Capítulo 11

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—E-Entonces... el... um, mami ¿Qué dice aquí?

Ella esboza una sonrisa y acaricia mi cabeza. Desde que está internada no hago más que esperar ansiosamente salir cada día temprano de clase y venir a leerle, con mucha dificultad, el libro que la señorita Belem nos propuso leer.

Pedacitos de tiempo que vivimos con cada persona, no importa la cantidad que pasamos con cada amigo, sino la calidad de tiempo que vivimos con él. Cinco minutos pueden tener importancia mayor que un día entero.

—Oh...

—Pero para ser tu primera vez intentando leer un párrafo tan grande, no está nada mal

Hice un puchero, el "intentar" no es suficiente, o al menos para mí, no lo es.

—Descuida mi niño, pronto mejorarás en tu redacción, así que no te desanimes

—Serviría mejor si aquí hubiera un piano y tocara para ti

—¿Por qué lo dices?

—Porque no sirvo para esto—mis labios temblaron cuando dije eso, me sentí tan impotente de demostrarle cuánto la quería con algo que realmente me gusta, la lectura. Pero para mi desgracia... no puedo, quise arriesgarme a leerle algo más, porque ella se lo merece... pero...

Sentí sus delicados y frágiles dedos recorrer mis párpados hasta llegar a mis pómulos, para finalmente brindarles un pellizco.

—Me gusta que te esfuerces, eso me hace feliz... y me hace sentir orgullosa, Kotonok

—Es que—mordí mi labio inferior e inflé los mofletes, quería llorar—la casa se siente muy vacía sin tus notas mami, siempre estoy triste pero quiero hacerte feliz cuando llego aquí, tú siempre me consuelas y me haces reír, ¿No puedo hacer yo lo mismo?

Soltó una pequeña risilla, eso me intuyó a alzar la mirada y mi sorpresa fue encontrarme con sus ojos cristalizados y esa sonrisa tan angelical y característica de ella.

—Alexander, tu mera llegada a mi vida siempre ha sido mi felicidad más plena

Ladeé la cabeza, un poco confundido.

—Ánimo, nadie nace sabiendo y estoy segura de que cuando crezcas serás el mejor narrador que existe en el mundo ¿Si?

—¿Lo crees así mami?

—Yo no creía en mi cuando empecé con el piano, tampoco cuando empecé mis clases de ballet porque... a comparación de tu tía no soy tan buena

—Eso no es cierto, ambas son geniales

—Ah, pero ella destaca más en eso y yo en la actuación —sonríe traviesa— si no fuera así, cierto niño travieso no hubiera descolgado su ropa por el dios Tláloc

Fruncí el ceño y ella volvió a reír.

—¿Por qué eres tan adorable? — apretó y sacudió de mis mejillas, poniéndolas totalmente rojas, a lo cual correspondí con quejidos

—¡Mamá! Me duele

—Es que eres muy cachetón

—¡No lo soy!

Volvió a reír y acaricio mis pómulos.

Alexander, memorias de un violinista (#2 Saga Amor entre acordes) EDITANDO Where stories live. Discover now