XI. Reproches

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DENEA

Denea ordenó preparar un jergón para Kaetlyn en su propia habitación, a los pies de su cama. Quería que ella se sintiese cómoda y no iba a permitir que durmiera con los criados, donde no conocía a nadie y cuyos jergones se apilaban unos cerca de otros para conseguir darse calor en las frías noches de Invernalia. Kaetlyn no pudo concebir el sueño esa noche, tuvo la mirada perdida en las llamas de la chimenea, pero al menos estaba junto al fuego, y se sentía a salvo. Después de mirar a la muerte fijamente a los ojos, había conseguido escapar de sus garras, o al menos esa vez. Puede que la a la próxima no tuviera tanta suerte.

Denea sin embargo consiguió dormirse profundamente después de acomodarse entre las mantas de piel y entrar en calor. Siempre tenía sueños extraños, y en muchas ocasiones le mostraban algo que acababa sucediendo en el futuro. Ya había soñado que cruzaba el mar Angosto, o que llegaría a unas tierras heladas donde la llamarían reina. Esa noche no fue diferente, se veía a ella misma caminando entre la nieve, con unas sombras sobrevolando sobre ella, tapándole los rayos del sol. Trataba de averiguar qué eran, pero solo veía tres sombras por mucho que se esforzara. Fue entonces cuando ante ella aparecía una mujer encapuchada, totalmente vestida de rojo, la miraba a los ojos fijamente y le decía "La noche es oscura y alberga horrores...". Fue tras esas palabras cuando escuchó unos rugidos furiosos, y entonces se despertó. Escuchaba a los niños jugar afuera, en el patio, sus risas eran contagiosas. Denea se incorporó lentamente y buscó a Kaetlyn en su jergón, pero no la vio. Preocupada, dio un salto de la cama y se puso una bata para salir a buscarla, cuando se abrió la puerta de la alcoba y la joven apareció.

-¿Dónde estabas?-preguntó Denea entonces, Kaetlyn cerraba la puerta tras de sí.

-No podía dormir, así que decidí dar una vuelta por los pasillos. No te asustes, me he levantado hace poco, y al ver cómo me miraban todos eso...

-Sirvientes.-le completó Denea, ya que Kaetlyn desconocía esa palabra. No había sirvientes en el pueblo libre.

-Sirvientes.-repitió Kaetlyn.-Al ver cómo me miraban con desprecio, como si hubiera cometido un crimen contra ellos... decidí volver.

-Tardarán un poco en acostumbrarse a ti... No es habitual que haya salvajes en Invernalia, y menos que se hospeden como invitados en el castillo. Puede que sientan envidia.

-No soy una invitada, el rey lo dejó bien claro. Soy tu dama. Te recuerdo que yo no quiero estar aquí, eso me convierte en una prisionera-replicó Kaetlyn hosca.

-El rey te asignó como mi dama, ahora dependes de mí. Y ya te dije ayer que no quiero que seas mi sirvienta, ni mi esclava, ni nada parecido. Quiero que estés cómoda, y quien sabe si podemos llegar a ser amigas... 

-No conseguirás que me fíe de ti por unas palabras bonitas...

-Lo sé, espero poder ganarme tu confianza poco a poco.-Denea sonrió y se dirigió a su armario, sacando dos vestidos.-Póntelo, vamos a bajar a que conozcas a los pequeños Stark, los hermanos del rey.

Kaetlyn no replicó en eso. Era una orden y ella debía limitarse a obedecerla. Con desgana se quitó las finas telas a la que los sureños llamaban camisón y se las cambió por un "vestido digno de la corte" según las palabras de la propia Denea. El suyo era liso de color celeste, en terciopelo, con mangas tan largas que a veces perdía de vista sus manos. Se sentía incómoda vistiendo así, pero el vestido que se ponía Denea era mil veces más incómodo que el suyo. Le apretaba el vientre y eso debía dificultar la respiración, Kaetlyn estaba segura. Tenía un cierre en la espalda con lazos bastante complejo, y se veía muy estrecho y ajustado a su figura. Sin embargo esta guapísima, el color granate con bordados dorados resaltaba su belleza y hacía que su pelo rubio brillase.

The Dragon of WinterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora