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En la boda de Mel y Tae en los juzgados de Múnich hace un día precioso.
Ver a mis buenos amigos tan felices, junto a Sami, que está monísima con su vestidito rosa, y Peter, tan guapo con su traje gris, me hace emocionar más de lo que pensaba.
De Estados Unidos vienen los padres y la hermana de Mel; de Asturias, su abuela
Covadonga, y de Londres, el hermano de Tae.
Como amigos íntimos estamos nosotros, Fraser y Neill con su familia. También invitan a mi suegra Eun y a mi embarazadísima cuñada Jiyu con Drew.
MIna, Nam, Beto y Lluvia no han podido venir ante la premura de la boda, pero han prometido que la próxima vez que nos juntemos todos lo celebraremos. Pobres. No saben mi situación con Kook, y yo me apeno al pensar que quizá en esa celebración falte yo. Mel está preciosa con un bonito vestido blanco. No se ha casado por la Iglesia, eso no va con ella, pero ha querido darle la sorpresa a Tae al aparecer con un precioso vestido blanco y largo, y el gesto de él al verla me ha enternecido como a un tonto.
Tae está muy guapo con su traje azul oscuro, decir lo contrario sería mentir. Mientras observo a esos amigos a los que tanto quiero, sólo deseo que sean terriblemente felices el resto de sus vidas.
Durante la íntima celebración, Kook está a mi lado. Como siempre está impresionante con su traje oscuro, pero en sus ojos veo la tristeza que siente por el mal momento que estamos pasando.
No nos rozamos. No nos tocamos, pero disimulamos ante todos. Es el día de nuestros mejores amigos, y por nada del mundo queremos echárselo a perder.
Tras la íntima celebración en los juzgados, todos nos dirigimos al restaurante de Klaus, que lo ha cerrado para la ocasión. Allí se celebrará el banquete.
Tae está radiante y encantado y no para de brindar y de besar a Mel. Está feliz, muy feliz, y no puede ocultarlo.
Kook, por su parte, intenta hacerme agradable la celebración haciéndose cargo de los pequeñines y de Mike para que yo no me sienta agobiado, pero eso es complicado.
Cuando Klaus pone música y tenemos que bailar por petición de Eun una romántica canción, siento que el alma se me cae a los pies.
Mike por su parte, me busca con la mirada y me llama «mamá» delante de todos. Siento cómo me mira a la espera de que yo le guiñe un ojo o le sonría, pero sólo me limito a ser cordial, a interpretar un papel y, cuando nadie nos ve, el papel se acabó.
Como digo, todo es difícil. Tremendamente difícil.
Cada dos por tres toco mi dedo desnudo. No llevar el anillo que Kook me regaló en el pasado con tanto amor me resulta doloroso, pero lo considero necesario para amoldarme a mi nueva situación.
Estoy bebiéndome una coca-cola cuando Eun, mi suegra, y Jiyu, mi embarazada cuñada, se acercan a mí y la primera cuchichea:
—Qué bien, hijo. Veo que Mike ha vuelto al redil. Con una candorosa sonrisa, la miro. ¡Si ella supiera...! Y, disimulando, asiento, pero vuelve a  preguntar:
—¿Acabaste ya en Jeon?
—Sí —afirmo viendo que Kook se coloca a mi lado. Sin duda, se ha dado cuenta de que necesito refuerzos—. Vuelvo a estar sin trabajo.
Eun, que es un amor, sonríe y susurra:
—Tranquilo. Mi hijo te da todo lo que necesitas, ¿verdad?
Kook y yo nos miramos y, sin cambiar el gesto, sigo sonriendo y asiento:
—Sí. Él me lo da todo.
—¿Cuándo te vas a Busan? —pregunta mi cuñada.
—Dentro de siete días.
Mi suegra asiente, me mira y finalmente dice:
—Dale muchos recuerdos a tu padre de mi parte. Si no fuera porque Jiyu está
embarazadísima, me iba contigo a la Feria de Busan.—
Mamá, pero vete y pásalo bien. Todavía queda un mes y medio.
—No, cariño, los bebés son impredecibles, y tú lo eres aún más —murmura Eun.
—Mamá... —protesta Jiyu con cariño.
Eun y yo nos miramos, y afirmo:
—Le daré recuerdos a mi padre de tu parte. Le hará ilusión.
—Y tú —le reprocha mi suegra a su rubio y alto hijo— deberías irte con Jimin. Unas vacaciones juntos siempre vienen muy bien a las parejas. ¿Por qué no vas?
Kook me mira. Se mueve incómodo ante su pregunta y finalmente responde:
—Mamá, no puedo. Me quedo con Mike. Tiene que estudiar.
—¿Y por qué no se queda conmigo como en otras ocasiones?
—Mamá —insiste Kook—, es mejor que yo me quede. Créeme.
Mi suegra se vuelve hacia Mike, que está riendo al fondo de la sala con Peter mientras miran sus móviles, y cuchichea:
—Jeon Mike, qué mal lo estás haciendo este año, hijo de mi vida, ¡qué mal!
Sentirme rodeado por los Jeon me pone nervioso y, cada vez que siento la mano de Kook agarrándome la cintura, la respiración se me paraliza y me pongo nervioso, no, ¡lo siguiente!
En los cinco años que hace que nos conocemos es la primera vez que, estando tan cerca, estamos tan alejados el uno del otro. Qué momento más extraño y triste estoy viviendo. Estoy asfixiado por todo y no veo el instante de llegar a Busan. Sé que allí podré respirar. Poner tierra entre Kook y yo lo aclarará todo.
En este tiempo, he pensado en lo que pasó, y he llegado a la conclusión de que Kook no tuvo nada que ver en lo que ocurrió; fue engañado por aquellos crápulas. Pero, a pesar de saber eso, soy incapaz de olvidar. Cada vez que cierro los ojos,
mi mente se inunda con lo que vi y no sé si voy a ser capaz de remontar y olvidar.
De lo que no me puedo olvidar es de que estoy embarazado. No puedo dejar de pensar en ello en todo el día. Un nuevo Jeon se gesta en mi interior, y soy todavía incapaz de digerirlo y pensar con claridad lo que he de hacer.
No tengo ningún síntoma. Ni mareos, ni vómitos. Si mis dos embarazos anteriores no se parecieron en nada, sin duda éste tampoco se va a parecer a los otros dos. ¡Miedito me da!
Yo no quería más hijos, con los que tengo soy feliz, y estoy casi seguro de que Kook tampoco.
Yo, por no querer, no quería ni el primero, pero ahora no podría vivir sin ellos y, sin duda, volvería a vivir todo lo que pasé segundo a segundo para que Kook y Emily estuvieran conmigo y con su padre.
Por extraño que parezca, pensar en mi nuevo bebé me hace sonreír al tiempo que me hace infeliz. Sin duda, mis hormonas ya están comenzando a revolucionarse, y mis ojos se humedecen más de lo que yo querría. Pero, bueno, no me voy a a agobiar. Todo lo que me está pasando es mucho para digerirlo solo, pero sé que
lo haré. Yo puedo con todo. Mi único apoyo es Mel. Sin embargo, para ella
no está siendo fácil ver cómo todos la felicitan por su embarazo y a mí no me dicen nada. Su mirada me hace saber que sufre por mí, pero yo, guiñándole el ojo, le muestro que estoy bien.
En una de las ocasiones en los que ambos coincidimos en el baño, mi amiga, que está sensiblona con el embarazo y la boda, se mira emocionada el anillo de su dedo y lloriquea. Como puedo, la consuelo. Llora de felicidad, y yo, que rápidamente me uno a cualquier lloro, lo hago con ella.
¡Lo que me gusta un drama!
Cuando finalmente los dos conseguimos que nuestros ojos dejen de desbordarse, mirándome al espejo pregunto mientras me retoco el maquillaje:
—¿Cuándo se van a París?
—El viernes. Nos vamos de viernes a viernes.
El lunes 18 tenemos que estar de vuelta, ya que Tae tiene un par de juicios.
—Lo van a pasar genial. Ya verás lo bonito que es París — digo, y sonrío con tristeza al recordar un viaje sorpresa que Kook programó.
Mel asiente, se retira el flequillo del rostro y, dice:—
Espero que Sami y Peter se porten bien con mis padres los días que nosotros estemos fuera.
—Seguro que sí —replico y, suspirando, murmuro—: Siento que justamente me pillen esos días en Busan, pero...
—No sientas nada y disfruta de la feria, que te lo mereces — contesta ella. Luego, mirándome, pregunta—: Min, ¿no lo vas a echar de menos?
Sin que diga el nombre, ambos sabemos de quién habla y afirmo:
—Muchísimo, pero ahora necesito alejarme de él.
Mi amiga asiente. Sabe lo dolido que estoy, y me abraza.
Diez minutos después, tras salir del baño, Klaus, el padre de Tae, que está encantado de la vida con aquella celebración, descorcha botellas de champán y, tras llenar las copas, dice orgulloso:
—Brindo por que el matrimonio de mi hijo
Tae y Mel sea muy feliz, por mi nieta Sami, por mi nieto Peter y por el nuevo Kim que está en camino.
Todos levantamos las copas y, cuando Mel va a beber, Tae se la quita y murmura:
—Amor..., brinda con zumo.
Ella me mira. Sabe que yo tampoco debería beber aquello y, sonriendo por ver su gesto, suelto la copa y digo:
—Como buen amigo tuyo, me solidarizo y brindo yo también con zumo.
—¿Por qué? —protesta Tae.
—Tranquilo, Min, ya estoy bebiendo zumo yo también —dice mi cuñada sonriendo abrazada a su marido.
—Venga, Min, ¡bebe champán! —insiste el hermano de Tae, que es un guasón.
Kook me mira. Hunde los dedos en mi cintura y, sonriendo a su vez, aclara para todos:
—A Jimin no le gusta mucho el champán.
Al oír eso, yo también sonrío y, sin darme cuenta, apoyo la cabeza en su pecho. Sin embargo, al ser consciente de lo que estoy haciendo, me  separo lentamente de él y digo:
—Exacto. No me va. —Y, llenando mi copa
limpia de zumo de piña, digo levantándola con humor—: Venga..., brindemos por el bebé de Mel y Tae.
—Y por el mío —exclama mi cuñada Jiyu riendo y tocándose su prominente tripita.
De nuevo todos levantan sus copas, y Mel, que está frente a mí, añade mientras se le llenan los ojos de lágrimas:
—Y por todos los bebés que vayan a nacer en el mundo.
—Pero, cariño, ¿qué te pasa? —pregunta Tae al verla tan blandita.
Yo la miro. Con la mirada vuelvo a insistirle en que estoy bien, cuando Kook, conmovido por eso, dice:
—Pues que está embarazada y con las hormonas revolucionadas.
 
 
 
 
Dos días después de la boda, los padres de Mel y la hermana de ésta se marcharon a Asturias para llevar a la abuela. Covadonga quería regresar a su
hogar. Mel los acompañó al aeropuerto y, tras recibir mil besos de su abuela, quedó con sus padres en que regresarían al cabo de unos días para que ella y Tae se fueran de viaje de novios a París.
Aquella tarde, cuando Mel volvió del aeropuerto, recogió a Sami del colegio y se la
llevó directamente al parque para que jugara.  Ensimismada estaba mirando a su hija, mientras pensaba en su luna de miel, que comenzaría dentro de unos días, cuando de pronto Louise apareció a su lado y le dijo:
—Enhorabuena por la boda.
Mel intentó sonreír y respondió:
—Gracias.
Louise rápidamente se sentó al lado de ella y, tras unos segundos en silencio, declaró:
—Siento todos los problemas que te he ocasionado.
Mel la miró y se encogió de hombros.
—Tranquila —respondió—. Para mi suerte, parece que ya por fin me han dejado en paz. Desesperada, Louise se tocó la cabeza e insistió:
—Lo... lo hice sin querer. Discutí con Johan y, sin darme cuenta, le comenté lo que tú me habías sugerido y le hice creer que te había contado más cosas de las que en realidad te conté.
—Louise, de verdad, olvídalo —repitió Mel y, mirándola, aseguró—: No pasa nada.
Durante unos segundos, ambas intercambiaron una mirada a los ojos, y luego Louise afirmó llorosa:
—Lo voy a hacer.
—¿Qué vas a hacer?
—Me voy a separar de Johan.
Mel parpadeó. ¿Lo había oído bien? Pero, antes de que pudiera abrir la boca, aquélla insistió:
—Se acabó. No puedo seguir viviendo así. Johan ya no es el que era. Ya no me quiere y yo no lo quiero y, si tengo que luchar por Pablo con uñas y dientes, lo haré. —Luego, tras coger fuerzas, insistió—: Y no... no voy a seguir permitiendo que Heidi me domine como hace con el resto de las mujeres. Sé que puedo perder muchas cosas, sé que esa pandilla de buitres va a ir contra mí, pero estoy decidida a presentarles batalla sea como sea.
Si quieren jugar sucio, yo también lo haré. Si van a hacerme daño, que se preparen, porque yo también puedo hacerles pupa. —Y, clavando sus ojos en
Mel, que estaba boquiabierta por lo que oía, preguntó—: ¿Crees que Tae querrá asesorarme sobre qué tengo que hacer?
La recién estrenada señora Kim, alucinada por la fuerza que de pronto veía en Louise y convencida de que Tae la podría asesorar sobre lo que necesitaba, afirmó:
—Por supuesto, Louise. Por supuesto.
La aludida, al sentir su apoyo, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar aliviada.
Esa tarde, tras dejar a los niños en casa con Bea, cuando Mel entró en el despacho de Tae con Louise, el abogado las miró. ¿Qué hacía aquélla allí? Pero, instantes después, empatizó con ella y la escuchó.
Al día siguiente, tras pasar la mañana con Jimin para intentar levantarle el ánimo, a la hora de la salida del colegio, Mel esperaba a Sami junto a Bea. Tenían un cumpleaños en un parque de bolas, y Mel las iba a llevar, cuando recibió un mensaje en el móvil de Tae, que decía:
 
 
Ven a casa ¡ya!
 
 
Sorprendida por la urgencia, Mel le indicó a Bea dónde era el cumpleaños y, tras darle un beso a su pequeña, se encaminó hacia su casa.
Al entrar en la cocina, Leya, la perra, corrió hacia ella y ésta la saludó encantada. En ese instante, Tae entró por la puerta, la miró y dijo:
—Oficialmente he dejado de ser el candidato idóneo para el bufete, y ¿sabes por qué? —Cuando Mel no respondió, él prosiguió—: Por la sencilla razón de que tu amiguita Louise vino ayer al despacho y, al parecer, eso ha llegado a oídos de
Gilbert Heine.
Retirándose el flequillo de la cara, Mel quiso preguntar si aquel mafioso de la abogacía los vigilaba pero, omitiéndolo, se centró en el hombre al que amaba y murmuró:
—Lo siento. Lo siento, cariño.
Sin mucha efusividad, él asintió, y Mel, al ver que olía a alcohol, dijo:
—Cariño, ellos se lo pierden. Eres un fantástico abogado y...
—Y no lo he conseguido. Ésa es la realidad.
Mel fue a abrazarlo. Sentía en el alma que su sueño se hubiera evaporado, y al ver que él se apartaba de su lado, frunció el ceño.
—¿Qué pasa, Parker? —preguntó Tae al ver su expresión—. ¿Por qué pones esa cara? ¿Acaso has ayudado para que lo consiguiera o, por el contrario, te has esforzado por echarlo todo a perder?
—Tae..., no...
—¿No qué? ¿De verdad no sabías lo importante que era eso para mí? Pero, claro, la novia de Thor es incapaz de entender que unos nos esforzamos por conseguir las cosas, mientras otras con llamar a papaíto consiguen lo que se les antoja.
Sus palabras no sólo le tocaron el corazón a Mel, que, anclando los pies en el suelo, siseó:
—Tae..., te estás pasando. Entiendo tu decepción y las copas que te has tomado de más, pero...
—¡Cállate! —gritó él descolocándola.
—¡Cállate tú!
Pero ¿qué le ocurría?, pensó Mel. Y, enfadada por su terrible comportamiento, le
soltó:—
Mira, pedazo de burro, antes de que sigas diciendo cosas absurdas porque has bebido de más, déjame decirte que yo no tengo la culpa de que esos frikis casposos sean unos mierdas y te rechazaran. —Y, omitiendo lo que Gilbert Heine le había dicho para no liarla más, gritó—: ¡Y que te quede muy claro que pienso que lo mejor que te ha podido pasar es que no te aceptaran! Eres un abogado increíble, el mejor que he conocido en mi vida, y no necesitas de otros para que tu bufete sea maravilloso. Tú eres mil veces mejor profesional que esos mafiosos de la abogacía, y ahora lo que tienes que hacer es enseñárselo, no emborracharte
para lamentarte porque ellos te hayan rechazado.
—No me ensalces. No necesito que digas cosas buenas de mí después de la poca ayuda que he tenido por tu parte. Ahora no, maldita sea.
Mel resopló y, a continuación, siseó de nuevo:
—Mide tus palabras o vas a tener muchos problemas conmigo.
Al oír eso y ver a Mel con los puños cerrados, Tae se disponía a responder cuando Peter entró en la cocina y preguntó:
—¿Qué les pasa?
El abogado miró al muchacho y gritó:
—Estoy hablando con mi mujer; ¡fuera de aquí!
—¡Tae! —exclamó Mel al oírlo.
Peter, posicionándose junto a ella, siseó enfadado:
—No hablas, chillas.
Por primera vez desde que Peter había llegado a aquella casa, la tensión se palpó en el ambiente. Mel se acercó entonces a su marido e, intentando entenderlo, murmuró:
—Cariño, has bebido de más y es mejor que hablemos de esto en otro momento.
De pronto Leya entró en la cocina con unos papeles de colorines rotos en la boca, y Tae, al verla, advirtió mirando al chaval:
—Por tu bien, espero que eso no sea lo que creo. Sin mirar atrás, el abogado caminó hacia el salón, seguido por Mel y Peter y, al entrar y ver varios de sus cómics hechos añicos a su alrededor, vociferó:
—¡No me lo puedo creer!
El muchacho, que acababa de dejar los cómics para ir a ver qué pasaba en la cocina, se quedó blanco cuando Tae, furioso y fuera de sí, gritó mirándolo:
—¡Te dije que los cuidaras! ¡Fue el único requisito que te puse!
Parpadeando al ver los cómics destrozados, Peter miró a la perra, después clavó sus ojos en Mel, que lo observaba con gesto apenado, y, cuando clavó sus ojos en Tae, sólo pudo decir:
—Lo siento... Yo... yo... lo siento...
Furioso, el abogado siseó tocándose su cabello oscuro:
—Claro que lo sientes, ¿cómo no vas a sentirlo? Maldito crío y maldita perra.
Recogiendo los cómics destrozados con voz temblorosa, Peter murmuró:
—Yo... yo... los buscaré y te los reemplazaré.
Lo siento..., yo... yo...
—Oh, ¡cállate! —bufó Tae.
—Tranquilo, cielo..., tranquilo —susurró Mel al ver cómo los ojos del muchacho se llenaban de lágrimas en décimas de segundo.
Pero ¿qué estaba haciendo Tae?
—¡Quiero que esa maldita perra se vaya ahora mismo de esta casa! —bramó el abogado.
—¡Tae! —gritó Mel—. Pero ¿qué dices?
El muchacho rápidamente se colocó junto a su perra cuando él volvió a gritar:
—¡He dicho que quiero a ese chucho fuera de mi casa!
Bloqueado, Peter miró a Mel en busca de ayuda. Ella, con la mirada, le pidió que no se moviera mientras se volvía hacia su marido y decía:—
El animalito no sabía lo que hacía. Haz el favor de comportarte como el adulto que eres y no como un idiota al que se le ha roto un puñetero juguetito.
Furioso con todo, él miró a Mel y dijo:
—¿Idiota? ¿Friki? ¿Borracho? ¿Qué más me vas a llamar hoy?
Mel, ofuscada, se acercó a él y siseó al ver que el crío salía del salón con la perra:
—Mira, Tae, por llamarte te puedo llamar mil cosas, y te aseguro que ninguna te va a gustar.
Con el rostro ensombrecido por la frustración que sentía, él maldijo:
—Me estás cabreando, Mel. Me estás cabreando mucho y no voy a consentir que...
—La que no va a consentir que te pases ni un segundo más soy yo. Pero, vamos a ver, ¿me puedes decir que esos puñeteros cómics son más importantes que el disgusto que le acabas de dar a Peter? —El alemán no respondió, y ella añadió—:
Mira, soy adulta y sé responderte ante un problema, pero él es un crío, por muy mayor que quiera hacerse en ocasiones.
—Pues si es mayor, sabe que...
—¡Tae! —gritó ella mientras sentía ganas de vomitar—. ¡Reacciona! Te acabas de casar conmigo y estoy embarazada. ¿Qué haces comportándote así? Por el amor de Dios,
¡reacciona! Nos estás decepcionando a todos.
Y, sin más, la exteniente salió del salón, fue al baño y vomitó. En cuanto Tae apareció tras ella,
lo empujó con mala leche, lo sacó del baño y cerró la puerta. Necesitaba perderlo de vista.
Cuando salió, al no ver a Tae, se dirigió a la cocina. Necesitaba beber agua y relajarse, pero una vez hubo dejado el vaso en la encimera, llamó su atención la quietud que había en la casa. No se oían las pisadas rápidas de Leya, y Mel fue a
buscar a Peter a su habitación. No lo encontró allí y, tras echar una rápida ojeada por la casa, sacó su móvil y lo llamó. El crío no lo cogió, por lo que fue corriendo al salón, donde Tae miraba los cómics rotos.
—A mí no me hables si no quieres —le soltó
—, pero que sepas que tu hijo se acaba de marchar.
La noche llegó y Peter no apareció. Llamaron a Jimiin y a Kook, quienes rápidamente acudieron a su lado para ayudarlos a buscarlo, pero Peter sabía muy bien dónde esconderse para que no lo encontraran.
A Tae se le había pasado la borrachera mientras daba vueltas con Kook por Múnich y, desesperado, no paraba de preguntarse qué había hecho.
A las dos de la mañana, Kook y él regresaron a casa para ver si el chaval había aparecido, pero no se sabía nada de él. Poco después, al ver llegar a Olaf, Mel se le acercó y, mirándolo a los ojos, preguntó:
—¿Se sabe algo?
Aquél negó con la cabeza, y Mel, desesperada, se angustió. ¿Dónde estaba Peter? Tae fue a abrazar a Mel, pero ella se apartó; seguía enfadada con él. Finalmente fueJimin quien, tras intercambiar una mirada con Kook para que lo frenara, consoló a su amiga. Con cariño, la llevó a la habitación y la hizo acostarse.
—Escúchame..., necesitas descansar.
—Y tú —sollozó Mel—. Tú también necesitas descansar.
Jimin asintió. Sin duda, aquélla llevaba razón pero, mimándola como ésta lo había mimado en otras ocasiones, le tocó el pelo y dijo:
—Mira, de momento te voy a preparar otra tila y te la vas a tomar. Y, mientras la hago, me vas a esperar en la cama, ¿vale?
Agotada y con mal cuerpo, Mel asintió y, tras darle un beso en la cabeza, Jimin salió de la habitación y se dirigió hacia el salón, donde los hombres hablaban.
—En el momento en que en comisaría sepan que el muchacho ha desaparecido, intervendrán los servicios sociales y...
—Eso no puede pasar —cortó Jimin a Olaf—. No pueden enterarse.
—Pues para eso estoy yo aquí —explicó éste —. Tae me ha pedido ayuda para encontrar al chico antes de que tengamos que contar lo ocurrido a servicios sociales. Porque, si se enteran de que el chaval se ha escapado, habrá problemas. Por tanto, relajense y dejenme hacer mi trabajo.
Cuando Olaf se marchó, Kook le ordenó a Tae que se sentara en uno de los sillones y Jimin, enfadado por lo ocurrido, se acercó al abogado y dijo:—
Mira, no debería ser yo quien te contara esto, pero llegados a este punto y en vista de cómo te has comportado hoy con Peter y con Mel, hay algunas cosas que tienes que saber.
Por la expresión de sus caras, Min entendió que tenía toda la atención tanto de Kook como de Tae, y prosiguió:
—Ese tal Gilbert tuvo la indecencia de decirle a Mel que tú tenías mala suerte por haberte salido un hijo de debajo de las piedras y por haber conocido a una problemática madre soltera.
—¡¿Qué?! —exclamó Tae.
—Incluso le recomendó que desapareciera de tu vida porque te iría mejor. ¿Te parece bonito lo que ese imbécil, por no decir otra cosa, le aconsejó?
—¿Cómo dices? —bramó Tae confuso.
—Lo que oyes, Tae, lo que oyes.
El abogado se alteró más aún y, tras soltar por la boca sapos y culebras, preguntó:
—¿Y por qué Mel no me dijo nada?
—Lo intentó, pero no quisiste escucharla y al final optó por callar.
—Joder..., joder... —murmuró él desesperado mientras Kook le pedía calma.
—Hablar de ese bufete siempre los hacía discutir —continuó Min—. Te obcecaste en conseguir tu maldito sueño sin darte cuenta de las cosas que pasaban a tu alrededor. Ese tal Gilbert es un desgraciado, y su mujer Heidi una zorra.
Pero ¿tú ves normal que el día que se llevó a Mel a desayunar con esas imbéciles se metieran con su manera de vestir, con su pelo y hasta le propusieran que debía hacerse un tratamiento láser para quitarse el tatuaje? ¡Pero bueno! ¿Es que esa
bruja pretendía que Mel utilizara hasta la misma marca de támpax que ellas? Ah... y, ya que te lo cuento, te lo voy a contar todo. Peter, antes de que tú lo conocieras, salió en defensa de Mel en la puerta del colegio cuando Johan fue a amedrentarla.
—¿Que Johan hizo qué? —jadeó Tae furioso.
—Y ya para finalizar —prosiguió Min sin querer mirar a su marido, que lo observaba tan alucinado como Tae—, la noche que nos detuvieron por prostitución, Johan tuvo algo que ver porque, curiosamente, el tipo apareció en los
calabozos para decirle a Mel que no le volvería a repetir que se alejara de su mujercita.
En cuanto Min terminó de decir eso, Tae explotó. Quería ir en busca de aquellos
malnacidos y arrancarles la cabeza. ¿Por qué Mel no le había dicho nada? Y, sobre todo, ¿cómo podía haber estado él tan ciego?
Veinte minutos después, cuando consiguieron tranquilizar al gigante moreno, Jimin dijo nervioso por la cercanía de Kook:
—Escucha, Tae, ahora no es momento de arrancarle la cabeza a nadie, sino de encontrar a Peter y, después, con tranquilidad, hablar con Mel y entre los dos solucionar lo que te he contado.
—Iré a hablar con ella ahora.
—No. Ahora no —replicó Jimin—. Está descansando.
Tae hizo ademán de ir pese a la advertencia de el, pero Kook lo sujetó del brazo.
—Como ha dicho Min, siéntate. Mel no se va a mover de donde está y tiene que descansar. Recuerda que está embarazada y necesita mimos y tranquilidad.
Al oír eso, Jimin suspiró. ¡Si él supiera! Pero, al sentir su apoyo en ese momento, se volvió y con una triste sonrisa dijo:
—Voy a preparar una jarra de tila. Creo que todos la necesitamos.
Luego dio media vuelta y desapareció en la  cocina.
Acalorado por todo lo que había contado y por la cercanía de Kook, Min estaba cogiendo los sobrecitos de tila cuando oyó:
—¿Por qué no me dijiste a mí lo que pasaba?
Yo podría haber hecho algo. JImin cerró los ojos. Kook estaba a escasos
pasos de el, pero respondió sin mirarlo:
—Mel me lo prohibió.
En silencio, continuó con lo que hacía, pero de pronto notó cómo aquel gigante se acercaba a su espalda y, al sentirlo a unos milímetros de el, se puso tenso, y más cuando oyó:
—Min, te necesito.
Cerró los ojos. El también lo necesitaba, pero rápidamente las imágenes de Ginebra y de él sobre el columpio, besándose, tocándose, inundaron su mente; se dio la vuelta y sin mirarlo, replicó:
—Apártate para que pueda salir.
El alemán no se movió. Clavó los ojos en el y murmuró:
—Min...
—He dicho que te apartes —insistió.
Convencido de que había perdido la batalla, Kook hizo lo que el le pedía y éste, sin querer conectar con sus ojos, se marchó.
Desesperado, él se apoyó en la encimera de la cocina de Tae. Lo necesitaba tanto como respirar pero, consciente de que su situación era la que era y de que estaba allí para ayudar a su amigo, regresó a su lado y, sentándose junto a él, murmuró:
—Tranquilo, Tae. Todo se solucionará.
Las horas pasaban y Peter no aparecía; ¿dónde se habría metido?
Tae y Kook estaban en el salón, y Mel y Min en la habitación. Se hallaban divididos en dos grupos: alfas y omegas. A diferencia de otras ocasiones, no estaban juntos ante un gran problema, y no le pasó por alto a ninguno de ellos.
¿Qué les ocurría?
Jimin estaba tumbado en la cama junto a Mel, tocándose su dedo desnudo, cuando ésta dijo:
—No quiero ni pensar en la luna de miel. Peter para mí es más importante que esa frivolidad. ¿Y si no aparece? ¿Y si ya no quiere vivir con nosotros?
—Tranquila —insistió Jimin—. No pienses en ello y sé positiva en relación con Peter. Recuerda que la positividad llama a la positividad.
Desesperada, Mel se limpió las lágrimas que le corrían por las mejillas.
—Tendrías que haber visto su mirada. Peter estaba horrorizado por cómo Tae gritaba. El  pobre le pidió perdón, pero Tae estaba fuera de sí y no lo escuchaba y...
—Había bebido, Mel. No quiero justificarlo, pero Tae habitualmente no bebe y...
—Lo sé. Es la primera vez que lo he visto así, y espero que sea la última o este matrimonio está abocado al fracaso.
El silencio se instaló de nuevo entre ellos, hasta que Mel preguntó:
—¿Qué día es hoy?
—Martes —susurró Jimin.
Mel cerró los ojos y pensó. Recordaba haber hablado con Peter sobre lugares adonde él solía ir cuando vivía con su abuelo y, mirando a Min, dijo:
—He hablado mil veces con él, pero ahora no consigo recordar los sitios adonde me dijo que...
Estoy totalmente bloqueada.
—Tranquila, Mel... Tranquila.
De pronto, el iPhone de Mel vibró. Había recibido un mensaje. Min y ella se miraron al ver la foto de Peter en la pantalla. La exteniente se apresuró a coger el móvil y leyó:
 
 
Mel, estoy en la puerta de la calle con Leya; ¿podemos subir
los dos a casa o Tae sigue enfadado?
 
 
Ambos se miraron y los ojos se les llenaron de lágrimas. A pesar de todo, el muchacho los quería y los necesitaba y, abrazándose, sonrieron y se levantaron presurosos de la cama.
Al verlas aparecer, Tae y Kook los observaron, y Mel, caminando hacia el abogado, dijo mientras le enseñaba el mensaje:
—Peter ha vuelto. Ahora todo depende de ti.
Tae lo leyó y, emocionado, se levantó rápidamente, la abrazó y murmuró:
—Cariño, perdóname. Soy un bocazas y... Tapándole la boca, Mel asintió. Sin duda, ella ya lo había perdonado y, con una sonrisa, dijo:
—Vamos. Ve a buscarlo.
Sin perder un segundo, el guapo abogado Tae corrió hacia la puerta en busca del
muchacho. Al ver a su amigo salir y a los dos emocionados omegas, Kook los abrazó y musitó:
—Tranquilos, Tae lo solucionará.
El abogado cogió el ascensor a toda mecha y, cuando salió a la calle, el corazón le iba a mil. Al ver a Peter parado en la acera con la perra, una extraña paz se apoderó de él. Ambos se miraron, y Tae, sin perder un segundo, caminó
hacia el crío que, al verlo acercarse, dijo:
—Lo siento. Prometo que te conseguiré esos cómics y...
Pero no pudo decir más. Tras llegar hasta él, Tae lo abrazó y, con todo su amor, murmuró:
—No me pidas más disculpas y perdóname tú a mí. Ésta es tu casa y la de Leya, y nunca más lo vuelvas a dudar, ¿entendido, hijo?
El muchacho, con una cálida sonrisa, asintió y siseó por primera vez en su vida:
—De acuerdo, papá.
Al oír eso, el corazón de Tae se inflamó y, tras unos minutos en los que ambos se prometieron cientos y cientos de cosas, subieron juntos a casa, donde fueron recibidos por todos con abrazos y palabras emocionadas.
Ya amanecía cuando Min y Kook se marcharon y Peter se metió en la cama. Bea, que se había quedado a pasar la noche para atender a Sami, les dijo que se acostaran, que ella llevaría a la niña al colegio.
Agotados, Mel y Tae asintieron y, cuando cerraron la puerta de su cuarto, Mel caminó hacia su lado de la cama y, al levantar la mirada y encontrarse con la de él, declaró:
—Siento mucho que tu sueño no...
—Cariño —la cortó Tae—, te aseguro que voy a hundir a esos tipos, no por no haberme aceptado a mí en su maldito bufete, sino por el mal que hayan podido hacerte a ti, a mis hijos o incluso a Louise.
Al oír eso, Mel sonrió. Sin duda, Jimin había dicho todo lo que ella llevaba meses guardándose para sí y, recordando algo que Louise le había contado, murmuró:
—Johan siempre creyó que yo sabía más de lo que sé. Hace tiempo Louise me dijo que Johan guarda en su ordenador documentos comprometedores para ese bufete y unas fotos de unas fiestecitas privadas en las que están Gilbert y...
—¿Estás segura de lo que dices?
Mel se encogió de hombros y afirmó:
—Eso me dijo Louise. Yo no lo he visto. Y ayer, cuando hablaste con ella, dijo que tenía un as en la manga, ¿lo recuerdas?
Tae asintió. Recordaba muy bien las palabras de aquélla y, aunque habían llamado su atención, no había querido ahondar en el tema. Tras pensar durante unos segundos en aquello, afirmó:
—Por suerte para Louise y para mí, tengo al mejor hacker del mundo en casa.
—¡Tae! —exclamó ella sonriendo al oírlo.
—Creo que voy a tener que pedirle ayuda a mi hijo para hundir a esos bastardos.
Ambos rieron hasta que él, sin poder esperar un segundo más, murmuró abatido:
—Oye, Mel..., yo...
—Eh..., eh..., eh... —lo cortó ella y, cuando vio que la miraba, indicó—: Lo de hoy no puede volver a repetirse o te aseguro que, igual que me casé contigo, me descaso pero ya, ¿entendido? —
Él asintió y Mel aprovechó para decir—: En cuanto a lo del viaje a París, queda anulado. No quiero ir porque creo que no es el momento. Con lo que acaba de ocurrir, me parece que lo que menos conviene ahora es que tú y yo nos marchemos y dejemos a Peter con mis padres, que son dos extraños para él. ¿No crees?
El abogado sonrió. Él también lo había pensado pero, como no estaba dispuesto a
renunciar a aquel viaje, propuso:
—¿Y si nos llevamos a Peter y a Sami con nosotros? —Al oír eso, Mel lo miró y él añadió
—: Podríamos cambiar París por un viaje a Eurodisney. Podría ser divertido, ¿no crees?
Mel parpadeó sonriendo, y él, al sentir que todo estaba bien con la mujer que adoraba, insistió:
—Pospondremos nuestro romántico viaje de luna de miel para más adelante. ¿Qué te parece?
—Me parece una idea excelente —dijo ella. Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos, y el abogado, pesaroso por lo ocurrido, susurró:
—Lo siento, amor. Siento todo lo que dije y...
—Olvídalo. No merece la pena.
Atormentado por lo que Jimin le había contado pero dispuesto a solucionarlo, bordeó la cama, se puso a su lado y, cogiéndole el rostro entre las manos, murmuró:
—Mi sueño eres tú. Nada, absolutamente nada, es tan importante como tú y los niños, y te aseguro que mañana Gilbert Heine va a tener que escuchar cuatro cositas que no le van a gustar y después los voy a hundir. Pero, por favor, prométeme que nunca nunca nunca vas a volver a ocultarme algo como lo ocurrido.
Mel asintió y, con una candorosa sonrisa, susurró:
—Te lo prometo, pero ahora bésame y cállate, idiota.
Tae, al oír eso, supo que todo estaba bien y, cogiendo entre sus brazos a la mujer que amaba, hizo lo que ella le pedía, sabiendo que al día siguiente, cuando se levantara, Gilbert Heine y su maldito bufete se iban a enterar de quién era KIM TAEHYUNG.

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