XXXI. Traidor

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KAETLYN

Desde la aparición de los dragones, la actitud del Pueblo Libre hacia los recién llegados había cambiado mucho. Mance aceptó a los Reyes del Norte como sus invitados, aceptando la ayuda que les ofrecían, y organizando una alianza jamás contemplada en Poniente a lo largo de los siglos de su historia: Todo el Norte se unía para acabar con la larga noche y los peligros que traía con ella.

Robb y Mance estrecharon sus manos, sellando así el acuerdo de lealtad. No había papeles ni tinta, solo la buena voluntad de ambos líderes por acabar con la amenaza que se cernía sobre ellos, así es como el Pueblo Libre firmaba sus acuerdos. Desde que quedara sellado el pacto, el ambiente se había transformado en fiesta y celebración, todos tenían una nueva esperanza a la que aferrarse, y eso, para su castigado pueblo, era mucho.

Mance organizó esa noche unos festejos junto al calor de una gran hoguera. Dos de las sabias ancianas se encargaban de alimentar el fuego con maderas y polvos especiales, para que ardiera bien alto, como símbolo de advertencia a los Caminantes Blancos. Algunos hombres se encargaban de agradecer a los dioses la nueva alianza con música, tocando tambores al tiempo que entonaban cánticos y todo tipo de sonidos de animales, mientras muchas mujeres y niños bailaban alrededor de la hoguera una danza ancestral que todo salvaje conocía.

Kaetlyn había decidido mantenerse al margen de aquella celebración, ella no tenía nada que celebrar, su corazón estaba roto en mil pedazos y lo único que quería era estar sola. De modo que se había alejado, se había dirigido a la que fue la cabaña donde vivió su madre, Dalla, y donde murió dando a luz a su única hija. Los períodos que pasaba en Casa Austera le gustaba estar en esa cabaña, era lo único que tenía de su madre, incluso había llegado a pensar que el olor de su interior era el de ella. Justo antes de que pudiera abrir, una silueta negra salió de entre las sombras y se abalanzó sobre ella, derribándola al suelo.

Kaetlyn ahogó un grito impotente, sin saber a qué se enfrentaba, hasta que descubrió que ese bulto que tenía encima era peludo, de color negro como el mismísimo abismo, y no tenía intención de hacerle daño. Por el contrario, empezó a lamerle la cara con entusiasmo.

-Penumbra...-Alcanzó a decir Kaetlyn al reconocer a la loba. Los ojos se le llenaron de lágrimas y abrazó a su compañera como pudo.-Te he echado tanto de menos... cuanto te he necesitado... y cuanto te necesito ahora...-le decía, con muchísima emoción.

Penumbra gimoteaba emocionada de volver a ver a su dueña, estaba muy nerviosa, y lamía todo aquello que alcanzaba, hasta que Kaetlyn consiguió erguirse y apartarla de ella un poco. Cuando consiguió que se calmara, Penumbra se sentó delante de ella, que también estaba sentada en el suelo, y la miró fijamente a los ojos.

 Cuando consiguió que se calmara, Penumbra se sentó delante de ella, que también estaba sentada en el suelo, y la miró fijamente a los ojos

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-Sabías que volvería, ¿verdad?.-Le preguntó, estirando el brazo hacia ella y acariciándola entre las orejas, sabía que eso le encantaba. Penumbra gruñó como toda respuesta mientras se dejaba acariciar.-Nada te hacía quedarte aquí, a nadie le interesas... Si aún seguías merodeando a los míos... es porque sabías que tarde o temprano iba a volver... y que iba a llevarte conmigo...

The Dragon of WinterWhere stories live. Discover now