Capítulo 1

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Todo comenzó con el nacimiento del príncipe Astaroth III, poseedor de la marca de la diosa Irathel. Tal marca significaba que él sería el gran héroe que nos salvaría de la oscuridad, y por ello lo entrenaron junto a todos los demás héroes desde su infancia para que estuviera preparado para pelear cuando las fuerzas malignas se manifestaran.

Quizá algunos se pregunten quién soy yo para contar todo eso, si soy alguien importante... Pero no: yo soy un chico normal, habitante de un pequeño pueblo alejado de la mano de Dios. ¿Entonces por qué estoy contando esta historia si no soy más que un aldeano cualquiera? Bien, quizá la definición "chico normal" no sea muy apropiada para mí, dado que -al igual que el príncipe Astaroth III y algunos otros- soy poseedor de la marca de Irathiel, lo que me convertía por consecuente en un gran héroe.

Mi madre murió justo después de darme a luz por una serie de complicaciones sucedidas durante el parto y que nadie había previsto y mi padre se marchó meses antes de nacer yo, por lo que tuve que ser cuidado por la gente del pueblo. Todos ellos relataban mi nacimiento como si de un milagro se tratase: yo era una pequeña vela en una noche oscura, un retazo de esperanza para todos... Y por eso siempre intentaron que no me faltase de nada para que pudiera llegar a ser un gran héroe y llevar la prosperidad a aquella aldea periférica.

Al cumplir los ocho años, un batallón de la guardia real que se encontraba en mi busca apareció en el pueblo: querían entrenarme para luchar junto a los demás héroes cuando el día llegase.
Toda la gente de mi pueblo, que tanto me había cuidado y querido, festejó durante varios días ese honorable suceso.

Tras unas largas horas de trayecto junto al batallón de la guardia real, llegamos a un gran castillo algo alejado de la capital. Uno de los miembros del batallón me explicó que aquella imponente estructura de piedra encerrada tras una muralla era el lugar donde se entrenaban todos los héroes: la academia para los poseedores de la marca de Irathiel.

Una vez el batallón se retiró, me abrieron la puerta de la muralla para que entrara. Nada más poner un pie en el recinto pude ver a todos mis futuros compañeros mirándome. Todos eran hijos de importantes nobles o de ricos comerciantes que me miraban por encima del hombro: me miraban con superioridad, echando pecho para mostrar sus elegantes y caros trajes mientras se reían por lo bajo de mi vieja y raída chaqueta negra.

Las primeras horas que estuve en la academia, un hombre se dedicó a enseñarme las instalaciones para que pudiera orientarme mejor en aquel enorme castillo: habitaciones, patios de entrenamiento, biblioteca...
Cuando fue la hora de la cena, una campana hizo retumbar las paredes de piedra y me dirigí hacia el comedor, donde todos se sentaron con sus grupitos de amigos mientras yo inútilmente buscaba un sitio libre que ocupar. Finalmente, tuve que sentarme en una mesa que se encontraba alejada de todas las demás: ahí cené tranquilo mientras observaba a mis compañeros socializar e intentando unirse a algún grupo. No pude evitar reírme por lo bajo al ver que la mayoría sólo quería acercarse al grupo del príncipe... todo lo que corría por sus venas era el más puro interés.

A la mañana siguiente me levanté algo cansado: me había costado bastante dormir, ya que estaba acostumbrado a descansar en un colchón mucho más duro que el que tenía la cama de la academia.
Después de desayunar comenzaron las primeras explicaciones sobre el funcionamiento de la academia: todos los nuevos alumnos nos reunimos en una gran sala de conferencias, donde un hombre de mediana edad empezó a hablar tras subirse a una tarima y rogar silencio.

—Hola a todos. Soy Kabaran: el instructor jefe que os entrenará durante los próximos ocho años —se presentó—. Para empezar, hablaremos sobre los datos personales: todos tenemos un nivel, estadísticas y habilidades propias... No obstante, estas características no pueden verse a simple vista. Para hacerlo, debéis usar la habilidad de [Conocimiento] —explicó mientras daba golpecitos con el dedo índice sobre una mesa—. Si os preguntáis cómo obtenerla, es muy sencillo: simplemente debéis cerrar los ojos y dejar la mente en blanco. Entonces, se formará una imagen mental de vuestros datos.

I'm (Not) A Hero (Pausada Hasta Nuevo Aviso) Where stories live. Discover now