XXI. Confesión de amor

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JON

Se encontraba sentado encima de un montón de paja, con la mirada perdida y sin ganas de nada. No había podido dormir más que un par de horas seguidas sin tener pesadillas, por eso arrojóa la chimenea el vestido de terciopelo azul y se quedó mirando cómo se iba consumiendo hasta el amanecer. Después de eso, fue a alimentar a Fantasma, y reparó en que el ojo derecho le dolía muchísimo. Así que se sentó, cogió un pañuelo, y dentro de él metió un buen puñado de nieve, que acabó poniéndoselo sobre el ojo amoratado. Y eso parecía que lograba calmarle el dolor. Aunque su principal sufrimiento no era físico, no podía dejar de pensar en ella.

La monotonía y tranquilidad del día se vio rota por unos rugidos. Jon miró hacia el cielo y tres sombras se dibujaron en él, volando y deslizándose en las nubes, como si estuvieran bailando con ella.

-Los dragones....-Jon se sobresaltó y tiró el paño al suelo, poniéndose en pie intrigado por la escena. ¿Cómo era posible que estuviesen libres? ¿Los habían dejado marchar? Fue entonces cuando escuchó el relincho de un caballo, y eso le hizo volverse. 

Vio a Denea montada en su yegua blanca, Plata, y con ella se disponía a seguir el rastro de los dragones.

-¿Qué significa todo esto?.-Le preguntó Jon interponiéndose en su camino.

-¡Apártate Jon!.-Dijo ella suplicante, se le veía agobiada y preocupada.-¡Tengo que ir tras ellos!

-¿Se te han escapado?

-¡No! Yo los dejé salir, creo que quieren que los siga. Vamos Jon, déjame pasar.

-Voy contigo. Si te ocurre algo mi hermano no me lo perdonaría.-Jon corrió hacia su montura, Berock, y subió en el semental, acudiendo al lado de su entonces cuñada.-¡No hay tiempo que perder, son criaturas rápidas! ¡Vamos!

Los dos jinetes azuzaron a sus caballos y salieron detrás de los dragones, que ya les sacaban mucha ventaja. Exigieron un gran esfuerzo a los caballos para poder alcanzarles, pero finalmente llegaron a situarse justo debajo de las sombras de las tres criaturas.

-¿A dónde nos llevan?.-Preguntó Jon

-No lo sé. Dejemos que nos guíen... 


KAETLYN

Cuando salió el sol acudió a visitarla una chica. Era muy delgada, de tez clara y pelo moreno. No la había visto nunca antes, se había presentado como Myranda. Según ella, Ramsay la enviaba a aliviar sus heridas, a ayudarla a sentirse mejor.

-No quiero la ayuda de ese cabrón.-Sentenció Kaetlyn, pero Myranda no le hizo caso, simplemente le dio una bofetada seca, a través de los barrotes, con una sonrisa irónica dibujada en su rostro. Entonces abrió la puerta de la celda, y le mostró un barreño tras de ella.

-No trates de huir, estás malherida y encadenada. No irías muy lejos y los perros te comerían viva.-Le dijo Myranda tratando de disuadirla sin pensaba escapar.-Vamos, te ayudaré a lavarte. Ramsay te quiere limpia y guapa para esta noche.

Kaetlyn denotó en su timbre de voz cierta envidia. ¿Estaba celosa esa chica de ella? ¿Estaría enamorada de ese Bolton? Pero el dolor de las heridas no la dejaba pensar con claridad. Con tremendo esfuerzo, apoyándose en la pared, se puso en pie y se dirigió con andar lento hacia Myranda. Ella le arrancó de un solo movimiento el harapo, dejándola desnuda. Entonces quedaron visibles todos los moratones que había en su cuerpo, y como Ramsay se había cebado con ella la noche anterior.

The Dragon of WinterWhere stories live. Discover now