XIV. Yo soy tuyo y tú eres mía (I)

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DENEA

Había llegado el día en el que contraería matrimonio con Robb Stark. Denea no había dormido en toda la noche, estaba demasiado nerviosa como para poder concebir el sueño. Su doncella Misandei había llegado muy temprano esa mañana, antes incluso de que saliera el sol, debía asearla y vestirla dignamente para estar a la altura en tal día. 

Lo primero que hizo la doncella fue llenar la bañera de agua caliente, y verter aromas de vainilla para acondicionar el baño. Denea se sumergió hasta el cuello, dejando que su cuerpo se relajara con el vapor, la temperatura del agua y el olor de los jabones. Cerró los ojos y trató de imaginarse cómo sería ese día, el día de su boda... Algunas veces le venían pensamientos felices y entrañables, otras, eran más desagradables y grotescos. No podría estar segura hasta que lo viviera. Cuando Denea terminó de relajarse, dio la orden y Misandei procedió a lavarle su plateada melena, con cuidado, dejándola limpia y reluciente para después poder trenzarla. Tras el baño, salió y se envolvió con una suave toalla de algodón, secándose delicadamente y sentándose frente al tocador. Indicó a Misandei que cepillara su pelo, y tras eso, la doncella empezó a trenzarlo como había hecho cientos de veces atrás. Denea solo había hablado para dar las órdenes precisas a Misandei, Kaetlyn se había dado cuenta. Ella las miraba sentada desde el alféizar de la ventana. Sabía perfectamente que su amiga estaba muy nerviosa y eso impedía que pudiera articular algo coherente que no fueran órdenes sencillas.

El vestido que llevaría estaba colgado en el armario. Cuando se dispuso a ponérselo, Denea sintió que se le secaba la garganta y que perdía la capacidad de hablar. Sansa había hecho un excelente trabajo, el vestido se ajustaba a sus formas a la perfección, y le daban ese toque de elegancia y plata digno de una reina, de la Reina del Norte. Sobre sus hombros, una capa celeste con detalles bordados, Denea no podía dejar de mirar el brillo que desprendía.

-Estáis preciosa, mi señora.-dijo Misandei mientras miraban su reflejo en el espejo.

"¿De qué me servirá si después me lo arrancarán y lo dejarán hecho jirones?" pensó Denea para sí, pero no lo manifestó en voz alta

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"¿De qué me servirá si después me lo arrancarán y lo dejarán hecho jirones?" pensó Denea para sí, pero no lo manifestó en voz alta. No podía dejar de pensar en las palabras de Catelyn el día anterior sobre la costumbre norteña del encamamiento.

-Sí, es perfecto.-se limitó a responder.-Ayuda a Kaetlyn a vestirse, debe estar resplandeciente también.-añadió Denea mientras abría su armario en busca de algo. Encontró el broche de su casa, el dragón de tres cabezas que era el blasón de los Targaryen. Se lo colocó cuidadosamente en el vestido, pues quería llevar algo propio ese día. Jamás olvidaría quién era, se casaría con un Stark, pero ella siempre sería de la sangre del dragón. Después se dio media vuelta y contempló cómo Kaetlyn se preparaba para vivir su primer evento en la corte real. En cierto modo, también era su primer acontecimiento especial, en Pentos solo había asistido a simples recepciones o fiestas sin importancia, nada como lo que estaba a punto de vivir. Sus recuerdos sobre el otro lado del mar Angosto fueron interrumpidos por una llamada a la puerta. Misandei abandonó sus tareas y abrió la puerta, el mayordomo Vayon Poole asomó tras ésta.

The Dragon of WinterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora