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—¿Que Tae tiene un hijo? Mel asintió.
—Sí. Min..., sí —afirmó convencida—. Y hasta tiene el mismo color de ojos y corte de cara. Jimin no recordaba al chico del supermercado que recogía los carritos a pesar de que su amiga se lo describió y, agachándose para tocar a la perrita,
que no se separaba de Mel, murmuró:
—Hola, Leya. Por lo que veo, eres una mil razas como Camaron y, oye..., ahora que te miro, creo que tú también tienes el mismo corte de cara que Tae.
Al ver el gesto guasón de su amigo, la exteniente protestó bajando la voz:
—De acuerdo. No se parecen. Pero, joder, Sami tampoco se parece a mí y es mi hija, y Kook tampoco se parece a ti, sino a tu marido, y es tu hijo.Min miró hacia su amigo, que hablaba por teléfono mientras observaba por la ventana, y dijo:
—Pero, Mel, ¿por qué estás tan segura de que es su hijo?
La exteniente sonrió. Sin duda, Jimin era tan escéptico como Tae.
—Porque me lo dice el corazón —contestó con un suspiro.
Min resopló. El también había sido muy de corazonadas, por lo que afirmó:
—Mira, yo también pensaba que los morenazos como Taylor Lautner, Keanu Reeves o Antonio Banderas eran mi prototito de hombre, y luego, ¡sorpresa!, resulta que el hombre de mis sueños es rubio, ojos claros, cabezota, alemán-coreano, y se llama Jeon Jungkook.
Ambos rieron. Luego, Mel dio un trago a su cerveza y dijo:
—Tae me ha prometido que se va a hacer las pruebas de paternidad. Pero te digo yo que ese muchacho ¡es su hijo!
Sorprendido por la tranquilidad con que su amiga se estaba tomando todo aquel asunto, Jimin preguntó:
—Mel, ¿estás bien?
—¿Por qué dices eso?
—Mira, quizá me estoy metiendo donde no debo, pero tan pronto le pides matrimonio, como quieres ser escolta, y ahora... ¿ese muchacho en sus vidas?
La exteniente suspiró, sabía que Min tenía razón y, cuando fue a responder, éste añadió:
—Mel. No conoces de nada a ese chico. Podría ser un psicópata, un ladronzuelo o vete tú a saber. ¿Cómo lo quieres meter aquí con nosotros?
Mel asintió. Entendía lo que aquél decía, pero respondió:
—Lo sé..., lo sé... Dices las mismas cosas que Tae. Quizá me estoy volviendo totalmente loca, pero en referencia a ese muchacho, la corazonada de que no me equivoco y el hecho de que no quiero que lo separen de su perro es... ¿Recuerdas a Robert?
—¿A tu amigo, el que murió en el accidente de avión y...?
—Sí, ése —afirmó Mel sin dejarla terminar—. Él me contó lo mal que se sintió cuando fallecieron sus padres y, aunque su perro era lo único que lo unía a su pasado, lo separaron de él.
Me explicó lo cruel que fue verse solo siendo un crío y darse cuenta de que no le importaba a nadie y... y, si yo puedo evitar que un niño como Peter
sienta eso, creo que todo habrá merecido la pena.
—Disculpa —señaló Jimin—. Para mí un niño es la pequeña Sami, pero gansos como Peter o como Mike ya no son niños. Son miniadultos llenos de granos y conflictos personales que, por norma, deciden joderte la vida porque sus hormonas están revolucionadas, pero ¿tú sabes dónde te estás metiendo?
—No.
—Exacto, ¡no lo sabes! —cuchicheó Jimin—. Ese crío comenzará a hacerles la vida imposible una vez que se relajen. Tiene catorce años, y a esa edad lo único que hacen es contestarte de malos modos y dar problemas. Y te lo digo yo, que tengo en casa uno de la misma edad y ya sabes cómo va el tema.
—Lo sé —suspiró Mel—. Quizá quiero abarcar más de lo que puedo. Tal vez soy una ilusa, pero creo que Peter es diferente. Lo siento así, y si encima puede ser el...
Puede, tú lo has dicho, puede; pero ¿y si no es su hijo? Mel se encogió de hombros y cuchicheó:
—Pues habrá que ayudarlo e intentar que el día de mañana ese hombrecito sea un hombre de provecho. Él no es el responsable de estar en el mundo.
Jimin se dio por vencido. Sin lugar a dudas, Mel quería darle una oportunidad al muchacho y, claudicando, dijo:
—De acuerdo, no insistiré más. Aquí me tienes para todo lo que necesites, como padre y sufridor de un adolescente. Pero, recuerda, si al final termina en esta casa, no le permitas que se pase ni un pelo porque, como lo hagas, ¡estás perdida!
—Lo recordaré —asintió Mel—. Por cierto, que sepas que hoy Sami, cuando nos hemos encontrado con Heidi y sus compinches en el colegio, ha soltado que Heidi era una zorra.
—¿¡Qué!? —dijo Jimin riendo al oír eso. Mel asintió sin poder evitar sonreír y
prosiguió:
—Y después ha añadido que mamá y el tio Min decían eso.
—¡La madre que la parió!
Durante un rato, entre risas, estuvieron hablando de aquello, hasta que Mel preguntó:
—Oye, ¿qué tenías que contarme tú?
Al oír eso, Jimin se olvidó de lo de Sami y, mirando a su amiga, murmuró:
—¿A que no sabes quién es el tutor de Mike?
—Pues no.
—Dany.
Mel parpadeó.
—¿Dany... Dany... —susurró—, el buenorro del Sensations y el potentorro que baila eso que se llama forró?
—El mismo —asintió Min.
—¡Joder!
—Eso digo yo: ¡joder! Ni te cuento la cara de tonto que se me ha quedado cuando me lo he vuelto a encontrar, esta vez como tutor de mi hijo.
Ambos rieron, pero la risa se les cortó cuando Min le explicó todo lo que aquél le había dicho del muchacho.
—Vaya tela..., vaya tela con Mike. ¿Qué vas a hacer?
—De momento, hablar con Kook y ver qué solución podemos adoptar con respecto a lo que Dany me ha contado. Es obvio que, o hacemos
algo, o esto irá a peor. Y luego, para remate, salgo del instituto y me encuentro con su supuesto novio dándose el lote con otro.
En ese instante, Tae dejó de hablar por teléfono. Llevaba horas hablando con los servicios sociales y el registro de Múnich para conseguir cierta documentación. Lo ocurrido aquella mañana lo había dejado fuera de juego. Un hijo... ¿Podía
tener un hijo de casi quince años?
La sola idea lo mareaba. Ni en el peor o el mejor de sus sueños podría haber imaginado algo así.
Al colgar, vio a Mel y a Jimin. Los observó cuchichear y reír, y luego sus ojos fueron directos a la perra que dormía plácidamente a sus pies.
Todavía no entendía qué hacía aquel animal en su casa, pero como no tenía ganas de discutir con aquellos dos, se les acercó y simplemente dijo:
—Estaré en mi despacho.
—Cariño —lo llamó Mel—. ¿Quieres comer algo?—
No —bufó él sin mirarlos.
Entonces el abogado se detuvo dispuesto a decirles algo. Sin duda, lo que había dicho Sami aquella mañana no había estado bien, pero finalmente decidió seguir su camino. No le apetecía enfrentarse a aquellos dos. Seguro que lo sacaban más de sus casillas.
Cuando desapareció, Jimin, que lo conocía muy bien, susurró:
—Vaya mala leche que se gasta el colega, ¿no? Mel asintió.
—Si yo te contara...
Diez minutos después, Jimin miró a su amiga y afirmó:
—Llamaré a Kook para que venga. Creo que Tae necesita desahogarse con su amiguito. Mel asintió, y Jimin se apresuró a llamarlo.
Media hora después, sonó la puerta de la casa. Era Kook, que, con gesto serio y tras besar a su omega y saludar a Mel, cogió un par de cervezas fresquitas que ésta le dio y fue directo a ver a Tae. Su amigo lo necesitaba.
—Hola, papaíto —saludó entrando en su despacho.
Al oírlo, éste lo miró, puso los ojos en blanco y protestó:
—No me jodas tú también con eso.
A pesar de lo delicado del tema, Kook se acercó a su amigo y, tras pasarle una de las cervezas y chocar la mano, se sentó frente a él y preguntó:
—¿A qué esperabas para llamarme?
Tae se pasó una mano por el pelo y murmuró:
—Kook...
—Entiendo que estés confundido, que no entiendas nada y un sinfín de cosas más, pero sabes que estoy aquí para lo que necesites. Y esto es algo excepcional, ¿no crees? —Luego, bajando la voz, cuchicheó—: Que mi omega tenga que llamarme para decirme lo que le ocurre a mi mejor amigo, por no decir mi hermano, no me ha gustado, tío.
—Joder, perdona. Tienes razón.
Kook sonrió y, tras dar ambos un trago a las cervezas, añadió:
—Conque Peter...
—Sí —afirmó Tae.
Con la mirada, ambos se entendieron cuando el rubio alemán indicó:
—Mucha casualidad. —Tae no respondió, y Kook agregó—: Quien le puso ese nombre al muchacho sabía lo mucho que te gustaba a ti, ¿no crees?
Su amigo asintió. Volvió a dar otro trago a su cerveza y le contó absolutamente todo lo sucedido aquella mañana y lo que había descubierto tras hacer varias llamadas. Kook lo escuchó con paciencia y, cuando éste terminó, preguntó:
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. Yo esperaba encontrar en esa comisaría a un hacker a quien darle por todos los lados y, en cambio, me encuentro con un muchacho que encima dice ser mi hijo.
Kook suspiró; sin duda aquello era para estar desconcertado y, sin andarse con rodeos, preguntó:
—¿Y podría ser tu hijo?
Al oír eso, Tae se levantó. Se movió por el despacho intranquilo y, finalmente, sentándose de nuevo ante su amigo, respondió:
—No... Sí... ¡No lo sé!
—Joder, Tae.
Desesperado, el abogado dejó su cerveza sobre la mesa y declaró:
—Cuando estuve con Katharina era un chaval, un inconsciente, y no tomaba las debidas precauciones; ¿o tú las tomabas siendo un crío?
—No —murmuró Kook—. Yo también era algo inconsciente en eso.
Los amigos se miraron un momento y luego Tae siseó:
—¿Sabes por qué me joroba tanto todo esto?
Porque, si es mi hijo, si ese muchacho tiene mi sangre, me he perdido parte de su vida, y eso me jode..., me jode mucho.
El silencio se apoderó de ellos hasta que Kook añadió:
—Tienes razón, y entiendo lo que dices. Pero quizá no sea tu hijo y...
—Mel asegura que su sexto sentido le dice que lo es.
Kook no supo qué decir. Con el paso de los años, Jimin le había enseñado que en ocasiones el sexto sentido de los omegas era algo tremendamente poderoso que tener en cuenta.
—Escucha, Tae —respondió—, en el caso de que sea hijo tuyo, la adolescencia no es una buena época. Ya sabes la cantidad de problemas que Mike nos está ocasionando, y eso que todavía no he hablado con Min, que hoy ha tenido la tutoría con su profesor.
—Lo sé..., lo sé, pero Mel se ha empeñado en traerse a casa a la perra del chaval para cuidarla.
—¿Y por qué? ¿Por qué lo ha hecho? Descolocado, Tae miró a su amigo.
—Dijo que un amigo suyo pasó por las mismas circunstancias que Peter a su edad, y que, si ella podía evitar que un niño sufriera, se sintiera solo y
lo separaran de su perro, lo evitaría.
Durante un rato estuvieron hablando sobre aquello, hasta que Kook, para hacer sonreír a Tae, preguntó:
—¿Un mil razas en tu casa?
Al entender lo que su amigo quería decir, Tae sonrió.
—En tu casa hay dos, aunque Jimin se empeñe en decir que Bam no lo es. Por cierto, he oído que mañana le dan el alta.
—Eso dice mi pequeño —dijo Kook sonriendo.
El abogado asintió y luego, con gesto desesperado, cuchicheó incrédulo:
—Papaíto... Pero ¿cómo voy a ser padre de un adolescente tan alto como yo?
Kook sonrió al oír eso. Sin lugar a dudas, la cosa se complicaba pero, como no quería continuar con lo negativo, murmuró de buen humor:
—La vida te quiere sorprender. Tu novia ha puesto fecha para su boda y de pronto te aparece un hijo; ¿te puede pasar algo más sorprendente?
Al oír eso, Tae resopló. Últimamente su vida era una locura, por lo que negó con la cabeza.
—¿Cómo es Peter? —quiso saber Kook.
Tae se echó hacia atrás en el respaldo de su silla y respondió:
—Tiene la complexión delgada y desgarbada de Mike, el pelo le sobrepasa los hombros, su ropa es al menos varias tallas más grande de la que necesita, es un excelente pirata informático y sé poco más.
Un nuevo silencio se adueñó del despacho, y finalmente Tae dijo:
—Mañana me voy a hacer las pruebas de paternidad.
Kook asintió.
—Perfecto. Si es tu hijo, doy por sentado que te ocuparás de él, pero ¿y si no lo es?
Esa pregunta daba vueltas y vueltas en la cabeza del abogado y, al final, sin saber en realidad qué responder, dijo:
—No lo sé. Pero lo que sí sé es que no lo voy a dejar en la calle.
Esa noche, cuando Jimin llegó a su casa, Mike le dedicó una curiosa mirada al cruzarse con él. Eso le hizo saber que su amiguito New le había hablado de su encuentro. Pensó en contárselo a Kook, pero al final calló. No quería más líos.
Al día siguiente, Tae se hizo las pruebas de paternidad. Cinco días después fue a recogerlas, y el corazón se le paró: Peter era su hijo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Una de las mañanas en las que Kook y yo vamos en el coche hacia Jeon, le suelto:
—Digas lo que digas, creo que deberíamos concertar esa entrevista con el psicólogo.
—No.
—Su tutor lo recomendó, cariño. Mike necesita un tipo de ayuda que quizá nosotros no somos capaces de darle.
—He dicho que no. Mike ya fue a demasiados psicólogos cuando era pequeño y no quiero que tenga que volver a ir.
—Pero, Kook, ¿no ves que el problema que tenemos con él se nos escapa de las manos?
Mi amor no contesta. Sé que sabe que tengo razón, pero su cabezonería no lo deja reaccionar. Finalmente sisea:
—He dicho que no. Yo me ocuparé de él.
Me callo. Mejor me callo lo que pienso en relación con eso. No sé cómo se va a ocupar de él trabajando todo lo que trabaja pero, como no tengo ganas de zanjar el tema como él pretende, insisto:
—Kook, no eres consciente de muchas cosas. Ayer, cuando llegué a casa...
—¿Qué pasa ahora?
Como siempre, soy portador de malas noticias. El que él no esté últimamente mucho en casa le hace perderse el modo en que Mike se está comportando con todos.
—Ayer por la tarde —digo—, cuando llegué a casa, Mike estaba discutiendo con Victor y no me gustó el tono que utilizó.
—Es un crío, Min..., no te tomes todo lo suyo a mal.
Su contestación me sorprende.
—¡Claro que es un crío! Pero ¿acaso tú y yo no le estamos enseñando educación?
Mi respuesta lo hace resoplar y, tras un tenso silencio, pregunta:
—Vamos a ver, Min, si tan mal le habló a Victor, ¿por qué no me lo dijiste cuando llegué?
Lo miro. Calibro mi respuesta y, con sinceridad, contesto:
—Porque quería tener la noche en paz.
Sé que mi respuesta le hace pensar y, tras volver a suspirar, mi amor asiente.
—¿Qué tal si hablamos con él esta tarde cuando regrese?
—¿Vendrás pronto?
Kook sonríe. Pone la mano sobre mi rodilla y afirma:
—Te lo prometo.
Saber que va a llegar pronto a casa me hace sonreír.
—Perfecto.
Durante un rato, los dos nos callamos, hasta que digo:
—¿No te apetecería algún día hacer una locura como hacíamos antes y, por ejemplo, coger el avión y marcharnos a Venecia, a Berlín, a Polonia, a Dublín o a cualquier lado tú y yo solos?
Kook sonríe, luego veo cómo niega con la cabeza y responde:
—No estoy para locuras. Tengo mucho trabajo.
Su contestación no es la que esperaba, y volvemos a quedarnos en silencio.
Algo pasa entre nosotros que nos hace tener estos silencios. Pero, deseoso de que eso desaparezca cuanto antes, pregunto:
—¿No te sorprendió lo que te conté del tutor de Mike?
Kook no parpadea. Me mira... Después mira la carretera..., vuelve a mirarme y finalmente dice:
—No. ¿Por?
Ahora el que parpadea y lo mira soy yo. —Pues porque el tutor de Mike... —respondo —, tú y yo..., pues eso.
Kook sonríe. Dios..., cómo me gusta verlo sonreír.
—Pequeño, imagino que su discreción será tan grande como la nuestra. —Y, guiñándome un ojo, añade—: Todos los que vamos al Sensations nos hemos encontrado en un momento dado con alguien de allí y, como te digo, la discreción es lo que prima. Por algo somos adultos.
Asiento. La verdad es que tiene razón. ¿Por qué comerme el coco?
Una vez llegamos a Jeon, en cuanto subimos en el ascensor quiero besar al hombre que adoro, pero él ya está centrado mirando unos papeles con el ceño fruncido. Cuando el ascensor se detiene en mi planta, lo observo con la esperanza de que él desee besarme, pero sólo me mira, me guiña un ojo y dice:
—Que tengas un buen día, cariño.
Sonrío, salgo y las puertas del ascensor se cierran. Ni beso, ni abrazo, ¡ni !
Pero ¿qué nos está pasando? Mientras camino hacia el despacho, soy
consciente de que añoro al Kook que estaba pendiente de mí al cien por cien. Añoro sus besos y sus continuas ganas de estar conmigo. Sé que me quiere, eso no lo puedo dudar, pero creo que la pasión que sentía por mí se está enfriando. ¿Por qué?
¿Por qué yo sigo queriendo tener nuestros tontos momentos y él parece poder vivir sin ellos?
Cuando llego al despacho, Mika me da unas carpetas para que las revise. La noto agobiada, pero no tengo ganas de preguntar y, cogiendo lo que me entrega, me meto en mi despacho dispuesto a trabajar. Liado estoy con ello cuando suena el teléfono.
—¡Hola, trompu!
Oír la voz de mi hermana es como un soplo de aire fresco y, sonriendo, saludo:
—Hola, petardilla.
Durante varios minutos hablamos de cosas sin importancia, hasta que dice:
—Mi cucuruchillo me ha comprado una maripaz y no sé cómo funciona, y como sé que tú tienes una, pues...
—¿Que te ha comprado qué? —pregunto sorprendido.
—Una maripaz o quizpaz, o como se diga eso.
Me entra la risa. Me parto y, cuando entiendo de lo que habla, murmuro:
—Un iPad, Hye, un iPad.
Mi hermana suspira, sonríe y murmura con gracia:
—Ofú, trompu..., ya sabes que los idiomas nunca fueron lo mío.
Sin dejar de reír, le explico como puedo algunas cosas. La verdad es que, mientras lo hago, me imagino a mi hermana con su maripaz delante de ella, tocándolo todo y bloqueándola. Hye es un caso y, cuando finalmente bloquea el iPad y yo ya estoy que me voy a tirar por la ventana de Jeon, de pronto me pregunta:
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—trompu..., soy tu hermana mayor. Te conozco, y ese tonito de voz lo noto excesivamente apagado.
Vamos, desembucha. ¿Qué te ocurre?
Sonrío. Sin lugar a dudas, como bruja mi hermana no habría tenido precio.
—Si obviamos que me estás sacando de mis casillas por la puñetera maripaz —respondo—, lo que me ocurre es que en ocasiones querría que las cosas fueran diferentes.
—Matiza y resume: ¿cosas? ¿Qué cosas? Resoplo. ¿En qué jardín me he metido? Pero, bajando la voz, cuchicheo:
—Se trata de Kook. De pronto es como si no necesitara estar conmigo, y echo de menos al Kook que conocí hace años, que era capaz de hacer locuras por amor. Es sólo eso. Mi hermana ríe. Eso me hace suspirar, y entonces la oigo decir:
—Vamos a ver, cariño, en eso creo que te puedo responder, pues he estado casada con dos alfas. Y que conste que no voy de experta, pero la locura pasional de un «aquí te pillo, aquí te mato» que se siente al principio de una relación comienza a evaporarse a partir del cuarto año, o al menos eso dicen.
—Vaya —murmuro pensando que hace más de cuatro años que conozco a Kook.
—Mira, trompu, justamente el otro día leí una revista en la que se decía que el declive de la pasión comienza dependiendo de las parejas al cuarto o quinto año de relación. Según esa revista, la locura de esa primera época se transforma con
el paso del tiempo en una pasión más tranquila con un fuerte componente de cariño y complicidad.
—¡No jodas!
—¡No digas palabrotas, malhablado! —me regaña mi hermana.
Eso me hace reír, y entonces prosigue:
—Con Yuriki se cumplió esa estadística. A los cuatro años comenzó nuestro
declive como pareja y, a los ocho, literalmente no nos soportábamos, especialmente porque yo iba arañando los techos de medio corea con la cornamenta que llevaba.
—Hye... —murmuro sin poder evitar sonreír.
—Aisss, tontusa, no te apures, eso ya lo tengo yo más que superado. Pero precisamente de los errores se aprende y, ahora, con mi cucuruchillo, estoy tratando de que todo sea diferente, e intento que los ratos que estemos juntos sean lo mejor de lo mejor.
Al pensar en mi cuñado Juan, sonrío. Sin lugar a dudas, el rollito feroz de mi hermana está mucho más enamorado de lo que lo estuvo nunca mi excuñada Yuriko.
—Tranquila —respondo—. Creo que Juan te va a hacer feliz toda tu vida.
—Y a ti Kook. Pero ¿no ves cómo te protege?
Oír eso me hace reír. Claro que siento cómo me protege, pero yo necesito algo más, y contesto:
—Sí..., si sé que en eso tienes razón. Sé que me quiere, no lo dudo, pero también soy consciente de que la empresa lo abduce demasiado, y eso es porque no delega en nadie. Si delegara en alguien parte de su trabajo...
—Cariño..., pues entonces no es que no quiera estar contigo. Simplemente es que tiene un exceso de trabajo.
—¿Y por qué no delega como hacía antes?
—Eso no lo sé, trompu..., quizá tengas que preguntárselo a él.
Mi hermana tiene razón, pero hablar con Kook de su trabajo siempre es complicado. Desde que hemos tenido a los niños, siento que se esfuerza el doble sin darse cuenta de lo mucho que se está perdiendo de ellos y de mí.
—Y otra cosa —me saca mi hermana de mis pensamientos—. Sé que quizá no venga a cuento lo que voy a decir porque ya sabes que soy un poco antigua en algunas cosas, pero esos jueguecitos sexuales que tienen, ¿no crees que también
pueden empeorar la relación?
—Anda ya, no digas tonterías —respondo molesto—. Eso no tiene nada que ver.
—Vale..., vale..., pero por si acaso fíjate si le gusta estar contigo o con otras en esos momentos.
Porque, si le gusta estar más tiempo con otras, directamente, hermanito, creo que tendrás que darle una patada en su blanco culo y...
—¡Hye! —gruño.
—Vale..., vale..., cierro el pico.
Joder con mi hermana. ¡Está empeorando la situación!
—Bueno..., ¿cuál era el motivo de tu llamada?
—pregunto.
—Es papá. Está muy pesadito con lo de la feria. ¿Vais a venir al final o no?
No he vuelto a hablar de eso con Kook, bastante tenemos ya con discutir con Mike, pero como no estoy dispuesto a darle el disgusto a mi padre,
afirmo:
—Sí. Iremos.
Nada más decir eso, cierro los ojos. Joder..., joder..., ¿por qué miento si Kook no quiere ir?
—Ay, trompu, ¡qué bien! Pues entonces voy a llevar al tinte tus trajes, ¿vale?
—De acuerdo, Hye. Llévalos.
—Por cierto, en cuanto a la Pachuca...
—Ah, no..., no quiero saber nada al respecto —la corto—. Si papá tiene que contarnos algo en relación con ella, ya nos lo contará. Me niego a cotillear. Por tanto, no quiero oír ni una sola palabra de ellos, ¿entendido?
Oigo a mi hermana resoplar, y finalmente dice:
—Vale.
Uy..., uy..., ese «vale» tan escueto me mosquea y, cayendo como un tonto en su juego, pregunto:
—¿«Vale»? ¿Por qué dices «vale» de esa manera?
—¿Sabes, bonito?..., ahora soy yo el que no tiene nada que contar. Y te dejo, que está pitando la lavadora y quiero tenderla antes de ir a recoger a Juanito y a Gomi al cole. Adiós, Jimin. Te quiero.
Y, sin más, la muy sinvergüenza me cuelga el teléfono. Ya sé a quién se parece mi sobrina Hana.
Sin querer pensar en nada más, decido ponerme a trabajar. Es lo mejor. Eso me hará olvidar problemas familiares y sentimentales.
A la hora de salir, paso por la cafetería para coger una coca-cola y me encuentro allí a Kook tomando algo en la barra con su secretaria y un par de hombres más. Él no me ve, y yo lo observo con disimulo desde la distancia.
¡Dios, qué marido tengo!
Como siempre, está impresionante con su traje gris y su camisa blanca pero, por cómo mueve las manos, parece molesto por algo y, aunque parezca increíble, su gesto de enfado me encanta. ¿Qué sería de Kook sin su gesto hosco y de perdonavidas?
Ofú, me encanta..., me encanta... No lo puedo remediar.
Pero, tras la charla con mi hermana, me fijo en su secretaria. La tal Gerta lleva un vestido azulón, la mar de simple, pero es joven y su cuerpo lozano
y sin un ápice de grasa me hace resoplar. ¿Por qué no tendré yo ese cuerpo?
Sin apartar los ojos de ella, observo cómo mira a Kook. Sin duda, lo observa con un tipo de admiración que no me hace ninguna gracia. Soy omega y, como tal, sé de lo que hablo, pero finalmente y sin decir nada, cojo mi coca-cola y me voy. Es lo mejor. Kook está en el trabajo y yo he de dejar de pensar en tonterías.
Por la tarde, cuando estoy en casa, Mike llega del colegio y me mira. Sabe que tengo que decirle algo por los gritos que le dio el día anterior a
Victor. Estoy convencido de que espera mi ataque, pero como no quiero hablar con él hasta que Kook llegue, me limito a sonreírle y a guiñarle el ojo. Eso lo desconcierta, lo veo en su cara, y él va y sube directo a su habitación.

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