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El jueves, Kook y yo nos dirigimos en silencio al trabajo en su coche.
Sigue enfadado por lo ocurrido en el Guantanamera. Si hay algo que a Kook lo saque de sus casillas es que lo eche de mi lado, y la otra noche, lo eché. ¡Mea culpa!
Una vez llegamos a Jeon, ambos bajamos del coche y, sin apenas rozarnos, caminamos hasta el ascensor, donde cada uno pulsa el botón de su planta. Lo miro con la esperanza de que haga lo mismo que yo, pero nada, ¡imposible! ¡Como si no existiera!
Cuando el ascensor se para, tengo ganas de besarlo, de recordarle que lo quiero, que me muero por él y que como él no hay nadie, pero su cara de pocos amigos me hace saber que no le apetece oírme.
—¿Irás a la reunión que hay a las diez en la sala de juntas? —le pregunto entonces.
Kook asiente y responde con voz neutra:
—Por supuesto.
Desesperado, insisto:
—Por favor, mírame y dime que ya se te ha pasado el enfado.
Mi chico me mira, ¡por fin! Pero, sin cambiar su gesto de perdonavidas, responde:
—Tengo trabajo, Jimin.
Uis, ¡Jimin!... ¡Mal asunto!
Desisto. Doy un paso al frente, salgo del ascensor y, cuando siento que las puertas se cierran tras de mí, resoplo y murmuro en coreano para que nadie me entienda:
—Jodido cabezón.
Dicho esto, camino con decisión hacia mi despacho y Tania, la secretaria, al verme se levanta y dice:
—Jimin, esta mañana han llegado unas flores para ti.
Asiento y, al entrar, veo sobre mi mesa un precioso ramo de rosas rojas y frunzo el ceño.
¿Quién me las habrá enviado?
Dejo el bolso sobre la mesa, camino hacia el ramo que Tania ya ha colocado en un bonito jarrón de cristal y, cogiendo la nota, leo en coreano:
 
 
Nunca dudes que te quiero, a pesar de que en ocasiones me llevas al límite.
Tu gilipollas
 
 
 
Sonrío. No puedo evitarlo. Esos detalles son los que hacen que cada día esté más enamorado de él.
¡Me lo comooooooooooo! ¡Me lo como con tomate!, como dice mi hermana.
Kook es único. Irrepetible. Inigualable
sorprendiéndome.
Me guardo la nota en el bolso, cojo el móvil y escribo un mensaje:
 
 
Te quiero..., te quiero..., te quiero.
 
 
Le doy a «Enviar» y, con una sonrisa, espero la respuesta. Pero, transcurridos dos minutos, me sorprendo a mí mismo preguntándome: «¿De verdad no me va a contestar?».
Después de diez minutos tengo ganas de estrangularlo y, cuando han pasado ya cuarenta y cinco, lo único que me apetece es coger las flores y estampárselas en la cabeza.
Pero ¿cómo puede ser tan cabrito?
Estoy sumido en mis pensamientos cuando Mika entra en mi despacho, ve las flores y dice:
—Qué preciosas, ¿son de Kook? —Asiento y, sonriendo, cuchichea—: Todavía no puedo creer que el jefazo sea tan romántico contigo.
Asiento de nuevo. Romántico es, y cabezón, ¡ni te cuento! Pero eso no lo digo. No quedaría bien.
Mika se sienta y, juntos, ultimamos detalles de la reunión. Queremos presentarles a Kook y a la junta directiva el planning de las siguientes ferias en las que Jeon participará, y ambos deseamos que todo cuadre a la perfección.
Una vez hemos acabado, Mika y yo nos dirigimos hacia la sala de juntas con nuestras tablets en la mano y nuestros teléfonos móviles. Al llegar, varios hombres de la junta directiva, que me conocen, me saludan con cordialidad. Les hace gracia que trabaje en la empresa y, cuando Kook entra, como siempre ocurre, el universo se eclipsa para todo el mundo y le muestran pleitesía como si de un dios se tratara. Vamos, que sólo les falta gritar «¡Viva el jefe!».
Lo miro con la esperanza de recibir una mirada cómplice por parte de él. Sabe que espero su mensaje. Sabe que he recibido sus flores y sabe que me está cabreando cada segundo que transcurre y pasa de mí.
Pero nada. Él sigue sin hacerme caso y, como su omega que soy, asiento y pienso para mí: «Muy bien, gilipollas, tú lo has querido».
Acto seguido, con la mejor de mis sonrisas, me acerco a unos directivos, que rápidamente me sonríen como unos tontos. Durante varios minutos utilizo mis armas de omega, esas que sé que tengo, para que los hombres me miren maravillados, y rápidamente observo los resultados. ¡Hombres!
En ocasiones son tan básicos que tengo que reírme, y ésta es una de ellas.
Con el rabillo del ojo, observo cómo mi loco y a veces insoportable amor por fin me mira por encima de las cabezas de aquéllos con los que habla. Esa sensación me gusta. Ese estremecimiento que siento al notar su interés hacia mí es el mismo que me provocaba cuando yo era su asistente y, en una habitación plagada de
gente, no me podía tocar, ni rozar, ni hablar. corea, 1 - Alemania, 0.
Consciente de que ahora tengo su total atención, me hago el interesante y con coquetería que casi no se me da me coloco el pelo tras la oreja al hablar. Sé que le gusta mucho mi pelo. De pronto oigo que Mika me llama. Con una encantadora sonrisa, me deshago de los directivos que me miran embobados y me encamino hacia ella, que está con un hombre moreno de mi edad que me observa con una pícara sonrisa.
—Jimin, te presento a Nick. —Tras coger su mano, le doy dos besos, ¡ésos para Kook!—. Él es nuestro mejor comercial.
Encantado, asiento y sonrío y, sin mirar a mi maridito, ya sé que debe de estar dándose de cabezazos contra la pared. ¡Para chulo, yo!
Soy consciente de cómo Nick me mira y me sonríe. Sin lugar a dudas, debe de estar pensando: «¡Carne fresca!». Y Mika no debe de haberle contado que soy la mujer del jefe o no me miraría así. Charlamos durante varios minutos y, cuando la
reunión va a comenzar, con galantería, Nick aparta una silla para mí y, en el momento en que me siento, se acerca a mi oído y murmura:
 
—Después te invito a un café.
 
Asiento. Pobrecito, cuando se entere de quién soy, se le van a caer hasta los empastes de los dientes. Y, sin querer evitarlo, miro a Kook, que ya está sentado y me observa muy serio.
La reunión da comienzo. Hablan unos, hablan otros, y Nick se acerca a mí para cuchichear. Yo sonrío divertido por las cosas que me dice, mientras soy consciente de cómo Kook sigue mis movimientos con disimulo.
corea, 2 - Alemania, 0.
Se apagan las luces y comienzan a presentar en la pantalla ciertos temas. Continúan hablando cuando mi móvil vibra. Disimuladamente, lo miro y leo:
 
 
¿A qué se debe esa sonrisa?
 
 
Sin mirar a Kook, escribo:
 
 
¿Me ves sin luz?
 
 
Dos segundos después, mi móvil vuelve a vibrar:
 
 
No necesito luz siempre observarte y para saber que estás sonriendo.
 
 
Suspiro. Él y sus tonterías... Y respondo:
 
 
¿Acaso no puedo sonreír?
 
 
El móvil vuelve a vibrar.
 
 
Sí. Pero me gusta más cuando sonríes para mí.
 
 
Ahora sí que sonrío, no lo puedo remediar y, levantando la cabeza, observo en la oscuridad que Kook me mira. Escribo:
 
 
Ha hecho falta que Nick entrara en la reunión para que me hablaras; ¿ves competencia?
 
 
Dudo si darle o no al botón de «Enviar». Sé que eso le va a molestar, pero como soy una gran puñetero, ¡zas!, lo envío y observo su reacción a través de mis pestañas. Como es de esperar, él frunce el ceño, levanta el mentón y no contesta.
Aisss, mi celosón.
Pero ¿todavía no se ha dado cuenta de que he nombrado a Nick para picarlo?
Pasados un par de minutos, escribo:
 
 
Contéstame a lo que te he dicho: ¿Nick es competencia?
 
 
Él lee el mensaje pero no contesta, e insisto:
 
 
Kook, estoy esperando.
 
 
Ni caso. No me hace ni caso.
Las luces se encienden, la reunión prosigue y yo, molesto por su gesto serio de superioridad, escribo:
 
 
Una vez interrumpiste una reunión por mí. ¿Acaso crees que yo no lo haré por ti?
 
 
Cuando le doy a «Enviar», soy consciente de lo que he puesto, y Kook también. Pero el tío ni se menea. ¡Joder, es de hierro! Insisto:
 
 
Te doy diez minutos. O me contestas, o paro la reunión.
 
 
Ni se inmuta. Está totalmente seguro de que no lo voy a hacer. Pero ¿es que todavía no me conoce?
Dispuesto a sorprenderlo, envío un mensaje a Mel, en el que digo:
 
 
Llámame dentro de cinco minutos y sígueme el rollo.
 
 
Acto seguido, dejo el móvil sobre la mesa para que Kook lo vea y crea que desisto. Me repanchingo en la silla y me centro en la reunión, mientras el señor Duhmen habla sin cesar y todos lo escuchamos.
Pasados unos minutos, mi móvil vibra ruidosamente sobre la mesa y, mirando a mi
alrededor con mi mejor cara de apuro, digo:
—Lo siento. Es de casa. —Tras escuchar unos segundos, exclamo levantando la voz un poco—:
¿Cómo? ¿En serio? ¿De verdad? No..., no... No
puede ser... Mel, divertida, no puede dejar de reír, mientras dice:
—Marichocho, ¿qué estás haciendo?
Procuro no reírme —¡la madre que la parió!
—, y con seriedad respondo:
—De acuerdo..., de acuerdo, hablaré con Kook y te volveré a llamar.
Una vez cuelgo, me levanto en medio de la reunión y, ante la cara de asombro total de mi marido, que no había creído mi amenaza, miro a la gente que hay a nuestro alrededor y digo:
—Siento interrumpir la reunión, pero necesito unos minutos a solas con mi esposo. —Y, sonriendo, añado—: Tenemos que apagar un pequeño fuego en casa y es tremendamente ¡urgente!
Como todos son muy solícitos, y más tratándose de mí, que soy el omega de Kook, rápidamente se levantan y abandonan la sala, mientras Mika le explica a Nick quién soy y él me mira sorprendido. ¿el omega del jefe?
Una vez sale la última persona y cierran la puerta, Kook, sin levantar la voz en exceso, gruñe sin moverse de su sillón de director:
—¿Cómo has podido hacerlo?
Con una sonrisita de «¡Te lo dije!», camino hacia él y digo:
—Te he dado diez minutos. Cinco más de los que me diste tú a mí en su momento. Y, por cierto —cuchicheo—, he de decirte que en casa todo está bien y que la reunión, Iceman, la has interrumpido tú.
Kook me mira con gesto incrédulo. Sin duda, lo he sorprendido, y eso me gusta. Me acerco a él con decisión y, cuando estoy delante, pregunto:
—¿Hay cámaras en esta sala?
Mi amor, ese que me vuelve loco, asiente. ¡Vaya mierda!
Pero finalmente niega con la cabeza y añade:
—Tampoco está insonorizada.
Excitado al saber eso, me bajo un poco el pantalón ante él. Con una tranquilidad que no es la que siento en mi interior, rompo el encaje negra que llevo, hago una pelota con el en la mano y, metiéndoselas en el bolsillo de la amKookana,
murmuro cual vampireso del cine porno:
—Señor Jeon, siento decirle que estaré sin bragas en la oficina...
—Min —me corta—. ¿Qué estás haciendo?
Biennnn, ¡me ha llamado Min, no Jimin! Vamos bien, y respondo:
—Hacerte saber que sólo te deseo a ti aunque te enferme que vaya al Guantanamera o hable con el guaperas de Nick. —Su gesto se contrae y
prosigo bajando la voz—: Y quiero que sepas que, a pesar del enfado que tengo por tu desplante, estoy caliente, deseoso de ti y me muero por ver tu mirada cuando me compartes con otro hombre. ¿Te queda claro?
Kook, me mira..., me mira y me mira. ¡Oh...,
oh...! Pero, antes de que pueda calibrar lo que siente, se levanta, me acerca a él, de un tirón me baja el pantalon, me sienta sobre la mesa y, con lascivia, pasa
la lengua por mi labio superior, después por el inferior, y me lo muerde. Yo jadeo, ¡me vuelvo loco! Cuando mi boca, mi ser, mi alma y toda yo estamos rendidos a él, mi Iceman particular me da tal besazo que me deja sin aliento, mientras me
dejo llevar por el maremoto de emociones que me hace sentir.
¿De verdad me va a hacer el amor sobre la mesa?
Me agarra del pelo y, tirando de él hacia atrás, separa su boca de la mía y murmura:
—Jugaría contigo ahora mismo. Te abriría las piernas y...
—¡Hazlo! —lo tiento.
Exigente como es, me devora de nuevo la boca, me hace el amor con la lengua y, por su intensidad, sé el esfuerzo que está haciendo por no tumbarme sobre la mesa y follarme como un salvaje. El beso dura y dura y dura, y yo lo
disfruto todo lo que puedo hasta que finaliza y, sin apenas separar su boca de la mía, susurra:
—No puedes hacer esto, pequeño. Aquí, no.
Sé que tiene razón. Sé que estamos en la oficina y no debería, pero respondo:
—Lo sé. Pero tú me has obligado. No me has hablado en todos estos días y...
—No puedes andar por la oficina sin ropa interior.
—Y tú no puedes enfadarte conmigo por estas tonterías —lo reto.
Kook me mira. Clava sus impactantes ojos verdes en mí, mientras yo con descaro toco su entrepierna y siento su dura y potente excitación.
¡Ay, madre! Cuánto lo deseo.
¡Por favor! Que me conozco y estoy a punto de hacer una de mis locuras.
Su gesto desconcertado me hace sonreír y la razón vuelve a mí. No podemos hacer eso en Jeon. No debemos y punto. Y, decidiendo acabar ese momento provocado por mí para volverlo loco, me separo de él y digo mientras camino
hacia la puerta por donde todos han salido minutos antes:—
De acuerdo. Visto que no le apetezco absolutamente nada, prosigamos con la reunión, señor Jeon, y, por favor, no vuelva a interrumpirla.
Boquiabierto por como lo estoy dejando, se dispone a protestar cuando yo abro la puerta y digo como un perfecto omega:
—Pasen y disculpen la interrupción. Creo que el fuego en casa ya está apagado.
Kook rápidamente se sienta y coloca unos papeles sobre su entrepierna para que nadie observe lo abultada que está mientras todos entran y ocupan sus butacas. Con una sonrisa, me siento junto a Mika y Nick y se reanuda la reunión. Pero,
si soy sincero, no me entero de nada. Aún tengo el sabor de su beso y el olor de su excitación en mi nariz.
Lo miro y observo que comprueba con gesto implacable la pantalla de su portátil. ¿Qué estará pensando? Histérico, me muevo en la silla consciente de que no llevo ropa interior. Media hora después hacemos un alto para tomar un café.
Veo a Kook hablar por teléfono y no me acerco a él. Cuando de nuevo entramos en la sala de juntas y nos sentamos, de pronto mi amor apoya las manos
sobre la mesa y dice:
—Lo siento, señores, pero mi esposo y yo debemos abandonar la reunión para resolver ciertos asuntos familiares. —Después clava la mirada en mí y añade—: Jimin, ¡vamos!
Ostrasssssssss, qué fuerte, ¡cancela la reunión por mí!
Corea, 2 - Alemania, 1.
Sin querer llevarle la contraria, rápidamente recojo mi tablet y mi móvil y, cuando llego a su lado, me agarra con fuerza de la mano y dice mirando a los que nos observan:
—La reunión se pospone hasta mañana a las nueve en punto. Buenos días, señores.
Sin más, ambos salimos de la sala de juntas y veo que vamos derechos al ascensor. Una vez nos metemos en él, Kook me aprisiona contra la pared
y, mirándome a los ojos, murmura:
—Pequeño, acabas de encender un gran fuego que tienes que apagar.
Me besa, y yo ¡me dejo!
corea, 2 - Alemania, 2. ¡Empate!
Cuando llegamos al garaje, sin soltarme de la mano, sin recoger abrigos, sin nada, me lleva hasta el coche. Una vez entramos, voy a decir algo cuando él teclea en su teléfono y dice:
—Gerta, que un mensajero pase por el despacho de mi omega, coja su bolso y su abrigo y luego vaya por el mío para recoger mis cosas y llevarlas a mi casa.
Dicho esto, cuelga. Yo sonrío, él arranca el coche sin hablar.
No sé adónde vamos.
No sé adónde nos dirigimos pero me dejo llevar cuando, pasadas varias calles, veo que aparca y baja del coche. Tan pronto como abre la puerta de mi lado, pregunto:
—¿Adónde vamos?
Pero no hace falta que me responda. Ante nosotros hay un hotel y, cogiéndome de la mano, murmura:
—Ven conmigo.
Lo sigo, ¡claro que lo sigo!
Yo a él lo sigo ¡hasta el fin del mundo si hace falta! Entramos en el hotel y pide una habitación. El empleado de recepción nos mira. Vamos sin abrigos, sin bolso, ¡sin nada!
¿Qué pensarán?
Por suerte, Kook lleva su cartera en el bolsillo de la amKookana y, tras entregar su Visa, el recepcionista nos da una tarjeta y dice:
—Suite 776. Séptima planta.
Kook asiente. Yo sonrío, y nos encaminamos hacia el ascensor.
Al llegar allí, un hombre lo espera y, una vez entramos los tres, Kook pulsa el botón y vuelve a besarme. Con el rabillo del ojo observo que el hombre nos mira, y murmuro:
—Kook...
Pero él no me escucha. Sigue a lo suyo. Me coge entre sus brazos me quita el pantalón no se como lo hizo y, separándome unos milímetros, susurra:
—No sé si matarte o jugar contigo por lo que has hecho y me has hecho hacer.
Azorado por la mirada incrédula del hombre pero al mismo tiempo excitado, respondo:
—Voto porque juegues conmigo, suena mejor.
Veo que mi respuesta hace sonreír a Kook y, dándome un azote en el trasero desnudo, sisea mirando al hombre que nos observa:
—Justin, ya lo has oído. Vamos a jugar. —
Sorprendido, veo que el hombre asiente y, cuando miro a mi marido, él añade—: Joven Min, prepárese para satisfacer mis más pecaminosas necesidades.
Acto seguido, me carga al hombro como si fuera un troglodita y, cuando el ascensor se para, los tres salimos de él y nos encaminamos hacia la habitación.
Al llegar frente a una puerta, Kook la abre, entramos, cierra, me deja en el suelo y,
apoyándome contra la puerta, exige:
—Ábrete la camisa
Su exigencia me exalta y me calienta más y más, mientras Justin nos observa en silencio.
Esa petición tan salvaje me ha puesto a mil y, acalorado, hago lo que me pide, mientras me siento tremendamente sensual. Ambos me miran. Ambos me devoran, y Kook, al verme con mis pezones erectos, los contemplan con lujuria y le dice a Justin:
—Disfrutemos de mi omega.
El desconocido, al que no he visto en mi vida, se acerca a mí y, tras pellizcarme mis endurecidos pezones, me los chupa. Me agarra de forma posesiva por la cintura y, mientras observo a Kook, que nos mira, me dejo tocar y manosear por aquel que devora mis pezones sin pudor.
Cuando creo que voy a explotar por el calor que siento, sin contemplaciones, Kook me arrastra hasta una silla, me da la vuelta, y, acercando la boca a mi oído, murmura:
—Inclínate sobre el respaldo de la silla y abre las piernas para nosotros.
Extasiado, hago lo que me pide. Mi grito se pierde entre la mano de mi amor, que me tapa la boca, cuando su duro y terso pene entra hasta el
fondo de mí. Acto seguido, Kook libera mi boca, tira de mi pelo, me levanta la cabeza y lo oigo preguntar:
—¿Quieres jugar fuerte, pequeño?
—Sí —respondo.
—¿Así de fuerte? —insiste hundiéndose de nuevo en mí.
—Sí..., sí...
Kook retrocede y vuelve a clavarse en mí sacándome mil y un gemidos, cuando veo que Justin se baja la cremallera del pantalón, saca su duro pene y lo pone frente a mi cara. Sin que nadie me diga nada, abro la boca para recibirlo, para
chuparlo, para disfrutarlo, mientras me agarro a sus nalgas y accedo a que me folle la boca. Ése es nuestro juego. Es lo que he pedido, y Kook me lo da.
A diferencia de otras veces, mi amor no se mueve, no retrocede. Se queda clavado en mi interior y siento cómo mi vagina palpita ante su dura y profunda intromisión. Kook aprieta..., aprieta..., aprieta sus caderas contra mí y yo jadeo
enloquecido mientras el miembro de Justin entra y sale de mi boca.
Cuando mi respiración cambia, noto que Kook retrocede para volver a ahondar en mí con ferocidad. Justin se aparta, se pone un preservativo y se sienta en la cama para mirarnos. Kook está duro como una piedra y, acercando la boca a mi oído, murmura:
—Nunca vuelvas a echarme de tu lado como hiciste el otro día en el Guantanamera.
Asiento..., no puedo ni hablar cuando insiste:
—Y, por supuesto, nunca vuelvas a andar sin ropa interior por Jeon, ¿entendido?
No respondo, no quiero darle ese gusto. Y él, dándome un azote en el trasero, repite:
—¿Entendido?
El placer que siento es inigualable, y el alud de emociones que me invade no me deja responder. Kook asola mi cuerpo dejando claro que es su amo con fuerza, con determinación, con posesividad, y yo sólo puedo abrirme a él y disfrutar lo que me da una, dos y veinte veces.
La silla se mueve de sitio y no puedo sujetarla.
Kook y sus embestidas atroces lo mueven todo y, cuando ya no puede más, después de un gruñido de satisfacción que me hace saber lo que está
disfrutando de esa nueva locura, se hunde una última vez en mí y ambos nos dejamos llevar por el momento.
Dejo caer la cabeza hacia delante para tomar
aliento. Estoy exhausto. Pero, sin darme un respiro, mi señor, mi amo, mi patrón sale de mí y me lleva hasta Justin. Ante la atenta mirada de mi alemán y
en silencio, el desconocido me lava rápidamente el sexo con una toalla húmeda, me sienta sobre él, me coloca a su antojo y me empala con su duro
pene. Yo vuelvo a jadear.
El camino ya está abierto y humedecido. Kook lo ha hecho. Pero Justin, en busca de su placer, me agarra por el trasero y me mueve sobre él con firmeza y precisión. Un gemido escapa de mi boca y echo la cabeza hacia atrás. Es increíble.
Fantástico. Enloquecedor.
Mi cuerpo se amolda a lo que ese hombre me hace y me dejo manejar. Moviéndome, busco mi propio placer, cuando siento que mi amor, desde
atrás, posa sus grandes y cuidadas manos sobre mi cintura, termina de desnudarme, me aprieta contra Justin y murmura en mi oído:
—Recuerda. Intenta cerrar las piernas y el placer se intensificará.
Hago lo que me pide y soy consciente de que, al hacerlo, el placer se incrementa, se extiende, y jadeo al tiempo que noto cómo Justin tiembla. Repito una y otra vez lo que Kook me ha recordado, mientras el duro pene de Justin juguetea en mi
interior, se abre paso todo lo que puede, y yo grito de placer por ello.
Cuando siento que mi amor me separa las nalgas, me acomodo sobre Justin dispuesto a recibirlo a él. Al notar mi predisposición, Kook juguetea con mi ano unos minutos para dilatarlo.
Justin lo ve y entonces me mira y, mientras se hunde en mí, pregunta:
—¿Nos quieres a los dos dentro de ti?
El ardor en el rostro del hombre se extiende a todo su cuerpo, y Kook, al que no le veo la cara pero sí siento detrás de mí, dice:
—Justin, además de ser mi dueño y mi esclavo, mi omega es también atrevido, morboso y fogoso.
¿Qué más puedo pedir?
El aludido, que está en mi interior, asiente y, cuando jadeo al notar el dedo de Kook en mi ano, susurra:
—Tienes al compañero que muchos queremos pero que pocos consiguen, amigo.
Gustoso de oír eso, Kook me besa el cuello.
—Lo sé —dice.
Un par de segundos después, me levanta, me da la vuelta y, mirándome a los ojos, dice mientras me lleva hasta un sillón de cuero blanco:
—Sepárate las nalgas para Justin.
Lo hago..., hago lo que me pide..., mientras mi respiración se acelera y siento cómo la lengua del desconocido me recorre el trasero con lascivia.
Mi cuerpo se estremece involuntariamente, y mi amor, rozando apenas su boca con la mía, dice: —
Siéntate sobre él y entrégate.
Oír lo que me pide me vuelve loco.
Uff..., ¡madrecita, qué calor!
Miro hacia atrás y veo a Justin ya sentado en el sillón, a la espera de que cumpla mi orden con el preservativo puesto. Como el esclavo sexual que soy en este instante de mi amor, me acomodo sobre Justin sin dejar de mirar a mi dueño y señor.
Justin me abre las piernas y, sin perder un segundo, guía su duro pene hacia mi ano, que dilatado como está hace que se hunda rápidamente.
Jadeo. Cierro los ojos, y Justin, agarrándome con fuerza las nalgas, me cierra las piernas y, moviendo con premura sus caderas, me da unas buenas embestidas que resuenan por toda la habitación para saciar el apetito sexual que tiene
en ese instante de mí.
¡Dios, qué placer!
Su pene entra y sale de mi ano, una y otra y otra vez, y yo lo disfruto. Lo gozo..., lo saboreo.
Mis ojos y los de Kook están conectados mientras Justin se hunde en mí, y yo, gustoso, jadeo y permito que lo haga. Complacido con lo que ve, no nos quita ojo hasta que finalmente Justin llega al clímax y, tras un último empellón, ambos nos
dejamos llevar.
Sin salirse de mí, Justin pasa las manos por debajo de mis rodillas y, abriéndome los muslos, murmura con un hilo de voz:
—Kook..., tu omega.
Mi amor me mira acalorado mientras se toca el pene gustoso. Y, para hacerme rabiar, se agacha, me besa el sexo y juguetea con él.
Grito. Me retuerzo. ¡Uf, qué calor!
Durante varios minutos, sigo empalado por el
ano por Justin, y al mismo tiempo Kook juguetea con mi clítoris y yo disfruto como un loco.
Calor, delirio, frenesí..., todo eso me hace sentir mi amor, mientras juguetea conmigo y otro hombre me abre para él. Segundo a segundo, mi
respiración se acelera y, cuando ya no puedo más, cojo con las manos el pelo de Kook, hago que me mire y murmuro:
—Hazlo ya... Te deseo.
Tras un último y dulce mordisquito a mi vagina, mi alemán pone una rodilla sobre el sillón, se acomoda bien y, guiando su duro pene hacia mi húmeda y ardiente entrada, se introduce en ella, se deja caer sobre mí y me besa mientras se hunde
una y otra vez; Justin no se mueve.
Me gusta estar entre aquellos dos hombres. Lo disfruto, y sé que ellos lo disfrutan también. Eso estimula mis pensamientos. Las manos de Justin me agarran por los riñones y siento cómo su pene se endurece y comienza de nuevo a entrar y a salir de mi ano, mientras Kook sólo tiene los ojos clavados en mí y me entrega lo
que quiero, lo que le pido y lo que necesito.
—Más fuerte —exijo.
Al oírme, sonríe con fogosidad, se agarra al borde del sillón y me da lo que quiero. Sus acometidas son apasionadas e impetuosas. Siento que me va a partir en dos de placer mientras me entrego a él y a quien él quiera. Soy suyo.
Una y otra... y otra vez, aquellos dos hombres entran en mí con fogosidad y yo abandono mi cuerpo entre sus manos. Me mueven, me colocan a su antojo, se hunden en mi interior y yo accedo...,
accedo a todo lo que ellos quieran, mientras siento sus duros penes dentro de mí y me hacen jadear de placer. De puro placer.
No sé cuánto tiempo dura.
No sé cuánto tiempo estamos así.
Sólo sé que, cuando el orgasmo nos llega, el espasmo es tal que el éxtasis por lo que estábamos haciendo nos hace tener convulsiones uno en brazos del otro durante varios segundos, mientras Justin, debajo de nosotros, soporta el peso de
nuestros cuerpos y vive su particular aventura.
Durante el resto de la mañana, disfruto del morbo, la posesividad y la lujuria junto a mi amor.
Permito que manipulen mi cuerpo como si yo fuera un muñeco de trapo, y me gusta. Me excita ser su esclavo sexual en ese instante, me encanta permitírselo, y sé que a Kook le gusta también autorizarlo.
Tan pronto estoy a cuatro patas como boca arriba o boca abajo mientras ellos me follan, me separan las nalgas, me ofrecen, me acarician, me chupan, introducen los dedos en mí, y yo lo consiento. Apruebo lo que allí ocurre porque el primero en exigirlo soy yo.
A las dos de la tarde, tras varias horas de sexo caliente, exacerbado y febril, Justin se va y, cuando Kook y yo nos quedamos solos en la habitación, digo:
—Nunca había visto a Justin. ¿De qué lo conoces?
Kook me mira. Está de pie a mi lado, y responde:
—Lo conozco desde hace años, pero por trabajo se trasladó a vivir a Berlín. La semana pasada me llamó y me dijo que vivía aquí de nuevo.
Levantándome, afirmo:
—Entonces, lo volveremos a ver en el Sensations, ¿verdad?
—No. Nunca lo verás por allí.
—¿Por qué? —pregunto sorprendido.
—Porque la discreción es fundamental para él. Primero, porque su mujer no participa de sus juegos. Y, segundo, porque es juez del Tribunal Superior. Por tanto, lo verás sólo en ocasiones como la de hoy.
Saber que es juez me sorprende, pero pregunto:
—¿Que su mujer no participa?
—No —dice y, abrochándose el botón del pantalón, añade—: Por eso ha dicho que tú eres el compañero que muchos hombres querrían tener pero pocos consiguen, ¿lo recuerdas? —Asiento, y Kook me besa y añade—: Y, por suerte para mí, eres mi omega. Mío.
Esa sensación de propiedad tan de mi alemán me hace reír.
—Y tú, Iceman, eres mío.
Ambos reímos. A cualquiera que se le diga que disfrutamos compartiéndonos en ciertos momentos no nos entendería, pero yo ya paso de eso. Paso de
lo que piensen, de lo que opinen. Yo soy feliz así con Kook, y punto y final.
Estoy atontado mirándolo cuando mi amor, mi loco amor, dice mientras me abraza:
—Por eso, pequeño, me pongo tan celoso cuando vas al Guantanamera. Tengo tanto miedo de perderte que, si eso ocurriera, yo creo que...
—Pero ¿qué tonterías estás diciendo?
Kook resopla.
—Min, soy consciente de mis limitaciones, y lo sabes.
Oír eso, que he oído tantas veces en los años que llevamos juntos, me hace reír, y afirmo:
—Mira, mi amor. Yo no necesito que tú bailes si yo bailo. Yo sólo necesito que seas feliz, que sonrías y te fíes de mí cuando salgo sin ti o voy a divertirme al Guantanamera. El resto... sobra, y sobra porque te quiero y para mí no existe nadie más que tú.
Su sonrisa se expande. Se agranda. Feliz, lo abrazo, lo beso con todo el amor que soy capaz de darle y, mirándolo, murmuro:
—Soy tuyo, como tú eres mío. yo soy tu, tu eres yo. Entérate de una santa vez, cabezón.
Después de varios besos y palabras de amor que sólo mi loco y testarudo alemán sabe decirme, terminamos de vestirnos, abandonamos el hotel y regresamos a casa.
¡Qué mañanita de jueves más buena que he tenido!

juegos de seduccion IVWhere stories live. Discover now