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El miércoles, después de dejar a la pequeña Sami en el colegio, Mel estaba abriendo la puerta de su coche cuando oyó que alguien decía:
—Buenos días, Melania.
Al darse la vuelta se encontró directamente con Gilbert Heine. Consciente de que, si el abogado estaba allí era porque quería algo de ella, lo saludó:
—Hombre, Gilbert, ¿cómo tú por aquí?
Sonriendo por su descaro, él se acercó y cuchicheó:
—Querida, creo que tú y yo tenemos que hablar.
Al ver su expresión, Mel supo que no podía esperar nada bueno de aquello y, mirándolo, dijo:
—Tú dirás.
Entonces, sin el menor escrúpulo, el hombre le soltó: —Tu futuro marido lleva años intentando formar parte de mi bufete. Su sueño siempre ha sido leer en el cartel: «Heine, Dujson, Hoffmann y Asociados». Y, si tú eres inteligente como creo
que eres, no lo estropearás. Mel, que no podía creer lo que estaba oyendo,
preguntó:
—¿A qué viene eso?
Gilbert sonrió con malicia y respondió:
—Johan me ha comentado lo ocurrido con Louise y, a pesar de que mi mujer te...
Incrédula y enfadada por lo entrometidos que eran aquéllos en relación con aquel tema, que ella no había vuelto a mencionar, gruñó:
—Mira, ¡hasta aquí hemos llegado! ¿Quieres dejar todos de meterse en mi vida? Louise me contó lo que le ocurría y yo simplemente le di mi opinión. Pero ¿de qué van? ¿Acaso ella no puede contarme lo que le dé la gana?
Sin perder los papeles, el hombre replicó:
—¿Sabes? Tae es el perfecto candidato para mi bufete, excepto por su mala suerte.
—¿Mala suerte?
Gilbert la miró y, asintiendo, cuchicheó:
—Entre el hijo que le ha salido de debajo de las piedras y estar con una problemática madre soltera que bebe cerveza y le permite a su maleducada hija que insulte a...
—¡Para hablar de mi hija tendrás que lavarte la boca antes! —lo cortó Mel furiosa.
—¿Crees que Tae es un hombre con suerte?
—preguntó él sin despeinarse—. Porque yo no lo creo. Sólo lo sería si desaparecieras de su vida, ya que estoy convencido de que nunca vas a dar la
talla para ser la mujer de Tae. Mel estaba furiosa al oír lo que aquel hombre
decía. Deseaba decir cosas terribles, pero se contuvo por no perMinicar más a Tae y finalmente respondió:
—Escucha, pueden irse a la mierda tú y tu bufete. Pero ¿quién te has creído que eres? Una cosa es que Tae quiera trabajar con ustedes y otra muy diferente que tú tengas que...
—Por cierto, no te conviene ser detenida por prostitución —la cortó él—. Ese detallito tampoco lo beneficia.
Al oírlo decir eso, Mel iba a protestar, pero él montó en su vehículo y se marchó dejándola boquiabierta y furiosa.
Durante varios minutos, no supo qué hacer, hasta que cogió su móvil y marcó el número de Tae.
—Hola, preciosa —contestó él.
Su tono de voz... Su alegría le dolió en el alma, y dijo:
—Tae, ese desgraciado de Gilbert ha venido a la puerta del colegio y...
—Por el amor de Dios, Mel, ¿quieres hacer el favor de dejar de insultar a las personas por el simple hecho de que no te caigan bien? —Y, sin dejarla hablar, siseó—: Mira, Mel, estoy con mi padre y con Peter y no tengo tiempo para discutir
contigo.
La exteniente tomó aire y, sin ganas de montar un numerito a pesar de lo furiosa que estaba, dijo antes de colgar:
—Vete a la mierda. Ya hablaremos.
Luego, encabritada, subió a su coche. Durante un rato pensó en lo ocurrido, en las cosas desagradables que Gilbert Heine le había dicho y, necesitada de hablar con alguien que le diera fuerzas y que la entendiera, llamó a Jimin:
—¿Dónde estás?
—En la oficina —respondió su amigo—. ¿Ocurre algo?
Mel miró a su alrededor y preguntó:
—¿Puedo ir a verte?
—Por supuesto, y si me traes un frapuchino de chocolate blanco, ¡te como a besos! —Al ver que su amiga no reía al oír eso, añadió—: Oye, ¿qué
pasa?
Como no quería angustiarlo, Mel respondió:
—Tranquilo. Sólo quiero comentarte algo.
—Ok. Aquí te espero.
Cuando colgó, Mel arrancó el motor y se marchó.
Media hora después, tras estacionar su coche en un parking, pasó por el Starbucks más cercano, compró dos frapuchinos y subió al despacho de su
amigo. Necesitaba hablar con el. Cuando Min la vio aparecer, se levantó de su
silla y, sonriendo, dijo mientras abría los brazos:
—Y me traes de verdad el frapuchino de chocolate blanco, ¡te quiero..., te quiero! Mel sonrió por su efusividad. Min era pura vitalidad y, tras darle un beso a aquél, que le había arrebatado el vaso de las manos, se sentó en una silla y dijo:
—Tengo un problema.
Min, que sacaba con cuidado un poco de nata con la pajita verde, se la metió en la boca y, omitiendo los problemas que ella tenía, dijo:
—Dios..., así nunca voy a adelgazar, pero está tan rica la nata... —Luego se sentó junto a su amiga y preguntó—: Muy bien. Dime, ¿qué pasa?
La exteniente dio un trago a su bebida y, sin esperar un segundo más, le contó lo ocurrido a Min, que pasó de la sorpresa a la incredulidad y, de ahí, a la indignación.
—Pero ¿ese tío es idiota o qué? ¿No lo has mandado a la mierda?
—Sí, y después he mandado a la mierda a Tae.
Min la miró sorprendido y se apresuró a añadir:
—Tienes que contarle todo esto a Tae.
—Lo he intentado, Min. Pero cada vez que menciono algo de ese bufete, se lía y no me deja hablar. Yo no soporto a esa gente, y Tae no soporta saberlo.
Cogiendo el teléfono, Min la miró y dijo:
—Ahora mismo lo llamamos y se lo cuentas todo punto por punto. Esto no puede continuar así. Mel cerró los ojos un instante, le quitó a su amioa el teléfono de las manos y replicó:
—Ahora no, Min. Está con Peter y su padre, y no creo que sea el momento. Además, pronto tendremos la fiesta de compromiso y, si le cuento esto, se la estropearé.
—Pero, Mel..., ese tipo es...
—Es un desgraciado —la cortó ella—. Pero ahora no puedo hablar con Tae y, por supuesto, ni una palabra a Kook; ¿me lo prometes? Min suspiró y, al ver la cara seria de su amiga, finalmente dijo:
—Te lo prometo. Pero como esto se vaya de madre y no se lo cuentes a Tae, te juro que se lo contaré yo.
Aquella mañana, cuando Mel salió de las oficinas de Jeen, se fue directamente a su casa y, al entrar y oír risas, se dirigió hacia el salón, donde se encontró con Tae y Peter. Ver la felicidad en sus rostros hizo que se sintiera mal. Si hablaba ahora sobre lo que ocurría con aquéllos, todo iba a cambiar, por lo que, suspirando, decidió dejar el tema para otro día.
Durante varios minutos los observó jugar desde el sofá con unos mandos delante de la tele y, cuando supo que podía controlar la voz, dijo:
—Pero bueno, ¿tú no tienes que trabajar y tú no tienes que estudiar?
Al oírla, Peter se calló, y Tae paró el juego y se levantó.
—Hola, cariño —dijo—. Esta mañana Peter y yo hemos ido a desayunar con mi padre y después los tres hemos ido a una entrevista en un instituto.
—¿Y? —preguntó ella.
El muchacho iba a responder, pero Tae le pidió un segundo, llevó a Mel aparte y preguntó:
—Antes de responder a eso, ¿por qué estabas de tan mala leche esta mañana y dónde has visto a Gilbert? Por cierto, teniente, odio que me cuelgues como lo has hecho, y más si encima me mandas a donde me has mandado.
Durante unos segundos, ella calibró su respuesta. Tenía que contarle lo que ocurría. Debía ser sincera con él en relación con el acoso que estaba sufriendo por algo que un día Louise le había comentado. Pero, incapaz de hacerlo, respondió cambiando el gesto:
—Vi a Gilbert en el colegio de Sami. Por cierto, me dieron saludos para ti.
—¿Y tu mala leche?
—Un tipo me hizo una pirula con el coche. Sólo era eso.
Tae la miró a los ojos. Intentó leer lo que éstos querían decirle, pero no tenía ganas de poner en duda lo que ella le contaba, así que asintió y, volviendo a sonreír, dijo mientras se acercaba con ella de nuevo hasta Peter:
—Como te decía, hemos ido a un instituto que a Peter le ha gustado bastante, ¿verdad, campeón?
Con una sonrisa que descongelaría el Polo Norte, el muchacho asintió y afirmó emocionado:
—¡Qué pasada de instituto! Hasta tienen un portátil para cada alumno. No como en el mío, en el que hay uno y viejo para toda la clase.
Mel sonrió. Sin duda, lo que Peter decía era verdad y, tocándole el pelo con ternura, indicó:
—Sólo queremos lo mejor para ti, cariño, y si ese colegio te gusta, intentaremos por todos los medios que puedas ir allí.
Peter y Tae se miraron y, tras chocarse la mano, el abogado dijo:
—Por cierto, luego hemos ido de compras y te he comprado el iPhone 13 que querías, ¡caprichosa!
Encantada, Mel aplaudió al ver la cajita de su nuevo iPhone 13 sobre la mesita. Por fin podría aparcar el viejo móvil que había tenido que rescatar desde que el suyo acabó dentro de una jarra. —También le he comprado a Peter un portátil
en la tienda de mi amigo Michael. Casualmente, allí tenían puesto este juego en uno de sus ordenadores, los dos hemos comenzado a jugar y lo he comprado también. ¡No veas qué pasada!
Divertida, y obviando lo ocurrido aquella mañana, Mel lo miró y, como si fuera la madre de aquel gigante de ojos hermosos y pelo negro, preguntó:
—¿Y tú no tenías trabajo?
Con una pícara sonrisa, Tae volvió a sentarse con Peter y, dirigiéndose a ella,
respondió:
—Tenía un par de visitas que atender, pero Aidan se ha encargado de ellas. No eran importantes.
La exteniente asintió. Sin duda, Peter le estaba cambiando la vida a Tae y, feliz de que así fuera, se sentó entre ellos dos y, mirándolos, afirmó:
—Muy bien, listillos. Quiero jugar. ¿A quién machaco primero?
 
 
 
 
 
 
 
 
Mel y Tae están felices por su fiesta de compromiso, y yo lo estoy también por ellos. Esta mañana, tras hablar con Mel por teléfono durante casi una hora, hemos decidido que los niños se queden en mi casa. Es lo mejor. Pipa y Bea los cuidarán.
Tras la noche de la botella de las pegatinas rosa no he vuelto a discutir con Kook, pero ya no me voy a engañar más: soy el monasabio. Soy consciente de que en nuestra casa se cuece algo y, el día que explote, no sé quién se va a salvar.
Cuando Mel aparece con Bea, que se encargará de cuidar a Sami esa noche en mi casa, y con Peter, Mike, que ya ha sido avisado por Kook, baja a recibirlo.
Sin decir nada, observo cómo Sami, después de darnos un beso a mi marido y a mí, corre tras el pequeño Kook, y también cómo Mike no se mueve y mira a Peter con curiosidad.
—Y éste es Mike —oigo que le dice Mel a Peter—. Ambos tienen más o menos la misma edad, y seguro que pueden hablar de mil cosas.
Los dos adolescentes asienten con la cabeza y no dicen nada.
Yo no abro la boca y sólo espero que mi jodido hijo sepa comportarse con el muchacho. Kook, que está junto a Mel, al ver que Mike no dice nada, mira a Jeen e indica:
—Peter puede dormir esta noche en la habitación de invitados, ¿está preparada?
—Sí, señor —dice la mujer sonriendo y, acercándose al chico, murmura—: Bienvenido,
Peter, soy Jeen. Si quieres cualquier cosa, sólo tienes que pedirla, ¿de acuerdo?
—Lo haré, señora. Gracias —responde el crío.
La educación de Peter es exquisita.
Ver a ese muchacho, al que le ha faltado de todo, me hace darme cuenta una vez más de que no es necesario criarse en una familia con dinero para ser educado. Sin duda, Peter es un gran ejemplo. Ojalá Mike tomara nota.
—¿Y Tae? —pregunto.
Mel se retira el pelo de la cara y responde con picardía:
—Se ha ido para el restaurante. Había invitados que llegaban pronto.
Conociendo a Tae, seguro que la cena será de las buenas y, cuando voy a contestar, oigo que Kook dice:
—Mike, a Peter le gustan mucho los ordenadores, y me consta que juega a los mismos juegos que tú.
Los dos adolescentes intercambian una mirada y Mike pregunta:
—¿Juegas a «League of Legends»?
—Sí.
—¿Y a «World of Warcraft»?
Peter saca su portátil nuevo de la mochila y afirma:
—En éste soy muy bueno. ¿Y tú?
Mike sonríe. Como siempre, ver su sonrisa me hincha el corazón. A continuación, cuando los dos suben corriendo por la escalera, Kook dice:
—No se acuesten muy tarde.
—Vale, papá —responde Mike.
Mel, Kook, Jeen y yo nos miramos y sonreímos. ¿Qué tendrán esos juegos, que
hermanan a desconocidos?
Tras besuquear a los pequeños, que están en la piscina con Pipa y Bea, nos marchamos. Tenemos una gran noche por delante.
Cuando llegamos al restaurante nos encontramos con varios amigos, pero mi subidón es máximo en el momento en que oigo decir a mi espalda:
—¡Sorpresa!
Al volverme me encuentro con Mina y Nam. Al verlos, grito enloquecido y corro a abrazarlos:
Decir que los quiero ¡es quedarse corto! Y, cuando por fin consigo calmarme, pregunto:
—¿Y sofi?
Sonriendo y sin soltarme la mano, Mina responde:
—Se ha quedado en casa de mis padres.
Los vuelvo a abrazar. Estoy emocionado por tenerlos allí con nosotros. Para mí, ellos son de la familia como Mel y Tae. Amigos que conocí de manera extraña y que al principio me escandalizaron con su comportamiento, pero para mí son especiales. Muy especiales.
Agarrada de su futuro marido, Mel habla con Kook y Nam, pero entonces observo que su gesto cambia. Me apresuro a mirar hacia la puerta y veo entrar a Gilbert Heine y a su mujer junto a otros tipos trajeados que presupongo que son abogados.
Rápidamente, camino hacia mi amiga y me pongo a su lado. Sé lo que piensa, pero Tae, sin perder su sonrisa, va a saludar a los recién llegados.
—¿Qué hace esa pandilla de idiotas aquí? — cuchicheo.
—No lo sé. Tae no me dijo que vendrían — responde Mel.
Instantes después, Tae se acerca hasta nosotros con aquéllos y, mirando a Mel, anuncia:
—Cariño, Gilbert, Heidi y otros asociados han llegado.
Observo cómo mi amiga cambia el gesto por una falsa sonrisa y, tras besarlos con cordialidad, dice:—
Gracias por venir.
—No nos lo podíamos perder —afirma Gilbert con una sonrisa de rata.
—Un futuro enlace es siempre motivo de felicidad —añade la perra de Heidi.
Gilbert, que veo que tiene el brazo sobre el hombro de Tae, dice entonces:
—Y nosotros estamos felices de estar invitados a un acontecimiento tan especial como lo es la fiesta por el enlace del que, ¿quién sabe?, podría ser nuestro próximo socio mayoritario.
—Eso, ¿quién sabe?... —repite Dujson, el otro abogado, entrando por la puerta.
A Mel se le corta la respiración cuando Gilbert la mira y, guiñándole el ojo, añade:
—Tae, eres uno de los mejores y, la verdad, Gilbert, Dujson, Kim y Asociados es un buen nombre, ¿no te parece?
Tae sonríe, agarra a Mel por la cintura y afirma mientras ésta lo mira:
—Sin duda, suena muy bien, ¿verdad, cariño? Mel, que sé que tiene ganas de armar la marimorena, sonríe también y contesta:
—Sí, cielo, suena muy bien.
Dicho esto, veo que Tae le presenta a aquéllos a Kook y a Nam, y Mel, disculpándose, me coge de la mano y vamos los dos al baño. Una
vez entramos y me cercioro de que no hay nadie más, murmuro al ver lo pálida que está mi amiga:
—Respira y no dejes que ese asqueroso te estropee este momento tan bonito.
Mel asiente, se echa agua en la nuca y, con
seguridad, dice:
—Tienes razón. Yo puedo con ello. Volvamos a la cena.
Diez minutos después, cuando veo que Mel está disfrutando de nuevo de su fiesta, Mina se acerca a mí y cuchichea:
—Aún no me lo puedo creer: el guaperas de Tae, ¡padre de un adolescente y una pequeña, y encima ahora se va a casar!
Su comentario me provoca risa, y respondo obviando a Peter:
—El guaperas ha encontrado a la mujer que necesita a su lado. Y sólo te diré que, si por él hubiera sido, ya se habría casado hace más de un año, pero Mel lo frenó.
Mina abre los ojos sorprendida.
—Créetelo —digo—. Es así.
Mina sonríe, mira a Mel y ésta, al ver que la miramos, se acerca a nosotros y murmura:
—omegas, me pitan los oídos. ¿Qué hablan de mí?
Mina y yo soltamos una carcajada, y luego ésta responde:
—Simplemente decía que estoy sorprendida de que Tae finalmente pase por la vicaría.
Mel asiente y, sin perder su buen humor, cuchichea:
—Pues deberías sorprenderte más de que la que vaya a pasar sea yo. De hecho, cuando llamé a mi madre para decírselo, lo primero que me preguntó fue: «¿Qué has bebido, Melanie?». —De nuevo, todos reímos, y después Mel añade encantada—: La verdad es que Tae tiene todo lo que siempre busqué en un hombre.
En ese instante, el camarero nos indica que el salón está preparado. Tae busca a Mel con la mirada y ella, tras guiñarnos un ojo, se va.
—¡Me encanta! —murmura Mina.
Asiento, Mel es un amor de chica.
—Pues, cuanto más la conozcas, más te encantará —afirmo—. Ya lo verás.
Mina asiente y, sin movernos de donde estamos, pregunta:
—¿Mel y tú alguna vez...?
Al entender a qué se refiere, rápidamente niego con la cabeza.
—No. Nunca.
—¿Por qué? Pero si está buenísima...
Oírla decir eso me hace reír, y murmuro:
—Porque las omegas no me van, en el sentido en que te van a ti...
—Pero nosotros hemos jugado y te he visto jugar con otras...
Asiento. Tiene más razón que un santo y respondo:
—Digamos que me encanta dejarme mimar. Sólo eso.
Ambos reímos, y entonces Mel regresa de nuevo a nuestro lado y pregunta:
—Vuelven a pitarme los oídos. ¿De qué hablan?
Mina y yo intercambiamos una mirada y ella explica:
—Le preguntaba a Min si tú y ella..., ya sabes...
Mel me mira, yo sonrío y ella contesta:
—La respuesta es no. El sentimiento que ambos tenemos va más allá de lo sexual y nos impide hacer ciertas cosas.
—Totalmente de acuerdo —afirmo chocando mi copa con la de ella—. Mel es como mi hermana, y con ella no podría hacer ciertas cosas, como no podría hacerlas con mi hermana Hye.
Mina asiente. Me dispongo a decir algo cuando Mel afirma:
—Para mí, Min es intocable en todos los sentidos.
—Guauuu —me mofo divertido.
—¿Sólo Min? —pregunta Mina con picardía.
Al entender a lo que se refiere, Mel sonríe y asegura:
—En el sentido en el que lo preguntas, sí.
Encantada con la aclaración, Mina, que es una loba de agárrate y no te menees, tras un barrido de cuerpo a Mel que me calienta hasta a mí, levanta su copa y dice:
—Me alegra ser su amiga en lugar de su hermana. ¡Viva la amistad!
Los tres chocamos nuestras copas riendo. Desde luego, como diría mi hermana, ¡nos falta un tornillo!
La cena transcurre de un modo agradable. Amigos conocidos y no conocidos brindamos por los felices novios, y ellos se besan ante nuestros aplausos, mientras observo a Gilbert y a sus secuaces y me cago en toda su casta.
Kook, que está a mi lado, no me suelta. Es de las noches en las que siento que su posesividad es total y, cuando la cena acaba y todos pasamos al salón a tomar una copa, me mira y murmura:
—Tae ha propuesto ir al Sensations cuando se vayan algunos invitados; ¿te apetece?
Asiento complacido. Lo esperaba, y nada me apetece más.
Durante un par de horas, charlamos con unos y otros hasta que Tae, tras despedir a los últimos invitados, entre los que están Gilbert y los demás abogados con sus respectivas mujeres, nos mira y dice a los nueve que quedamos:
—Sigamos con la fiesta.
Los que quedamos asentimos y, encantados, nos vamos al Sensations. Nada más llegar, cuando ve a Tae, el jefe del local se dirige a él:
—Como pediste, tienen reservada la sala del fondo.
Tae asiente. Luego, estoy hablando con Mina cuando de repente oigo:
—Qué ilusión, ¡Kook y Min!
Al volverme, veo a Ginebra y a su marido. Voy a saludarlos cuando, sorprendentemente, Mina, que está a mi lado, dice alto y claro:
—¿Qué hace esa asquerosa aquí?
—Cariño... —murmura Nam al oírla.
Yo me quedo petrificado, pero Ginebra, en lugar de amilanarse, se acerca.
—Pero bueno, Mina, ¿no saludas? —le suelta.
Mi amiga Mina, que tiene una personalidad arrolladora, tras mirar a Kook y a su marido, que nos observan, clava los ojos en aquélla, que está despampanante con un vestido verde claro.
—Valoro mi tiempo y no lo pierdo saludando a zorras —replica a continuación. Y, sin más, se agarra de Nam, ambos se dan la vuelta y se marchan dejándome sorprendido a mí y también al resto.
La incomodidad se palpa en el ambiente, pero Ginebra, sin cambiar el gesto, nos dice:
—Vaya, veo que hay personajes que no cambian.
¡¿Personajes?!
¿Ha llamado «personaje» a mi Mina?
A ésta le tapo yo la boca con una de las mías, pero cuando voy a hablar, Kook me agarra del brazo para que me calle y lo oigo decir:
—Ginebra, si no te importa, nos esperan en una fiesta privada.
Me encanta que Kook haya dicho esa última palabra: ¡«privada»! Lo siento por Ginebra pero, agarrándome al brazo de mi marido, me doy la vuelta y camino con el resto de mis amigos.
Cuando entramos en la sala privada, un camarero nos sirve unas copas que todos
aceptamos con ganas. Mina se acerca entonces a Kook y a mí y pregunta:
—¿Desde cuándo está esa tiparraca aquí?
Kook sonríe, da un sorbo a su bebida y murmura:
—Mina..., no seas así.
La aludida mira entonces a mi amor y sisea:
—Ten cuidado con esa zorra y no te fíes de ella.
Su claridad me hace reír. Eso siempre me ha gustado de Mina.
Durante varios minutos, mientras ella despotrica sobre Ginebra, observo para ver si Kook le habla de la enfermedad de ella pero, al ver que no dice nada, yo tampoco hablo. Si Kook es discreto, yo lo seré también. Lo que le ocurre a
Ginebra con su salud no es algo para frivolizar.
Acto seguido, Nam se acerca a nosotros y Kook y él comienzan a hablar con otro tipo,
momento en el que Mina me mira y dice:
—Ten cuidado con esa perra. Es mala y te la puede jugar cuando menos te lo esperes.
—Tranquila, es encantadora conmigo — respondo sonriendo—. No ha hecho nada por lo que tenga que preocuparme.
—Qué asco le tengo... —prosigue Mina—. Eso sí, ya me encargué de dejárselo todo bien clarito antes de que se marchara con ese tal Félix.
Aunque, si te soy sincera, creo que es lo mejor que le pudo pasar a Kook porque, así, con el tiempo te conoció a ti.
Asiento. No quiero que las palabras de Mina en referencia a Ginebra me hagan cogerle manía, por lo que afirmo con positividad:
—Pues entonces quedémonos con eso y olvidémonos de ella.
Mina y yo brindamos y no volvemos a mencionarla.
La música suena y, rápidamente, algunas nos lanzamos a bailar. Digo algunas porque Kook no baila ¡ni loco! Él, con mirarme apoyado en la barra improvisada que el dueño del Sensations ha instalado en aquella sala, tiene bastante.
Mientras bailo junto a Mel la canción Talk Dirty de Jason Derulo, observo a mi amor. El lugar es provocador, él es sexi y la canción es calentita. Y, clavando la mirada en sus ojazos verdes, muevo las caderas mientras canturreo
aquello de «¿Vas a hablarme sucio a mí?». Sucio..., la palabra «sucio» nunca me ha gustado, pero allí donde estoy tiene un significado especial, me gusta y me excita.
Me provoca tanto que, mientras muevo las caderas ante la atenta mirada de mi impresionante rubio, cuando mi oscuro y ondulado pelo cae en cascada sobre mis ojos, lo retiro con coquetería y observo a mi amor sonreír.
A pocos metros de donde bailo, observo cómo Nam desnuda a Mina en una enorme cama y que Tae y Mel, que ha dejado de bailar, hacen lo mismo. Sin lugar a dudas, el juego caliente acaba de comenzar.
Vuelvo a mirar a Kook, que no me quita ojo. Sabe que esa provocativa canción me gusta, y también sabe que esa provocación va dirigida única y exclusivamente a él. Acercándome a donde está, sin parar de contonearme para seducirlo, me arrimo a él y le susurro al oído:
—¿Vas a hablarme sucio a mí?
Esa incitante frase es parte de la canción. Y, sonriendo, él responde:
—A ti te hablo como tú quieras.
Ambos reímos y, echándole los brazos al cuello, lo beso, mientras él enreda las manos en mi pelo. Durante un buen rato, escucho música agarrada
a mi amor mientras observo cómo otros juegan, y me excito al ver a Mina en acción. ¡Es una loba!
La música cambia entonces, y la voz de Norah Jones inunda el reservado mientras canta Love Me. Kook suspira y, agarrándome, pregunta:
—¿Bailamos?
Mi sonrisa lo dice todo.
Abrazado a él, comienzo a bailar aquella canción que tantas veces he escuchado en nuestra casa y hemos bailado a solas en su despacho. Compenetrados, mi amor y yo cantamos aquella bella melodía mirándonos a los ojos.
Todo en él me gusta.
Sé que todo en mí le gusta.
Estoy excitado y siento su creciente y caliente erección a través de la tela de nuestra ropa, que nos separa. Sin pudor, nuestros cuerpos se tocan deseosos de algo más mientras bailamos. Discutimos, nos amamos, volvemos a discutir,
pero estoy tan convencido como él de que estamos hechos el uno para el otro y de que nuestro amor perdurará en el tiempo.
Oírlo cantar a él, que era el hombre más hermético del mundo, me emociona. En estos años,
Kook ha cambiado y se ha hecho a mí. Ya no es raro verlo canturrear o bailar conmigo a solas; eso era impensable cuando lo conocí, pero él por mí hace
esas cosas, como yo lo hice en su momento al abandonar corea para seguirlo y estar con él.
Nos miramos a los ojos y me callo enamorado cuando mi amor canturrea aquello de «Lo único que pido es que, por favor..., por favor, me quieras».
Pero ¿cómo no lo voy a querer si estoy completa y locamente enamorado de él?
Abrazada a mi amor, cierro los ojos y disfruto de ese momento mágico mientras soy consciente de que él no se fija en otro omega. Sólo tiene ojos para mí.
No sé si Kook sabe cuánto lo necesito. A veces me hace dudarlo cuando antepone el trabajo a mí,
pero cuando tiene momentos como éste, en el que baila conmigo, sé que lo hace de corazón. Me gusta siempre que me hace sentir especial y, en este instante, en este segundo lo está haciendo y yo soy el omega más feliz del mundo mientras bailo con él esa romántica y maravillosa canción.
Tan pronto como termina, comienza otra, y yo continúo abrazada a mi amor bailando y disfrutando del momento mientras a nuestro alrededor la gente disfruta del sexo con libertad y se oyen sus jadeos.
¡Excitante!
De pronto, unas manos, además de las de mi marido, me agarran por la cintura y oigo que alguien dice en mi oído:
—Suena nuestra canción.
Kook y yo nos miramos y sonreímos. Sin lugar a dudas, Cry Me a River es una canción muy especial para Tae, para Kook y para mí.
Entonces, mi amor murmura:
—Aún recuerdo lo bien que lo pasamos aquella noche en casa de Tae, cuando tú,
pequeño, nos poseíste a los dos mientras sonaba esta canción.
Asiento. Sonrío y cierro los ojos mientras bailamos..., nos devoramos..., nos excitamos.
Recuerdos. Preciosos y calientes recuerdos toman mi mente mientras siento que la complicidad que nos unió años atrás sigue vigente entre nosotros y que, por suerte, a Mel, la futura esposa de Tae, no le importa y respeta dicha complicidad.
Los tres bailamos la sensual canción interpretada por la voz de Michael Bublé, mientras Kook devora mi boca y Tae pasea las manos por mi cuerpo.
Inconscientemente, miro a mi alrededor en busca de Mel y observo que ella está desnuda sobre una cama pasándoselo bien con Mina y Nam. Nuestras miradas se encuentran y mi amiga me sonríe. Su gesto me hace saber que aprueba aquello y, sin dudarlo, cojo las manos de los dos y, mirándolos a los ojos, los llevo hasta la
enorme cama donde Mel disfruta.
Kook y Tae se sientan uno a cada lado sin hablar. Mi amor vuelve a tomar mi boca mientras me desabrocha la camisa y Tae me abre las piernas y me besa la cara interna de los muslos.
Mis jadeos no tardan en llegar, y Kook, que está atento a mí, sonríe y murmura:
—Disfruta y disfrutaremos nosotros.
Lo sé. Sé que es así. El placer que esos dos hombres saben proporcionarme no me lo ha proporcionado ningún otro dúo. Kook y Tae, Tae y Kook están compenetrados para mí en cuanto al arte de dar placer.
Como dos expertos en el tema, me desnudan, me tocan, me chupan y me hacen disfrutar. Tae ya está desnudo. Tras levantarse, hace que me siente sobre él y, pasando los brazos bajo mis muslos, susurra mientras Kook se quita la ropa:
—Eso es, déjate manejar.
Su voz en mi oído y la mirada de mi amor es morbo puro y, cuando Kook se agacha y pasea la boca por mi humedad, tiemblo. Tae, que es quien me sujeta, me abre bien los muslos para mi amor y dice en mi oído:
—Primero te follará él y después te follaré yo; ¿estás preparado, precioso?
Asiento. Asiento y asiento. ¡Preparadísimo!
Para ellos dos estoy siempre preparado. Entonces, Kook se levanta, me mira y me besa dejándome el sabor en la boca de mi propio sexo.
Enloquecido por el momento, mete su duro pene en mi vagina y lenta, muy lentamente, se introduce del todo en mí mientras yo gimo y Tae murmura:
—Jadea..., grita..., vuélvenos locos de placer.
Al oír mi jadeo, Kook mueve las caderas y se clava de nuevo en mi interior. Yo grito. Con movimientos secos y contundentes, mi marido entra y sale una y otra y otra vez de mí, mientras yo lo acepto. Mis jadeos los vuelven locos. Mis resuellos los excitan, cuando siento cómo las manos de aquellos dos me tienen totalmente
inmovilizado y sé que estoy a su merced.
Mis perversos y calientes gritos avivan su deseo, y entonces Kook, agarrándome de la cintura con fuerza, se levanta de la cama conmigo en brazos. Tae se incorpora también y, mientras mi amor me maneja para encajarme una y otra vez en él, soy consciente de que nuestro amigo se pone un preservativo.
Como un muñeco me muevo entre sus brazos, hasta que Kook da un alarido gustoso y sé que ha llegado al clímax. Me mira agotado y, sin salirse de mí, susurra:
—¿Todo bien, cariño?
Asiento. Todo mejor que bien.
Con cuidado, sale de mí, se sienta en la cama y, haciéndome sentar sobre él, vuelve a abrirme los muslos como instantes antes ha hecho Tae. Después me besa en el cuello y, mientras observo cómo Tae le devora los labios a Mel, que está a nuestro lado disfrutando con Mina y Nam, Kook me dice al oído:
—Eres mío.
Extasiado por sus palabras, por su voz y por el momento, veo cómo Tae abandona la boca de su mujer, se acerca a nosotros y, tras echarme agua en
el sexo para lavarme, me coge por la cintura, acerca su duro pene a mi empapada vagina y me empala por completo.
Mientras Kook me abre los muslos para Tae, no para de decirme lo precioso que soy, cuánto me ama y lo mucho que lo excita verme así.
Uf..., qué placer..., qué calor. Tae, que está tan excitado como yo, no me suelta las caderas y, con movimientos certeros y precisos, me empala una y otra vez, mientras yo disfruto y me dejo llevar por el momento.
Las acometidas no paran hasta que Kook lo pide. Entonces, sin salirse, Tae me levanta y siento cómo Kook guía también su pene hacia mi vagina y murmura en mi oído:
—¿Puedo?...
Asiento..., claro que puede y, excitada al notar aquello, afirmo:
—Soy tuyo. Hazlo.
La lengua de Kook se pasea por mi cuello cuando lo oigo decir con voz trémula:
—Despacio, Tae...
El abogado me sujeta con control mientras mi amor forza la entrada de su verga en mi ya repleta vagina y, al final, lo consigue. Ambos penes se funden en uno solo, y el placer que siento es indescriptible, increíble, y jadeo.
Lo que mis dos adonis me hacen me vuelve loco y, cuando estoy empalado vaginalmente por sus enormes y duros miembros, comienzan a moverse y mis gemidos se vuelven gritos de puro placer mientras veo que Mel se acerca a Tae y,
tras abrazarlo, lo besa.
Loco. Loco me vuelven Kook y Tae con su completa posesión, y eso me hace echar la cabeza para atrás. Noto mi vagina llena, repleta a rebosar, pero el placer es tan intenso, tan inmenso que no quiero que esa sensación acabe.
Siento la respiración de Kook en mi espalda mientras sus manos exigentes me mueven en busca de nuestro placer. Kook y Tae. Tae y Kook. No
paran. Son insaciables. Sus respiraciones y sus movimientos me enloquecen, y yo me dejo manejar como si fuera un muñeco. Me gusta ser su juguete y lo soy mientras juegan conmigo y me miman a nuestra particular manera.
Querría mirar a mi marido y besarlo como hacen mis amigos y, como si me leyera la mente,
mi amor susurra en mi oído:
—Después, mi corazón..., después.
Calor..., tengo muchísimo calor mientras la sangre corre descontrolada por mi cuerpo y todas mis terminaciones nerviosas me hacen saber que me voy a correr.
Cuatro manos me sujetan, dos cuerpos me poseen, y mi vagina está totalmente dilatada y empapada por mis fluidos.
Placer..., placer..., el placer me toma y, cuando ya no puedo más, me dejo ir mientras mi cuerpo es movido por aquéllos, que instantes después se
corren por y para mí.
Pasados unos segundos, cuando Tae se sale, me guiña un ojo y se marcha con Mel a una de las duchas. En cuanto Kook sale de mí también, me doy la vuelta y mi amor murmura mirándome a los ojos: —Vamos..., bésame, lobito.

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