Prólogo

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Se escucha el tintineo en la blanca habitación, resuena como ecos en los oídos del niño. La mujer yace en esa cama de sábanas celestes. Ella es tan frágil, tan débil que pareciera que en algún momento se romperá. Su piel se pega a sus huesos, dándole una apariencia esquelética y demacrada.

Pero a los ojos del niño, ella es todo lo contrario. Ella es hermosa.

—Mami—él masculla, acercándose sigilosamente hacia ella—¿Quieres que haga algo por ti?

Ella corresponde con una media sonrisa y con párpados cansados, lo observa.

—Mejor ven aquí

Dudoso, se acerca. Logra sentarse en el pequeño banco color celeste que está al lado de la cama. La mira y siente que su corazón se marchita. Incluso su cuerpo y mente se nublan al estar en un ambiente fresco pero doloroso.

—¿Has comido bien? —entre labios secos murmura

—Sí...—miente. No ha querido probar nada desde que ella fue encerrada en este sitio—papá quema la comida, pero está bien

Ella se limita a reír en voz baja, pausando en breves lapsos, pues el dolor es insoportable.

—Mami ¿Cuándo vas a salir de aquí?

Con sus ojitos grisáceos, la mira ansioso y algo desesperado. Ella siente que su corazón duele, sabe perfectamente lo que ocurrirá y ya lo ha aceptado con calma.

—Kotonok...—alza lentamente su mano y recorre los pómulos del niño, quita algunos cabellos traviesos de su frente y luego, le sonríe—mi niño... tengo un obsequio para ti

—¿Un obsequio?

—Es un regalo adelantado por tu cumpleaños...

—¿¡En serio!? —exclama emocionado

—Sí, está por allá —con su mentón, señala la esquina de la habitación

Él se levanta y corre hacia allá. Al acercarse se topa con una enorme maleta en forma de un instrumento que a él le maravilla. Al abrirla se percata de un bello, castaño y elegante violín. Incluso sus cuerdas brillan por lo reluciente que está.

—¡Es hermoso! —voltea hacia su madre y se percata de que ella...

Está llorando.

—¿Mami?

Se aleja del violín y vuelve hacia ella.

—¿Por qué lloras?

—Es solo...—traga saliva con dificultad, su ceño se frunce por el dolor y no, no el del cuerpo. Éste se queda muy insignificante al lado del dolor de su alma. Es un dolor crudo y penoso

Pero el camino de sus lágrimas es interrumpido ante el tacto de las pequeñas y delicadas manos de su niño.

—No llores mami—acaricia sus mejillas—te ves más bonita cuando sonríes...

Le dedica un puchero y ella, aclara su garganta. Sonriendo de nuevo para él.

—Solo... estoy feliz de que te haya gustado

—Me encantó, es el mejor regalo que pude recibir

El sonido del líquido goteando en el artefacto es más imprudente. Él tambalea sus cortas piernas sobre el suelo y mira la habitación.

—Aleksi...

—¿Um?

—Dijiste que querías hacer algo por mí

—Sí, sí... —se acerca un poco—lo que desees mami

—¿Puedo pedirte tres favores?

—Claro

Alexander, memorias de un violinista (#2 Saga Amor entre acordes) EDITANDO Where stories live. Discover now