Capítulo 44

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Sentí que los dedos alrededor de la pieza del rompecabezas se me endurecieron. Por la posición en la que me encontraba no alcanzaba a ver de quien se trataba, Oliver volvió a preguntar: "¿Qué haces aquí?". No hubo respuesta verbal en ninguna de las dos veces. Me puse de pie, como si supiera de quién se trataba, como si lo llevara esperando todas estas semanas que no supe de él. Me acerqué hasta colocarme al lado de Oliver. Tenía el cabello más corto y bien peinado, olía a crema de afeitar y al ver que en su rostro ya no tenía esa barba que tanto le gustaba cuidar, sentí un pellizco de nostalgia, sin ella, ya no se parecía tanto a papá.

—Hola, Anahí.

—Ana... —llamó el papá que junto con el resto de la familia ya estaban de pie y mirándonos—. Linda, no tienes que hablar con él si no quieres.

—No les quitaré mucho tiempo —no fue lo que dijo, sino lo que sostenía entre las manos lo que me hizo sonreírle al resto de la familia, dándoles a entender que estaba bien.

Oliver se quedó allí a mi lado mirándome, como si quisiera asegurarse de mi estado y atento a un cambio de opinión repentino. Sin embargo yo estaba completamente segura, huir de él ya no era la solución, ni la salida, ni una opción. Lo fue antes, tal vez, pero ya no. Oliver se hizo a un lado para que Edmundo pasara, el papá le pidió a Florencia que fuera a jugar al patio de atrás con los perros y aunque ella primero miró extrañada a mi hermano, lo hizo de todos modos. Miranda también se retiró del lugar, la entiendo, está en las últimas y cualquier ráfaga de viento la alteraba, Richard volvió al sofá, dando a entender que no se movería de allí.

—Supe que te graduaste —soltó luego de unos segundos de silencio absoluto—. ¿Nueve en física y en química? ¿Diez en matemática? Estoy gratamente sorprendido. Felicidades.

—Tuve mucha ayuda —respondí pensando en Jacobo y Sam, lo cierto es que creo que jamás hubiera estudiado como estudié si no fuera por ese par—. Lamento lo del abuelo.

Él asintió agachando la cabeza. Yo no siento ni el cinco por ciento de afecto por los abuelos que Edmundo y aún no había tenido oportunidad de decírselo de frente. Me removí en mi lugar incomoda por la situación, él se veía vulnerable, abatido, como un niño pequeño que acababa de perder en su juego favorito. Lo veía como muchas veces me sentí yo, hace unos cuantos años atrás. Pensé en qué más podía agregar mientras él se decidía a decir porque había venido, miré a Oliver, que estaba junto con sus padres y Richard sentados en el sofá, me encogí ligeramente de hombros y volví a mirarlo, no quería presionarlo, no quería acelerar las cosas, no quería que se sintiera atacado porque eso seguramente haría que acabáramos mal. Lo que transmite ahora, no es en absoluto lo que transmitía hace unos meses atrás.

—Era de mamá —me animé a decir al cabo de unos minutos, él me miró extrañado—. La cadenilla que tienes en las manos, era de mamá.

Edmundo la miró y pareció recordar lo que hacía allí, se dirigió a un taxi, era una camioneta con carrocería y todo, que estaba estacionado frente a la casa de los Carreira, supuse que llegó hasta aquí con él. Entrelacé mis dedos entre sí detrás de mi espalda, ver a Edmundo me pone nerviosa, pero ver a este Edmundo en particular me ponía aún más nerviosa, no recuerdo esta versión, no recuerdo al Edmundo tranquilo con una ligera capa de vergüenza encima. Cruzó un par de palabras con el hombre que estaba al volante y luego abrió la carrocería. El hombre salió del vehículo y lo ayudó a bajar las cosas, el corazón me empezó a latir con prisa, las manos detrás de mi espalda sudaban y sentí que debía apoyarme por la puerta.

-¿Lo prometes? -Lo prometoWhere stories live. Discover now