Capítulo 7.

130K 10.5K 5.8K
                                    




Si mi madre no estuviera tan obsesionada por protegernos a Isis y a mí, yo iría en moto y no tendría que robarle a mi hermana dinero de la hucha-cerdito para coger un taxi. Antes de bajarme, miré el local donde trabajaría. El cartel se iluminaba y aparte de llamativo llegaba a molestar. En el callejón había un chico repartiendo una especie de folletos a todas las mujeres que pasaban por ahí. Estaba preparado. Era un hombre. Era un Evans.

Así que salí con una amplia sonrisa y me quité la chaqueta cuando crucé el paso de peatones que habían puesto días después de haber pasado por allí. Los chicos guapos siempre lo conseguían todo. Mi padre me enseñó a fortalecer mi cuerpo cuando tenía catorce años, y desde entonces, cada noche hacia un poco de deporte antes de irme a dormir.

También tenía que admitir que hacia bastante frío como para ir en manga corta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

También tenía que admitir que hacia bastante frío como para ir en manga corta. Pero eso sólo hizo que acelerara mis pasos y me adentrara en el local más raro que había visto en mi vida.

La primera vez que mentí sobre mi virginidad, fue a una chica universitaria que vino un día al instituto a explicarnos las normativas de su universidad. Me invitó a tomar algo en un pequeño Pub cerca del centro, y al decirle que ninguna chica se había atrevido a meterse conmigo en la cama, ella tiró del cuello de la camisa que llevaba y nos encerramos en el viejo cuarto de baño del lugar. Sonreí al recordar la primera felación que me hicieron.

—¿Y tú de que te ríes? —un tío rarísimo sin camiseta chocó contra mí. —Hoy no es la noche de hombres. Es mañana.

¿Noche de...hombres?

—Vengo por la oferta de trabajo.

Él ladeó la cabeza y me miró de una forma todavía más rara que esos ajustados pantalones rosados con brillantitos que llevaba.

—¿Nos conocemos?

¡Un momento!

—No soy gay, colega.

Alzó una ceja y luego se carcajeó.

—Eres como él.

—¿Cómo quién? —me interesé.

Pero alguien cortó nuestra conversación.

—¡Troy! Será mejor que me dejes con él.

Una mujer mayor le dio un toquecito en el hombro para pedirle permiso. El tal Toy o como narices se llamase, se inclinó hacia delante y le susurró algo. La señora empezó a mirarme, y al detenerse en mi mirada, agrandó los suyos por darse cuenta que tenía los ojos azules. Y yo lo veía algo normal; los heredé de mi padre.

—Tú...tú...

Volvieron hablar entre susurros.

Me estaban tocando los huevos un poquito. Lo mío no era la paciencia. No. Me faltaba de eso. No iba a trabajar en un lugar donde la gente me miraba raro por recordarles a algo o a alguien. Di media vuelta, con la mala suerte que golpeé a una camarera que llevaba una bandeja llena de copas.

¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora