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El martes, el grupo de amigos quedaron para cenar en casa de Jimin y Kook, pero antes de la cena decidieron meterse en la piscina interior para jugar con los niños.
Mike y Peter se escaparon al cuarto del primero para ponerse los bañadores, ya que eran demasiado recatados para hacerlo en los vestuarios de la piscina.
Mientras Kook, Tae y Nam se ocupaban de los pequeños, Mina, Mel y Jimin fueron a cambiarse de ropa en los vestuarios. Una vez tuvieron los biquinis puestos y su licra jimin, mientras se quitaban anillos, relojes y pendientes y los dejaban sobre una hamaca, Mina cuchicheó:
—En Suiza hay unos locales que son de lo más chulos; ¡tienen que venir!
—Iremos —afirmó Jimin, y Mel sonrió.
Minutos después, los tres matrimonios estaban sumergidos con los pequeños en el agua de la piscina cuando aparecieron Mike y Peter y se tiraron en bomba. Entre risas, todos comenzaron a jugar, y Mel, al ver a Tae divirtiéndose con Sami
y con Peter, se acercó a su amigo Jimin y susurró:
—¿No te parece sexy?
Jimin miró en su dirección y pensó que sí, que Tae le parecía sexy, aunque, mirando a su marido, que llevaba al pequeño Kook sobre los hombros, respondió:
—Soy más de rubios, perdóname.
La diversión duró un buen rato, hasta que decidieron salir de la piscina y secarse. Sin duda, Jeen no tardaría en anunciarles que la cena ya estaba preparada.
Una vez se vistieron, después de que los omegas recogieran sus alhajas de la hamaca, Jimin murmuró:
—No encuentro mi anillo.
—Seguro que se habrá caído —replicó Mel mirando a su alrededor.
Todos comenzaron a mirar por la piscina en busca del anillo perdido, y Kook, acercándose,
preguntó:
—¿Qué buscas?
Jimin le enseñó el dedo vacío y arrugó el entrecejo.
—Mi anillo preferido.
Él asintió. Sabía que aquel anillo que le había regalado hacía años, en el que ponía «Pídeme lo que quieras ahora y siempre», era especial para ella y, mirando al suelo, murmuró:
—Tranquilo, cielo. Aparecerá.
Durante un buen rato todos estuvieron buscando el anillo, pero éste no apareció por ningún lado, y Kook, mirando la piscina, finalmente dijo:— Quizá se haya caído dentro. Mañana lo comprobaremos.
Jimin asintió. Pero, al ver cómo lo miraba Mike, su sexto sentido la puso en alerta y, acercándose a él, le preguntó con total discreción:
—¿Has visto a alguno de los niños acercarse a la hamaca?
El crío se rascó el cuello y respondió con una sonrisita:
—No.
Jimin comprendió entonces por su sonrisa que mentía; lo conocía demasiado bien. A continuación, bajando un poco la voz, musitó:
—Tú no tendrás nada que ver, ¿verdad? Al oírlo, el crío dio un paso atrás y gritó:
—¡¿Crees que yo tengo tu anillo?!
—Mike... —siseó el al ver que Kook los observaba.
—¿Y yo para qué quiero tu anillo?
—Mike..., baja la voz.
—¿Por qué he de bajar la voz si me estás acusando? —insistió aquél consciente de que Kook los estaba mirando. Alertado, Kook los observó pero entonces el
muchacho gritó enfadado:
—¿Por qué no le preguntas a Peter?
—¿A Peter, por qué?
Entonces, todos los miraron, y Mike indicó cuando Mel se acercaba a ellos:
—Porque él también estaba aquí conmigo y, si lo piensas mejor, él puede necesitar ese anillo más que yo.
—¡¿Qué?! —protestó Mel al oír eso.
—Deja de decir tonterías, Mike —gruñó Jimin. Confundido, Tae clavó la mirada en su hijo, y el muchacho, que llevaba a Sami en los brazos, replicó:
—Yo no he tocado ese anillo. Si quieren pueden registrar mis cosas.
—Claro que no lo has tocado —afirmó Mel colocándose junto al crío.
Al oír eso, Kook se acercó hasta ellos para poner paz. Pero Jimin, molesta por el comentario de Mike, lo soltó:
—¿Acaso es necesario acusar a otros cuando yo sólo te he preguntado a ti?
—Basta ya —se entrometió Kook—. Se acabó esta conversación.
Pero Mike, deseoso como siempre de jaleíto, miró a su padre y gruñó:
—Papá, ¿por qué me tiene que acusar de tener yo el anillo?
—Quizá porque he visto cómo me observabas y la sonrisita que ponías.
—¡He dicho que ya basta! —insistió Kook e, intentando suavizar el tono, se dirigió a un enfadado Jimin y afirmó—: Seguro que el anillo se ha caído dentro de la piscina. Vayamos a cenar y mañana pediré que lo busquen. Venga, ¡todos a
cenar!
Mina y Nam se miraron. Sin lugar a dudas, la relación de Jimin con el crío no estaba pasando por un buen momento.
Sin más, todos salieron de allí y se dirigieron hacia el comedor, donde se sentaron alrededor de la mesa. Tratando de disimular su malestar con Mike, Jimin cambió el gesto para hacerles saber a todos que lo ocurrido no había tenido importancia,
pero Mel, que lo conocía muy bien, una de las veces en que ambos se levantaron para ir a la cocina, le dijo:
—Min, siento lo ocurrido, pero creo que si pusiera las manos en el fuego por Peter no me quemaría.
Jimin asintió con una sonrisa. El, en cambio, no pondría las manos por Mike.
—No pienses más en eso —contestó mirando a su amiga—. Seguro que el anillo está en la piscina.
Al día siguiente, Jimin se levantó antes que nadie, bajó a la piscina y, tras ponerse unas gafas de buceo, la recorrió dos veces de punta a punta y el anillo no apareció.
 
Los días que Mina y Nam estuvieron en Múnich los pasaron con la familia y los amigos. Estar con ellos era divertido, y la noche en que tuvieron que marcharse, lo hicieron con pesar.
Tras el episodio del anillo de Jimin, Tae habló con Peter al respecto, y éste le dejó muy claro que él no había tenido nada que ver. Tae lo creyó.
Una noche, después de que Mel acostara a Sami y Peter ya se hubiera ido también a la cama,
entró en su habitación y miró al hombre moreno que tantos buenos momentos le daba. Tae estaba leyendo unos papeles que tenía sobre la cama.
—Niños acostados y perra dormida.
El abogado sonrió al oír eso y, tras recibir el beso de Mel, murmuró:
—Sólo faltas tú desnuda a mi lado ¡y la noche será colosal!
Mel, dispuesta a darle aquello que él solicitaba, dijo:
—Dame cinco minutos para una ducha y tendrás lo que pides.
—Guauuu, ¡qué interesante! —se mofó el abogado viéndola marchar.
Al entrar en la ducha y sacarse el móvil del bolsillo trasero del vaquero, vio que tenía un mensaje.
 
 
Dime si aceptas el puesto de escolta. Me presionan y necesito un candidato.
 
 
Al leerlo, Mel supo que era del comandante Lodwud. Pensar en hablarlo con Tae era complicado y, dejando el móvil, decidió meterse en la ducha. Necesitaba refrescar las ideas.
Cuando salió del baño, se sorprendió al no ver a Tae en la cama, donde lo había dejado, por lo que, tras secarse el pelo con una toalla y vestida tan sólo con el albornoz, lo buscó por toda la casa.
Al no encontrarlo, decidió ir a mirar al despacho.
—¿Qué haces aquí?
Tae sonrió al verla.
—El expediente de este caso estaba incompleto y decidí ver si estaban aquí los
papeles que me faltaban.
—¿Y estaban? —preguntó ella apoyándose en la mesa.
Al verla de aquella guisa, Tae asintió y, retirándole un poco el albornoz para verle la pierna, afirmó con voz ronca:
—Tentadora.
Acto seguido, cogió a la joven en brazos y, tras sentarla a horcajadas sobre él, la besó. Cuando se separó de ella, dijo:
—No sé si voy a poder esperar a septiembre... Mel rio.
—Podrás..., claro que podrás.
De pronto, Tae recordó algo.
—Mel, tengo que decirte algo y espero que no te moleste. —Al oír eso, ella frunció el ceño, y él prosiguió—: Esta tarde, Sami me ha dicho emocionada que en la tele tenía canales de dibujos animados nuevos y...
—Vale..., vale..., sé lo que vas a decir —lo cortó ella—. Pero, cariño, Peter sólo ha tenido que meter una clave desde su ordenador y...
—Mel, no quiero que piratee nada. ¿De qué sirve que yo se lo prohíba y tú se lo permitas?
Mel suspiró. Sabía que tenía razón y, sin ganas de discutir, asintió.
—De acuerdo. Mañana le diré a Peter que quite esos canales y también los de deportes.
—¿Deportes? —preguntó él. Mel sonrió.
—Sí, cielo..., un montón de canales de deportes —dijo.
Al ver su gesto travieso, Tae asintió y, tras coger el mando del equipo de música, lo accionó y comenzó a sonar la canción A Change Is Gonna Come
—¿Seal?
—Contigo nunca falla —respondió él besándola.
La exteniente se olvidó de lo que estaban hablando mientras la increíble canción sonaba y caldeaba segundo a segundo sus cuerpos y sus almas. Se adoraban, se necesitaban, pero si antes con Sami su tiempo juntos se veía reducido, ahora
con Peter se reducía más aún.
Mel pensó en el mensaje que acababa de recibir de Lodwud. Tenía que hablar con Tae de aquello y, aunque sabía que ése no era el mejor momento, separándose de él comentó:
—Cariño, tengo que hablar contigo de algo.
Tae, que ya estaba totalmente lanzado a lo que se había propuesto, asintió.
—Después..., preciosa..., después.
—Tae...
—Luego..., ahora estoy muy ocupado.
Mel sonrió pero, parándolo de nuevo, explicó:
—He recibido un mensaje de Lodwud en el móvil. He de dar una respuesta en relación con el trabajo de escolta. El puesto es mío si lo quiero.
Al oír eso, el abogado apartó incómodo las manos de ella y preguntó:
—¿Y qué vas a decir?
Mel suspiró. Sabía que el buen rollo se acababa de terminar, por lo que respondió:
—Escucha, cielo, estoy intentando hablarlo contigo.
—Pues si lo estás hablando conmigo, la respuesta es no. No quiero que mi mujer sea la puta escolta de nadie.
Su tono, su forma de decirlo y la rabia que detectó en sus palabras hicieron que Mel lo mirara y gruñera:
—Oye, ¿tú qué te crees? ¿Que yo soy una pánfila como esas mujeres? ¿Acaso piensas que vas a dirigir mi vida en lo referente a lo que quiero hacer?
—¿Quieres dejar de malmeter contra el bufete de una vez? Estoy harto de que, a la mínima, sólo salgan de tu boquita cosas desagradables contra ellos. Mira, Mel, llevo años intentando conseguir ese sueño y esta vez roza mis dedos, por tanto, ¡no lo jorobes!
Ella suspiró. Por nada del mundo quería jorobar su sueño e, intentando no volver a decir nada de aquéllos, insistió en el tema que le interesaba:
—Cariño, hicimos un trato. Yo me casaba contigo y tú aceptabas que...
—¿Te has casado conmigo?
La exteniente lo miró y, echando chispas por  los ojos, respondió:
—Tae..., eso no es justo.
El alemán no se movió. Sabía que lo que acababa de decir no era correcto.
—Escucha, cariño —insistió ella—, tenemos que hablar. Hay cosas que no sabes en relación con... Tae la soltó ofuscado y, apartándola a un lado para levantarse, siseó mientras la cortaba:
—Mira, en este instante se me han quitado las ganas de cualquier cosa contigo. Buenas noches. Acto seguido, se encaminó hacia la puerta y salió del despacho. Mel, boquiabierta, no se movió mientras seguía sonando aquella
maravillosa canción.
 
 
 
 
 
 
 
Mi relación con Mike sigue igual. Kook se encarga ahora de él, pero el crío continúa sin dirigirme la palabra. Eso sí, ahora soy como los tres monos sabios: no oigo, no veo, no hablo. Sin embargo, añoro nuestras conversaciones y nuestras risas. ¿Él no las echa de menos como yo?
Mi anillo no aparece y estoy apenado. Ese anillo significaba mucho para mí, y Kook se ha empeñado en encargarme otro igual y sé que cualquier día lo traerá.
El jueves, tras llegar de trabajar de Jeon, me tomo un café en la cocina mientras charlo con Jeen.
Mike entra seguido por el pequeño Kook. Rápidamente, al ver a mi chiquitín, que viene a mis brazos, me deshago en halagos con él y luego salgo de la cocina de su mano para ir a ver algo que quiere enseñarme.
En cuanto regreso a la cocina, no hay nadie, ni Mike, ni Jeen y, tras abrir un armario, saco unas galletitas y me las como con el café. ¡Qué ricas!
Un par de horas después, comienzo a sentirme mal. Mi estómago se descompone y tengo que correr al baño en varias ocasiones.
Cuando Kook llega de trabajar, no ceno. Me encuentro fatal.
Mi amor, al verme en ese estado, se preocupa y se desvive por mí. Sin lugar a dudas, si uno quiere la total atención de Kook sólo tiene que encontrarse mal. ¡Vaya tela!
De madrugada me despierto y, sin decirle nada a mi chicarrón, voy corriendo al baño. Asqueado, pienso en qué he podido comer para que mi estómago esté tan enfadado conmigo.
Tengo mucha sed, por lo que bajo a la cocina. Saco una botellita con agua fría del frigorífico y, como no tengo sueño, me siento a oscuras y, al ver sobre la encimera la maripaz, como llama mi hermana al iPad, lo cojo y me pongo a cotillear por Facebook.
Cuando he cotilleado todo lo posible, me meto en el perfil de Jackie Chan y leo: «Carreras en casa. Sin duda, las gotas funcionan. ¡Qué risas!».
¡Lamadrequeloparió!
Ya sé por qué me encuentro mal. Pero ¿de verdad ha sido capaz de hacerme algo así?
Enfadado, hago una captura de pantalla, me levanto, salgo de la cocina, subo la escalera, entro en la habitación de Mike y, cuando doy un manotazo sobre la cama y éste se incorpora asustado, le suelto:
—¿Qué me has echado?
Mike parpadea. Estaba dormido y, furioso por lo que ha hecho contra mí, pego mi frente a la suya y siseo dispuesto a partirle la cara como me diga algo fuera de lugar:
—Esto es lo último que esperaba de ti. ¿Cómo puedes ser tan retorcido conmigo?
—¿De qué hablas? —pregunta.
—Te has reído a gusto con tus amiguitos por lo de las gotitas, ¿eh?
No responde. Sabe que lo he pillado y, furioso, le suelto antes de salir de su habitación:
—Escúchame, Jackie Chan, me duele en el alma tener que decirte esto, pero ahora el que no quiere saber nada de ti soy yo.
Regreso a la cama y me meto en ella sin despertar a Kook.
A la mañana siguiente, cuando me levanto, no digo nada. Si puedo evitarle disgustos a Kook, se los evitaré. Me preocupa que le duela la cabeza y eso haga que su vista pueda empeorar pero, conmigo, el niñato ha dado con un hueso duro de roer. El domingo, tres días después, tras haber visto un partido de basket de Kook y Tae, donde los pobrecitos míos pierden, cuando salimos del polideportivo observo sorprendido cómo Mike y Peter hablan de sus cosas. Sin lugar a dudas, Peter tiene una gran capacidad para perdonar comentarios malignos y olvidar, y un magnetismo que hace que nos esté ganando día a día a todos, incluido a Mike.
Con curiosidad, mientras estoy con Mel y los pequeños, observo cómo Kook y Tae, acompañados de los dos adolescentes, ríen y hablan a pocos metros de nosotros. Al percatarse de que los observo, mi amiga dice:
—Me gusta ver la camaradería que hay entre ellos, ¿a ti no?
Asiento —¡por supuesto que me gusta!—, y respondo omitiendo la acción vergonzosa que mi hijo ha hecho contra mí:
—Claro que sí.
Dicho esto,Emily le tiende los brazos a su padre y éste la coge encantado.
Luego decidimos ir a tomar algo al restaurante de Klaus. Nos encaminamos hacia los coches cuando, de pronto, alguien me agarra del codo. Al darme la vuelta, pestañeo. ¡Mike!
Sin hablar, espero a ver qué es lo que quiere, y al final dice en un tono de voz bajo:
—Siento lo del otro día. No debería haberte echado nada en el café.
Bueno..., bueno..., bueno... ¡Mike disculpándose por algo!
Me quedo tan bloqueado que no sé qué hacer.
Abrazarlo no. Besarlo tampoco. Sé que rechazará ambas cosas, por lo que digo simplemente:
—Acepto tus disculpas.
Mike asiente, me mira a los ojos de un modo diferente y después se aleja de mí.
Yo me emociono como un tonto.
Esa noche, cuando llegamos a casa y
aparcamos el coche, Bam y Camaron vienen a saludarnos, y Jeen, que está con Victor esperándonos, me dice que ha ido a una tienda que está abierta los domingos a comprar y nos ha dejado hecho un pastel de carne en el horno. Yo
asiento y se lo agradezco mientras toco la cabeza de Bam. Luego el matrimonio se encamina hacia su casa de la mano.
Al entrar, Kook se mete directamente en su
despacho con Mike y me desmarcan de su  conversación.
Cuando Pipa va a subir con los peques para
ducharlos, después de besuquearlos, me dirijo
hacia el despacho. Con la mano en el pomo, estoy
a punto de abrir pero sé que, si lo hago, las
chispas volverán a saltar, y finalmente doy un paso
atrás. Pienso en Kook y decido dejar las cosas en
sus manos. Es lo mejor.
Necesitada de hacer algo, voy a la cocina y,
obviando el rico pastel de carne de Jeen, me
pongo a pelar patatas. Voy a hacer una de mis
maravillosas tortillas de patata. Esas que tanto nos
gustan a todos, incluido a Mike. El hecho de que me
haya pedido disculpas me ha causado tanta
impresión que quiero hacer algo que pueda
gustarle a él y, sin duda, eso le va a gustar.
Durante un buen rato, me afano. Hago una
ensalada de tomates frescos con daditos de
mozzarella, dos exquisitas tortillas que huelen a
gloria y abro uno de los paquetitos de jamón de
Jabugo que mi padre nos envía cada mes. Sabe que
adoro ese jamón y, como su niña que soy, aun en la
distancia me sigue dando el capricho.
Una vez coloco el jamón sobre un platito, y lo
pongo en la mesa junto a la ensalada de tomate y
las tortillas, me encamino de nuevo hacia el
despacho. Pego la oreja a la puerta y compruebo
que siguen allí. Después, abro con la mejor de mis
sonrisas y Kook y Mike dejan de hablar y me miran
como si no tuviera que estar allí, por lo que
pregunto:
—¿Qué pasa? ¿No puedo entrar?
Mike dirige la vista hacia otro lado y Kook responde:
—Claro que puedes entrar, cariño.
Su contestación me gusta, me tranquiliza y me demuestra que mi marido quiere que siga participando de esas reuniones. Sentándome en una silla, me dedico a escuchar lo que Kook habla con Mike y, cuando finalmente acaba, mi amor me
pregunta:
—Min, ¿quieres añadir algo?
Por mi cabeza pasan mil cosas que añadir pero, como necesito que haya paz, en especial por Kook, que no gana para disgustos, y después de la
disculpa que ese día he recibido de Mike, niego con la cabeza y, levantándome, musito:
—No.
Al oír eso, el chico me mira. Veo que lo sorprende que no le chivatee a su padre su última fechoría, que me ha vaciado las tripas. Y, deseosa de ver a Kook feliz, digo:
—Vengan conmigo a la cocina, he preparado algo muy rico de cena.
Kook sonríe al percibir mi alegría.
—Pero ¿no ha dicho Jeen que había dejado pastel de carne?
Asiento pero, sin querer revelarles mi sorpresa, insisto:
—Venga. Vayamos a la cocina y luego me dices si prefieres el pastel o lo que yo he preparado.
Kook y Mike caminan delante de mí y, cuando entramos en la cocina, mi amor dice encantado:
—Tortilla de patata, tomates con mozzarella y jamón de ese tan rico que envía tu padre. ¿Qué celebramos?
De pronto, suena su móvil. Lo saca del bolsillo de su pantalón y, al mirarlo, indica levantando la mano:— denme un segundo. Enseguida regreso.
Una vez él sale de la cocina, el silencio se apodera del lugar. Mike camina hacia la nevera, la abre y coge una coca-cola. Cuando regresa a la mesa, lo miro y digo:
—Yo también quiero una.
Sin gesticular en exceso pero haciéndome saber que lo joroba mi comentario, deja su bebida dejándola ante mí, dice:
—Aquí la tienes.
Una vez se sienta, abre su lata y da un trago. Con su misma chulería, cojo la mía y, al abrirla, la coca-cola sale a presión y me salpica la cara, la camiseta, el pelo y todo a mi alrededor.
—¡Joder! —protesto.
Mike suelta una risotada, y yo, furiosa al oírlo, meto la mano en la ensalada de tomates y, ni corta ni perezosa, se la extiendo con toda mi mala leche
por la cara. Al jodido crío se le corta la risa al instante.
—¿Por qué lo has hecho? —gruñe.
Empapada de coca-cola, lo miro.
—Donde las dan, las toman. O, mejor dicho, el
que ríe el último ríe dos veces, Jackie Chan.
Enfadado, se levanta. De pronto la puerta se
abre, y Kook, al ver nuestras pintas, exclama
sorprendido:
—Pero ¿qué os ha pasado?
Con una servilleta, termino de secarme la cara y el pelo y respondo:
—Pregúntaselo a él.
—¿A mí? ¿Por qué a mí, si yo no he hecho nada? —protesta el crío.
—Sí, claro —me mofo—. Y por eso la cocacola que ¡tú! me has traído de la nevera me ha explotado en la cara al abrirla, ¿verdad? Kook nos  mira..., nos mira, y Mike insiste:
—Papá, te juro que yo sólo he sacado la coca cola de la nevera y la he dejado sobre la mesa. Lo que ella da a entender es mentira. ¡Te lo juro!
—¿Se lo juras como a mí me juraste en otro momento otras cosas? —le reprocho yo.
—No estoy hablando contigo, estoy hablando con mi padre —sisea él enfadado.
—¿Hablas con tu padre? —digo levantando la voz—. ¿Y yo qué soy?, ¿un mueble? —El niño no contesta, y prosigo—: Porque, que yo recuerde, hasta hace poco yo era tu madre y tu segundo apellido es ¡Park! ¿Me puedes decir qué he
hecho para que ya no me quieras?
—Yo no he dicho que no te quiera —vuelve a sisear el muchacho.
Su respuesta me sorprende. ¡Ay, que me quiere!
Pero, calentito que estoy, digo:
—Pues entonces hablamos idiomas muy diferentes, Mike, porque el que ya no me llames «mamá» y que continuamente me estés haciendo putaditas para sacarme de quicio da mucho que pensar, ¿no te parece?
—Min, ¡basta ya! —grita Kook.
Oír eso me enerva. ¿Por qué nunca se pone en mi lugar? ¿Por qué? Y, cuando Mike se da la vuelta y sale de la cocina enfadado, añade:
—Muy bien, Min. Cada día lo haces mejor. Dicho esto, él también sale de la cocina. A continuación, me siento en la silla, miro el estropicio que hay a mi alrededor, con los tomates y la coca-cola, y murmuro enfadado con el mundo:
—Y tú también, Kook. Tú también lo haces mejor cada día.__

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