Capítulo 48

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—¡Junior, es la tercera vez en el mes! —exclamó Oliver cerrando la puerta de la casa—. ¿Esto pasará cada semana?

Miré al pequeño de seis años desde arriba. Tenía las manitos juntas, su labio inferior estaba por encima del superior formando un puchero que me provocaba comérmelo a besos. Sus ojos enormes y oscuros estaban brillosos a consecuencia del regaño que recibió por parte de Oliver mientras volvíamos a la casa.

—Lo siento, papi —susurró con unos espasmos, resultados del llanto—. No lo haré de nuevo.

—Eso dijiste la semana pasada —le recordó Oliver cruzándose de brazos—. Dices eso siempre.

—¡Esta vez es en serio! —gritó apretando las manos formando pequeños puños.

Me coloqué a su altura, acaricié su mejilla para quitar los rastros de lágrimas. No había parado de crear berrinches, lo hacía en la casa, en la escuela, cuando estábamos en público. Sabíamos porque era y eso nos hacía sentir culpables, Junior no era un niño problemático, era tranquilo y amoroso, pero no veíamos a ese pequeño desde hace un tiempo, cuando le explicamos que tendría otro hermanito. Fue hijo único por casi tres años, los mimos, los regalos, nuestro tiempo, sus tíos y sus abuelos eran solo de él, no tenía que compartirlos con nadie. Cuando nació Evelyn, él era felicidad pura, desparramaba dicha por donde iba, presumía a su hermana menor como si se tratara de su mayor logro propio. La pequeña estaba a nada de cumplir los tres años y les llegó la noticia de que tendrían otro hermano, esperamos hasta la semana veinte para decírselos, ellos creían que yo solo estaba gorda. Estaba en la semana treintaicinco, esas hazañas de ponerme a su altura eran difíciles, los tobillos me dolían y el dolor en la espalda era terrible.

—Mi amor —susurré y él se largó a llorar en mis brazos—. No es correcto que les arrojes tus cosas a otros niños. No tienes que arrojarle cosas a nadie.

Él asintió con la cabeza muchas veces, mientras su rostro se escondía en mi cuello y sus brazos delgados y cortos se aferraban a mí. Oliver nos miró y soltó un suspiro sentándose en el sofá. Odiaba regañar a los niños, detestaba con toda su alma hacerlo y saber que uno de ellos lloraba por sus retos le partía el alma en miles de millones de pedacitos, bastaba con ver sus ojos para notarlo. Pero él era la mano firme, yo resulté más permisiva, más tolerante, más paciente.

—¿Quieres darle un abrazo a papi? —le susurré al oído, así como asintió eufórico cuando le dije que no podía lanzar cosas, esa vez negó—. Pero tú siempre le das abrazos a papi. Cuando te despiertas, cuando te deja en la escuela, cuando van al parque... a ti te gusta abrazar a papi.

—Está enfadado conmigo —respondió cuando se alejó de mí sin soltarme—. Porque arrojé cosas de nuevo.

Miré a Oliver y esperé que hiciera algo. Nos estaba mirando desde el sofá, con una mano sujetaba su cabeza y la otra descansaba sobre su rodilla. Había tenido una mala semana, la editorial lo estaba presionando para acabar su libro y Evelyn había estado enferma los últimos días. Era él quien se quedaba en la casa normalmente, tenía su propia habitación de escritura y aunque cuidar de Evelyn y Junior por las tardes era agotador, él conseguía hacerlo. Lo admiraba por eso, yo llevaba tres semanas sin ir al local de eventos y habían sido semanas frustrantes. No sé si era por el embarazo o porque Oliver era quien dominaba a la perfección el arte de controlar a los pequeños.

Finalmente se puso de pie y fue hasta Junior, se sentó en el piso y apenas lo sintió detrás de él, el niño se lanzó a sus brazos. Ya no lloraba, solo repetía muchas veces que no volvería a arrojarle cosas a nadie, mi esposo lo acunó en sus brazos, Junior era un niño alto para su edad, pero en los brazos de Oliver se veía tan pequeño. Lo que ellos tenían era asombroso, él era un padre excepcional, lo había sido desde el primer día que supo que estaban en camino. Él amaba hacer todo, desde cambiar pañales, preparar mamilas a las dos de la mañana e incluso peinar a Evelyn, tenerlo conmigo, sentir ese apoyo cada segundo hizo del camino de la maternidad, uno más sencillo. Disfrutaba cumplir con su rol de padre, disfrutaba pasar tiempo con ellos y podía pasar de tomar el té a ser un dinosaurio en cuestión de minutos. Yo no tenía una referencia materna, no sabía hacer muchas cosas que para él eran simples, fue él quien me enseñó a cambiar pañales, después de todo lo hizo con Richard y Florencia. Le di un beso a cada uno de los hombres de mi vida y fui a la cocina por un vaso de agua. En el refrigerador estaban pegadas las obras de arte de Junior, había tantas que apenas se lograba identificar el color grisáceo del mismo.

-¿Lo prometes? -Lo prometoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن