XVIII. Trayecto al Muro

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ROBB

A pesar de la noche de pasión que había vivido, Robb no pudo dormir en toda la noche. Denea dormía plácidamente en su regazo, pero él no dejaba de darle vueltas a todo lo que estaba a punto de ocurrir cuando emprendiera esa peligrosa macha hacia el norte del Muro. Lo tenía todo planeado, al menos, mientras pisaran las tierras del Norte. El camino duraría unos treinta días, y harían tres paradas antes de llegar al Castillo Negro. Los acogerían en Agua Bellota, El último Hogar y Corona de la Reina, pues había descartado totalmente pasar por Villa Topo. La cuarta parada sería el Castillo Negro, y después... incertidumbre. Solo Kaetlyn podría guiarlos por esas tierras, y solo ella sabría por dónde ir hasta llegar al asentamiento de Mance Rayder. Temía que el Rey Más Allá del Muro no los escuchara, que los echara de allí, o peor aún, que los tomara como prisioneros. Eso les obligaría a luchar contra ellos y el pueblo libre no era su enemigo, al menos no ahora. Los Caminantes Blancos no tardarían en alzarse cuando el invierno llegara a su máximo esplendor en unas semanas. Frío y muerte... esas palabras se repetían en su mente una y otra vez, sin dejarle disfrutar de la calidez del cuerpo de Denea, de su suave piel entre sus brazos, de su respiración pausada y tranquila, de la belleza de su cuerpo desnudo.

Cuando amaneció se vio obligado a levantarse para prepararse para el viaje. Se puso sus ropas más gruesas para combatir el frío, aunque en los carruajes llevaban más equipaje, de modo que no le preocupaba el temporal en absoluto. Luego despertó a Denea con dulzura, y sonrió al ver cómo sus ojos verdes brillaban al encontrarse con él. Cuando los dos estuvieron listos para marchar,  bajaron al patio, donde estaban preparadas las monturas para ellos y las personas que los acompañarían. Lady Melisandre ya estaba montada en su caballo, un palafrén blanco, con su túnica rojo como el fuego sobre sus hombros. Su rostro era implacable, seguro, incluso había satisfacción él. Daario Naharis aún no había montado, sostenía las riendas del semental bayo de Viserys, que se mostraba inquieto por su jinete. Se escuchaba al mayor de los Targaryen maldiciendo al animal, era evidente que no estaba acostumbrado a montar. Jon y Kaetlyn los esperaban al lado de sus monturas, Jon con su caballo Berock y Kaetlyn con un ejemplar negro con calcetines blancos.

Bran salió corriendo y abrazó a Robb cuando lo vio llegar, el muchacho estaba muy emocionado de que su hermano le hubiese permitido viajar con ellos.

-Estoy impaciente Robb.-Le dijo él cuando se separó del abrazo.-No he podido dormir en toda la noche. ¡Va a ser mi primer viaje!

-Eso no está bien, Bran... ahora te cansarás más rápido...-Robb sonrió, en el fondo entendía la emoción que recorría a su hermano. A él le pasó lo mismo la primera vez que viajó con su padre a Desembarco del Rey siendo un niño.-Anda, monta a tu caballo, nos vamos enseguida...

Habían seleccionado cincuenta soldados que los escoltarían durante el viaje, y todos ellos se encontraban esperándolos tras la muralla de Invernalia. Algunos irían a pie, otros montarían a caballo, dependiendo de su rango y de los animales disponibles. El resto de guardias se quedarían en la ciudadela para defenderla si fuese necesario. 

Robb llevó a Denea hacia la montura que él mismo había escogido para su esposa, una yegua que había comprado para ella días atrás, mansa y dócil. Era de un color blanco, casi plateado, como el cabello de Denea, con las crines del mismo color. La joven le regaló una sonrisa y se acercó con paso decidido, acariciando a la yegua, que recibió el gesto con tranquilidad y paciencia.

-Es simplemente preciosa...-dijo ella, embelesada en la belleza del animal. Desde aquel entonces sería su montura.-La llamaré Plata.

-La llamaré Plata

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The Dragon of WinterWhere stories live. Discover now