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Aquella mañana, Mel estaba en el centro comercial con sus excompañeros de batallón Neill y Fraser. El día anterior, Tae, que se había enterado de que habían llegado de Afganistán, los llamó para organizar la quedada. Era su modo de
pedirle perdón por la encerrona de días antes con las mujeres de los abogados.
En el tiempo que llevaba retirada del ejército, la vida de Mel había dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora disfrutaba de una existencia demasiado tranquila con su hija y con un hombre que la adoraba.
—Estoy pensando en aceptar el puesto de escolta en el consulado. ¿Qué les parece?
Neill y Fraser se miraron, y este último sonrió y contestó:
—A mí no me parece mal; es más, soy consciente de que lo harás maravillosamente bien, pero ¿qué dice tu abogado?
—Por decir, dice muchas cosas y ninguna positiva —afirmó Mel resoplando.
Neill asintió. Estaba con Tae y, para echarle una mano, se quejó:
—¡¿Escolta?! ¿Te has vuelto loca?
—¿Por qué?
Entonces Neill miró a Mel a los ojos y dijo:
—Vamos a ver: dejaste tu trabajo en el ejército para pasar más tiempo con Sami y Tae, ¿y ahora estás pensando en ser escolta? ¿Tanto necesitas el dinero?
—No —respondió ella.
Tae precisamente no andaba corto de dinero, y el militar, que estaba al corriente de su boyante situación financiera, la miró e insistió:
—Sabes que suelo estar de acuerdo contigo en muchas cosas pero, en esto, siento decirte que estoy con Tae. A mí tampoco me haría mucha gracia que mi mujer fuera escolta de nadie.
—Pero, Neill...
—No, Mel —la cortó él—. Una cosa era cuando trabajabas para sacar tú sola adelante a tu hija, y otra muy diferente es que tengas una buena vida y quieras complicarla con ese trabajo.
Piénsalo. Quizá no te merezca la pena.
Durante un buen rato, los tres hablaron de los pros y los contras de aquel empleo, hasta que Fraser, tocándose el estómago, dijo:
—Comienzo a tener hambre. ¿Qué les apetece comer?
—Tenemos que esperar a Tae, que ha ido a por la niña al colegio para que los vea —advirtió Mel—. Por tanto, dile a tu estómago que espere.
Fraser sonrió, pero entonces Neill señaló al otro lado de la calle.
—Tu estómago está de suerte, colega —
exclamó—. Mira quiénes llegan por ahí. Mel y Fraser miraron y sonrieron al ver a la pequeña Sami en brazos de Tae, riendo de felicidad con sus coletas medio deshechas mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde para poder cruzar la calle.
A Mel se la veía enamorada.
—Sin duda, ese abogado es un gran hombre — se mofó Fraser—. Sólo hay que ver tu cara de tonta al mirarlo y la felicidad de Sami por estar con él.
—¡Serás idiota! —dijo ella riendo.
—Tae es un gran tipo y no se merece el disgusto que quieres darle con lo del trabajo de escolta —cuchicheó Neill.
Mel suspiró. Tae lo era todo para ella. Verlo llegar con su pequeña en brazos, sin importarle que le manchara su carísimo traje, y con la mochila rosa de las princesas colgada del brazo la hizo darse cuenta de cuánto lo quería. A continuación, miró a sus amigos y, bajando la voz, preguntó:
—Si ustedes encontraran a alguien que los hace tremendamente felices, que les da todo su amor y que hace que todos los días la vida sea maravillosa, ¿le darían fecha de boda?
—Sin dudarlo —afirmó Neill.
Mel sonrió al oír eso, y Neill añadió:
—Cuando conocí a Romina, me enamoré de ella en décimas de segundo. Su manera de hablarme, de tratarme, de hacerme la vida fácil me volvió loco de amor, y supe que debía dar el gran paso antes de que otro más listo que yo pudiera
enamorarla y se olvidara de mí. Y te aseguro que es lo mejor que he hecho en mi vida. —De pronto, su teléfono sonó—. Hablando de mi amor..., aquí lo tengo.
Fraser rio y Neill, tras cruzar unas palabras con su adorada mujer, cerró el teléfono y explicó:
—Romina ha dicho que nos espera a todos en casa para prepararnos una estupenda comida, y no acepta un no por respuesta.
Mel asintió: irían a comer. Sin embargo, no podía apartar la mirada de Tae y de su hija.
Ellos no la veían, pero ella a ellos sí, y ver cómo Tae gesticulaba y la niña reía a carcajadas le encantó. Muchas eran las veces en que ellos jugaban en casa y Mel los contemplaba con disimulo y se emocionaba ante su bonita comunicación. Tae y Sami eran padre e hija.
Ambos lo habían querido así desde un principio, y ella lo aceptó complacida.
Sin apartar los ojos de ellos, que ahora ya cruzaban la calle, de pronto Mel tuvo claro que debía hacer lo que su corazón le dictaba y, mirando a sus compañeros, que la observaban fijamente, dijo:
—Voy a darle a Tae una fecha para la boda.
Neill y Fraser comenzaron a aplaudir, pero ella los hizo callar enseguida:
—No digan nada, bocazas, quiero que sea una sorpresa para él.
—Sami y tú han encontrado a alguien que merece mucho la pena —apuntó Neill chocando los puños con los de ella tal y como habían hecho cientos de veces—. No lo jorobes.
Sin apartar la mirada de Tae, Mel asintió.
—Sin duda, él lo merece.
—Joder, teniente —se mofó Fraser—. ¿Qué ha pasado para que se obre el milagro?
Con ojos de enamorada, Mel miró a Tae, que en ese momento se subía a Sami a los hombros, y respondió:
—Simplemente, que me acabo de dar cuenta de que ya no puedo vivir sin él.
—¿Y esa fecha para cuándo? —preguntó Neill curioso.
Divertida y asombrada por su propia decisión,
Mel se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo—. Y ahora, cierren esas bocazas, que no quiero que Tae se entere de nada. Cuando él y Sami llegaron hasta ellos, Neill y Fraser se deshicieron en halagos con la niña mientras Tae besaba a su chica y preguntaba:
—¿Cómo está mi heroína preferida?
—Bien —respondió ella encantada—. Y gracias.
—¿Por qué?
—Por llamar a Neill y a Fraser.
Sorprendido porque ella lo supiera, Tae miró a Fraser y éste confesó:
—Lo siento, macho, pero al final nos ha sacado que ayer hablamos. La teniente, cuando sospecha algo, no para con su tercer grado hasta que da con la verdad.
Todos sonrieron por el comentario, y Mel, sin soltarse de Tae, dijo:
—Te estábamos esperando. Romina nos invita a comer en su casa.
—¿Y eso, preciosa?
—Porque Romina no acepta un no por respuesta —contestó Neill—. Además, creo que tendremos algo que celebrar.
Al oír eso, Mel lo miró. ¡Lo iba a matar!
—¿Qué tenemos que celebrar? —quiso saber Tae.
Fraser y Neill se miraron con complicidad, y este último, mofándose de Mel, que los acuchillaba con la mirada, soltó:
—Teniente, ¿tenemos algo que celebrar?
Ella sonrió y, como si los viejos tiempos hubieran vuelto, respondió:
—Celebraremos que dos capullos, muy capullos, han regresado de su última misión en Afganistán.
Neill y Fraser soltaron una risotada, y Tae, que no entendía nada, cuando vio que aquéllos volvían a centrar toda su atención en la pequeña Sami, murmuró al oído de la mujer a la que adoraba:
—Teniente..., cómo me pone que te llamen así.
Mel sonrió divertida.
Su chico se había integrado totalmente en su grupo. Había dejado de ser un tipo que se mantenía al margen de aquellos estadounidenses para convertirse en uno que disfrutaba cada vez que todos se reunían y eran conscientes de su respeto y
su cariño. Tras tomarse una cerveza y hablar sobre banalidades, al final todos se encaminaron hacia la casa de Neill y Romina, donde no faltaron el bullicio y la algarabía, mientras Mel, enamorada, observaba embobada a su novio y se convencía de que tenía que casarse con él. Tae era su amor.
 
 
 
 
 
 
—Jimin, me voy a comer —oigo que dice Mika justamente cuando estoy cerrando la carpeta para hacer lo mismo.
En cuanto salgo del despacho, los trabajadores con los que me cruzo en mi camino me miran y me saludan con una sonrisa. Eso me alegra. Me gusta
que vean en mí a una persona, además de el omega jeon.
Una vez en la calle, me dispongo a coger un taxi para regresar a casa cuando oigo que alguien grita mi nombre. Al mirar, sonrío al ver que se trata de Jiyu, la hermana de Kook, que con la mano me dice que la espere y de una carrera llega
hasta mí.
—¿Qué haces por aquí? —pregunto tras besarnos.
Jiyu me mira y sonríe.
—Venía a hablar con Kook —dice.
—No está. Ha salido a comer con una antigua amiga.
Mis últimas palabras deben de salirme con cierto tonillo, porque ella pregunta al instante:
—¿Qué amiga?
Sin querer poner caritas, tras el tonito que le ha dado a lo que he dicho, respondo:
—Una tal Ginebra..., ¿la conoces?
—¿Ginebra está aquí? —pregunta sorprendida.
Yo asiento, y añade—: Ostras, me encantaría verla. La recuerdo con cariño, aunque yo fuera una niña. Era majísima..., ¡majísima!
Saber que Jiyu también la recuerda con cariño no sé si me gusta o me desagrada. Mi cuñada debe de vérmelo de nuevo en la cara, porque dice:
—Pero tú para mí eres el unico..., ¡lo mejor para el borde de mi hermano!
Su apreciación y el cariño que me tiene finalmente me hacen sonreír.
—¿Comemos juntos? —pregunta entonces.
Asiento. Llamo a Jeen, me dice que los peques están bien y le indico que llegaré más tarde.
Del brazo, caminamos por las calles de Múnich y entonces de pronto la loca de mi cuñada se para, levanta una mano y gritando dice:
—¡Me caso!
Rápidamente veo el anillo en su dedo. ¿Cómo que se casa, si ella no es de casarse? ¿Con quién se casa? La veo saltar, sonreír y emocionarse en el
momento en que dice:
—Estoy loca..., ¡lo sé! Pero... pero he dicho que sí, ¡y me caso!
La miro. Me mira. Los dos nos reímos. ¿De qué me río?
Jiyu rompió con su alocado novio James hace ocho meses y, que yo supiera, no estaba saliendo con nadie. Por eso, cuando no puedo más, con cara de circunstancias pregunto:
—¿Y con quién te vas a casar?
La chiflada de mi cuñada suelta una carcajada, aplaude como una niña chica, se retira el pelo rubio de la cara y, tras aspirar, murmura:
—Con Drew Scheidemann.
Vale..., ni idea de quién es.
—Es un anestesista que trabaja en el hospital
—explica ella emocionada.
—¡¿Un anestesista?!
Jiyu asiente y, feliz de la vida, añade:
—Nos conocemos desde hace unos años, y reconozco que la primera vez que lo vi no me cayó bien. Incluso siempre que íbamos de cena de empresa siempre era demasiado sensato y juicioso para mi gusto. Pero hace seis meses, una noche,
cuando salía del hospital, nos encontramos en el parking... ¡Oh, Diossssssssssssss, lo recuerdo y se me ponen los pelos de punta!
—¿Por qué? —pregunto curiosa.
—Porque es tan... tan... serio, estable y sereno que no sé cómo ha podido fijarse en mí. Con decirte que en ocasiones me recuerda al tonto de mi hermano...
Eso me hace reír al imaginar al tal Drew del pelaje de Kook.
—Pero... fue alucinante —prosigue—. Fuimos a tomar una copa. Él me dijo que no tenía pareja, yo le confesé que tampoco y, bueno..., una cosa llevó a la otra, comenzamos a vernos cada día más seguido y sólo puedo decirte que estoy feliz y... y... ¡embarazada!
—¡¿Qué?!
¡Toma ya bombazo! Boda y embarazo.
—¡Estoy de cuatro meses! —insiste Jiyu,
tocándose su casi inexistente tripa.
A cada segundo más alucinado por todo lo que me está contando en medio de la calle, no sé ni qué decir. Hasta hace apenas quince minutos no sabía que Jiyu tenía novio, y ahora, de pronto, se va a casar y está embarazada. Jiyu habla..., habla y habla. Está nerviosa.
—¿Lo sabe Eun?
Ella niega con la cabeza.
—Pensaba decírselo luego a mamá. Primero quería contárselo al troglodita de mi hermano y, como sabía que tú estabas en Jeon, pensé que serías mi gran apoyo cuando él me llamara loca, desequilibrada y descerebrada.
—No, mujer... ¿Cómo te va a decir eso?
Ambos nos reímos y ella prosigue:
—Por cierto, ¿recuerdas el día que viniste con Mike al hospital? —Yo asiento—. Pues mi mala cara era porque, segundos antes de llevar a Mike hasta ustedes, acababa de vomitar..., ¿no es emocionante?
La miro boquiabierto y asiento al pensar en el asco que me daba cuando yo estaba embarazado.
—Emocionantísimo.
Mi cuñada, que está sobreexcitada, no para de hablar. Yo la escucho y así llegamos hasta un restaurante coreano que nos encanta. Allí nos ponemos morados por el kimchi, ramen y carne en salsa y, cuando voy a explotar,digo:
—Jiyu, a riesgo de parecer un idiota, quiero que sepas que el matrimonio no es un juego de hoy te quiero y mañana no.
—Lo sé —responde ella sonriendo feliz—.
Pero estoy tan enamorada que sé que todo va a salir bien.
Asiento. Me rindo. No pienso volver a ser la nota discordante, y entonces ella dice:
—Drew y yo queremos casarnos antes de que nazca el bebé. Lo llevamos pensando unos meses y, bueno..., hemos decidido hacerlo dentro de un par de semanas. ¿Qué te parece?
—¿Dentro de un par de semanas? Jiyu asiente.
—¡Y, por supuesto —añade—, quiero mi despedida de soltera en el Guantanamera! Tengo que avisar a Mel y a todos los amigos, ¡verás qué
fiestón!
En ese instante, me entra la risa. La risa floja. ¡Cuando se entere Kook, va a flipar! Jiyu se ríe,
creo que sabe lo que pienso. Los dos nos descojonamos y, en el momento en que consigo parar de reír, murmuro:
—Verás cuando se entere tu hermano de la boda...
—Peor va a ser cuando sepa que te voy a llevar de nuevo al Guantanamera.
Eso nos hace volver a reír otra vez. No lo podemos remediar.
Tras una comida en la que no paro de desternillarme con la loquita de mi cuñada, ella me convence para que la acompañe a darle la noticia a su madre. Acepto encantado: adoro a mi suegra y por nada del mundo me perdería su cara
cuando se entere.
Cuando llegamos al barrio de Bogenhausen, donde vive Eun, nos paramos ante la verja oscura del precioso chalet.
—¿Te puedes creer que estoy nerviosa?
—Tranquila. Ya sabes cómo es tu madre. Seguro que se alegra.
Una vez llamamos al timbre, la verja se abre y entramos. Sea la época que sea, el jardín de Eun es siempre una maravilla. Admirándolo estoy cuando Amina, la mujer que trabaja para ella, nos abre la puerta de entrada y saluda:
—Buenas tardes, la señora está en el salón. Jiyu y yo sonreímos pero, en cuanto entro en el salón, la sonrisa se me corta de sopetón. ¿Qué hacen Kook y Ginebra allí?
Boquiabierto, miro a mi marido, que, al verme, se levanta rápidamente y dice:
—Hola, cariño.
Lo observo y, cuando veo que Jiyu abraza a Ginebra con demasiada efusividad, murmuro:
—¿Qué haces aquí con ella?
Pero no puede responderme. Eun, que ya está a mi lado, me abraza, me besuquea como siempre y, cogiéndome de la mano, me sienta a su lado y
dice:—
Qué alegría tenerte aquí, Jimin. —Y, mirando a la mujer que considero una extraña y que no sé por qué está allí, añade—: Ya me ha dicho mi hijo que conoces a Ginebra, ¿verdad?
—Sí —afirmo.
Ginebra y yo nos miramos y entonces ella dice:
—Nos hemos visto un par de veces. Cuando la conoció, Félix dijo que Jimin era un omega con clase y saber estar, a la par que divertido y guapo.
Qué suerte ha tenido Kook.
Eun sonríe y, sin soltar mi mano, declara:
—Estoy totalmente de acuerdo con Félix; todo lo que yo pueda decir de Jimin es poco. Es el mejor yerno que una suegra querría para su hijo.
Estoy encantado con su halago cuando Eun suelta mi mano, coge la de Ginebra e indica:
—Pero tú me has dado hoy la sorpresa del día, Ginebra. Tengo tan buenos y bonitos recuerdos de ti que, cuando has aparecido con mi hijo, he tenido
la impresión de regresar al pasado.
—Mamá, por favor, no exageres —murmura Kook sentándose a mi lado.
Bueno..., bueno..., bueno... No sé qué pensar.
Aquí estoy, con mi suegra, mi cuñada, mi marido y la ex de él; ¡todo esto es muy surrealista!
Aun así, intento prefabricar una sonrisa convincente, asiento y respondo:
—Tu marido también me pareció un buen hombre, Ginebra. Díselo de mi parte.
Ella sonríe y, con su desparpajo habitual, comienza a recordar cosas que veo que hacen reír a Jiyu, a Eun y a Kook. Yo también sonrío, hasta que no puedo más y, levantándome, digo:
—Si me disculpan, voy un momento al baño.
Sin mirar atrás, salgo del salón. Me encamino hacia el cuarto de baño y, una vez dentro, echo el pestillo. Me pongo la mano en el corazón. Me va a mil y, mirándome en el espejo, observo que mi cuello comienza a enrojecerse. Rápidamente me echo agua. No quiero que ninguno se percate de
que estoy nervioso y, cuando noto que la rojez desaparece, siento alivio.
Tan pronto como salgo del baño, regreso al salón y, al entrar, me encuentro a los cuatro riendo.
Siguen con sus recuerdos y, oye..., ¡lo entiendo!
Pero me toca los ovarios. Ya me gustaría a mí ver a Kook con mi padre, mi hermana y un ex mío recordando tiempos pasados.
Mi marido me mira. Busca mi complicidad y, dispuesto a dársela, le guiño un ojo, me acerco a él y lo beso.
Mi suegra, que lleva ya años haciendo paracaidismo, habla de sus últimos saltos, y Kook, como siempre, no quiere ni escuchar. Riéndome estoy por ello cuando oigo que Jiyu dice:
—Bueno, mamá. Yo venía a contarte un par de cosillas importantes y, ya que está Kook aquí, pues se lo digo a los dos a la vez y, así, como vulgarmente se dice, mato dos pájaros de un tiro.
Al oír eso, Ginebra hace ademán de levantarse para irse, pero Jiyu la sujeta y dice:
—Tranquila, no hace falta que te vayas.
Eso me toca la moral. Pero lo entiendo: mi cuñada es muy correcta.
Eun y Kook clavan las miradas en Jiyu cuando ésta, tras mirarme en busca de apoyo, levanta la mano y suelta:
—¡Me caso!
Cricri..., cricri..., se oyen los grillos del jardín, hasta que Eun murmura incrédula:
—Bendito sea Dios.
El silencio se apodera de nuevo del salón. Se puede decir que podría oírse hasta una hormiga caminar por el jardín de puntillas, hasta que Kook pregunta:
—¿Que te casas?
—Sí.
Con una expresión indescifrable, mi amor mira a su hermana e insiste:
—¿Y con quién te casas?
Jiyu, a la que le importan tres narices el gesto serio de mi Iceman, sonríe y responde:
—Con Drew Scheidemann.
Eun, que sigue boquiabierta, pregunta entonces:
—¿Y quién es Drew Scheidemann?
No puedo..., no puedo..., no puedo. Me río, ¡me río! Y al final se me escapa la risotada.
¡Es todo tan surrealista...!
Jiyu me secunda, y entonces Kook, mirándonos a los dos, gruñe con gesto serio:
—No sé dónde le ven la gracia.
Vale. Dejamos de reír antes de que nos coma.
—A ver, hija —dice Eun echándose hacia delante—. Sabes que soy una madre abierta a tus locuras, pero una boda...
—Lo sé, mamá —la corta Jiyu—. Sé que me vas a decir lo mismo que min me ha dicho de que el matrimonio no es un juego de hoy te quiero y mañana no. Pero debes saber que estoy segura de lo que hago y con quién lo voy a hacer porque
no es alguien que conocí ayer, sino alguien que conozco desde hace años y...
—¿Se la has estado pegando a James? —ruge mi alemán.
—¡Kook! —protesto yo.
Al oír eso, Jiyu lo mira y responde:
—No, hermanito. Cuando estoy en pareja soy terriblemente fiel. Pero a Drew lo conozco desde hace tiempo porque trabaja en el hospital. Por tanto, que te quede claro que, cuando estuve con James, sólo estuve con él; ¡no saques conjeturas que no son ciertas!
Ginebra nos mira. Se levanta de donde está y sale del salón. Yo la miro. ¿Adónde va? Dos segundos después, vuelve a entrar y, sentándose junto a Eun, dice:
—Le he dicho a Amina que te prepare una tila.
Anda, mi madre, ¿ahora va de salvadora y señora de la casa, la colega?
Kook sigue aún boquiabierto por la noticia cuando Jiyu abre su bolso y, sacando la prueba del delito, que no es otra que la del embarazo, la enseña y añade:
—También... también quiero decirles que estoy embarazada de cuatro meses y estoy muy... muy feliz. ¿Cómo quieren que no me ría?
Ay, Dios, que me parto otra vez.
Las caras de Kook y su madre son lo más gracioso que he visto últimamente. Pero entonces la pobre Eun musita con un hilo de voz:
—Embarazada... Tú, embarazada.
—Sí, mamá. Yo, embarazada. ¡Voy a tener un bebecito! —Veo que sonríe—. ¿A que mola?
—Joder, qué locura —suspira Kook.
Mi suegra se da aire con la mano. Ofú, qué fatiguita que le ha entrado; pero entonces consigue decir: —Pero, hija, si a ti se te mueren hasta las plantas de plástico.
—¡Mamá! —protesta Jiyu.
—Que la tila sea doble —dice Eun tocándose el rostro.
Kook mira a su madre, parpadea y se le hincha la vena del cuello. Oh..., oh..., ¡peligro! Y, antes de que suelte alguna de las suyas, me levanto y, abrazando a Jiyu para que sienta mi total apoyo, exclamo:
—¡¿No les parece bonito otro bebé más en la familia?!
Con el rabillo del ojo observo que la vena de Kook se deshincha. ¡Menos mal!
Entonces, Ginebra se levanta, se coloca a mi lado y dice:
—Enhorabuena, Jiyu. Por la boda y por el bebé. Mi cuñada acepta gustosa su abrazo, y a continuación Eun se pone también en pie y murmura emocionada:
—Ay, hija... Ay, hija..., nunca pensé que llegaría este momento.
Sonriendo, Jiyu la abraza. ¡A esta mujer no hay quien la entienda!
Kook, que aún no se ha movido, nos mira entonces y suelta:
—Pero ¿se han vuelto locos todos?
—Kook... —murmuro.
—No, min…..  ¡cállate! —protesta mi gruñón—.
Esta descerebrada se va a casar con alguien que no conocemos, ¿y encima va a tener un bebé?
Jiyu se sienta con tranquilidad en el sillón y, mirándome, cuchichea:
—Te lo dije. Te dije que el controlador y sabelotodo de mi hermanito me llamaría
descerebrada.
—Jiyu, no piques a tu hermano —replica Eun. —No, mamá, déjala que me pique —gruñe mi amor—. Ya vendrá luego llorando cuando su mundo, como dice ella, se le vuelva del revés.
Jiyu, a la que no se le mueve ni un pelo, me mira y se mofa:
—De verdad, chico, que no sé cómo soportas a este troglodita.
Su comentario me hace sonreír, pero entonces Kook prosigue:
—¿Qué tal si evitas comentarios absurdos, y tú —sisea mirándome— dejas de sonreír?
—Kook, hijo... —lo regaña Eun.
Pero mi alemán, que cuando se enfada es una apisonadora, responde:
—No te entiendo, mamá. Esta imprudente te está diciendo que está embarazada, que se casa con un desconocido, ¡y tú no dices nada!
Bueno..., bueno..., aquí se va a armar la marimorena, y efectivamente ¡se arma!
Al final, Jiyu se levanta, comienza a discutir con Kook y mi alemán no se calla. Amina entra y deja una bandeja con varias tazas y una tetera con tila y huye despavorida.
Durante varios minutos, Kook y Jiyu se echan en cara todo lo que quieren y más, al tiempo que Ginebra los observa y Eun los reprende por sus comentarios mientras bebe tila. Cuando creo que he de decir algo para intentar mediar, Ginebra se acerca a Kook y señala:
—Escucha, cielo, Jiyu ya es mayorcita para saber lo que quiere hacer con su vida igual que tú lo fuiste cuando te casaste, como me has contado, sin conocer apenas a Jimin.
¡Tócate los bolondrios!
Pero ¿de qué habla ésa y, sobre todo, qué le ha contado el troglodita, por no decir gilipollas, de mi marido?
Su comentario no me gusta, y mi mirada le dice absolutamente todo lo que pienso a mi gilipollas particular cuando Ginebra prosigue:
—Kook, tú has encontrado al amor de tu vida en Jimin. ¿Por qué Jiyu no ha podido encontrar al suyo?
Vale..., eso ya me gusta más. ¿Kook le ha dicho que soy el amor de su vida?
Mi mirada se suaviza. La de él también y, finalmente, Jiyu rompe a llorar sentándose en el sofá. Eun, Ginebra y yo miramos a Kook.
Esperamos que haga algo, que lo arregle, y él, tras ponerse las manos en las caderas, sacudir la cabeza y resoplar, se sienta junto a su hermana y dice:
—Lo siento.
—¿Por qué lo sientes? —gimotea Jiyu.
—Porque soy un bocazas además de un troglodita y un gilipollas como piensa mi omega
Eso me hace sonreír. Sé cuánto quiere a Jiyu, y entonces lo oigo decir:
—Ya me conoces, todo me lo tomo a la tremenda, pero es porque me preocupo por ti. No sé quién es ese Drew y eso me desconcierta. Pero si tú eres feliz, sabes que yo lo voy a ser también, y más ahora que tendremos a otro pequeñín
correteando por nuestras casas.
Jiyu deja de lloriquear, levanta la mirada y, sonriéndole a mi amor, explica:
—Drew es médico anestesista en el hospital, y la persona más cariñosa y caballerosa que he conocido en mi vida, además de ti. Y, aunque no lo
creas, su seriedad tan parecida a la tuya fue lo que llamó mi atención. Él me calma, me hace ver la vida de otra manera, y te aseguro que cuando lo conozcas te gustará.
Kook sonríe y abraza a su hermana. ¡Ay, qué mono que es mi chicarrón!
Una vez veo que todo se calma, Eun suspira y, sentándose junto a su hija en el sofá, pregunta:
—Bueno, y ahora que todos estamos más tranquilos, ¿la boda para cuándo es?
Jiyu me mira. Yo miro al techo y finalmente ella suelta:
—Para dentro de dos semanas.
—Traiganme un Martini doble —murmura Eun mientras Kook resopla y yo me río sin poder remediarlo.

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