V. Huargos Stark

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DENEA

Cada día que pasaba, Denea sentía que su relación con Sansa, la mayor de las hijas de los Stark, se hacía más cercana. La joven de cabello pelirrojo le había enseñado muchos de los encantos de Invernalia, habían paseado por la ciudadela bajo la nieve, había aprendido a tratar con su loba huargo, a la cual adoraba ahora, habían visitado el mercado de la ciudad e incluso le había presentado al resto de sus hermanos pequeños: Arya, Bran y Rickon.

Pero aún no había podido encontrarse con aquel que se convertiría en su futuro esposo. Robb había dejado la ciudad para acudir a Aguasdulces, Sansa le había explicado que existía una amenaza por parte de la casa Lannister, habían tachado a los Stark como traidores a la corona, y el Norte se preparaba para defenderse de un posible ataque.

-Estoy segura de que volverá pronto-le había comentado Sansa en uno de sus paseos por los jardines, acompañadas por Dama, se escuchaban de fondo los gritos de los tres pequeños Stark jugando entre ellos.

Denea le sonreía. Se había acostumbrado pronto a vivir allí a pesar del frío, y empezaba a encontrarse cómoda y a gusto allí. Ahora pasaba menos tiempo con su hermano, que estaba muy ocupado encargándose de recordarles a todos que el trono de hierro era suyo, había conocido a los Stark y no le parecían malos, y por primera vez se sentía más cerca de un lugar al que poder llamar hogar. Al fin y al cabo, tendría que acabar llamándolo así, su futuro estaba ligado a las tierras del norte, se acabaría convirtiendo en su reina, aunque ya no le parecía una idea tan horrible. Ella misma se asombraba al darse cuenta de que estaba cambiando, de que se iba haciendo un poco más fuerte cada día.

-Puedo esperar Sansa, lo primero es la seguridad del Norte-respondió Denea con suavidad.

-¿Sabes? Cuando me dijeron que los Targaryen querían establecer una alianza con nosotros me preocupé. Había oído cosas horribles de vuestra casa, del rey Aerys, incluso de vuestro hermano Raeghar... pero vos no sois así, Denea, tenéis un corazón puro y sincero. Me alegra de que seas tú la que vaya a casarse con mi hermano.

Denea se guardó sus reflexiones para sí. Las historias de su familia siempre tenían dos caras, la narrada por los propios Targaryen, y la narrada por el resto del mundo. Y un ejemplo claro era su hermano Viserys. No tuvo oportunidad de conocer al resto de su familia, pero ella misma se preguntaba si todo lo que le había contado su hermano mayor era así o había algo más. Ella misma se preguntaba si en su interior se escondería ese lado oscuro que todos los Targaryen parecían tener, pero no sabía encontrar la respuesta.

-Me halagan tus palabras Sansa... Ojalá pueda cumplir con vuestras expectativas, no he sido educada para ser reina, por mucho que me llamen princesa-le contestó Denea.

-¿Sabes cuál es la buena noticia? Que puedes aprender a serlo-Sansa sonreía con inocencia. A Denea le caía muy bien la chica, ella era uno de los motivos fundamentales por los cuales su vida en Invernalia se estaba volviendo más agradable.

Esa misma noche Denea se dio cuenta de que hacía más frío. Llevaba puesto un camisón de algodón que le llegaba hasta las rodillas, y por encima una bata de lana que la abrigaba y la ayudaba a entrar en calor, aunque eso no era suficiente para evitar que tiritara. Se asomó al balcón, el paisaje estaba inundado de oscuridad, salvo por las antorchas que iluminaban las calles para alumbrar el camino a los rezagados. Una gélida brisa le azotó el rostro, que la obligó a abrazarse a sí misma del frío que le provocó, cerró la ventana y volvió dentro. Pero tenía un presentimiento, algo le decía que tras esa oscuridad se escondía algo, no sabría decir si bueno o malo. Y no quería quedarse con esa curiosidad dentro de ella, su corazón le decía que algo se aproximaba. Entonces, Denea se decidió. Cambió sus ropas y se puso un vestido de terciopelo verde, abrió la puerta de su alcoba y salió al pasillo. También estaba desierto, no había movimiento de gente, todos debían estar descansando en sus habitaciones. Ella bajó las escaleras con cuidado de no hacer ruido. Pasó justo al lado del salón real, donde se escuchaban voces, pero no le dio importancia.  Siguió adelante, y salió al jardín, estremeciéndose al sentir el frío sobre ella. Se maldijo entre dientes, había olvidado la capa en su habitación, pero ya no había vuelta atrás, se arriesgaría a coger un resfriado.

The Dragon of WinterWhere stories live. Discover now