XVIII. La fuerza del dragón

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DENEA

Denea besaba sus labios con pasión, aferrándose al cuello de Robb para después ir bajando las manos hacia su robusta espalda, acariciándola lentamente con la yema de los dedos. Las sábanas de la cama estaban todas revueltas, y es que cuando hacían el amor perdían la noción de todo. Se encontraba debajo de él, sintiendo todo el peso de su cuerpo sobre el suyo, pero no le importaba, había aprendido a encontrar un inmenso placer cuando Robb la hacía suya, y cada vez la pasión que se encendía entre ellos se hacía más salvaje. Se le erizaba la piel al sentir el roce de sus cuerpos moviéndose al son del amor, como si el mismísimo fuego estuviese bañando su piel. 

Robb se había encendido, la embestía a un ritmo rápido y acelerado, haciéndola disfrutar como nunca antes lo había hecho. Denea trataba de ahogar sus gemidos pero le era imposible, y acabó rindiéndose al placer. Esto enloqueció aún más a su marido, y entre espasmos de placer lo animó a que continuara penetrándola. Los jadeos de ambos se mezclaban en la alcoba, acompañados por el suave crepitar de las llamas de la chimenea. Ella movía sus caderas al mismo ritmo, acompañándole y facilitándole la tarea, mientras rodeaba el cuerpo de Robb con sus piernas. Sintió entonces que llegaba al orgasmo, su cuerpo se había tensado por completo provocando que arqueara la espalda, mientras un placer inmenso recorría cada centímetro de su piel. Sintió cómo Robb la llenaba en ese instante, y supo que él también había llegado al éxtasis. Los movimientos pasionales fueron cesando poco a poco, y tras ellos, Robb escondió su rostro en el cuello de Denea, besándolo con dulzura mientras se reponía. Instantes después, se hacía a un lado para que ella pudiera respirar y se recuperara del sexo. Denea se abrazó a él, jadeante, buscando sus labios para besarlos.

-Te amo mi rey...-Le susurró ella entre besos.

-Y yo a ti Denea... Soy tuyo, ya lo sabes...

 Soy tuyo, ya lo sabes

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-Y yo soy tuya... Y en estos instantes me siento la mujer más feliz de los Siete Reinos.-Sonrió y le robó un beso.- En tus brazos me siento segura.-Le reveló mientras se perdía en esos brillantes ojos azules.-En ellos me hice mujer... y a ellos me entrego cada noche.

Robb no podía dejar de mirarla. Amaba con todo su corazón a esa joven que yacía con él en la cama. Sus ojos verdes le atravesaban el alma cuando lo miraban, adoraba su cabellera plateada, en la que le encantaba enredar sus dedos, y la suavidad de su piel de porcelana lo hacía estremecer.

-Sin embargo ahora no es de noche.-Rió él provocativo, mordiendo el labio inferior de Denea con mimo y ternura.-Pero no he podido resistirme a ti esta mañana... estás preciosa...

-Estoy como siempre...-Lo contradijo sonriendo. Acariciaba su barba despacio, haciéndole suaves cosquillitas en la mejilla. Robb suspiró entonces, apartó la mano de su mujer de su rostro, besándola primero, y se sentó sobre la cama, para levantarse a continuación. 

Denea volvió a perderse en ese mar de músculos bien trabajados y definidos. Se dio cuenta de que su miembro aún estaba erecto, y que éste presentaba un brillo húmedo, símbolo de que había estado dentro de ella momentos antes. Sonrió y se mordió el labio inferior, sin dejar de mirar cómo Robb se iba vistiendo para atender sus obligaciones como rey.

The Dragon of WinterWhere stories live. Discover now