XXXIV. El vuelo del dragón

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JON

No recordaba la última vez que lloró, pero si eso ocurrió, fue hace mucho tiempo. Jon se prometió a sí mismo no volver a llorar, eso demostraba a los demás que era débil y vulnerable, y ya le habían hecho demasiado daño en su vida como para mostrar a los demás que podían hacerle daño... Pero en esta ocasión no había podido mantener la promesa que hizo, y es que había ocurrido algo que le traspasaba, que era superior a sus fuerzas...

Las lágrimas caían sin control por las mejillas de Jon, mientras su cuerpo temblaba sin control. Atrás había quedado su fachada de tipo duro, y mientras sostenía entre sus brazos el cuerpo de su amada, se deshacía en un llanto amargo y profundo, ajeno a la batalla que sucedía a su alrededor. Ya no tenía nada por lo que luchar, se sentía incompleto, vacío. Su vida, que pareció tomar un rumbo cuando encontró a Kaetlyn y se enamoró de ella, había perdido todo el sentido en tan solo unos segundos, y su corazón había estallado en mil pedazos.  

Las últimas palabras que salieron de los labios de Kaetlyn resonaban en su cabeza una y otra vez. "Quería verte una vez más... antes de morir...". Ella era consciente de que su herida era mortal, y de que esa conversación sería la última que mantendrían. Y él se sentía tan culpable... después del desprecio que le mostró cuando ella reveló su secreto, Kaetlyn continuaba amándole, y le salvó de una muerte segura, sacrificando su propia vida.

-No dejaré que te lleven con ellos...-Musitó Jon, hablando con el cuerpo inerte de la joven.-Viajarás a donde quiera que vayan los muertos... pero no te volverás uno de ellos...

Jon miró a su alrededor, había cadáveres por todos lados, tanto de los suyos, aún sangrantes y agonizando, como de ellos, calcinados. Ninguno se había alzado de nuevo para volver transformado en Caminante Blanco, de modo que aún tiempo para buscar la manera de encontrar fuego para salvar a Kaetlyn de la resurrección maldita.

De pronto, junto a las murallas, vio a su hermano caer de rodillas, y encontró el motivo de su desesperación. En lo más alto se encontraba el Rey de la Noche, y junto a él... estaba Denea.


DENEA

Había caído bajo el embrujo de la llamada del Rey de la Noche, a pesar de que Melisandre, e incluso las llamas del fuego, habían intentado advertirla. Pero había podido resistirse, había sido débil, y su enemigo había aprovechado para manipularla y traerla ante él.

-¡Denea, por favor!.-Gritó Robb.-¡Aléjate de él! ¡Es una trampa!

La joven contemplaba impasible al que fuera su marido, sin un atisbo de sentimiento en la mirada. Sentía cómo el frío iba invadiendo sus venas, y a cada segundo que pasaba al lado del Rey de la Noche, se iba insensibilizando más. Incluso empezaba a sentir cómo las yemas de los dedos se le iban congelando, puede que cuando todo acabara, ella acabara transformada en una figura de hielo.

 Incluso empezaba a sentir cómo las yemas de los dedos se le iban congelando, puede que cuando todo acabara, ella acabara transformada en una figura de hielo

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