Capítulo 7.

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En pocos minutos llegamos al apartamento de mi padre. Ginger estiró el brazo graciosa –aunque era más bien por todas las copas que se había tomado- y con una sonrisa paró a un taxi para que la llevara hasta casa.

Le insistí en más de una ocasión que podía quedarse en el pequeño apartamento de papá, pero ella se negó, porque mantuvo su no con un estoy muy cansada.

Me despedí de mi mejor amiga, y antes de adentrarme en el portal, escuché de fondo una canción:

—   ¡Cumpleaños feliz, cumpleaaaaaños feliz...te deseamos todos...cumpleaaaaaños feliz.

Pobre taxista –Pensé.

Riendo en voz baja subí los escalones lo más rápido posible. El teléfono se me escurría de entre los dedos, y al darme cuenta que el reloj digital marcó la una de la madrugada, me di cuenta que estaba en problemas.

Sin hacer demasiado ruido, abrí con mucho cuidado la puerta. La cerré con éxito, e incluso llegué hasta mi habitación sin despertar a mi padre.

Sí, mi padre era de aquellos hombres que seguían protegiendo a sus hijas demasiado. Tanto, que el toque de queda empezaba a las once de la noche, y yo ya tenía diecisiete años como para llegar a casa a aquella hora.

Pero no tenía remedio, no cuando seguía viviendo con mis padres, y me quedaban unos meses para ser mayor de edad.

Me quité el vestido, y antes de ponerme el pijama asomé la cabeza por la ventana. Curiosa busqué una ventana, una en la cual las luces de la habitación estaban apagadas.

Refunfuñé sin motivo. Él tenía novia, y además no era la clase de chico que solía gustarme. Su trabajo ya debería ser un problema para su novia, así que no quería ni imaginar los problemas que yo tendría con él en un futuro.

Reí. Estaba pensando en él demasiado.

Él... ¿Por qué él cuando su nombre era perfecto?

¡Nooo! Grité mentalmente. No era sexy. Nadie en el siglo veintiuno se llamaba Ethan, salvo los cristianos.

Aquello fue gracioso, y con la sonrisa que merecía una chica de mi edad me tumbé en la cama para dormir y arroparme en los brazos de Morfeo.

Al día siguiente todo estuvo más calmado. Me removí entre las sabanas, y antes de levantarme arreglé mi cabello sin ningún motivo. Extraño, y más cuando mis piernas me guiaron una vez más hasta la ventana.

¿Qué me estaba pasando?

Allí solo habían hombres mayores, y chicos que se desnudaban para llamar la atención.

Giré un poco el cuello hasta encontrarme con el pequeño espejo que colgó papá cerca de la estantería de libros.

—    Eres una pervertida —susurré.

—    ¡No! —me respondí yo sola.

—    Claro que lo eres —me había vuelto loca—, Ethan tiene razón.

—    No la tiene.

Si mi padre me hubiera encontrado hablando sola, hubiera terminado en un loquero como Leonardo DiCaprio en Shutter Island.

—  Sí que la tiene, porque desde que has llegado, solo lo estás buscando.

Abrí la mano, y sin pensarlo intenté abofetearme para quitarme todas esas ideas, y sobre todo conseguir que el lado malo de Freya desapareciera. Pero mi padre golpeó la puerta a tiempo.

¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora