Cap. 19 Marie Lynch

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Se escucharon los aplausos, tomó un poco de aire. Laura salió al escenario, o mejor dicho, Marie.

Después de un tiempo, en el café le habían dejado listo un pequeño apartado del lugar, escondido para los clientes. En el, guardaban más ingredientes que nada, también uno que otro utensilio del que Laura desconocía su función.
Pero era dónde ella se preparaba, era limpio y espacioso, y aunque estuviera ocupado, no podría estar más agradecida porque la hubieran tomado en cuenta. ¡Incluso tenía un tocador! Ok vale, no era un tocador exactamente, pero cumplía las funciones de uno, así que sí, era un tocador.
De niña había asistido a clases de piano, pero sólo le enseñaron lo esencial, no por culpa de la maestra, no por culpa de Laura. Sospechaba que había sido por sus padres. Sin embargo, ahora tenía lo suficiente para poder tocar el teclado, y muchos se le habían acercado para decirle, en sus propias palabras, lo bello que tocaba. Y no conforme con eso, cantaba también, y pensaba en Ross siempre que lo hacía, sobre todo ahora.

Las últimas semanas se había estado aprendiendo una canción muy hermosa, que le costó muchísimo, pero lo logró. Justo entonces la estaba tocando, y apenas comenzaba a cantar. No quería ver al público por dos razones: 1)porque le daba pánico encontrarse con sus ojos, y 2)porque no podría despegar la mirada del teclado sin perderse en él. En su defensa, era una canción nueva para ella.
Sus dedos se deslizaban por las teclas, ella cantaba, su mente se esforzaba por concentrarse en las notas necesarias, pero le costaba tanto. No podía dejar de imaginarse en esa playa solitaria, con las olas como banda sonora, y un guapo rubio a su lado. Más que guapo, increíble.
Basta, basta, basta.
Tenía que olvidarlo. Tenía que dejarlo pasar, aunque fuera después de tres meses, aunque hubiera pasado mucho tiempo ya. Precisamente por eso es que debía dejar de pensar en la posibilidad de una segunda oportunidad. Tal vez no para ella, tal vez no para Ross, más bien para ambos.
Antes de notarlo la canción se acabó y ella se dejó zambullir en el sonido de los aplausos, aplausos para ella. Luego escuchó los pasos de Ethan y su voz de nuevo en el micrófono. No prestaba mucha atención a lo que él decía, aunque sabía que estaba prometiendo que Marie volvería, porque aún le quedaban más canciones que presentar, y no podría haberse sentido más feliz por eso.

Volvió a su rincón, extasiada, se miró al espejo oyendo el bullicio calmarse afuera. Dos minutos después entró Ethan, se le veía emocionado también a él cuando dijo:

—Marie, uno de tus fans quiere hablarte.—y luego susurró:—Yo creo que va a decirte cuán fabulosa estuviste.

Laura le sonrió, se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Que pase.—se sentía muy halagada cuando ese tipo de cosas ocurrían.

Y ocurrió. Se le fue el aliento, olvidó quién era, quién fingía ser, todo lo que estaba pasando se redució a eso, y pasó en un sólo segundo. Sus ojos se abrieron tanto, de su boca intentaban salir las palabras, pero nada. Se quedó muda en un dos por tres.

Ross estaba frente a ella. Su cabello había crecido un poco, eso lo hacía ver diferente, más grande de algún modo- aunque solo habían pasado tres meses -. En el rostro del chico, una sonrisa nerviosa acababa de aparecer, pero él tampoco dijo nada.
Se miraron en silencio un largo rato. Ross tenía pinta de estar feliz. Lo estaba, realmente podía sentirse de nuevo en paz. Podía mirar a Laura, y ver las curvas de sus labios levantarse formando una sonrisa, aunque fuera débil, era hermosa. Sólo duró dos segundos. Pero Ross pudo verla.

—No.—murmuró Laura.—No quiero verte. No.

Se notaba nerviosa, casi asustada... De que volviera a lastimarla.

—Bien, creo que voy a dejarlos solos.—anunció Ethan.

Se fue sin decir más, pero no importó, porque no era él quien debía hablar.
Ross se aclaró la garganta e intentó dar el primer paso, cuando un destello hizo su repentina aparición. Quiso descubrir de donde había venido, y lo vio muy claro, aún en la muñeca de Lau. Un brazalete. Con el dije de un corazón dorado a la mitad, y una luna sobre éste, una luna que sin lugar a dudas destacaba, y hacía que el accesorio luciera hermoso. Y esa era la razón por la que Ross lo compraría en una tienda en esa misma ciudad, tres meses y algunos días antes. Compró algo increíble para una chica increíble, que no lo había olvidado, y debía recordarlo a él cada vez que usaba el brazalete. Esa se volvió su esperanza, la que albergó en él sentimientos que aun estaba descubriendo. Podía hablarle. Porque no quería irse de ahí sintiéndose un perdedor, un tipo que lo había perdido todo, porque un posible amor podía llamarse todo. Se enteró segundos después de que usaba esa palabra, y descubrió también que le gustaba. «Hay que aclarar algunas cosas» pensó.

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