XLVIII. Sé fuerte

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ROBB

Tardaron unas horas en llegar a Invernalia a lomos de los dragones. Al aterrizar frente a las murallas pudieron escuchar los vítores y aclamaciones del pueblo, contentos del regreso de su reina y la victoria sobre el bastardo Bolton. Por suerte, no llegó a extenderse el señuelo que envió Ramsay horas atrás, el bebé muerto, de modo que esa oscura imagen permaneció oculta al pueblo de Invernalia. Cuando los cuatro bajaron se hizo un camino entre la multitud, ni siquiera los soldados tuvieron que formarlo, los habitantes dejaban pasar a sus reyes hacia el castillo, donde sin duda serían atendidos por el maestre y recibidos por la familia.

Catelyn los esperaba en la escalinata de la entrada, acompañada de sus cuatro hijos, con gesto serio, pero plenamente tranquilizador al ver a su hijo mayor cargando con la mujer que amaba, y con el hijo de ambos aun en su vientre. Dio un paso hacia delante para bajar las escaleras, mirando previamente a los cuatro jóvenes Stark y advirtiéndoles con la mirada que no se movieran. Al encontrarse con Robb frente a frente, ésta le sonrió con sinceridad y acarició el rostro demacrado y cansado de su hijo.

-Buen trabajo mi niño, lo has conseguido... Has salvado a tu familia.-Esas palabras reconfortaron al joven rey, que sonrió levemente, pero la preocupación no desaparecía de sus ojos azules.

-Necesito vuestra ayuda madre, por favor.-Suplicó el joven, dirigiendo su mirada hacia Denea, inconsciente y visiblemente débil.-Está en riesgo de aborto, no me imagino por lo que ha tenido que pasar con Ramsay, pero tanto ella como el bebe están aún en peligro.

Catelyn contempló a la joven, viendo dibujado en su rostro el pánico, el dolor y la propia muerte. Miró entonces a su hijo, con esa mirada de loba que había aprendido de Eddard durante todos esos largos años de matrimonio.

 Miró entonces a su hijo, con esa mirada de loba que había aprendido de Eddard durante todos esos largos años de matrimonio

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-No permitiré que les pase nada.-Sentencio Catelyn Stark.-Súbela a la alcoba, avisaré al maestre enseguida. No temas Robb, tu mujer y tu hijo seguirán adelante.

Robb miró agradecido a su madre y asintió, cumpliendo sus órdenes. Subió tan rápido como pudo las escaleras de la Torre Real, pero le temblaban las piernas de los nervios y a veces se tropezaba con sus propios pies. Cuando llegó a la estancia, lo primero que hizo fue ponerle un camisón cómodo a su esposa, tapándola luego con las mantas de piel para hacerla entrar en calor. Se dirigió entonces hacia la chimenea, encendiendo un fuego tan grande como pudo, para que ayudara a recalentar la habitación. Tenían la suerte de tener la alcoba más cálida de todo el castillo, pues la torre se encontraba construida sobre un terreno rico en fuentes termales cuyo calor se canalizaba en los muros y mantenían así las paredes de la torre calientes. 

El joven miró hacia atrás, y contempló el pesado respirar de Denea, luchando a cada segundo por mantenerse con vida y mantener dentro de ella el bebé que aún no estaba listo para venir al mundo. Se compadeció de dicha estampa, admirando la valentía de su mujer... y rogando a los dioses para que le dieran fuerzas para esa dura etapa que le restaba hasta dar a luz.

The Dragon of WinterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora