XXXIII. La maldición de los muertos

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DENEA

Robb entró en la tienda minutos antes de que sonara el cuerno de alarma. Venía agotado y cubierto de nieve, con la espalda encorvada, pero con el rostro aliviado. En el momento en que Denea lo vio supo que había conseguido arreglar la situación con Mance, y se disponía a llamarlo a su lado cuando  de nuevo volvieron los problemas. El sonido espeluznante del cuerno indicaba que el enemigo había llegado, y se les había adelantado con creces. De nuevo estaban en peligro. Cuando eso ocurrió, marido y mujer se miraron a los ojos, y ambos pudieron leer el horror a través de ellos. Robb se dirigió con paso firme a Denea, que reposaba sentada junto a la hoguera, al lado de Jon. Éste, al escuchar la alarma, salió disparado de allí, para prepararse para la batalla.

-No quiero que salgas ahí fuera.-Le rogó Robb, cogiéndola de las manos, y mirándola a los ojos, contemplando su bello rostro conmocionado.-Es muy peligroso, y aún no conocemos el verdadero poder del enemigo.

-Tengo que hacerlo...-Titubeó ella, muerta de miedo, pero segura de su deber, de su misión.-Sabías que esto acabaría pasando desde que salimos de Invernalia... no trates de evitarlo, es mi deber.

Robb guardó silencio durante unos instantes, sopesando las palabras de su esposa. Ella tenía razón. Desde el principio, él sabía que Denea tendría que enfrentarse a los Caminantes Blancos con la ayuda de los dragones, por eso mismo viajaban hacia allí. El extraordinario poder de Denea era lo que le había devuelto a la vida, y lo que salvaría Poniente del Invierno.

-Entonces...-Carraspeó un par de veces, buscando aclarar su voz.- No te separes de mí, por favor.

Denea le devolvía una mirada tierna, cargada de amor, pero al mismo tiempo de sufrimiento. Ya se le empañaban los ojos, pues le dolía lo que le iba a decir. Y es que, de nuevo, tendría que oponerse a los deseos de su amado.

-Tampoco puedo prometerte eso, mi rey.-Dijo con voz temblorosa.-Iré allá donde me lleven mis dragones... Solo así podré acabar con todo esto.

 Solo así podré acabar con todo esto

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-Pero Denea... No solo arriesgarás tu vida.-Robb se resistía a la idea de dejarla marchar.- También expones la de nuestro hijo. Y todo por algo que no sabemos si vamos a poder derrotar.

-Ten fe en mí.-Las palabras salieron seguras y precisas de sus labios.-En caso de que necesite ayuda, sé que tú sabrás cómo proporcionármela.

Robb iba a hablar cuando escuchó cómo lo llamaba el Lord Comandante de la guardia, demandando su presencia. Robb apretó el puño, impotente, y luego miró hacia su esposa de nuevo. No pudo evitar susurrarle unas últimas palabras.

-Prométeme que volverás a mi lado.-Le rogó una última vez.

-Eso siempre...-Respondió con el corazón roto la joven. Robb se impulsó y selló sus labios en un profundo e intenso beso de despedida que duró apenas unos segundos. 

The Dragon of WinterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora