Capítulo 42

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Esa noche los padres acompañaron a Miranda y poner una denuncia, pidieron una orden de alejamiento y el papá contacto a su abogado dispuesto a que ese tipo jamás vuelva a acercarse a su familia, jamás lo había visto tan enfadado, tan frustrado y tan triste. Esa madrugada, cuando bajé por un vaso de agua, lo vi sentado en el sofá solo, lloraba como un niño castigado, se repetía tantísimas veces: »¿Dónde estabas tú que no la protegiste?«. Esa noche no bajé por agua, no quería incomodarlo, no quería que él se sienta vulnerable al verlo así, por algo habrá bajado a la sala y no se quedó en su habitación con su esposa, que puedo pensar que se siente igual.

El lunes Miranda no fue al colegio, los golpes aún eran muy visibles y no quería tener que lidiar con eso también. Cuando entré al polideportivo Jacobo aún no había llegado, pero Sam estaba sentado donde siempre, alejado de todos. Mi amigo llegó justo a tiempo para ser mi pareja, así que no tuvimos tiempo de acercarnos a Sam, él estaba trabajando con Reinaldo, así que suponíamos que estaba bien. Al regresar a la clase el chico ocupó su lugar de siempre, en una esquina apartado.

—¿Vienes? —dije señalando una silla libre a la derecha de la que yo acostumbro ocupar—. Está libre.

Sam sonrió, agarró su mochila y se sentó a mi lado, minutos después llegó Jacobo, había ido al baño a lavarse el rostro y las manos porque había jugado un partido de futbol, pensé que iba a lanzarme alguna mirada, pero no fue así, saludó al chico con un golpe de puños y ocupó su lugar detrás de mí. Salimos los tres juntos al recreo y aunque se sentía extraño caminar en medio de dos chicos por los pasillos del colegio, nos estábamos riendo, personalmente lo estaba pasando bien, miraba cada cierto tiempo a Jacobo, quería ver si percibía algún momento de incomodidad, pero no fue así. Al final de las clases fuimos todos a la casa de los Carreira, le mandé un mensaje a la mamá preguntándole si podía llevarlos y dijo que no había ningún problema. Cuando llegamos, de inmediato supe que había algo extraño, olía a carne asada, la casa no suele oler así un lunes al medio día. Fuimos a la cocina para beber jugo y antes de atravesar el umbral, vi al papá con un delantal puesto y cortando rodajas de tomate.

—¿Hola? —saludé confundida, él debería estar en su trabajo, vestía una bermuda negra y una remera de cuello redondo color azul—. ¿Es domingo o lunes? —pregunté volteando a ver a mis amigos.

—¡Chicos! —exclamó él volteando—. ¿Cómo les fue? ¿Quieren jugo? —ofreció sirviendo tres vasos de jugo de naranja sin esperar una respuesta—. ¿Se quedarán a comer? Estoy haciendo carne asada, también hay chorizos y hamburguesas.

Los chicos iban a responder cuando la mamá entró a la cocina también con un delantal, venía del patio trasero, donde está la parrilla. Tenía puesto un vestido holgado por debajo de las rodillas y el cabello en un rodete, no tenía una gota de maquillaje.

—¡Hola! —saludó ella acercándose a mí para darme dos besos en las mejillas, con los chicos hizo lo mismo—. ¿Cómo les fue hoy?

—Bien... nos fue bien... —dije mirando las manchas de colorante que tenía en las manos—. ¿Ustedes han...

—¿Oh, esto? —dijo mostrando sus manos—. Hice cupcakes pero no soy la mejor agregando colorante a las cosas.

Era una escena bastante rara. Dese que vivo aquí los padres jamás se han quedado un lunes, ni siquiera los sábados, domingo es el único día libre, es más, para la mamá, muchas veces el día domingo significa trabajo intenso. ¿Qué hacían aquí? Escuché que la puerta de la casa se cerraba, Oliver llegó a la cocina llamándome y cuando llegó, se encontró con la misma escena extraña que yo.

-¿Lo prometes? -Lo prometoWhere stories live. Discover now