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El sábado a las siete de la mañana sonó el timbre de casa de Tae.
Ding-dong... Ding-dong.
Mel y él, alarmados al oírlo, se levantaron corriendo y fueron a abrir. En la puerta se encontraron a Kook con los dos pequeños, que, mirándolos, dijo:
—Necesito que se queden con estas dos fieras hasta mañana, que yo regrese. Hoy es el día libre de Pipa y quiero llevarme a Jimin. ¿Puede ser?
Aún dormidos, ambos lo observaron y Mel preguntó:
—¿Ocurre algo?
Kook sonrió, negó con la cabeza y, tras ver que Tae asentía ante lo que había pedido, respondió:
—Nada grave que no se solucione con un par de días sólo para nosotros.
—Excelente idea —afirmó Mel.
—¿Y Mike? —preguntó Tae.
—Se queda con jeen y Victor. Él ya es mayor, pero estas pequeñas fieras, sin Pipa, les darían mucho trabajo.
Tae cogió en brazos a Emily, que estaba dormida, y entonces Kook cuchicheó:
—Siento no haber estado el otro día cuando...
—No importa —dijo Tae sonriendo—. Todo salió bien.
Los dos amigos se miraron con cariño. Entre ellos sobraban las palabras. Finalmente Kook se dirigió a su hijo, que estaba cogido de su mano, se
agachó y le dijo:
—Pórtate bien con los tíos, ¿vale?
El crío asintió, y Kook, guiñándoles el ojo a sus amigos, murmuró:
—Gracias, ¡les debo una!
Una vez aquél se hubo marchado a toda prisa, Mel cogió al pequeño Kook y le preguntó:
—¿Quieres desayunar, Superman?
—Sí. Galletas de choco.
Tae sonrió y, a continuación, susurró:
—Voy a llevar al monstruito a nuestra cama. Con un poco de suerte, dormirá un rato más. Sobre las doce de la mañana, la casa de Tae y de Mel era una auténtica locura. Sami, Kook y Emily, junto a la perra Leya, no paraban de corretear de un lado para otro. La algarabía era tal que al final decidieron sacarlos a todos al parque. Por suerte, Peter se ofreció a ayudarlos con los niños.
Una vez en el parque, Mel vio a Louise con Pablo, pero ésta, al verlos, cogió a su hijo y se marchó. Al seguir la mirada de su novia, Tae preguntó:
—Ésa es Louise, ¿verdad?
Mel asintió, pero no tenía ganas de hablar de ella o terminarían discutiendo, así que miró a Sami y gritó:
—¡Sami, no cojas a Emily en brazos o se te caerá! Segundos después, y con los críos controlados, Mel y Tae se sentaron en un banco a descansar mientras Peter animaba a entrar a los pequeños en un pequeño castillo de colores y parecían pasarlo bien. Los críos estaban rendidos a los pies del muchacho y hacían todo lo que aquél proponía. Hasta Emily había dejado de llorar para ir tras él con la esperanza de que la cogiera en brazos.
En ese instante pasaron dos jovencitas de la edad de Peter cerca de donde él estaba con los niños y lo miraron mientras se acercaban a él haciéndose las interesantes. Mel y Tae lo observaban, y la exteniente, al ver al abogado
sonreír con picardía, murmuró divertida:
—Ni se te ocurra decir una palabra de lo que piensas.
Tae sonrió y, cuando aquéllas llegaron hasta Peter y los niños y comenzaron a sonreír como tontuelas mientras se tocaban el pelo, replicó:
—El tío es un guaperas. Sin duda, es un kim.
Sin poder evitarlo, Mel soltó una risotada y Tae añadió:
—Es un chico increíble, ¿verdad?
Ella asintió.
—Tan increíble como el guaperas de su padre. Tae sonrió a su vez. Apenas podía creer que aquel muchacho tan bien educado, a pesar de sus circunstancias, fuera su hijo. Las dudas del primer momento quedaron disipadas. Día a día, Peter le
demostraba quién era y, cuanto más lo conocía, más le gustaba. Peter era un buen chico que no daba problemas ni pedía nada. Disfrutaba pasando las tardes
sentado en el salón leyendo cómics de Spiderman o jugando ante su ordenador.
No era un muchacho de salir con amigos, y de momento tampoco con chicas. Era más bien solitario pero cariñoso con los que tenía a su alrededor. Ensimismado estaba el abogado pensando en eso cuando Mel dijo:
—Tae, tenemos que hablar. Al oír eso, él clavó los ojos en ella y murmuró:
—Si es sobre Gilbert Heine y su bufete, no es el momento. Mel negó.
—Tranquilo. No quiero hablar de eso.
—Pues si es sobre lo del trabajo de escolta, tampoco es momento.
—No. Tampoco es eso.
Sorprendido, Tae la miró y cuchicheó divertido:
—Cariño, si no quieres hablar de nada de eso, me acabas de acojonar. ¿Qué pasa?
Mel sonrió y, posando las manos sobre la de él, dijo:
—Quizá no te guste lo que te voy a decir, pero he pensado que tal vez ahora, con la llegada de Peter a casa, no sea el mejor momento para viajar a Las Vegas y casarnos.
—¡¿Qué?! Pero si ya hemos arreglado todos los papeles.
Al ver su gesto, ella levantó las manos y aclaró:
—Nos vamos a casar, por supuesto que sí, cariño, eso te lo prometo. Pero faltan apenas dos semanas y no creo que debamos irnos ahora de viaje. He pensado que quizá podríamos retrasar la boda para después del verano, para septiembre.
—No.
—Escúchame, amor —insistió ella—. Sólo serán unos meses, el tiempo suficiente como para poner todo en orden con Peter.
Tae resopló. Lo último que quería era retrasar su boda con ella, pero sabía que tenía razón. Necesitaban tiempo con el chico.
—Nos casaremos y lo sabes —añadió Mel—. Pero creo que debemos ser juiciosos e integrar primero a Peter en la familia.
El abogado asintió. Le gustara o no, ella tenía razón, y finalmente afirmó:
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¡¿Así, sin más?! ¡¿Sin discutir?!
Al oírla y ver su gesto incrédulo, Tae sonrió. —Sí, de acuerdo.
Satisfecha por lo bien que se lo había tomado, ella preguntó entonces con sorna:
—¿Se enfadará mucho tu amiguito Gilbert Heine?
Al oír eso y ver su gesto pícaro, Tae murmuró:
—Mira que eres retorcida, Parker. —Y, sonriendo, afirmó—: Cariño, nos casaremos cuando tú y yo queramos, no cuando quiera Gilbert Heine. Retrasaremos la boda para septiembre, pero entonces ya no habrá más excusas para posponerla ni un mes más, ¿de acuerdo?
Mel lo besó enamorada.
—Te lo prometo, mi amor..., no habrá más retrasos.
Durante varios minutos, a pesar de estar en un parque, se prodigaron muestras de cariño, hasta que decidieron darlas por finalizadas y Tae, para enfriarse, dijo al ver que las muchachas que estaban minutos antes con Peter se alejaban:
—Estoy pensando cambiar a Peter de colegio.
—¿Por qué? —preguntó Mel.
—Me gustaría poder darle todo lo que no he podido en todos estos años y, conociéndolo, veo que es un muchacho que valora los estudios.
Mel asintió. Sin duda, Peter les había roto los esquemas.
—Me ocuparé de los niños mientras tú hablas con él y se lo preguntas, ¿te parece? —dijo levantándose del banco.
Tae asintió y, tras coger su mano, empezó a decir:—
Oye...
—¿Qué?
—Septiembre, ¿entendido?
Mel sonrió.
—Entendido, James Bond..., entendido. Con complicidad se miraron hasta que él, sin soltarla, dijo:
—¿Sabes, morena?
—¿Qué?
Enamorado como un tonto de aquella descarada de pelo corto, el abogado clavó sus ojos azules en los de ella y murmuró:
—A tu lado soy capaz de cualquier cosa.
—¿Ah, sí? ¿Y eso a qué viene?
Él miró entonces al adolescente que reía con los pequeños y, sin dudarlo, respondió:
—Porque, desde que estoy contigo, he aprendido que las cosas que merecen la pena nunca son sencillas, y gracias a ti estoy siendo capaz de darle esta oportunidad a Peter.
Mel sonrió y, rozando su nariz con la de él, afirmó:
—Y eso nos hace felices a todos. Quédate con eso.
—Lo hago, amor. Lo hago.
La exteniente lo besó en los labios y, cuando se separó de él, replicó:
—¡Lo de septiembre queda pendiente! —
Ambos sonrieron y ella añadió—: Ahora habla con Peter y pregúntale lo del colegio. No es un bebé, y creo que no debemos hacer nada que a él
no le parezca bien.
Tae asintió y vio cómo la mujer a la que adoraba se alejaba en dirección a los niños. Cuando llegó hasta ellos, tocó con cariño el pelo de Peter, cruzó unas palabras con él, y éste, tras mirar a Tae, sonrió y se acercó a él.
El abogado lo recibió también con una sonrisa y, cuando el muchacho se sentó a su lado, preguntó:
—¿Quiénes eran esas chicas que te han saludado?
Peter respondió encogiéndose de hombros:
—Unas amigas del instituto.
Tae lo miró con picardía y Peter también al ver su expresión. De nuevo se entendían sin hablar. A continuación, el abogado preguntó:
—Peter, ¿te gustaría cambiar de colegio?
—No lo sé. ¿Por qué habría de hacerlo? — respondió el muchacho sorprendido por la pregunta.
Al oír eso, Tae asintió. Poco a poco iba conociendo al muchacho y sus inquietudes y, mirándolo, contestó:
—Puedo darte una mejor educación que la que has recibido hasta el momento, y creo que el tema de los estudios y sus oportunidades es algo que tú valoras, ¿verdad?
—Sí.
Deseoso de conocerlo todo de él, Tae le hizo mil preguntas que el muchacho respondió y viceversa, y una vez su curiosidad casi se sació, clavó sus ojos en él y dijo:
—Tienes que prometerme una cosa.
—¿El qué?
Tae se acercó entonces a él ycuchicheó:
—No volverás a piratear absolutamente nada. Entiendo que eres un cerebrito para la informática, pero no quiero líos, ¿entendido?
Peter sonrió y, chocando la mano con la de él como Mel hacía, asintió:
—De acuerdo.
Encantado por aquella estupenda relación que se estaba fraguando entre los dos, el abogado preguntó:
—¿Has pensado qué te gustaría estudiar? O, mejor dicho, ¿sabes ya qué te gustaría ser en un futuro?
Peter asintió. Siempre había tenido claro lo que quería ser y, mirándolo, respondió:
—Quiero estudiar bioquímica clínica.
Tae parpadeó. Esperaba que le dijera algo que tuviera que ver con la informática y, sorprendido, se disponía a hablar cuando su hijo explicó:
—La bioquímica clínica es la rama de la química que se dedica a la investigación de los seres vivos. Sé que aquí, en Alemania, para acceder a esa especialidad tengo que tener la licenciatura de Medicina, y siempre he estado dispuesto a conseguirla.
Boquiabierto por la seguridad con la que hablaba el muchacho, Tae afirmó:
—Cuenta conmigo para ello, chaval. Peter asintió feliz.
—Gracias —dijo y sonrió.
Emocionado por los sentimientos y el orgullo que aquel muchacho provocaba en él, el abogado le echó el brazo por encima del hombro y, acercándolo a él, declaró:
—Quiero que sepas que estoy muy feliz de haberte encontrado, y sólo espero que podamos recuperar todo el tiempo perdido.
Peter asintió, tenía las mismas ganas que él de hacerlo posible. Y, echando el brazo por encima del hombro de su padre, sonrió y dijo, haciéndolo reír:
—Será genial poder hacerlo, James Bond.__
 
El lunes, tras un fin de semana de ensueño en el que Kook hace una de nuestras locuras de amor y me programa un viaje sorpresa a Venecia para demostrarme lo mucho que me quiere y lo tonto que soy al hacerme esas pajas mentales, cuando
llegamos a Jeon y nos metemos en el ascensor, le pongo ojitos y digo:
—Nos vemos esta noche en casa.
Él asiente, sonríe como un malote y, acercándome a él, me besa. Devora mi boca con absoluta devoción olvidándose de dónde estamos y cuando nos separamos, dice:
—No lo dudes, pequeño.
Enamorado como me siento, murmuro recordando nuestro fin de semana en Venecia:
 
—Arrivederci, amore.
—Addio, mia vita.
 
Esa mirada de malote, esas románticas palabras y ese beso deseado son lo que añoraba, y estoy sonriendo cuando se abren las puertas del ascensor, le guiño el ojo y salgo de él.
Sin mirar atrás, sé que mi amor me observa hasta que se cierran las puertas y yo camino feliz y seguro de todo hasta mi despacho.
Estoy de buen humor, el mundo es maravilloso, pero entonces Mika entra acelerada y dice:
—Tengo un problemón.
Oh..., oh..., mi burbujita rosa de felicidad se desvanece y le presto mi total atención.
Es el primer problemón con el que voy a lidiar desde que comencé a trabajar en Jeon e, intentando tranquilizarla, hago que se siente y pregunto:
—¿Qué ocurre?
La pobre rápidamente me habla sobre la feria de farmacias que estamos gestionando y murmura:
—Mis padres han decidido celebrar sus bodas de oro el próximo sábado y tengo que ir a la Feria de Bilbao en España. Y ahora debo elegir entre el trabajo y la familia.
Oír eso me sorprende, y enseguida respondo: —Por supuesto, elegirás la familia. Tus padres se casan, ¿cómo no vas a asistir?
Mika suspira, pone los ojos en blanco y explica:
—El año pasado hubo un problema en la Feria de Bilbao con uno de nuestros comerciales. Al muy idiota no se le ocurrió otra cosa que tirarse a la hija del organizador en los baños de la feria. El caso es que alguien avisó al padre y los pillaron, y las quejas llegaron a Kook.
Asiento. Recuerdo que Kook me lo comentó en su día. Mika prosigue:
—Al final, tras mucho batallar con la organización para que no echaran a Jeon de la feria, Kook y yo quedamos con ese hombre en que este año estaría yo en el stand controlando a los comerciales. Pero, claro, ahora mis padres han decidido anunciar su boda sorpresa y, cuando les diga que no puedo ir, se lo van a tomar muy mal.
Su agobio se hace extensible a mí. Quiero ayudar Mika, y no sólo porque sea parte de mi trabajo, sino también porque la mujer que tengo desesperada ante mí no se ha quejado de que yo sólo trabaje por las mañanas y encima no viaje.
Eso conlleva más faena y viajes para ella, y en ningún momento lo ha mencionado.
Por eso, y aunque soy consciente de que Kook se va a enfadar, propongo:
—¿Qué te parece si hablamos con ese hombre?
¿Cómo se llama?
—Imanol. Imanol Odriozola.
Asiento. Pienso con rapidez y digo:
—Lo llamaremos y le expondremos que tú no puedes ir y que en tu lugar iré yo. Al fin y al cabo, soy el omega del jefazo y eso le puede agradar.
Según digo eso, Mika me mira.
—Tú no puedes viajar. Ésa fue la primera condición que Kook me impuso cuando comenzaste a trabajar. ¡Nada de viajes!
—¡¿Que te lo impuso?!
De pronto veo que se da cuenta de la bomba que ha soltado y, al ver mi cara, rápidamente se dispone a aclarar:
—Bueno, no. Realmente no fue así. Él me...
—Mika —la corto—. No mientas, que conozco a Kook.
Saber eso me subleva. ¿Cómo que Kook se lo impuso?
Ea, ¡se acabó el buen rollito con mi marido!
¡Adiós viaje a Venecia!
Una cosa es lo que él y yo hablemos y pactemos en casa y otra muy diferente que el muy atontado imponga condiciones a las personas que trabajan conmigo. Observo a Mika y compruebo que la pobre está asustada. Sabe que se le ha
escapado e, intentando tranquilizarla, digo:
—Sé que me aprecias tanto como yo a ti, pero también sé que mi trabajo de mañanas no es suficiente para ayudarte. No soy tonto, Mika, y sé que, si yo viajara como tú, el trabajo sería más llevadero para ti y...
—jimin, por favor, no te preocupes. Estoy acostumbrada a viajar y...
—Ya sé que estás acostumbrada, porque forma parte de tu empleo, pero lo que me joroba es que mi marido te impusiera ciertas cosas para que yo trabajara aquí. No, no me hace ni pizca de gracia que lo hiciera.
La cara de Mika es un poema, cuando sentencio:
—Vas a ir a la boda de tus padres porque yo voy a ir a Bilbao como me llamo Park Jimin.
Ella me mira con desconcierto y yo sonrío, aunque lo que realmente tengo ganas es de asesinar a un tipo rubio llamado Jeon jungkook. Cuando termina mi jornada laboral, llamo por teléfono a Kook a su despacho, pero su secretaria
me dice que está en una comida. Una vez cuelgo, recojo los papeles que hay sobre mi mesa y me despido de Mika, que me vuelve a suplicar que cambie de opinión. Yo la tranquilizo, ha de hacerlo. Salgo a la calle y, tras parar un taxi,
regreso a casa.
Cuando llego y abro la verja para entrar, mi loco particular, Bam, intenta salir corriendo.
Pero ¿éste no aprende?
Una vez cierro la verja, los perros me dan su gran recibimiento. ¡Festival de aullidos y lametazos como si lleváramos meses sin vernos!
Mientras los besuqueo y me besuquean, agradecido por el cariño que me demuestran, pienso en esos desalmados que son capaces de abandonar o maltratar a los animales. Sin duda, no sólo no tienen cabeza, sino que tampoco tienen corazón ni sentimientos.
Acompañado por ellos dos, llego hasta la puerta de casa y Jeen, cuando abre, me dice que los pequeños están aún en casa de mi suegra. Feliz por saber que EUn los estará malcriando, me siento en la cocina a comer un poquito de jamón con pan y tomate y entonces oigo que Jeen dice:
—¿A que no sabes qué soñé anoche?
La miro a la espera de que continúe y ella suelta:
—¡Con la telenovela «la fea mas bella»! ¿La recuerdas?
Ambos soltamos entonces una carcajada.
Recordar la época en que estábamos enganchados al novelon nos hace
reír, y terminamos rememorando las escenas que más nos impactaron, como aquel final, en el que los protas se casan. Riéndonos estamos por ello cuando suena el teléfono. Jeen lo coge y dice:—
Es del instituto de Mike.
La risa se me corta de cuajo. ¡¿Otro problema?!
Levantándome, cojo el auricular, escucho sin parpadear lo que una mujer me cuenta y, cuando cuelgo, miro a Jeen y digo poniéndome la chaqueta:
—Voy al instituto a recoger a Mike.
—¿Qué ha pasado?
—Se ha peleado con un muchacho.
Jeen sacude la cabeza, yo me cago en todos los antepasados de Mike y, tras dirigirme hacia el garaje, me meto en mi coche y voy a por él.
Veinte minutos después, entro en el instituto y voy derechito a Dirección. Nada más entrar, veo a Mike y a otro chico. Mike tiene la ceja y el labio hinchados. El otro muchacho, el labio y el pómulo.
Mi niño me mira, rápidamente voy hacia él, me agacho y, preocupado, susurro tocándole la cara:
—Cariño..., ¿estás bien?
Mi demostración de afecto no le gusta y me aparta las manos con rudeza.
—Mike... —murmuro.
—Joder... —sisea él.
Entristecido por sus palabras, digo a continuación:
—Mike, esto tiene que acabar.
Pero el mocoso, a quien está claro que no le importan mis sentimientos, insiste:
—Déjame en paz.
Su desplante me duele, y el hecho de que no me llame «mamá» me parte el alma. Sin poder evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas. ¿Por qué toda su crueldad la lanza contra mí?
De pronto, una voz de hombre que me es conocida dice a mi espalda:
—Mike, a un padre ni se le habla ni se la trata de esa manera.
El crío no dice nada. Miro a Dany, que me observa y, al ver mi expresión y mis ojos llorosos, dice:—
¿Tiene un segundo, señor jeon?
Asiento y, dejándome guiar, entro donde él me indica. Una vez cierra la puerta del pequeño despacho, abre los brazos y yo acepto su abrazo mientras murmura:
—Tranquilo... Tranquilo...
—No sé por qué me habla así —balbuceo—. No sé qué le he hecho.
—Tranquilo —insiste él—. Los adolescentes en ocasiones son así con las personas a las que quieren. Si lo consultaras con el psicólogo del colegio, te diría eso mismo.
—Pero yo no le he hecho nada, Dany. No sé por qué toda esa agresividad contra mí.
—Jimin, debes llevar a Mike al psicólogo. Él podría ayudarlo.
Me trago las lágrimas y asiento. Lo último que quiero es montar un numerito de madre llorona e histérica. Justo entonces se abre la puerta, nos separamos rápidamente y Dany coge unos papeles que una mujer le entrega mientras me dice:
—Siéntate.
 lo hago y en ese momento la puerta vuelve a abrirse y entra otro hombre con
el director del colegio. El hombre es el padre del otro muchacho, y Dany nos explica que se han peleado por un omega. Sin decir el nombre, sé que se trata de New.
El otro padre y yo nos miramos. No sabemos qué decir. ¡Malditos niños!
Al menos, no me ha tocado un padre de esos que se creen que su hijo lo hace todo bien.
Segundos después, hacen entrar a los muchachos, y tanto su tutor como el director del colegio les echan una buena bronca. Finalmente, el padre y el
chico se marchan junto con el director y, cuando yo hago lo mismo, Dany nos acompaña hasta la puerta.
Los tres caminamos en silencio, pero siento el apoyo moral de Dany, y se lo agradezco. Necesito saber que alguien está a mi lado y entender que no estoy haciendo nada mal.
Cuando llegamos a la puerta del instituto, sin pararse, Mike sigue hasta mi coche, y Dany, al verlo, murmura:
—Siento lo de la expulsión. Ya te dije en la tutoría que, si volvía a tener otro parte, el instituto lo expulsaría. De todas formas, piensa en lo del psicólogo. Creo que podría hacerle más bien que mal.
Suspiro. Sé que tiene razón, sólo hay que convencer al cabezota de mi marido. Por ello, intentando sonreír, respondo:
—Gracias, Dany.
Una vez digo eso, me despido con una última mirada y voy hacia el coche, donde un larguirucho adolescente de apellido Jeon me espera apoyado con cara de perdonavidas. ¿A quién se parecerá?
Doy al mando del coche y los faros se iluminan. Mike abre la puerta delantera y se sienta.
Dos segundos después, me siento yo y, cuando lo veo saludando con guasa a unos chavales mayores que él, que están sentados en un banco del parque, lo miro y murmuro:
—Pensé que eras más listo. ¿Qué haces peleándote por New?
Mike clava sus ojos en mí, se retira el flequillo de la cara y comienza a toquetear la radio.
Enfadado con su actitud chulesca, siseo:
—Ahora sí que no vas a salir ni a la puerta de la calle. Mike, ¡te han expulsado!
—Venga ya..., ¡corta el rollo!
Lo mato, es que lo mato. Y, conteniendo las ganas que tengo de cruzarle la cara, voy a añadir algo más cuando él dice:
—Llévame a mi casa.
Mi sensatez me hace callar, a pesar de las ganas que me entran de preguntarle que si su casa no es la mía.
En silencio conduzco por Múnich y, cuando llegamos a casa y aparco en el garaje, veo cómo Mike de un manotazo se quita a Camaron de encima.
—¡No vuelvas a tratarlo así! —le chillo.
Él no me hace ni caso. Sigue su camino y desaparece, mientras yo saludo a Bam, que cada día está más repuesto del accidente, y Camaron viene a mí en busca de cariño.
Una vez dejo a mis preciosos perros, entro en la casa y veo que Jeen viene caminando hacia mí preocupada.
—Ay, Dios mío, Jimin —dice—. ¿Has visto lo magullado que viene? Cuando lo vea el señor, se va a alarmar.
Asiento. Imagino a Kook cuando lo vea pero, quitándole importancia al tema, replico:
—Tranquila. Está bien. Ya sabes que los chiquillos son de hierro.
Acto seguido, oigo unos pasitos corriendo y, al darme la vuelta, veo a mi pequeño Kook que viene hacia mí. Feliz, lo cojo entre mis brazos y, besándolo, murmuro:
—¿Cómo está mi Superman?
El resto de la tarde no veo a Mike. Se encierra en su habitación y no sale. Consigo mantener a raya mis ganas de llamar a Kook y contarle lo ocurrido. Si lo hago, lo disgustaré, y es mejor que hable con él una vez esté en casa.
Sin duda, la noche promete; entre el viaje que pienso hacer a Bilbao para que Mika pueda estar en la boda de sus padres y lo ocurrido con Mike, cuando llegue Kook, ¡menudo festival!
Hablo con Mel, le cuento lo ocurrido con el crío y ésta intenta consolarme y, cuando le comento lo de Bilbao, se apresura a decir:
—¿A Kook le parece bien que viajes?
Sin ganas de polemizar, miento:
—Sí. No hay problema.
—Ostras, min, pues me voy contigo y así aprovecho y voy a ver a mi abuela, que está apenas a doscientos cincuenta kilómetros.
—¿En serio?
—Ya te digo.
—¿Y Tae?
Al oír eso, Mel sonríe y añade:
—Psicología femenina, Min: le entro a mi morenazo diciéndole que le voy a dar la noticia de la boda a mi abuela, ¡y él tan feliz!
—¿Y Sami y Peter? —insisto.
—Se quedan con su padre, cielo. Peter es mayor, y Sami se encargará de volverlos locos a los dos.
Encantado, ambos reímos por aquello. Con lo  pequeña que es, sin duda Sami se hará la reina de la casa y tendrá a Tae y a Peter a sus pies, de eso no me cabe duda. Y, feliz por su compañía, sonrío y afirmo:
—Yo tendría que estar en la feria el jueves por la tarde, todo el viernes y el sábado sólo por la mañana; después lo tengo libre hasta el domingo, que regresaremos.
—Pues no se hable más: si te vas para Bilbao, ¡me voy contigo, que yo también necesito un poco de relax de omegas! Y el domingo alquilamos un coche y nos vamos a Asturias a ver a mi abuela, ¿te parece?
—Genial.
Tras pasar el resto de la tarde con el pequeño Kook y Emily en la piscina, cuando Pipa se los acaba de llevar para bañarlos, Kook entra en casa. Me da un beso rápido —¡joder, ya volvemos a lo de siempre!— y corre escaleras arriba para ver a
los pequeños. Se muere por verlos y, cuando veinte minutos después baja, me mira y pregunta con gesto hosco:
—¿Por qué no me has avisado por lo de Mike?
Vaya..., ya veo que ha pasado por su habitación a verlo. Como puedo, le cuento lo ocurrido en el instituto. El gesto de Kook se endurece por segundos. ¿Dónde está el Kook de nuestro maravilloso fin de semana? Y, cuando acabo de relatarle todo lo del instituto, murmura descolocándome por completo:
—¿Me puedes explicar por qué el tutor de Mike te ha abrazado?
Eso me pilla por sorpresa. No me había percatado de que Mike nos había visto, ni él me había dicho nada. Sin duda, el niño quiere guerra conmigo.
—Kook... —empiezo a decir—, Mike me habló mal cuando llegué al instituto, y Dany...
—¡¿Dany?! —gruñe furioso—. ¿Tanta confianza tienes con él? ¡Creo que deberías llamarlo señor Alves, ¿no?!
Resoplo y con tranquilidad murmuro:
—Cariño, él...
—Me importa una mierda —me corta—. ¿Por qué tiene que abrazarte ese tío?
Molesto por su tonto reproche, grito:
—¡Porque necesitaba un abrazo o me iba a derrumbar por el trato de Mike! ¡Y, aunque te joda, volvería a abrazarlo en un momento así, porque ese tío, como tú lo llamas, no se ha propasado lo más mínimo, sino que sólo intentaba que yo me
calmase!
A partir de ese instante se abre la caja de Pandora y, como siempre, no sólo reñimos por lo que nos ha llevado a ello, sino que también salen a relucir otros temas.
Durante más de una hora, Kook y yo discutimos. Él me reprocha, yo le reprocho y, cuando ya no puedo más, chillo:
—¡Mike irá al psicólogo lo quieras o no! —Y, sin dejarle responder, prosigo—: Y odio que le impusieras a Mika que yo no viajaría. Pero ¿quién te crees que eres?
Kook me mira..., me mira..., me mira. Su mirada de Iceman enfurecido me traspasa, y entonces sisea: —Tu marido y el dueño de la empresa, ¿te
parece poco?
Esa contestación me subleva. ¡Será chulo el jodío alemán! Y, dispuesto a ser tan chulo como él, replico:
—Pues, al igual que a ti te surgen imprevistos, en esta ocasión me han surgido a mí, y el jueves me iré a la Feria de Bilbao.
—¡¿Qué?! —brama comiéndome con la mirada.
—Lo que has oído. Mika no puede y yo iré en su lugar.
—El trato era que no viajarías.
Sonrío con maldad, con esa maldad que sé que lo saca de sus casillas, y luego afirmo:
—Lo sé, pero al igual que en ocasiones tú me prometes regresar pronto a casa y después tienes que irte de viaje a Edimburgo, yo también puedo tener imprevistos, ¿o no?
Kook comienza a soltar por su boca sapos y culebras. ¡Qué mal hablado es cuando se enfada, y luego dice que soy yo! Se niega a aceptar que yo viaje, pero yo, sin bajarme de la burra, reitero una y otra vez:
—Voy a ir, y nada de lo que digas me hará cambiar de parecer.
Mi alemán, furioso, usa entonces su táctica más sucia y decide sacarme totalmente de mis casillas. Al final, el puñetero lo consigue y, cuando me recuerda la detención de la policía el día que salí con Mel, incapaz de entender que sea tan bicho, lo miro y grito:
—Pero ¡¿a qué viene ahora que me saques a relucir eso?!
—Porque todavía no hemos hablado de ese día. De cómo desapareciste sin permitirme saber dónde estabas y de cómo terminaron detenidos por la policía.
—Mira, Kook —lo corto, cansado de oírlo—. ¡Vete a la mierda!
Mi rabia, mi gesto y mi voz le hacen saber que ya ha conseguido lo que buscaba. No le hablo.
Sólo lo observo mientras él se limita a mirarme con su cara de perdonavidas. Y, cuando he respirado y contado hasta doscientos porque hasta cien era poco, siseo:
—¿Sabes, Kook? Lo peor de todo es que tú y yo deberíamos estar hablando sobre Mike —y, antes de que él diga nada, añado—: Pero, claro, como
siempre, el mocoso ya se ha encargado de cambiar
la dirección de la discusión, ¿verdad?
Kook no responde. Sabe que en cierto modo tengo razón y, tras salir del despacho, oigo que llama a Jeen y le pide que avise a Mike para que
baje.
Cuando Kook entra en la estancia y se sienta en su silla, no nos hablamos. Siempre pasa igual. El niño la pifia, el niño le da la vuelta a la tortilla y, al final, Kook se enfada conmigo.
¿Cuándo va a cambiar eso?
Cinco minutos después, Mike entra en el despacho, Kook se levanta de su sillón de supermegajefazo y, acercándose a él, le pregunta examinándole el ojo y la boca:
—¿Te duele?
El crío niega con la cabeza y mi marido se dirige a mí y dice:
—¿Por qué no lo has llevado al hospital?
Incrédulo por su pregunta, replico:
—Porque no es grave. Sólo son magulladuras.
—¿Ahora también eres doctor?
Su provocación delante del crío me subleva, me irrita otro poco más, y respondo:
—¿Sabes, Kook? Creo que deberías enfadarte con tu hijo, no conmigo. No soy yo quien se ha pegado con alguien en el instituto, ni tampoco al que han expulsado.
Mis palabras parecen despertarlo y, volviendo la vista hacia el el muchacho, que nos observa en silencio, por fin comienza a echarle un buen rapapolvo. Se lo merece, y yo, impasible, me siento, observo y escucho sin moverme. No tengo
nada que decir.
En un momento en que Kook hace un silencio, Mike me mira y me suelta:
—¿Disfrutas con esto?
Bueno..., bueno..., bueno... Pero ¿de qué va el mocoso?
Clavo mis ojos en Kook en busca de alguna palabra de apoyo y, al ver que ni se molesta, me levanto, me acerco al niñato y, con toda mi chulería, respondo:
—Ni te lo puedes imaginar.
—Jimin, Mike, ¡basta ya! —gruñe Kook.
El crío me lanza la fría sonrisa de los Jeon, y yo, que ya más calentito no puedo
estar, murmuro:
—¿Sabes, Mike? El que ríe el último ríe dos veces.
—¡Jimin! —protesta Kook.
Mi nivel de aguante y tolerancia vuelve a estar bajo cero y, como no quiero arrancarles la cabeza a ninguno de aquellos dos, me doy la vuelta, salgo del despacho y me encamino a mi habitación.
Necesito una ducha que me despeje y me enfríe o al final allí va a arder Troya, aunque estemos en Alemania.
Cuando salgo de la ducha, me encuentro a Kook sentado en la cama. Como siempre, su gesto ya no es el de minutos antes, pero como no me apetece
hacer migas con el enemigo, no lo miro y él dice:
—min..., ven aquí.
Me hago el sordo, ¡el sueco!, ¡el chino! Y él, al ver que no pienso hacerle caso, se levanta, camina hacia mí y, cuando va a tocarme, siseo con frialdad:
—Ni se te ocurra tocarme porque es lo último que me apetece. No sé qué narices te pasa o nos pasa últimamente a los dos, pero está visto que algo no va bien, y ya estoy harto de que tú digas
«¡ven!» y yo, como un idiota, te obedezca. —min...
—Estoy enfadado, ¡muy enfadado contigo! —
siseo rabioso—. Creía que, tras el bonito fin de semana que habíamos pasado en Venecia, nuestro a veces complicado mundo podría ser un poco mejor, pero no, ¡todo sigue igual! Continúas comportándote como un energúmeno conmigo ante
cualquier cosa que tenga que ver con Mike, ¡joder, que lo han expulsado! Y, por supuesto, no respetas que yo, como omega trabajador, tome una decisión
como la que he tomado de ir a la Feria de Bilbao. Así que ¡no me toques! Y déjame en paz, porque lo último que necesito ahora mismo es a ti.
Al oírme decir eso con tanta dureza, Kook da un paso atrás. Le agradezco el detalle y, una vez me pongo mi vestidito azulón y unos calcetines de
andar descalza, ante su atenta, desconcertada y fría mirada, salgo de la habitación con paso raudo y sin mirar atrás.
Cierro la puerta y respiro y, a grandes zancadas, bajo hasta la cocina. Está oscura. No hay nadie. Jeen y Victor ya están en su casita, y me siento en una silla para compadecerme de mí mismo sin encender la luz.
¿Cómo veinticuatro horas antes podíamos estar besándonos apasionadamente y ahora podemos estar así?
¿Por qué el fin de semana parecía entender todo lo que le dije en cuanto al niño y a mi trabajo y, ahora, todo vuelve a ser igual que antes de nuestra charla?
Durante un buen rato miro, observo mi jardín desde la ventana y recuerdo lo bonito que se pone en primavera. Pienso en mi padre. Intento imaginar
qué me diría que hiciera en una situación así y resoplo. Resoplo de frustración.
El resto de la semana, ambos estamos fríos como el hielo. La pobre Jeen nos observa, no dice nada, pero se da cuenta de todo y, con sus ojillos plagados de experiencia, me pide calma..., mucha calma.
Así estamos hasta el jueves por la mañana, que salgo del baño y Kook me está esperando. Cruzamos una rápida mirada, hasta que él se vuelve y, al ver mi maleta sobre la cama, dice:
—He llamado a Mel y le he dicho que se pase por casa.
Lo miro sorprendida.
—¿Por qué?
Con gesto serio, Kook me mira y, tras calibrar sus palabras, indica:
—He cancelado sus vuelos comerciales.
Iran directamente a Bilbao en nuestro jet privado.
Victor los llevará al aeropuerto.
Voy a replicar cuando añade:
—Es una tontería que vayan de aquí a Barcelona para que luego allí tenganque tomar otro vuelo para Bilbao. Pero, por supuesto puedes protestar —dice clavando la mirada en la mía—.
Vamos, es lo mínimo que espero de ti. Durante varios segundos, ambos nos
observamos. Nos retamos. Llevamos unos diítas malos, muy malos, y decido morderme la lengua aun a riesgo de que me envenene.
En cierto modo me gusta ir en el jet
directamente a Bilbao, algo que yo no le he pedido pero que él ha pensado por mí. Segundos después, cuando ve que no voy a decir nada, añade:
—Llámame o envíame un mensaje cuando hayan aterrizado en Bilbao.
—Vale —afirmo.
Y, sin más, se da la vuelta y sale de la habitación con paso rápido y decidido dejándome con la boca abierta como un tonto. Durante varios segundos, no me muevo.
¿Se ha marchado sin darme un simple beso?
La indiferencia de Kook cada día me mata más, pero como no estoy dispuesto a hundirme, termino de vestirme. Cuando oigo a Mel, bajo con mi maleta y, tras dar un beso a mis pequeños, nos vamos. Me marcho sin mirar atrás.
 

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