvo. Nuestros ojos vuelven a conectar, y dice:
—¿Cenas conmigo?
Oír eso hace que el vello de todo mi cuerpo se erice. En el pasado, nunca habría rechazado una proposición así viniendo de él, pero niego con la cabeza y respondo:
—No.
—Por favor... —insiste—. Iremos a donde tú quieras.
—No, Kook, no. No es buena idea.
Su gesto de decepción lo dice todo, pero no insiste más y, asintiendo, se da la vuelta abatido y camina hacia su coche con las manos metidas en los bolsillos.
Acalorado, camino hacia la moto. Sin pararme a pensar, abro el baúl trasero y saco el casco, me lo pongo y, cuando arranco el motor, salgo del parking sin mirar atrás.
Tengo la cabeza embotada. Adoro a Kook, pero también lo odio. Mi mente es incapaz de olvidar cómo se besaban, cómo se poseían, y eso me está martirizando y volviéndome loco.
Cuando paro en un semáforo, de pronto un pitido llama mi atención. Al mirar hacia la derecha, veo que Kook me observa desde el coche y me sonríe. Yo sonrío también. El semáforo se pone en verde y acelero la moto mientras soy consciente de que el coche que va detrás de mí es conducido por el hombre que adoro y con
seguridad está observando todos y cada uno de mis movimientos.
Un nuevo semáforo me hace parar. Miro a mi derecha para encontrarme de nuevo con la cara de Kook, pero en su lugar me encuentro con la de un muchacho que no tendrá más de veinticinco años.
Al ver que soy un omega, dice a gritos desde su coche:
—¡Hola, guapo!
—Hola —respondo yo.
El chico adelanta un poco más el coche para verme mejor. Por el retrovisor observo que Kook está parado con su coche detrás de mí y, al ver su
gesto, sonrío. Ya se está cabreando con el tipo.
—¿Sabes una cosa? —dice el chico. Yo lo miro y, con una pícara sonrisa, él murmura—:
Quién fuera moto para estar entre tus piernas.
Me río. ¡Menudo descarado!
Menos mal que Kook no lo ha oído o le arranca la cabeza y, mirándolo, le guiño un ojo y respondo con el mismo descaro de él:
—¿Sabes? Demasiada máquina para tan poco motor.
El chico suelta una risotada. Sin duda, tiene sentido del humor. Cuando el semáforo se pone en verde, doy gas y, acelerando, me alejo de él. Por
el retrovisor observo a Kook y, en cuanto veo que, tras hacer un quiebro con el coche adelanta al chico para ponerse a mi derecha, sonrío. No esperaba menos de él.
De nuevo, un semáforo nos para. Esta vez es Kook quien está a mi derecha y, por su gesto serio, ya sé lo que piensa, y más cuando el muchacho ahora está detrás de mí y pita para llamar mi atención. Mis ojos y los de Kook se encuentran. Nos hablamos con ellos y, sin controlar mi locura, le hago saber cuánto lo echo de menos. Lo miro como lo he mirado cientos de veces cuando le voy a hacer el amor y, al ver la respuesta en su mirada, me asusto. De pronto me asusto y, cuando el
semáforo se abre, acelero regañándome a mí mismo por lo que acabo de hacer.
Pero ¿por qué lo provoco así?
Esa mirada y mi sonrisa le han dado esperanzas y, al ver que sigue tras de mí por la calle, sé que tengo que desaparecer. No podemos llegar juntos a casa u ocurrirá lo que deseo con toda mi alma pero no quiero que ocurra.
Dios, ¡no hay quién me entienda!
Aminoro la marcha y me pongo en el carril de la derecha. Kook se coloca detrás de mí y, unos metros más adelante,cuando él ya no tiene capacidad de reacción con el coche, hago una pirula bastante arriesgada con la moto, me salgo
del carril por el que voy y desaparezco a toda velocidad, impidiéndole seguirme.
No le he visto la cara. No he sido capaz de mirarlo pero, sin duda, el cabreo que debe de tener en estos momentos ha de ser colosal.
Sin saber adónde ir, salgo a la autopista y durante un buen rato me dejo llevar por mi locura y corro como llevaba tiempo sin correr, sin pensar en nada más. No quiero pensar.
Así estoy hasta que, en una carretera, doy media vuelta haciendo un cambio de sentido. Por suerte, no me ha parado la policía, pero soy consciente de que alguna multa por exceso de velocidad llegará. Menudos son los alemanes para
eso. Pero, mira, ¡no me preocupa! Kook  tiene pasta para pagar multas y muchas cosas más.
Cuando de nuevo entro en Múnich, en un semáforo miro el reloj. Es pronto. Sólo son las seis de la tarde. Callejeando por esa ciudad, a la que adoro, llego cerca del colegio de Mike, paro y, sin meter el casco en el baúl, decido ir a un bar a
tomarme algo.
Pido una coca-cola. Estoy sediento. Entonces, de pronto, me fijo en el hombre que hay sentado a una de las mesas y sonrío. Es Dany, el profesor de Mike, y tras acercarme a él, que no me ha visto, pregunto:
—¿Puedo sentarme contigo?
Dany, que está corrigiendo unos exámenes, sonríe al verme; quita su cartera de una silla y murmura:
—Por supuesto.
Una vez me siento, nos miramos y pregunta al ver mi casco:
—¿Motorista?
Asiento orgulloso y, señalando la impresionante BMW 1200 RT negra y gris que está aparcada en la puerta, respondo:
—Sí.
Por su gesto, Dany parece sorprendido.
—¿Y tú puedes solito con esa máquina? — pregunta.
Al oír eso, frunzo el ceño y respondo:
—Lo de los tíos es genético; ¿te puedes creer que acabas de preguntarme lo mismo que me preguntó Kook la primera vez que le pedí dar una vuelta? —Dennis sonríe y yo aclaro—: Tengo un padre que me enseñó muy bien a montar en moto, y soy pequeñito pero tengo fuerza.
Dany asiente, vuelve a sonreír y, al ver que me callo y me quedo mirando la moto, pregunta:
—¿Todo bien con Mike en casa?
Asiento. No quiero hablar del muchacho, pero él insiste:
—Me alegra saberlo. La verdad es que últimamente ha dado un cambio para bien y lo veo más integrado con sus compañeros y alejado de esas malas compañías. Creo que lo han logrado, Jimin. Sin duda, la unión de colegio, psicólogo y padres ha conseguido que Mike reaccione y se dé cuenta de su error.
Saber aquello de mi coreano alemán me gusta. Me encanta saber que su actitud ha cambiado en el colegio, aunque intuyo que el brusco cambio pueda estar originado por otra cosa.
—¿Qué te ocurre, Jimin? —pregunta entonces Dany.
—Nada —digo y, dando un trago a mi cocacola para cambiar luego de tema, pregunto—:
¿Tienes novia?
Según digo eso, me recuerdo a mi hermana. Pero ¿cómo es que soy tan cotilla?
Entonces, veo que Dany sonríe y, guiñándome un ojo con complicidad, responde:
—Tengo amigas. De hecho, he quedado aquí con una de ellas para ir a tomar algo. Si te soy sincero, soy un tipo demasiado complicado para que una mujer se enamore de mí.
Eso me provoca risa. ¿Complicado, él? Y, sin pararme a pensar, respondo:
—Pues que sepas que los tipos complicados son los que nos vuelven locas a las mujeres.
—Vaya..., es bueno saberlo —se mofa. A continuación, tras recoger los papeles que tiene sobre la mesa, dice—: Hace tiempo que no los veo a Kook y a ti por el Sensations y...
—Vale —lo corto—. No estamos pasando por el mejor momento de nuestra relación.
Dany me mira. No esperaba lo que he dicho y, clavando sus ojazos negros en mí, murmura:
—Kook y tú hacen una fantástica pareja, y las fantásticas parejas han de hablar para entenderse.
—Yo resoplo y él añade—: Cuando encuentras a tu pareja ideal, no quieres dejarla escapar y más en el mundillo en el que nosotros nos movemos.
Y...
—Hola, Dany, ¿llego tarde?
Al levantar la vista, me encuentro con una mujer rubia que nos mira. Debe de ser la amiguita con la que ha quedado. Dany se pone en pie, le da un beso en los labios y responde:
—Tranquila, Stella. Has llegado a la hora.
La mujer me mira. No entiende qué hago yo sentado allí, y entonces Dany dice:
—Stella, te presento a Jimin. Jimin, ella es Stella, mi amiga.
Los dos nos saludamos con cordialidad, pero veo en sus ojos lo mismo que otras deben de ver en los míos cuando se acercan a mi Kook. Entonces, Dany coge su cartera y señala:
—He de irme, Jimin. Pero ha sido un placer haberte visto.
—Lo mismo digo —respondo mientras sonrío y lo miro.
Cuando se van, sigo tomando mi coca-cola. A través de las cristaleras, veo a aquellos que han salido del local dirigirse hacia un coche rojo.
Dany lo abre, la chica sube y él, tras decirle algo, camina de vuelta hacia el bar, entra y me dice: —He conocido a pocos hombres enamorados realmente de un omega, pero créeme cuando te digo que Kook es uno de esos pocos. Hablen y arreglen lo que les pasa, porque estoy convencido de que una historia como la suya no se encuentra todos los días.
Dicho esto, me guiña el ojo y se marcha dejándome con cara de tonto.
¿Tanto me quiere Kook que la gente lo ve?
Y, de pronto, sin saber por qué llevo las manos hasta mi barriga.
Por supuesto que mi historia con el amor de mi vida es algo especial, tan especial como el bebé que crece en mi interior y al que tengo que comenzar a cuidar. Y, sin poder remediarlo, sonrío y murmuro mirándome mi inexistente tripa:
—Tranquilo, gamusino. Mamá te quiere.
Varios minutos después, en cuanto acabo mi bebida vuelvo a la moto. La miro. La admiro, pero me arrepiento de haberla cogido en mi estado; ¿en qué estaba pensando? Sin embargo, como no estoy dispuesto a dejarla allí, me monto con cuidado y regreso a casa sin correr ni hacer locuras.
Tras llegar y meter la moto en el garaje, estoy quitándome el casco cuando Kook sale en mi busca y, sin quitarme la vista de encima, me dice:
—Estaba preocupado por ti.
Lo miro, quiero abrazarlo. Él es mi bonita historia de amor, pero algo me frena, y doy un paso atrás para alejarme de él. Por increíble que parezca, no me regaña por la pirula que le he hecho en la carretera con la moto para despistarlo
y, encogiéndome de hombros, respondo un escueto:
—Ya estoy aquí.
Kook no habla, en sus ojos veo que le duele la distancia que pongo entre los dos. Sin agobiarme, deja que entre en casa y me dirijo a la cocina. Él continúa su camino y oigo que entra en su despacho y cierra la puerta. Aquello no está
siendo fácil para ninguno de los dos. Jeen, que en ese instante entra en la cocina,
me mira; no dice lo que piensa de mi mirada ni de Kook, pero comenta:
—Los pequeñines ya están dormidos.
Sonrío encantado. La abrazo y murmuro:
—Gracias, Jeen. Gracias por estar siempre a mi lado.
La mujer me abraza emocionada. Me aprieta contra su cuerpo y yo sonrío. Todavía recuerdo cuando yo llegué a aquella casa y un abrazo era como poco tabú. Cuando salgo de la cocina y paso por delante del despacho de Kook, me acerco a la puerta y, al oír que está escuchando a Norah Jones cantar Love
Me,el corazón me da un pellizquito.
Apoyo la frente en la puerta oscura mientras escucho esa dulce canción y mi mente vuela a la última vez que la bailé con mi amor. Los ojos se me llenan de lágrimas, los recuerdos inundan mi mente y las lágrimas me desbordan. Kook, mi Kook, está tras esa puerta sufriendo como estoy sufriendo yo, pero yo soy incapaz de abrir la puerta y olvidar.
¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy tan bloqueado?
Estoy sumido en mi desgracia cuando, de pronto, oigo a mi espalda:
—Mamá.
Rápidamente me doy la vuelta y, al ver a Mike mirándome, me seco las lágrimas que corren por mis mejillas y, cuando voy a decir uno de mis borderíos, el crío murmura:
—Vale. Sé que no merezco llamarte así, pero...
Separándome de la puerta del despacho, me acerco a él y, cuchicheando para que Kook no nos oiga, afirmo:
—Exacto, no lo mereces; y ahora, si no te importa, no quiero hablar contigo.
Dolido por lo que mi corazón siente por aquellos dos jeon, me encamino al salón y
cierro la puerta. Quiero estar sola. Me siento en el sillón que hay junto a la chimenea, pero entonces oigo que la puerta se abre y, segundos después,
Mike, sin darme opción, se sienta a mi lado. Como me han enseñado los Jeon, lo miro..., lo miro y lo miro, y finalmente pregunto:
—¿Qué quieres, Mike?
El crío se retuerce las manos nervioso. —Perdóname. Ahora que no me quieres, me doy cuenta de lo mal que me he portado contigo, cuando tú sólo intentabas protegerme y ayudarme.
Boquiabierto lo observo. ¿Cómo que no lo quiero? Lo quiero más que a mi vida, pero estoy enfadado con él y, cuando voy a responder, prosigue:
—Fui un tonto. Me dejé llevar por mis nuevas amistades y la cagué..., la cagué contigo, con papá, con todo. New me gustaba mucho, me dejé llevar por el y, queriendo impresionarla, me volví un chulo. El odia a su madrastra, nunca ha tenido buena relación con ella, y yo... yo... quise odiarte a ti para que ella viera que estábamos en la misma sintonía.
Saber la verdad de todo lo ocurrido hace que pueda respirar. Por fin entiendo el porqué de todo aquello, pero no puedo hablar cuando Mike prosigue:
—Te robé, hice cosas horribles contra ti y te grité que no eras mi madre cuando sí lo eres. Tú eres la única madre que tengo porque siempre me has querido incondicionalmente a pesar de lo mal que me he portado contigo. Hablé con papá, le conté toda la verdad, y él me aconsejó que te lo contara a ti. Dijo que, aunque no me perdonaras, tenía que hablar contigo y... y... Por favor, mamá, si no quieres perdonarme, no lo hagas pero, por favor, arregla las cosas con papá. Por mi culpa
estan mal, y eso me... me... Por favor —suplica—. No se pueden separar, ustedes se quieren, y yo los quiero mucho y, si lo hacen por mi culpa, Kook y Emily nunca me lo van a perdonar.
Con las pulsaciones a dos mil por hora, escucho lo que aquel adolescente al que tanto quiero dice mientras el cuello comienza a picarme.
La súplica en sus ojos me atormenta, me atormenta tanto como a él, y respondo:
—Lo que nos pasa a tu padre y a mí no es culpa tuya.
—Lo es —afirma mientras las lágrimas comienzan a correrle por las mejillas—. Todo es culpa mía. Intenté desesperaros, llevaros al límite, y todo porque el padre de New se separó de su madrastra y yo pensé que, si conseguía lo mismo, el me...
—Dios mío, Mike —murmuro al oírlo.
El crío llora. Llora desconsoladamente mientras me suplica que solucione los problemas con mi amor. Lo miro. Ojalá fueran las cosas tan fáciles como él parece verlas.
Diez minutos después, incapaz de permitir que el siga pensando que todo es culpa suya, como en su momento le hice creer con mi furia, suspiro y murmuro:
—Mike, escúchame...
—No, mamá, por favor, escúchame tú a mí. Yo... yo no puedo permitir que papá y tú se vayan a separar, a separar por mi culpa y...
No lo dejo continuar. Necesito abrazarlo.
Quiero a Mike con toda mi alma, a pesar de lo que me ha contado. Es mi niño, soy su madre, y todo es perdonable cuando se trata de él. Veo que mi abrazo lo sorprende tanto como me sorprende a mí y, cuando siento que me aprieta contra sí con demasiada fuerza, murmuro:
—Mike..., me ahogas.
El crío cede en su fuerza, pero sin soltarme susurra:
—Te quiero, mamá... Perdóname, por favor...
Iré a un colegio militar si tú y papá quieren, pero perdóname.
Sus palabras y cómo lo siento temblar pueden conmigo. Creo que la vida, con lo que nos ha pasado a Kook y a mí, le ha dado un revés al muchacho que le ha abierto los ojos. Y, como soy un blandengue, finalmente asiento.
—Estás perdonado, cariño. Eso nunca lo dudes.
Mis palabras nos emocionan, y mis hormonas, que no están muy serenas, se revolucionan. Para relajar el momento, cuchicheo señalándome el cuello:
—Y ahora para... o me llenaré de ronchones.
Mike me mira y veo en sus ojos la tranquilidad. Yo me rasco el cuello, me pica una barbaridad. Entonces él, apartándome la mano de los ronchones, dice:
—No te rasques o se pondrá peor.
Eso me hace sonreír y, cogiéndole la barbilla a mi niño, murmuro:
—Mike, ya eres mayor, y creo que has sido capaz de darte cuenta de los quebraderos de cabeza que nos has podido ocasionar. —Él asiente
y yo sentencio—: Esto no puede volver a pasar nunca más. Si mañana te enamoras de otra chica o chico, tienes que tener tu propia personalidad, porque
quien te quiera tiene que quererte por ti, no por lo que vea reflejado de ella o el en ti. ¿Entendido?
—He aprendido la lección y te lo prometo, mamá. Nunca más.
Asiento. Lo abrazo de nuevo y éste dice:
—Ahora tienes que hablar con papá. Tú no estás bien, él no está bien, y tienen que hablar. Tú siempre dices eso de que hablando se entienden las personas.
Sonrío con tristeza.
—Escucha, cariño. Danos tiempo a tu padre y a mí y, pase lo que pase, nunca dudes de que los dos te queremos con todo nuestro corazón y deseamos lo mejor para ti. Y, recuerda, tú no has tenido nada que ver en lo que nos ocurre. Los  adultos, a pesar de que nos queramos, en ocasiones tenemos problemas y...
—Pero yo no quiero que se separen.
Suspiro. El cuello me arde. Yo tampoco lo quiero y, cuando voy a responder, la voz de Kook dice:
—Mike, escucha a tu madre. Haremos todo lo posible para solucionar nuestros problemas pero, por favor, respeta que decidamos lo mejor para todos.
La voz de Kook y sus palabras me llegan directamente al corazón. No lo había visto. Ni siquiera sé cuándo ha entrado en el salón.
Entonces, el crío asiente, vuelve a abrazarme y murmura:
—Me encanta que seas mi madre.
Dicho esto, se levanta y, tras darle un abrazo a Kook, se va del salón dejándonos a los dos solos y descolocados. Mis hormonas pugnan por reventar de nuevo y llorar como un loco —¡necesito llorar!— cuando Kook, sin acercarse a mí, susurra:
—Gracias por escuchar y perdonar a Mike.
Asiento. No puedo hacer otra cosa, e insiste:
—Ahora sólo falta que me perdones a mí.
La angustia me puede. Si abro la boca, me voy a echar a llorar como un chimpancé, y Kook, que lo sabe, al ver que no digo nada me mira con tristeza
y finalmente se da la vuelta y se va. Cuando oigo que la puerta del salón se cierra y estoy solo, cojo un cojín, me lo pongo en la boca y lloro como el más feo chimpancé por dos motivos. El primero es de felicidad por haber recuperado a mi niño, y el segundo, de tristeza por mi amor.
Al día siguiente, por la mañana, voy con Mel y los pequeños al parque. Allí, entre risas y lágrimas, le cuento a mi amiga lo hablado con Mike y los dos lloramos. Estamos sensiblones.
Por la tarde, tras despedirnos porque ambos nos vamos de viaje —ella con toda la familia a Eurodisney y yo a Busan—, cuando llego a casa, Kook ya está allí. Sale a recibirnos y los niños corren al ver a su padre. Mike, que está con él, camina hacia mí al verme y me abraza. Encantado, acepto su abrazo de oso. Cuando los abrazos terminan, Kook me mira a la espera de que haga o diga algo, pero yo
simplemente me limito a sonreír y a entrar en la casa. Quiero bañar a los niños y acostarlos pronto. Al día siguiente nos vamos a Busan Tras darles de cenar, Pipa se los lleva a la cama y yo decido entrar en el vestidor para meter la ropa en las maletas.
Quiero que mis niños estén preciosos, y río al pensar en el trajecito de hanbok que mi padre le ha comprado a Hannah en rosa. Va a estar para comérsela.
Mientras separo la ropa, escucho a Alejandro fernandez que me gusto por culpa de Beto. Sin duda, su música y sus letras son parte de mi vida, y cuando suena A que no me dejas,me dejo caer en la cama y tarareo la canción, mientras siento un pellizquito en el corazón al decir cosas como «a que te enamoro una vez más antes de que llegues a la puerta».
Oh, Dios..., cómo me toca en este momento la letra. Kook me quiere. Me adora. Él es quien me arropa, y estoy convencido de que, a día de hoy, como dice la canción, hasta me cuenta las pestañas mientras duermo.
Ni que decir tiene que yo lo quiero y lo adoro, pero estoy tan enfadado, tan bloqueado por todo lo ocurrido que, sin saber por qué, necesito escapar
de su lado y echarlo de menos. Kook, el duro Kook, en las últimas semanas ha
vuelto a ser el Kook que me enamoró. Por supuesto que me doy cuenta de todo, pero hay algo en mí, llamémoslo cabezonería, decepción o vete tú a saber qué, que no me permite dar un paso atrás para volver a intentarlo otra vez.
Pero ¿qué me ocurre?
—Hola.
Kook irrumpe en la estancia y, mirándolo, respondo:
—Hola.
Kook, mi grandullón rubio, entra en el vestidor y dice:
—He hablado con el piloto del jet y he quedado con él a las nueve; ¿te parece buena hora?
—¡Perfecta! —asiento—. Cuanto antes salgamos, antes llegaremos.
Kook se sienta en una de las sillas. A través de mis pestañas, veo que mira el suelo, junta las manos y dice mientras la voz rota de mi Alejandro sigue cantando:
—Siempre nos ha gustado esta canción, ¿verdad?
—Sí. Uf..., el cuello. Ya comienza a arderme.
—Min..., yo...
Me echo a temblar y, antes de que diga nada que haga resquebrajar mi tocado corazón, lo miro y replico:
—No, Kook..., ahora no.
—¿Por qué no me dejas intentarlo? Sabes que te quiero.
—Ahora no, Kook —repito.
—¿Por qué no me perdonas? ¿Por qué te empeñas en no entender que yo no propicié lo que pasó? —pregunta clavando su dolida mirada en mí —. ¿Acaso ya no me quieres como te quiero yo a ti?
Kook preguntándome eso y mi Alejandro cantando aquello de «A que no me dejas»; ¡voy a explotar!
Si de algo estoy seguro en esta vida es de que estoy total y completamente enamorado de Kook y sé que, si me abraza, si me toca, como dice la
canción, todas mis murallas caerán. Pero no, no puedo consentirlo. Estoy dolido, muy dolido por lo ocurrido. Aun así, mirándolo, afirmo:
—Claro que te quiero.
—¿Entonces?
—Kook, cada vez que cierro los ojos, la imagen de Ginebra y tú juntos, besándoos, aparece y... no... no me deja...
Kook me mira..., me mira y me mira, y finalmente, dándose por vencido, asiente.
—Yo no tengo ni un solo instante contigo que quiera olvidar. Cierro los ojos y te siento a mi lado besándome con amor y dulzura. Cierro los ojos y te veo sonreír con nuestra complicidad de siempre, y me desespero cuando los abro, te veo y
siento que nada de eso ocurre ya.
Sus palabras me tocan el alma. Jeon Jungkook sabe llegarme, y sé que la
cancioncita y su letra le está tocando el corazón como a mí. Cuando voy a responder, se levanta, camina hacia mí y, parándose a escasos milímetros
de mi cuerpo, sin tocarme, sin rozarme, murmura:
—Como dice la canción, voy a hacer todo lo posible para que recuerdes nuestro amor y  aprendas a olvidar. Necesito que en tu cabeza estemos sólo tú y yo. Sólo tú y yo, mi amor. Atontado, asiento. Su olor..., su cercanía..., su voz..., su mirada..., sus palabras..., la canción, todo eso unido, para mí, que soy un romanticon empedernido, es una bomba de relojería, me dice lo que tanto necesito escuchar. Sin embargo, clavándome las uñas en las palmas de mis manos, regreso a la realidad y musito:
—No sé si lo conseguirás.
Mi amor levanta la mano, la pasa por el óvalo de mi cara, coge mi barbilla con delicadeza entre sus dedos y, cuando creo que me va a besar, sus ojos y los míos conectan y murmura antes de marcharse:
—Eres mi pequeño, te quiero y lo conseguiré.
Cuando aquel titán rubio desaparece de mi lado, me falta hasta el aire, y me lo doy con la mano.
Ofú, ¡que me da..., que me da!
Sin duda, Kook, el Kook  que me enamoró, sigue siendo aquel alemán y, sin saber
por qué, sonrío. Decidido, ¡soy un gilipollas!
A la mañana siguiente, a las ocho y media ya estamos en el hangar. Kook habla con el piloto y observo que no sonríe. No tiene motivos para sonreír.
Una vez ha estrechado la mano del piloto, el pequeño Kook corre hacia su padre y éste lo coge entre sus fuertes brazos, lo besa y, caminando hacia mí, lo oigo que dice:
—Pórtate bien y no le des mucha guerra a Papá, ¿entendido?
—Vale, papi —oigo que responde el mico.
Acto seguido, Kook suelta al pequeñín, que sube al avión con Pipa. Yo, con Emily dormida en mis brazos, voy a subir también cuando Kook me para y, clavando sus ojos en los míos, dice:
—Pásalo bien.
—Lo haré —afirmo intentando sonreír. Siento cómo nuestros corazones chocan al
mirarnos y, finalmente él susurra:
—Te voy a echar de menos.
—Y yo a ti —asiento sin querer ocultárselo.Nos miramos..., nos miramos..., nos
miramos..., hasta que mi sexi marido susurra:
—Me muero por besarte, pero sé que no he de hacerlo.
—No. No lo hagas.
Pipa sale del avión, me quita a Emily de los brazos y, cuando se la lleva, Kook, que no se ha movido de mi lado, insiste:
—Llámame cuando llegues a Busan
—De acuerdo —respondo como un idiota.
Dios... ¿Por qué el erotismo de mi marido puede conmigo?
Vale. Estoy necesitado de sexo y el embarazo no lo está poniendo fácil y, en cuanto subo el primer escalón de la escalerilla del avión, siento las manos de Kook en mi cintura. Luego me da la vuelta y, acercando la boca a la mía, me besa. El beso dura apenas una fracción de segundo y, tan pronto como nuestras bocas se separan, parpadeo atontado cuando él apoya la frente en la mía y lo oigo decir:
—Lo siento, cariño, lo siento, pero lo necesitaba.
Asiento..., asiento como un  imbécil y, sin decir nada, me vuelvo y subo el resto de la escalerilla mientras me siento la abeja Maya cantando aquello de «En un país multicolor...».
Repito: ¡soy gilipollas!
Minutos después, y una vez estamos todos sentados en el avión, observo desde la ventanilla a mi imponente marido apoyado en su coche con gesto serio y los brazos cruzados sobre el pecho. Y, sin saber por qué, sonrío mientras las lágrimas corren por mis mejillas

juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now