Cap. 49 Una Cuna Para La Niña

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Calum era, sin exagerar, el mejor amigo que Ross pudiera tener.

Se conocieron en Los Ángeles una mañana de primavera, el día que Ross intentaba aprender a conducir la bicicleta sin manos. El joven rubio de 13 años perdió el control y se estrelló contra un árbol en el parque, se golpeó provocando que varias hojas cayeran al pasto y sobre su cabeza. Fue ahí cuando apareció Calum, siendo desde el principio su ángel guardián. No podía ser de ninguna otra manera.
Él le preguntó si estaba bien y Ross respondió que sí, que eran sólo unos raspones. Quiso saber de dónde había salido aquel pelirrojo, aunque lo que realmente le interesaba era si se pintaba el cabello o era natural, pero sabía que sería grosero cuestionarlo puesto que a él se lo hacían todo el tiempo. Calum había cumplido 18 ese año, cualquiera diría que por eso era tan consciente y responsable cuando la verdad era que siempre había sido de ese modo, siempre había sido una buena persona.
Se ofreció a llevar a Ross a casa, mas no fue necesario, porque su familia estaba ahí. Conoció a los Lynch entonces, tan gentiles como se escuchaban, tan sonrientes también. Venían desde Colorado, nuevos en la ciudad para cumplir el sueño del hermano mayor, el que era varios meses menor que Cal. Riker quería ser famoso, actuar, cantar, y por supuesto que lo lograría en algún momento, llevando a todos sus hermanos consigo. Ese día, sin embargo, parecía sólo un sueño lejano. 
Calum estaba totalmente aparte, sus padres y él habían llegado de Canadá buscando un nuevo aire, simplemente tuvieron la oportunidad y la tomaron. Pero qué oportunidad: para los Lynch había sido una suerte encontrarse con el más amable y divertido chico canadiense en la famosa California. Nunca creyeron que fuera casualidad, en todo caso había sido un regalo. Esa misma tarde lo invitaron a comer en lo que se convertiría en su segundo hogar, y con el tiempo, ellos se convertirían en su segunda familia.

Al principio Mark y Stormie creyeron que sería Riker el que llevaría la mejor relación con Calum por ser casi de la misma edad, pero terminó siendo Ross, quien con todo y sus cinco años menos, se volvió el más cercano al pelirrojo.

Así pasaron años y años, temporadas de vacaciones, días en los que les pesaba el estomago de tanto reír. Tantos miles de favores que perdieron la cuenta, porque nunca fue necesario llevarla.

Calum se dedicó a cuidarlo, desde el primer día del accidente en bici, y los siguientes doce en los que Ross continuó estrellándose, hasta esa agotadora tarde en la que dejó de ser papá.
Jamás lo abandonaría, Ross no era sólo su mejor amigo, era su hermano, y eso todos lo sabían y lo apreciaban.

Fueron trillones de veces las que Calum le sanó las heridas a Ross para que su mamá no se enterara, pero no resultó tan bien cuando el rubio comenzó a intentar trucos en la patineta. Cal lo llevó al hospital, y fue el primero en firmarle el yeso. Ninguno de los dos contó nunca que se había caído por las escaleras, ese era uno de sus secretos, tal como lo era la tradición de Calum de llevar a Ross a Mcdonals cada vez que estaba castigado. Lo ayudaba a bajar por la ventana y luego, mientras comían papas fritas, regañaba al chico por cualquier cosa que hubiera hecho y que lo hubiera llevado a estar en esa situación. Era extraño como su método funcionaba, Ross aprendía la lección aún con una hamburguesa en la boca. Calum tenía un gran poder sobre él, y era mutuo. ¿La razón por la que no se metía en problemas?, ¿por la que bebía poco y evitaba a toda costa probar algo más fuerte? Era Ross. Era la mirada de admiración que su hermanito le regalaba cada vez que estaban juntos. 
Tenían un pacto, Calum, Riker y Rydel, acerca de nunca dejar a los más pequeños por su cuenta. No solos, no tristes, no enojados y no por el mal camino. Resultó bastante bien, hasta esas excepciones en las que todo salía completamente mal. Es que no podían hacerlo perfecto por más que lo intentaran.
¿Pero eso a Ross qué más le daba? Sus padres, sus hermanos, de sangre o no, serían siempre sus héroes. Y sus mayores aliados.
Lo mataba de risa recordar la vez que Calum lo encontró casi perdiendo su virginidad. Claro está que ese incidente mató el momento y Ross no consiguió nada más que un chupetón en el cuello. Sin embargo no pudo enojarse con su amigo, pues de hacerlo ¿quién le hubiera ayudado a esconder tal chupetón? Aunque lo avergonzara tenía que preguntar:

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