Capítulo 1

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Estaba sentada en el piso con las piernas cruzadas mientras atada y desataba los cordones de mi zapato. Tenía mucho sueño, pero no me dejaban dormir, sentía la mirada del policía cada cierto tiempo, como si me creyera capaz de salir corriendo, no le culpo, ya lo había hecho un par de veces.

—Puedo ir a mi casa sola, Fred, si quieres cuando llegue puedo llamarte para que sepas que estoy a salvo —sé que él está acostumbrado a mi ironía.

—Tu abuelo no tarda, Ana.

Tiré la cabeza hacia atrás y me golpeé contra la pared con intención. No quería ver a mi abuelo, de hecho no lo veo desde hace unos días, tampoco a mi abuela ni a Edmundo, los estaba evitando quedándome a dormir en la casa de Sonia, pero me aburrí de estar ahí así que salí a dar una vuelta, no pensé que Fred iba a encontrarme. Ya lo conozco, es el que normalmente me detiene en la comisaría hasta que llegan por mí, su hija va al colegio conmigo, así que creo que se siente obligado a corregirme o algo parecido. Las luces de un vehículo que se estacionó frente a la comisaría me hicieron rodar los ojos. De verdad no quería verlos.

—Intenta ser buena con ellos, Ana, ellos intentan serlo contigo —fue lo que me dijo antes de que mi abuelo cruzara la puerta.

Nos miramos un momento y yo me levanté del piso, salí del lugar sin siquiera despedirme del policía, subí al asiento de atrás para poder acostarme cómodamente. De éste lugar a la casa son al menos diez minutos, así que podría reposar el cuerpo un momento antes de enfrentarme a Edmundo, esa era la peor parte de todo. Mis abuelos ya se resignaron hace unos años, de ellos ya no escucho reproches ni sermones, pero Edmundo es otra historia. ¡Diablos! A él le fascina gritar, le fascina aún más gritarme a mí y podría jurar que le resulta aún más placentero si yo le contesto. Como era de esperarse mi abuelo no dijo una palabra, así que yo tampoco hablé. Me sentía adormilada cuando el auto se detuvo, el motor paró y lo que realmente me despertó fue oír como el abuelo cerraba la puerta del coche, rodé los ojos. No lo soporto.

Yo bajé unos segundos después, la puerta estaba abierta y desde el jardín pude ver al abuelo que se sentaba al lado de su esposa. Edmundo estaba parado con los brazos cruzados sobre el pecho, tenía la camisa afuera del pantalón, el cabello hecho una maraña y la corbata colgaba alrededor de su cuello sin nudo alguno.

Apenas entré a la casa me quedé quieta, Edmundo me bloqueaba el paso para subir a mi habitación y pedirle que se moviera no causaría nada en él, así que decidí seguirles el juego. Me tumbé en el sofá con las piernas arriba y crucé los brazos detrás de la cabeza, a la abuela le enferma que alce los pies con calzado sobre su precioso sofá, pero no se quejó, para mi sorpresa.

—Hace cuatro días no te vemos —empezó Edmundo, su tono de voz era bajo pero grave, se oía cansado—. Sabíamos que estabas viva porque le preguntamos a la señora Mills si habías ido a trabajar en los últimos días.

—Sabes dónde estoy cuando no estoy aquí —dije—. No sé qué es lo que te asombra.

—Te irás de la casa —lo soltó de una—. ¿No quieres estar con nosotros? ¿Tanto me odias? ¿Tanto aborreces mi presencia? De acuerdo —se sentó con las piernas separadas en el sofá y apoyó los codos sobre sus muslos—, desde hoy ya no vivirás aquí, el abuelo te trajo para que recogieras tus cosas.

Entendía lo que me estaba diciendo, pero al mismo tiempo me parecía un idioma totalmente desconocido. ¿Me estaba echando de mi propia casa? Me senté en el sofá, de pronto ya no tenía tanto sueño. Miré a mis abuelos, ellos tenían la cabeza agachada, como si se sintieran avergonzados por participar en algo como esto. ¿Echarme de mi propia casa? Edmundo seguía en la misma posición, su rostro no me decía nada en concreto. Sus ojos estaban muy abiertos, como si acabara de tomarse dos tazas de café, tenían un brillo distinto que hacían de su mirada más penetrante que de costumbre.

-¿Lo prometes? -Lo prometoWhere stories live. Discover now