VII. La lógica del corazón

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DENEA

Denea estaba asomada al balcón de su habitación, los copos de nieve caían con delicadeza y le acariciaban el rostro. Esa mañana la joven estaba de buen humor y veía el mundo de una manera muy diferente a como lo hacía tan solo unos pocos días atrás. En su corazón había esperanza, y el recuerdo maravilloso de algunas tardes atrás solo la hacía sonreír. Se llevó los dedos a los labios, y paseó la yema del dedo índice por ellos, evocando el momento en que el Robb Stark, su prometido, le dio su primer beso. Recordaba cómo se le erizó la piel al entrar en contacto con esos fríos, pero al mismo tiempo cálidos labios, cómo ella se había dejado llevar pero respondía a ese gesto de afecto con timidez, cómo la miraron esos ojos azules cuando se separaron, sonriendo y brillando con una luz que nunca antes había visto en otros ojos. Se encontraba sumida en sus pensamientos cuando una voz que conocía bien, proveniente del jardín, la trajo de nuevo a la realidad. Descubrió que su hermano regresaba al castillo, pero no precisamente en las mejores condiciones. Sabía que Viserys frecuentaba las tabernas indecentes de la ciudadela, que bebía hasta emborracharse y pagaba a mujeres por su compañía, pero siempre lo hacía de noche, cuando nadie podía verle. Era la primera vez que veía a su hermano en esas pésimas condiciones a la luz del día. Y eso no era lo peor, gritaba como un loco, llamándola ante su presencia e increpándola. Los sirvientes de los Stark trataban de calmarlo y le ofrecían ayuda para llegar hasta sus aposentos, pero Viserys los rechazaba.

-¿¡Dónde estás maldita puta?!-decía totalmente borracho, no llegaba a decir su nombre pero sabía perfectamente que se dirigía a ella. Sería muy estúpido por parte de su hermano llamarla así en presencia de los Stark. Y de nuevo, allí iba a ella, a cubrir a su hermano para que no se metiera en problemas. Bajó hasta el jardín y se dirigió a Viserys con paso decidido, por alguna extraña razón ya no temía tanto a su hermano.

-Dejadme con él, gracias por vuestra ayuda-dijo Denea al servicio. Los hombres hicieron una reverencia ante ella educadamente.

-Sí, mi señora-añadió uno mientras se marchaban.

-Vaya, vaya, vaya...-Viserys arrastraba las palabras y su aliento apestaba a alcohol-así que te has ganado el respeto del servicio de los Stark, buen trabajo hermanita. Sin embargo... ¡Eso no fue lo que te ordene!

-Viserys vengo a acompañarte a tu alcoba, necesitas descanso. No estás en condiciones de estar presente en el castillo-le dijo ella, se dispuso a cogerle del brazo para ayudarle a avanzar cuando él dio un violento tirón, librándose de su agarre.

-¿¡Crees que soy gilipollas Denea?!-gritó furioso-¿Crees que no sé qué has hecho?

-¿Qué se supone que he hecho?-repitió ella con paciencia, no era la primera vez que trataba con él estando borracho, pero sí la primera que le plantaba cara en ese estado.

-Me has ofendido, has mancillado nuestro apellido...-dijo casi con un susurro, su voz rozaba la locura-le has besado... ¡Te has enamorado de un Stark!-su rostro estaba rojo de ira. Denea se sobresaltó, ¿Cómo sabía eso su hermano? Estaban solos en el bosque de los dioses, no había nadie allí. Alguien debió seguirla y se lo contó a Viserys...

-Fuiste tú quien empezó todo esto, no son más que las consecuencias lógicas de tus acciones-respondió ella con seguridad.

-¿Las consecuencias lógicas?-Viserys perdía la paciencia-¡En un matrimonio concertado jamás hay amor, solo conveniencias Denea! ¡Eres una estúpida! Aprende a usar al enemigo y deshazte de él cuando no te sea útil, ¡Así es como funciona el mundo!

-En eso te equivocas. No puedes ver al mundo entero como tu enemigo hermano, no puedes usarlos a tu antojo y traicionarlos cuando te parezca... Así solo conseguirás quedarte solo en el mundo...

The Dragon of WinterWhere stories live. Discover now