epílogo

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Epílogo
 
 
 
 
Múnich, un año después
Lo que me gustan las fiestas...
Si hay algo que me encanta es tener mi casa repleta de gente celebrando lo que sea. La primavera, la Navidad, o incluso que me ha salido un grano en la oreja.
¡Cualquier fiesta es siempre bien recibida!
Pero, en este caso en concreto, celebramos el bautizo de Minguk, mi pequeñín, y de Jazmín, la hija de Tae y Mel.
Desde un lateral del salón, observo emocionado a todas las personas que allí están y que son tan importantes para mí.
Mike, Peter y Hana ríen cerca de la chimenea. Como jóvenes que son, no se separan, confabulan, cuchichean, y ya los hemos bautizado como «el
trío calavera».
El pequeño Kook, Emily, Sami, sofi, Gomi Nam y Juanito corretean por el salón persiguiendo a los perros, que disfrutan de la agobiante atención. Son niños, son traviesos, son inocentes, y pienso que sus caras de alegría son una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida, mientras los preciosos mellizos de Beto duermen en el cochecito.
Mi padre y la Pachuca brindan con mi suegra, el padre y el hermano de Tae. La felicidad que veo en sus ojos mientras lo hacen y los niños los rodean es tan gratificante que consigue que me emocione.
Sentados en el sofá, mi hermana y Juan ríen con Beto y Lluvia. Los dos mexicanos juntos son dos guasones, mientras Tae y Mel cuchichean con Mina y Nam y, por sus risas, ya imagino lo que planean.
Jeen y Victor hablan con mis cuñados, mientras Drew tiene en brazos a mi
divina sobrinita. Este día les he prohibido a jeen y Victor que trabajen. Son unos
invitados más de la fiesta y, aunque al principio a Kook y a mí nos costó convencerlos, al final se han dado cuenta de que ellos son tan familia nuestra
como los demás.
—¿Qué piensas?
La voz de Kook me hace regresar a la realidad y, dejándome abrazar por él, respondo:
—Pienso en la gran familia que tenemos. Kook, mi amor, mi gran amor, mira a nuestro alrededor. Tras lo ocurrido aquel día en el ascensor de Jeon, nuestra vida ha ido a mejor.
Tanto él como yo sabemos lo que queremos, y lo que queremos es estar juntos a pesar de nuestras peleas. ¿Qué sería de nosotros sin pelear y reconciliarnos?
Encantado estoy de tenerlo a mi lado cuando mi chicarrón rubio me besa en el cuello y afirma:
—Y todo esto es gracias a ti, pequeño. Si tú no hubieras entrado en mi vida, nada de esto sería hoy en día realidad.
Enamorado, me doy la vuelta, lo miro, lo beso y, en cuanto nuestro beso acaba, afirmo:
—Esto es gracias a los dos. A ti y a mí.
Kook sonríe, va a decir algo, pero entonces Tae lo llama y, tras guiñarme un ojo, se aleja prometiendo regresar.
En ese instante, mi sobrina Hana se acerca a mí y, mirándome, dice:
—Madre mía, tito, ¡me encanta Peter!
Hye, que se acerca también, gruñe al oírla:
—Hana, por el amor de Dios, baja la voz y no seas descarada.
Mi hermana y mi sobrina. Mi sobrina y mi hermana. Sin duda, ellas son una historia para contar aparte y, cuando voy a decir algo para que haya paz, la sinvergüenza de Hana, que no se corta ni con una cuchilla, cuchichea:
—Mamá, pero si es que es igualito a Eun woo de astro—Y, dando un suspiro
de lo más teatral, añade—: ¡Está buenísimo!
Suelto una risotada, no puedo remediarlo, mientras aquellas dos se enzarzan en una conversación madre e hija y yo decido quitarme de en medio o me salpicará.
Sediento, me acerco hasta la mesita principal, donde he preparado una gran comilona, y donde el Kimchi del rico vuelve a ser el protagonista, y me pongo morado. ¡Viva el Kimchi!
Cojo un vaso, lo lleno hasta arriba de hielo y me sirvo una coca-cola. Feliz, le doy un trago. ¡Mmm, qué rica está! Desde luego, si me preguntan por los dos grandes placeres de mi vida, tengo muy claro que el primero es Jeon Jungkook y el segundo la coca-cola. Disfrutando estoy de mi segundo placer cuando el primero regresa de nuevo a mi lado, pasa la mano por mi cintura y acabo pegado a su cuerpo. Feliz, voy a besarlo pero en ese momento Tae y Mel llegan hasta
nosotros y el guasón de mi amigo se mofa:
—Chicos..., chicos..., ¿qué tal si dejan algo para esta noche?
Kook y yo sonreímos, y Mel, guiñándome el ojo, cuchichea:
—Esta noche, a seguir la fiesta en el Sensations.
¿Qué les parece?
Miro a Kook, él me mira y pregunta:
—¿Te apetece, lobito?
Encantado, asiento y digo:
—Por supuesto, rubito.
La puerta del salón se abre en ese instante y aparecen Pipa con el pequeño Minguk y Bea con Jazmín, y en cero coma tres segundos los orgullosos padres de las criaturitas, Kook y Tae, ya se los han quitado de los brazos y les están
hablando en balleno mientras los críos se parten de risa.
Seguro que piensan que les falta más de un tornillo.
Al ver a aquellas dos preciosidades, todos los asistentes se arremolinan alrededor de ellos mientras Mel y yo sonreímos orgullosos. Nuestros hijos son preciosos y unas calcomanías de sus guapos papaítos. Minguk es blanquito igual que Kook, y Jazmin es morena como Tae, con unos preciosos ojazos hermosos como los de sus papis. Hye, que es muy niñera, al ver aquello se acerca a Mel y a mí y murmura:
—Qué padrazos..., qué padrazos son esos dos alemanes.
Nosotros asentimos —¡no lo sabe ella bien!—, cuando de pronto el guasón de mi cuñado se nos acerca, le entrega a mi hermana una copita de champán y dice sin cortarse un pelo:
—Mi reina, esta noche, cuando la fiesta acabe, quiero que me esperes con todo bien caliente en la cama, excepto el champán.
Al oírlo, Hye lo mira boquiabierta  pestañea y murmura:
—Juan, por el amor de Dios, pero ¿qué te pasa?
Mi cuñado, que ya debe de haberse enterado de que esta noche nosotros vamos al Sensations, agarra a mi hermana por la cintura y susurra como buen macho mexicano:
—Que me muero por tus huesitos, mi reina.
Dicho esto, la suelta y se va dejándonos a Mel y a mí sin saber qué decir y, cuando creo que mi hermana va a gruñir por su descaro, de pronto, la
muy diva me mira y, tras dar un traguito a su copita de champán, murmura alejándose de nosotros:
—Ojú, qué arte y qué poderío tiene mi rollito feroz.
Mel y yo nos carcajeamos al oírla, y veo que mi hermana ríe también. ¡La madre que la parió!
Durante un buen rato, mi amiga y yo hablamos. Me cuenta que Louise, tras su divorcio, ha encontrado un buen trabajo en una compañía de seguridad, y que Tae, con un amigo de Kook del Tribunal Superior, están machacando a aquel
bufete. De pronto, se interrumpe y cuchichea:
—Min..., Min..., mira a la princesa en acción y no te lo pierdas.
Rápidamente busco a la pequeña por el salón y la encuentro parada mirando cómo Tae le dice cosas a la pequeña Jazmín. Tae, otro padrazo.
Sami se separa del grupo de los niños, que continúan correteando y, acercándose hasta él, lo llama:—
Papi..., papi.
Veo que Tae enseguida deja de mirar al bebé que tiene en brazos y pregunta:
—¿Qué pasa, princesa?
La cría pone morritos, ojitos de pena y, cuando Tae se agacha para estar a su altura, dice señalándose la rodilla:
—Me duele aquí, papi.
Mel y yo sonreímos al oír eso. A Sami le está costando compartir su trono con la pequeña Jazmín; su papi era sólo suyo y aún no lleva bien tener que compartirlo, aunque estamos seguros de que lo superará.
Tras intercambiar una mirada divertida con Mel y conmigo, el abogado le entrega el bebé a la Pachuca, que se apresura a cogerlo, y levanta en brazos a la rubita que lo mira con gesto de triunfo.
Luego, la sienta en una silla, se saca una tirita de princesas del bolsillo del pantalón y, poniéndosela con mimo en la rodilla, murmura:
—Recuerda, Sami: la Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá, tachán..., chan... chan..., ¡para no volver más!
El gesto de la cría cambia de inmediato. Tener la atención de su papi es lo que buscaba, y ya la tiene. Después de darle un abrazo y Tae deshacerse en besos con ella, se va de nuevo a jugar con los niños; ¡es lo que toca!
Mel y yo nos miramos. Sonreímos ante aquello, y Tae, acercándose a nosotros,
cuchichea abrazando a Mel:
—Qué le vamos a hacer. Todas quieren estar conmigo.
—Eh, 007, ¡no seas tan creído! —responde Mel riendo.
De pronto comienza a sonar por los altavoces del salón a toda leche September, de Earth, Wind & Fire, una canción llena de positividad, buen rollo y encanto.
¡Madre mía, cómo me gusta!
Miro a mi suegra; ella ha sido quien la ha puesto y ha subido el volumen, sé cuánto le gusta esa canción. Me guiña un ojo y, al ver que comienza a bailar, no lo dudo y, como he hecho en otras ocasiones, bailo con ella sin ningún sentido
de la vergüenza. Al vernos, Jiyu da un grito de felicidad, se nos acerca bailando y, pocos segundos después, se nos unen todas las omegas Pipa y
Bea desaparecen despavoridas con los bebés.
Todos los omegas, rodeados de los niños, bailamos aquella alegre canción, hasta que mi suegra, que es un terremoto, mira a los hombres y exige a gritos:
—Esto es una fiesta, venga, ¡todos a bailar!
Y, dejándome flipado como siempre cuando se lo propone, el primero en acercarse a mí moviendo las caderas es mi marido. Mi guapo, atractivo y sensual Kook hace que todos aplaudan, y yo sonrío a más no poder.
¡Dios mío, cuánto lo quiero!
Tras él, todos los hombres comienzan a moverse, y cuando todos, absolutamente todos los que estamos en el salón bailamos, incluido Beto con su Lluvia, sentada sobre él, me agarro al cuello de mi amor y murmuro encantado:
—Te quiero, gilipollas.
Decir que lo quiero se queda corto..., muy corto, y lo mejor es que sé cuánto me quiere él a mí.
Está claro que las cosas importantes en la vida nunca son sencillas. Pero nosotros nos queremos y deseamos seguir sumando preciosos recuerdos a nuestra vida en común y, sin duda, el que estamos viviendo rodeados por la familia será uno más que sumar, y más cuando mi amor me mira y, con una de sus increíbles sonrisas, dice antes de besarme:
—Pequeño, pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
FIN
 
 

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