Cap. 10 Una Noche En N.Y

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Ambos con los ojos cerrados, tan cerca uno del otro, con el cabello empapado y las manos frías. Estaban a punto de besarse, a punto de ser el cliché más lindo de la historia, por unos cuantos segundos Laura dejó de pensar en el «qué» y el «porqué», sólo le importaba cuánto faltaba para que de una vez por todas sus labios se rozaran...

Pero no podía permanecer así, sin pensar, sin reaccionar, y sólo encontró una forma de hacerlo.

—Ross...—dijo mientras volteaba la cabeza lo más rápido posible, rompiendo el silencio habitado por el sonido que hacían las gotas al chocar con el piso—No sé qué es lo que crees sentir, pero yo no siento lo mismo.

—Eso no es cierto, sabes que sientes lo mismo que yo, sabes que soy lo que puede cambiar todo... Lo sabes, y por eso estas aquí.

Ella dudo un poco antes de contestar—¡Es una locura! No importa que tanto lo niegues, no nos conocemos. Es imposible sentir algo por un desconocido.—logró liberarse de los brazos de Ross y siguió caminando; la chaqueta la calentaba un poco, aunque no lo suficiente.
Y así iba, un pie delante del otro, derecha, izquierda, sólo diez pasos hasta que escuchó de nuevo la voz del rubio a unos metros de ella.

—¡Entonces no seamos desconocidos!—gritó Ross, quien seguía parado justo donde Laura lo dejó, su camisa era mucho más transparente cuando estaba mojada.

Laura se detuvo, volteó la mirada y vio al chico más lindo de todo el mundo, sonriendo, mostrando los dientes. Él comenzó a avanzar colocándose una vez más al lado de la castaña quien no le despegaba los ojos y como casi sabiendo lo que pasaría se quitó los tacones.

—Ven.—Ross tomó a Laura de la mano y empezó a correr sin dirección alguna, sólo con la idea de que la chica perfecta lo seguía.
Así era, corrían un rato, luego paraban para reír, e inmediatamente después hacían ambas cosas: su cabello se movía de un lado a otro salpicando todo a su alrededor, sin embargo no se notaba por el simple hecho de que la lluvia era más como una pequeña tormenta que mojaba cada espacio de la zona. Después de un rato dejaron de correr sólo porque sí, lo hacían para encontrar un lugar donde cubrirse, y finalmente lo encontraron...

A lo lejos, las luces de una pequeña cafetería les llamó la atención, por lo que decidieron adentrarse en ella. Cuando abrieron la puerta, una pequeña campanilla sonó avisando la llegada de dos chicos que ya eran más agua que nada, riéndose sin poder parar como si en el mundo sólo fueran ellos dos.
Sin embargo, había más personas ahí, que únicamente los miraron tratando de entender qué les estaba pasando. Y la respuesta era fácil, lo que sucedía, era que cada vez se convencían más de que habían encontrado después de todo lo que cada persona necesita: alguien que te haga olvidar tu pasado para recordarte lo hermoso que puede ser tu futuro si estas con ese alguien.

Ross soltó la mano de Laura para tomarla por los hombros y sentarla en un bello sofá color beige cuyo asiento de al lado tomó él.
Una señora con un mandil blanco atado a la cintura y un chongo tal vez más grande que su cabeza se acercó a aquel sofá que tenía enfrente una mesa.

—Buenas noches, chicos, ¿qué puedo ofrecerles?—tenía una gran sonrisa que te hacía no concentrarte tanto en su peinado.

—Buenas noches, un café por favor... ¿Y tú, linda?—dijo dirigiéndose a Laura.

—Ehh... Ross,—susurró—no tengo dinero ahora.

—Está bien, yo pago.—le guiñó un ojo haciéndola sonreir—Que sean dos, por favor.

—Muy bien, en un momento salen dos cafés para la feliz pareja.

Probablemente esa mujer sabía que no eran una pareja y lo dijo sólo para molestar, pero de igual modo logró hacer que los ojos de ambos brillarán y a la vez se sonrojaran.

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